martes, 17 de septiembre de 2024

Hegel: la dialéctica del amo y el esclavo

 


La dialéctica del amo y del esclavo es una de las partes más célebres e influyentes de La fenomenología del espíritu, una de las obras mayores de Hegel, sobre todo si consideramos la versión que hizo Marx desde las categorías del materialismo histórico sobre la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado y su solución necesitaria. También ha influido en la obra de Nietzsche Genealogía de la moral a propósito del análisis filológico del término “bueno” que significa originalmente “noble, aristocrático, elevado”, contrapuesto a “malo”, que significa “simple, bajo, vulgar, plebeyo” y la inversión radical que hizo el cristianismo de ambos términos; incluso forman parte del repertorio de arquetipos del inconsciente colectivo en la teoría psicoanalítica de Carl Jung. Y también de numerosas manifestaciones actuales que no resulta difícil imaginar.

La oposición fenomenológica llega hasta nuestros días como sentido inicial del mundo o punto de partida del significado de la historia. No es posible entender la fenomenología del espíritu sin la paralela filosofía de la historia del autor. No hay, por tanto, que entender la dialéctica del amo y del esclavo como una exclusiva especulación metafísica sobre los conceptos nucleares de señorío y servidumbre sino como la explicación dialéctica (afirmación, negación y negación de la negación) de ambas figuras universales de la conciencia surgidas en las primeras civilizaciones esclavistas. Dicho de otro modo: desde el comienzo de la historia y la formación del espíritu, pues ambas coinciden, surgen dos figuras: el amo y el esclavo. Conviene recordar que el sistema filosófico hegeliano se denomina idealismo absoluto, cuya propuesta unitaria es que Todo lo real es racional y todo lo racional es real. Y que las etapas anteriores en la formación del espíritu son la conciencia, la autoconciencia y la razón. Se podría decir que el pensamiento de Hegel es un panlogismo romántico, un oxímoron genial.  

El punto de partida de la historia (y de la autoconciencia como figura del espíritu) es la relación desigual entre los seres humanos. El desarrollo dialéctico de esta asimetría primordial no es una parábola del ser social del hombre ni un mito sobre los orígenes, sino la única forma de comprender la totalidad de lo real como sistema. La historia comienza con el deseo ilimitado del ser humano por el dominio y disfrute del mundo, lo cual opone a dos autoconciencias: el amo y el esclavo. La afirmación de la conciencia de sí o autoconciencia comporta en ambos casos la acreditación de su libertad e independencia; es decir, la autoconciencia lo es en cuanto es reconocida por otra. Cada autoconciencia, ajenas en esta etapa del espíritu a la noción política de intersubjetividad o mutua copertenencia, solo tiene la certeza de sí misma y reclama, por tanto, su exclusivo y pleno reconocimiento subjetivo. En la confrontación de las autoconciencias lo que se pone en juego es la propia supervivencia, la vida misma. Es una lucha en la que cada autoconciencia arriesga su vida y, en consecuencia, la del otro. Pero la vida no puede perderse en ambas, amo y esclavo, pues su desaparición supondría la conclusión del proceso constituyente del espíritu desde la certeza sensible hasta el saber absoluto (arte, religión y filosofía) así como la irracionalidad de la historia y la contingencia de la realidad.

En la dialéctica de las autoconciencias, amo y esclavo, se contraponen como dependientes (ninguna es conciencia de sí sin la otra). Tal dependencia está representada en las dos figuras del enfrentamiento: de un lado el que no teme arriesgar de forma violenta su vida para afirmar su dominio sobre el mundo y satisfacer sus deseos ilimitados; del otro el que para conservar la vida renuncia a su libertad e independencia. En la dialéctica de las autoconciencias hay un elemento mediador: el objeto o la cosa. El amo es la conciencia de sí como negación de su dependencia respecto del objeto. Lo es porque su independencia se basa en que ha puesto en juego y despreciado su vida y su relación con el objeto se basa en su supresión en el disfrute. El esclavo lo es en cuanto su relación con el objeto es de dependencia, es decir, de creación de la cosa, de producción del objeto mediante el trabajo a cambio de lo cual el amo le condona la vida.

