Coincidí con el
coronel Abengoa, Doctor en Historia contemporánea y profesor titular de la UNED
jubilado, en una conferencia sobre Julio Caro Baroja en el Ateneo de Madrid.
Desde que lo conocí hace años en un país de África ecuatorial comíamos una vez
al mes callos al estilo de Madrid (como el célebre chotis) o rabo de toro a la
cordobesa en un restaurante de la calle Montalbán. También manteníamos una
fluida relación virtual a través de Facebook, en la que hacía
sabrosos comentarios sobre algunos artículos de mi blog (nos cuidábamos) y
otros más ácidos sobre sus amigos de la red, algunos comunes.
Días atrás, en la
sobremesa (de postre cañitas a la gallega) me habló de su escepticismo sobre lo
que Heidegger entendía por poetizar a propósito de una antigua
entrada Poesía y verdad. El libro de Heidegger Hölderlin
y la esencia de la poesía, una jerga telúrica de la autenticidad, afirmó, ha
sido el origen de una interpretación esencialista de la poesía, donde todo es
acongojantemente profundo. La metapoesía contamina a la poesía. La veneración
de Heidegger por Hölderlin resulta más bien un empobrecimiento pues se
desentiende de lo verdadero de su obra: el contexto poético. He visto
más montañas de las que hay en la Tierra, poetiza Pessoa. Y no hay más. No
hay fundación original del ser por parte del poeta, la poesía no es un decir
ontológico, sólo creación literaria cuyos dioses y demonios no pueden separarse
del poema ni ser rescatados de su exilio mediante un lenguaje mitopoético y un
sobresentido adánico. La poesía es un género literario, dicho sea de paso,
mucho más exigente y menos flexible que la prosa. Tengo la convicción de que la
poesía es muy buena o se diluye sin dejar huellas. Esta es mi tesis, propuso
Abengoa: la poesía es un legado cultural destinado a extinguirse. El paso
previo a su desaparición será su relevo por sucedáneos filosóficos en verso, la
prosa poética troceada será su última morada. La poesía dejará de habitar la
Tierra y nadie lamentará su pérdida. Por cierto, el poema de Rafael
Cadenas De falsas maniobras (1966) que has enviado a mi muro
no está nada mal. Aborda con potencia creadora el tema clásico de la identidad
personal perdida y recobrada, plural y unitaria, fenoménica y fenomenológica.
Demasiadas palabras. En todo caso, prefiero a Machado cuando conversa con el
hombre que siempre le acompaña.
- Por cierto, Abengoa,
nunca te he preguntado, quizás por ser una cuestión menor, qué piensas de una
red social como Facebook, nuestro lugar habitual de encuentros e intercambio.
- Como cualquier red
social, es algo imposible de definir. Ignoramos qué es una red
social. Sus confines son inabarcables. Desde la masiva intervención ideológica,
las influencias en los mercados de la moda, las pendencias de los famosos, el
video del viaje a Nueva York hasta la fotografía de tu mascota moviendo el
rabo. La persona más rica del mundo ha comprado hace menos de una semana una de
las redes sociales más famosas, pero no sabe qué hacer con ella. Incluso puede
tratarse de un visionario que pretende hacerla desaparecer por obsoleta para
crear un gigante tecnológico más rentable. Cada usuario de Facebook sabe
de sí mismo y algo de sus amigos cercanos: tú, por ejemplo, lo utilizas para
dar publicidad a tu blog, pero no para mostrar tu vida privada.
- Lo que me parece
menos aburrido de mi vida está en los artículos del blog. En cambio, tú
practicas el voyerismo intelectual hasta que algo te remueve el pretérito
imperfecto. Tus notas a pie de página son sinceras hasta el límite de lo que
puede ser dicho en Facebook. Otros ni eso: despachan con tres
líneas los últimos desmanes de los políticos o reciclan chistes malos en
versión Millennials. La mayoría de los jóvenes han emigrado a
Instagram, un espacio más cómodo para perder el tiempo. Mi impresión es que se
ha impuesto una masiva cultura de la imagen, ajena al lenguaje, de ahí
las Historias de Facebook, todo un salvavidas, o la apuesta
arriesgada de Meta. Lleva razón Heidegger cuando sostiene que Nosotros,
los hombres, somos habla. El ser del hombre se funda en el lenguaje. (…) El lenguaje es un
bien en un sentido más originario. Es el bien que sirve como garantía de que el
hombre puede ser histórico. El lenguaje no es una herramienta de que se pueda
disponer, sino ese acontecimiento que dispone de la más alta posibilidad de ser
hombre.
- Todavía hay en Facebook
gentes, entradas e hilos conductores dignos de interés, repliqué. Lenguaje.
- Desde luego,
prosiguió, el coronel, el otro día tuve una difícil disputa con una potente
activista de la derecha tecnocrática.
- No hablo de prohibir
nada, argumentó la activista. Insisto. Solo trato de poner de
manifiesto lo que se oculta, aquello de lo que no se puede hablar. Dejemos
totalmente al margen, si es que es posible, los aspectos
religiosos, morales, jurídicos, sociales, políticos y psicológicos de ciertos
temas y centrémonos exclusivamente en su dimensión biológica. Les
invito a que lo consulten en las investigaciones de la Clínica Mayo, entre
otras. Por ejemplo, de los riesgos y efectos secundarios de la terapia hormonal
de masculinización en adolescentes en período de desarrollo físico; las
posibles y frecuentes complicaciones de las intervenciones quirúrgicas de
cambio de sexo, los efectos secundarios de la pastilla del día después,
los cambios biométricos en la mujer al interrumpir artificialmente un proceso
viable de gestación, las disfunciones de la pareja homosexual en la crianza del
neonato… Y saquen las pertinentes conclusiones.
- ¿Qué le replicaste?
- Aplacé la contienda antes de tener más información mediante el viejo truco de negar la mayor. Le dije que era imposible tratar los temas a los que se refiere exclusivamente desde su dimensión biológica. De momento pierdo la partida, aunque desconfío de sus evidencias científicas. He quedado en mi casa con un viejo conocido de la familia, investigador del Centro de Biología Molecular del Severo Ochoa para contrastarlas. Después espero tu colaboración, sea cual sea el resultado, para darle una merecida respuesta. No hay prisa. Tengo la impresión de que sí intenta prohibir bastantes cosas, aunque alabo su inteligente celada.
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