Cuento lo que me
contaron. Un matrimonio, vecinos de toda la vida, ha estado este verano una
semana de vacaciones en La Habana. Un día cenaron en el destartalado hotel de cuatro
estrellas en el que se alojaban. Paredes desconchadas, manteles grasientos y
cubertería del tiempo de Maricastaña. Les llamó la atención la enorme cantidad
de camareros que pululaban por el comedor, sombras invisibles que no atendían a
nadie (tres mesas ocupadas) hasta que hartos de protestas se acercaban indolentes
con la carta. Cuando pides solo quedan cuatro cosas. Por cierto, el arroz a la
cubana no lleva tomate ni plátano. Al terminar el almuerzo, mi vecino le
preguntó al camarero que parecía más simpático, tras generosa propina en euros,
por lo curioso del caso: Pues ya sabe, en
Cuba no hay desempleo. Nosotros hacemos como que trabajamos y el Estado hace
como que nos paga. Trabajo hay, lo que no hay es dinero. A barrer
carreteras o a cortar caña de azúcar por la sopa boba.
Me envía por
WhatsApp desde Londres un pariente y amigo, muy aficionado al golf, un video en
el que un robot parecido a un coche de fórmula pero más pequeño y achatado corre veloz por el campo de prácticas para recoger las bolas que
tiran los socios desde las casetas. El ingenio mecánico sustituye al
tradicional vehículo recogebolas con cabina metálica y bandeja delantera. Se
trata de otro ejemplo de inteligencia artificial, no muy cara en este caso, que
facilita la tarea de los humanos pero que, a la vez, los manda al paro. Un
robot, le comentó a mi amigo uno de los profesionales del club, hace el trabajo
de tres vehículos, es más rápido y molesta menos a los clientes. Resultado: tres
puestos menos. Reducción de costes y aumento de beneficios.
Más de lo mismo:
en la actualidad, un joven (o una joven, no se moleste alguien) con un currículo
premium (estudios universitarios,
doctorado, Erasmus, masters, cursos, publicaciones) tras superar varias entrevistas
consigue un puesto de becario mal pagado; dos años después le hacen un contrato
laboral para hacer el trabajo de tres por un salario de medio. O sea, los jóvenes se dejan las pestañas y la empresa hace como que les paga. Mientras, accionistas mayoritarios, directivos de gama alta, inversores preferentes, gestores
estratégicos, auditores de pega o consejeros de administración se forran a
costa de las millonarias plusganancias. Hay dinero pero no hay trabajo. A
buscarlo en el extranjero o a conducir motos de tele-comida.
Dos caras, pero no de la misma moneda.
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