Ahora bien, el amo afirma su autoconciencia mediante la negación de la otra. Pero esta negación malogra su afirmación de reconocimiento pleno al convertirlo en esclavo. El esclavo pierde su conciencia de sí, ya que el amo sólo es conciencia de sí mediante la negación de la otra. Pero esta negación pone en peligro su propia acreditación, y, por tanto, corre el riesgo de negarse a sí misma. El amo obtiene el reconocimiento incompleto y alienado de una conciencia cosificada.

El esclavo, a su vez, percibe al amo como temor a la muerte, temor en el cual ha incurrido y al cual ha recurrido para conservar la vida. Tal temor le lleva a renunciar a la independencia del objeto, lo cual se plasma en la servidumbre: el esclavo no goza de la cosa, sino que la produce, depende de la cosa mediante el trabajo. Ahora bien, en este proceso, a la vez que la cosa conserva su independencia (es formada, no gozada), la conciencia del esclavo se afirma como tal en el trabajo a través del cual adquiere su propia acreditación o conciencia de sí. Pero también es una acreditación insuficiente en cuanto que el amo ignora la mutua dependencia de las autoconciencias y permanece sin saberlo en su posición de dominio enajenado o dependiente del objeto creado, lo que le convierte en esclavo pasivo del esclavo. El amo ha elegido el camino equivocado (una especie de callejón sin salida del espíritu).

El espíritu sólo puede progresar cuando la conciencia asume el ser en sí del esclavo: la afirmación a través del trabajo y el temor a la muerte; de ambas surge una nueva posición o síntesis de la autoconciencia: el pensamiento. Cuando la conciencia del esclavo se tiene a sí misma como objeto independiente y se reconoce en tal objetividad, a eso lo denominamos “pensar”. En el pensamiento la conciencia se refugia en sí misma y encuentra en ella su justificación. Pero el contenido del pensar no es el objeto, sino el concepto. O si se prefiere, el objeto del pensamiento es el concepto, no la cosa. El concepto no es algo escindido de la conciencia sino el contenido determinado de la misma. En el pensamiento la autoconciencia afirma su independencia completa ya que el concepto no queda mediatizado en su ser en sí por otra cosa distinta de sí mismo: su esencia es la libertad indeterminada de pensar sin mediaciones externas. Hegel desarrolla, desde esta nueva posición en el recorrido o fenomenología del espíritu, tres manifestaciones del pensamiento del esclavo: el estoicismo, el escepticismo y la conciencia desventurada del cristianismo.

(Hegel, Fenomenología del espíritu, Traducción de Wenceslao Roces con la colaboración de Ricardo Guerra. A. INDEPENDENCIA Y SUJECIÓN DE LA AUTOCONCIENCIA: SEÑORÍO Y SERVIDUMBRE).

domingo, 8 de septiembre de 2024

El recurso del método

El método, la metodología didáctica tiene una importancia decisiva en el proceso de aprendizaje. Por supuesto, el método no es un fin en sí mismo, como pretenden ciertas modas actuales instaladas en el fraude competencial y otras monsergas, sino un medio eficaz para instruir en serio, es decir, organizar, transmitir y fijar los contenidos objetivos (científicos, técnicos, humanísticos, etc.) de una asignatura.

El método de aprendizaje es fundamental en instituciones educativas tan prestigiosas (y caras) como el Liceo Francés, el Instituto Británico o el Goethe-Institut alemán. Así, las áreas y departamentos mantienen una necesaria homogeneidad en su labor docente que, por lo demás, es perfectamente compatible con la libertad de cátedra, es decir, con la creatividad, conocimientos y enfoque personal de cada miembro. Esta coordinación es algo que los padres demandan y aprecian como parte necesaria en la educación de sus hijos. Inversamente, cualquiera que haya impartido clases en los institutos de enseñanza secundaria no ignora que en demasiadas ocasiones la libertad de cátedra se convierte en una justificación inadmisible para que algunos profesores hagan sencillamente lo que les parece. Por no hablar de otros aspectos metodológicos disfuncionales como la distribución de la programación, los criterios de evaluación (grave asunto) y el argumentario sonrojante de las juntas de evaluación para aprobar al que no sabe. Muchos padres son conscientes de la superior formación de los profesores de la enseñanza pública, seleccionados, pero prefieren llevar a sus hijos a la concertada e incluso a la privada, si pueden permitírselo, por razones de clase social, disciplina y coordinación (que es lo que aquí nos interesa).

