Escribo de
memoria sobre la película de Luis Berlanga Tamaño natural (1974), la
tragicomedia de un dentista parisino (Michel Piccoli) que se divorcia harto de las
rutinas del matrimonio burgués, incluida su amante veinteañera a la que también
deja plantada. Para reavivar los instintos de vida encarga una muñeca sexual a
un famoso artesano japonés (fueron creadas en 1940 como complemento de los
submarinos de la armada imperial). Por fin llega la caja mágica con envoltorio
de seda y manual en treinta idiomas. El juego onanista con la bella maniquí acaba en delirio amoroso. Le regala una colección de alta costura, la
viste y desviste con embeleso, viaja con ella (de paquete en los hoteles), incluso
escenifica una boda con pompa y circunstancia. Adivinen las obsesiones fetichistas
de la pareja en manos de Berlanga y Rafael Azcona (el otro guionista). Convierten
lo anormal en normal. Lo de menos es el simbolismo social y demás monsergas de
la crítica. Se trata de una idea fácil exprimida hasta sus últimas
consecuencias. La madre alienta la perversa relación como si la muñeca fuera uno
más de la familia, la esposa de carne y hueso intenta que vuelva al redil travestida
de maniquí, los amigos se burlan con bromas sádicas. Pero los celos son la
sustancia del discurso amoroso, según Roland Barthes que copia de Proust. Tras
grabar en video a la muñeca, sospechosa de adulterio, en coyunda amorosa con el
lascivo marido de una vecina y su posterior violación por una manada de
emigrantes españoles, acaba por suicidarse lanzándose en coche al Sena con la infiel
de silicona… que por cierto emerge de las aguas como Afrodita la diosa del amor
ante la mirada atónita de los turistas. Una historia sobre la soledad amarga de
la que brota el inconfundible humor berlanguiano.
Surgía por
entonces la ola francesa de las poupées gonfables que muere mansa en las
orillas del presente porque ya no son tendencia. Un repunte notable: según los
suplementos de economía se disparó la demanda de muñecas sexuales durante el
confinamiento. Otra forma de hacer ejercicios cardiorrespiratorios. Las hay de
todos los precios. Busquen en Amazon: suaves, flexibles, articuladas, sin
costuras. Caras las más realistas, pero no demasiado porque no están de moda. Las
más tiradas desde 30 euros. Las muñecas hinchables conviven con los
consoladores, vibradores, bolas chinas, dildos priápicos.
Las mejores tiendas del ramo te venden un kit completo. La masturbación como
una de las bellas artes. Lo cierto es que se conocen estas prácticas desde la
prehistoria. El artefacto más antiguo se encontró en el yacimiento alemán de
Hohle Fels. Es un falo de piedra de 20.000 años y 20 centímetros de piedra pulimentada.
Algunos pudibundos arqueólogos sugieren que tiene un sentido religioso,
propiciatorio, de invocación a las potencias de la fecundidad. Puede ser ambas
cosas. Lo cierto es que la mayoría de los inventos sexuales desde el hombre de
las cavernas estaban relacionados con la penetración vaginal por lo que tenían forma
fálica. Pero la tecnología cambia el mundo.
La última generación de ingenios eróticos es la amplia gama de los Satisfyer. Utiliza una tecnología de onda de presión que permite disfrutar de la estimulación sin contacto con solo presionar un botón. Estas ondas son profundas e intensas y estimulan sin necesidad de tocarlas… Están dirigidos a uno de los temas más controvertidos del sexo: el derecho de la mujer al orgasmo y la reivindicación del clítoris. Algunas mujeres han logrado alcanzar el orgasmo por primera vez con este juguete. Se calcula una media de dos minutos para llegar al clímax. Como escribía la periodista Marita Alonso en un artículo de El País:
El deseo femenino salió del armario en 2019, cuando un succionador de clítoris llamado Satisfyer se convirtió en un fenómeno social y el producto estrella de aquella Navidad. No solo contribuyó a derribar tabúes sobre la masturbación femenina, también a reducir la llamada brecha orgásmica, responsable de que los hombres tengan muchos más orgasmos que las mujeres.
Lo cierto es que
el éxito comercial del Satisfyer ha superado todas las expectativas. El
año siguiente a su aparición, las ventas se dispararon hasta un 440%. Los datos confirman que cerca de 3,5 millones de
españolas ya lo poseen o al menos lo han probado. Las grandes corporaciones del
comercio electrónico no dan abasto. Las empresas alemanas y suecas que lo fabrican
se han apresurado a considerarlo oficialmente un firme baluarte de la salud y del
bienestar social.
Aunque también tiene su lado oscuro: por ejemplo, intentan vendernos que es para todas y a todas les gusta. También se perciben los aromas del feminismo radical y su defensa de la independencia de la mujer frente al varón falocrático. Es curioso cómo se ha invertido la curva de la sexualidad tradicional: los hombres ven positivo que dure más y las mujeres lo contrario. Otro inconveniente sería la dependencia del succionador que propicia el final de la unión natural de una pareja. La autonomía deviene autosuficiencia. Amenaza con convertirse en adicción a una sola zona erógena y limitar el cuerpo del amor a un territorio cuando es un mapa. Además, el fin de la sexualidad no es mecanizar el placer, alcanzar el orgasmo sin atajos. Estamos convirtiendo el sexo en comida rápida. El beneficio inmediato y el aumento artificial del estímulo invade nuestra vida. ¿Por qué renunciar al componente afectivo de la relación sexual, a compartir el goce sin prisas, agotar las etapas, tomarnos el tiempo necesario para sentir, descubrirnos y excitarnos? Una excitación que puede comenzar una semana antes de hacer el amor. Me escribe una antigua alumna: no me convence, que el satisfyer no me abrace por las noches, no me haga el café por la mañana y no pueda dejarme embarazada.
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