Edición princeps del Quijote
A propósito del lenguaje del Quijote y los signos. Diferencia entre talento y oficio. Si existe una idea también existen las palabras para expresarla. La idea se muestra en el lenguaje por aproximación o búsqueda. Hay escritores como Cervantes que encuentran la expresión exacta “a la primera”, sin correcciones posteriores (o mínimas), sin anotaciones a pie de página o en los márgenes, incluso con deslices gramaticales o incoherencias en el argumento; y otros que necesitan una larga curva de correcciones, rectificaciones, tanteos literarios para concluir la página de cada día. El estilo distintivo del Quijote es la espontaneidad, el río de la vida, el fluir incesante del lenguaje sin pulidos o añadidos. En relación con los segundos: el andamio se puede ocultar (y el resultado quedar perfecto) pero no el estilo.
Son igual de “naturales”, espontáneos, fluidos, coherentes con el estilo de Cervantes, los dos registros del lenguaje de Don Quijote, tanto en su cordura cuando se encuentra en la cumbre de la lucidez como en su locura cuando llega al límite del delirio. La lucidez y la locura hablan el mismo sistema de signos lingüísticos, de estilemas narrativos. Del mismo modo, hay dos códigos éticos en Don Quijote concordantes: el de la bondad, la justicia, la amistad, la solidaridad y el buen final en la cordura; y el ideal de deshacer entuertos, cabalgar por la causa de los desfavorecidos y restaurar el orden del mundo en la locura.
En el fondo, a los arrieros, pastores y gente del terruño en general, la mayoría analfabeta, que se tropiezan con Don Quijote en sus devaneos itinerantes por las ventas de la Mancha les da igual su lenguaje cuerdo, pleno de sabiduría moral, como sus dislates caballerescos sobre palacios encantados y princesas cautivas. En ambos casos lo tienen por un loco de remate digno de burla y escarnio. En realidad la sabiduría moral les parece también un disparate y la diversión está garantizada. Dicho sea de paso, en la segunda parte de la obra, los nobles que prestan su castillo para que se cumplan las fantasías del caballero andante y su escudero lo hacen para su solaz exclusivo y del mismo modo que la chusma los consideran un par de bufones. Pero Don Quijote no escarmienta, nunca se rinde porque no se considera culpable de los fracasos y desastres en que terminan sus aventuras sino a la intervención de poderosas fuerzas externas, magos enemigos, nigromantes perversos, hechizos arcanos…
Por cierto, la distinción tradicional entre el sentido pedestre de Sancho y la imaginación (e inteligencia) desbordante de Don Quijote es cierta siempre que se admita que Sancho no es el alter ego (la teoría dualista convencional, idealismo-realismo) del ingenioso hidalgo sino su contrapunto. Dicho de otro modo: Sancho, el escudero, está tan fuera del mundo como el caballero andante al que sirve (¿si no por muy rústico que sea cómo podría ir tras sus pasos y creerse sus fantasmas?). Por lo demás, Sancho es a su modo un hombre juicioso y nada falto de conocimientos prácticos.
Todos los libros hacen “enloquecer” de un modo u otro al lector, como los libros de caballerías a Don Quijote. Es improbable una lectura en la que el lector se mantenga incólume frente a las emboscadas del autor. Nadie queda a salvo de los avatares de la lectura (y mucho menos de la relectura). Por eso mucha gente decide no leer un libro en su vida. Por cierto, puedes leer aunque sea un mero resbalar sobre las páginas. Acaso prudente, distraído, distante. O simplemente devorar best-sellers. Obras inocuas que no afirman ni niegan nada, donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos. En cierto modo, el propio Quijote en sus comienzos, que tuvo un gran éxito tras su publicación, fue así considerado: una obra cómica escrita sin más pretensiones que divertir al gran público. Después, en el polo opuesto, vinieron las interpretaciones históricas o filosóficas, la ilustrada, la romántica, la simbólica, la esotérica… Lo cierto es que intentar una síntesis unitaria del Quijote, la obra cumbre de la literatura universal, es imposible. En todo caso, recordemos siempre el privilegio impagable de ser españoles, de que el castellano sea nuestra lengua natal, de que podamos leer el Quijote tal y como lo dejó escrito su autor.
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