Desde 2005 a 2009 colaboré como autor de libros de texto con el CIDEAD (Centro para la Innovación y Desarrollo de la Educación a distancia) del entonces Ministerio de Educación y Ciencia. El antiguo INBAD. En mi opinión, fue la experiencia educativa más próxima a una metodología didáctica eficaz. Se puede objetar que no es lo mismo la educación a distancia que la presencial, de acuerdo, pero tengo la convicción de que los principios básicos podrían ser adaptados, compartidos y aplicados.

El equipo de cada asignatura tenía uno o dos autores, dos revisores, un corrector de estilo, un maquetador y un informático. Me refiero, dicho esto, al método que utilizamos, por ejemplo, en el libro de texto de Historia de la filosofía. Cada Unidad incluía una introducción general, un índice detallado de sus apartados temáticos, un cuadro cronológico que relacionaba la filosofía y la ciencia con los principales acontecimientos históricos y culturales de la época, una biografía del autor y una explicación de sus principales obras. A continuación, se exponían los contenidos historiográficos del apartado. Cada apartado incluía al final un resumen de las ideas esenciales, unas cuestiones de comprensión, relación y repaso (a resolver por el alumno) y uno o varios esquemas conceptuales. Al final de la Unidad se proponían también al alumno unas actividades de autoevaluación, unas pruebas objetivas de alternativa múltiple (los conocidos test, para entendernos) con cuatro ítems y las llamadas respuestas mecanizadas, parecidas a las anteriores, pero más complejas, así como tres modelos de comentario de texto dirigido. Finalmente, se presentaba un glosario con los términos clave. El tutor de la asignatura recibía un CD con todas las respuestas resueltas. Se trata, en la forma y en el fondo, del método cartesiano francés, emblema del mejor sistema educativo europeo. Su aplicación rigurosa duró poco en el CIDEAD. Un par de cursos si no recuerdo mal. Los libros fueron descatalogados a pesar de la ingente inversión y sustituidos por otros de la enseñanza presencial elegidos por los propios tutores para su uso y disfrute. Las causas gremiales de aquel naufragio son fácilmente deducibles: barra libre. También las consecuencias: un sistema educativo que rechaza un método riguroso, impone otro “progresista”, ineficaz y reconvierte a los profesores en animadores culturales timados y desnortados.

viernes, 30 de agosto de 2024

Sobre la belleza

 

La question de la beauté est secondaire en peinture, les grands peintres du passé étaient considérés comme tels lorsqu’ils avaient développé du monde une vision à la fois cohérente et innovante ; ce qui signifie qu’ils peignaient toujours de la même manière, qu’ils utilisaient toujours la même méthode, les mêmes modes opératoires pour transformer les objets du monde en objets picturaux ; et que cette manière, qui leur était propre, n’avait jamais été employée auparavant. Ils étaient encore davantage estimés en tant que peintres lorsque leur vision du monde paraissait exhaustive, semblait pouvoir s’appliquer á tous les objets et toutes les situations existants ou imaginables. Telle était la vision classique de la peinture, celle á laquelle Jed eut l’occasion d’être initié pendant ses études secondaires, et qui se basait sur le concept de figuration ; figuration á laquelle Jed devait, pendant quelques années de sa carrière, assez bizarrement, revenir, et qui devait, encore plus bizarrement, lui apporter au bout du compte la fortune et la gloire.

Jed consacra sa vie (du moins sa vie professionnelle, qui devait assez vite se confondre avec l’ensemble de sa vie) á l’art, á la production de représentations du monde, dans lesquelles cependant les gens ne devaient nullement vivre. Il pouvait de ce fait produire des représentations critiques ; critiques dans une certaine mesure, car le mouvement général de l’art comme de la société tout entière portait en ces années de la jeunesse de Jed vers une acceptation du monde, parfois enthousiaste, le plus souvent nuancée d’ironie.

Michel Houellebecq, La carte et le territoire

domingo, 25 de agosto de 2024

Turistas

 

Tras no hallar en mi último intento una aproximación convincente al significado actual del “cosmopolitismo”, de pronto intuí, sentado en la terraza del Parador de Salamanca, en que lo más afín no es el interculturalismo, ni el multiculturalismo, ni la globalización, sino la fiebre viajera que nos consume. La ocurrencia surgió mientras ojeaba la prensa a la hora del vermú. Después de la pandemia, afirmaba la noticia tras un repertorio exhaustivo de datos, se ha producido una imparable expansión a escala planetaria del turismo de masas en sus múltiples variantes.

Jóvenes por estrenar, parejas de ocasión, matrimonios treintañeros, jubilados añejos y ancianos del último viaje recorren los lugares más recónditos y exóticos. Las causas hay que buscarlas en las facilidades de contratación que permiten viajar a los confines de la tierra desde tu móvil, en la proliferación de medios de transporte (trenes, barcos y aviones) de bajo coste o en las tentadoras ofertas de los turoperadores de hoteles, pisos y apartamentos en los destinos más remotos del planeta. También en la proliferación en las plataformas digitales de documentales dedicados a mostrarnos con voces expertas las maravillas naturales y culturales del ancho mundo, nuestra única patria y morada según ellos. Cansados de los libros y las pantallas hemos decidido fotografiarlas en persona. Se ha impuesto el impulso cosmopolita de ensanchar geográficamente las fronteras de la vida; en el fondo un proyecto imposible porque cada cultura es para los nuevos viajeros, cual las mónadas de Leibniz, un espacio único, cerrado, sin ventanas al exterior, inextricable en lo esencial y en los matices. Dentro de un mes tengo previsto viajar a Sicilia con la humilde certeza de que ni la naturaleza ni la sociedad imitan al arte.  

Antes hablaba del COVID. Me atrevo a afirmar que la historia se repite: la pandemia de Peste Negra que asoló Europa entre 1347-1400 provocando la muerte de la mitad de la población contribuyó al giro radical de la visión colectiva de la vida y de la muerte que barrería la antropología medieval la cual consideraba al ser humano un mero componente homogéneo de una organización universal, la Cristiandad y de unos estamentos inmutables. El fin de la peste bubónica fue una de las múltiples puertas al sentido vitalista del Renacimiento, a la afirmación del valor supremo del individuo, único e irrepetible, y a la entrega al gozo terrenal como un fin en sí mismo. La literatura de la época recoge el tránsito hacia esa nueva mentalidad antropocéntrica y hedonista:  El Decamerón, Los cuentos de Canterbury, El libro del buen amor… 

En versión prosaica: el dinero es para gastarlo, polvo somos y no tiene sentido ser el muerto más rico del cementerio. Carretera y manta. No obstante, la avalancha de turistas, a pesar del río de oro, tiene también sus conflictos e inconvenientes. Me refiero a nuestro país, dependiente de la sobreexplotación del sector. Sigo con la prensa en la terraza: en Galicia los paisanos empiezan a hartarse de los turistas madrileños a los que llaman los “tontos” de la Meseta. Algunos locales han cerrado ante el comportamiento de foráneos etnocéntricos que toman las mesas al asalto y consumen poco, exigen servicios con aires de superioridad e incluso insultan al personal no español. Otro dislate que perturba la vida de los vecindarios es el alquiler de pisos por días: fiestones nocturnos, escandaleras a las tantas y rock duro a la hora de la siesta. Parece que va a regularse. Mención aparte merecen los aeropuertos: colas interminables, cancelaciones técnicas, retrasos de horas, maletas extraviadas y cánticos regionales a bordo. En otro lugar expresé mi alergia por las playas, un entorno hostil. Según parece las autoridades locales han prohibido a los listillos colocar toallas a las siete de la mañana en primera línea para bajar a las doce con la familia extensa. Algo es algo. En fin, no quiero aguar las vacaciones a nadie con mis alusiones pesimistas al turismo de borrachera con vociferio callejero, acoso a las nativas y salto desde el balcón a la piscina; o las delicias de la pizza de reparto fría o el pollo a l’ast del chiringuito nadando en su jugo.

Pago a una amable camarera, me levanto y pido en la recepción un taxi para comer en una terraza de la Plaza Mayor, abarrotada sin duda, con unos viejos amigos. Lo reconozco, he vuelto a fracasar en mi acercamiento al resbaladizo término en cuestión. La única definición posible de cosmopolita es la de un hombre culto que le gusta viajar, por ejemplo, Pierre Loti. 

domingo, 4 de agosto de 2024

Cosmopolitismo I

 

Diógenes Laercio, principal cronista de los filósofos griegos, atribuye a su tocayo Diógenes de Sinope (412-323 a. C.), fundador de la escuela cínica en la antigua Grecia, la primera definición de cosmopolitismo. Cuenta que el sabio se enorgullecía de ser un perro callejero que escarbaba en la basura, veneraba a sus amigos y ladraba a los que le tiraban piedras. Cuando le interrogaban en el ágora, centro de la vida pública, por su ciudad natal (desterrado por falsificar moneda se trasladó a Atenas), por su andrajoso atuendo, su hogar tinaja, su afición a sestear en los puertas de los templos, su incordio permanente en las calles, es decir, quién era… Diógenes respondía: Soy ciudadano del mundo (kosmopolitês). El cosmopolitismo era una causa perdida, una contracultura, un ideal opuesto al nacionalismo de las principales polis griegas. Sólo en patios, pórticos y jardines propios se permitían los seguidores de las escuelas postaristotélicas exponer y poner en práctica sus ideales morales. Diógenes el cínico era temido por sus sentencias insolentes, incluido Platón, y por la crítica acerba a las leyes y costumbres de las ciudades Estado donde vivió (Atenas, Egina, Esparta y Corinto). Son sabrosas las anécdotas, reales o imaginarias, que se cuentan, incluidas las impertinencias que le soltó a Alejandro Magno en un encuentro casual en Corinto durante los Juegos Ístmicos y que el futuro rey cosmopolita aceptó y alabó, según narra Plutarco: Pues yo, de no ser Alejandro, de buen grado me gustaría ser Diógenes.

Lo cierto es que, desde una perspectiva actual, aunque el término suena políticamente correcto, resulta muy complicado definir en qué consiste el cosmopolitismo. ¿Qué significa ser ciudadano del mundo? Si lo identificamos con el interculturalismo, el respeto a todas las culturas, el concepto no funciona puesto que obviamente no todas las culturas son ética y políticamente respetables. El Plan para la Alianza de Civilizaciones que propuso en la ONU el prolífico José Luis Rodríguez Zapatero basada en cincuenta y siete medidas para fomentar el entendimiento entre culturas y aislar a quienes utilizan la diversidad racial o religiosa para avivar la intolerancia y el extremismo, fue como mucho una mera ocurrencia buenista que acabó en la papelera de reciclaje.

Si identificamos el cosmopolitismo con la multiculturalidad, un espacio común dónde conviven en feliz armonía diversas culturas, pensamos en una Arcadia bucólica (y despoblada) que solo existe en el mito; o en la utópica República Galáctica bajo la protección de la Orden Jedi en la serie cinematográfica Star Wars; o en el Madrid castizo y cañero que nos pinta negro sobre blanco la presidenta de la Comunidad, donde los madrileños acogemos a los foráneos con los brazos abiertos (sobre todo a los grandes inversores) sin preguntarles de dónde vienen y adónde van. Trata de colarnos por cosmopolita el nacionalismo matritense (es decir, una contradicción en los términos).

Si identificamos el cosmopolitismo con la globalización, nos referimos a la globalización neoliberal, es decir, a la expansión mundial de la economía de mercado, a la libre circulación de capitales y tecnologías, así como a la universalidad formal de los derechos humanos. Las democracias occidentales habrían demostrado una incontestable superioridad moral, política y económica sobre el resto de las formas de organización social. Francis Fukuyama (1952), autor norteamericano de origen japonés, profetizó el inevitable “fin de la historia” tras la unificación de los bloques hegemónicos en un único modelo a escala planetaria. Lo cierto es que el recorrido de los acontecimientos históricos ha sido el inverso: cada vez somos menos cosmopolitas y los bloques están a punto de desencadenar el Armagedón.

¿Puede haber una definición del cosmopolitismo más decepcionante que la que nos propone Paul James, profesor de Globalización y Diversidad Cultural en la Universidad de Sídney?

El cosmopolitismo puede definirse como una política global que, en primer lugar, proyecta una sociabilidad de compromiso político común entre todos los seres humanos en todo el mundo y, en segundo lugar, sugiere que esta sociabilidad debe privilegiarse ética u organizacionalmente sobre otras formas de sociabilidad.

P.D. He preguntado a un conocido asistente de Inteligencia Artificial por el término en cuestión. La respuesta es notablemente inferior a la que dieron los estoicos a principios del siglo III a. C.  

domingo, 14 de julio de 2024

14 Juillet, Vive la France !

 

CONTRE LA POLITIQUE

La politique, la voilà de nouveau ! C’est la seule façon vraiment efficace de changer le monde, au point qu’on doive y contribuer activement pour soutenir un événement social important… cela va sans dire. Avant de vous engager dans n’importe quelle cause, il est essentiel de considérer les règles du langage politique que Machiavel (1469-1527), le maître penseur de la Renaissance, a établies pour toujours. C'est-à-dire, la politique telle qu'elle est, et non pas comme elle devrait être.

D’abord, la politique n’est subordonnée ni à la religion (comme le prétendent les évêques catholiques) ni à l’éthique. Un exemple en ce qui concerne cette dernière : les défenseurs de l’universalisme éthique proposent que l’ordre juridique qui structure la société civile doive reconnaître, protéger et développer les droits humains reconnus par la communauté internationale. Néanmoins, ces droits sont en réalité l’huile qui sert à graisser les grandes affaires du capitalisme industriel et financier. La Déclaration Universelle des Droits de l’Homme est le cadre idéologique et légal de la société libérale. 

La politique ne dépend pas non plus de l’anthropologie. La pensée libérale considère que « l’analyse rationnelle de la condition humaine » révèle deux vérités « naturelles » : le droit illimité de l’homme à l’initiative individuelle et à la propriété privée. Tous deux sont les piliers nécessaires d’une société juste. Voilà la devise « Laissez faire, laissez passer, le monde va de lui-même ». Bien que dans la pratique, il s’agisse d’une conception philosophique qui est utile pour les pouvoirs factuels de la banque et des marchés. De plus, il n’existe pas de « droits naturels », tous les droits sont historiques. 

D’autre part, l’utopie n’est pas le propre de la politique. Une idée exprimée actuellement dans d’inquiétants projets technocratiques, des fantômes cyber-génétiques ou des programmes cryptocommunistes qui spéculent avec des chimères… tandis que la droite pilote tranquillement le bateau. La politique, est-ce une activité rationnelle ? Pas du tout. Malgré tous les arguments que nous présentons pour une idée, un programme (que nous ne lisons jamais) ou un parti politique, finalement ce n’est pas la tête qui décide l’orientation du suffrage ; ce sont plutôt les sentiments intimes d’approbation ou de désapprobation, les préjugés bavards et l’influence involontaire de l’éducation familiale.

Le langage de la politique n’obéit même pas aux règles de la logique. C’est tout à fait valide pour un dirigeant politique de soutenir des idées en gouvernant et justement les contraires quand il se trouve dans l’opposition. Même si un parti gouverne (ou se trouve dans l’opposition), il modifiera ses principes en fonction des sondages, de la conjoncture précise ou de l’équilibre intérieur.

Toutes ces considérations que nous avons soulignées ne signifient point que la politique soit contraire à la religion, à l’éthique, à la condition humaine, à la raison pratique ou à la logique. Depuis toujours, un politique sage (c'est-à-dire, le prince de Machiavel) devra les utiliser tout le temps pour accomplir ses buts. Le prince devra simuler, respecter, accomplir, s’adapter… à condition que sa conduite serve au gouvernement de la nation. Mais s’il fallait faire le contraire pour obtenir le bien commun, il n’hésitera jamais à l’exécuter avec la même fermeté.

La seule méthode et la fin du prince consistent à obtenir, maintenir et étendre le pouvoir, s’il veut parvenir à ses fins. La fin justifie toujours les moyens. L’amour illimité du pouvoir, c’est la seule garantie du gouvernement correct. La politique, c’est comme ça !

jueves, 27 de junio de 2024

Cosmopolitismo II

 

Anaxágoras le dijo a un hombre que se lamentaba porque iba a morir en un país extranjero: “El descenso al Hades es el mismo desde todas partes”.

Diógenes el Cínico


La idea del cosmopolitismo, literalmente “que un individuo se sienta ciudadano del mundo”, procede, como todo concepto cultural, de la antigua Grecia, en concreto de las escuelas filosóficas postaristotélicas o helenísticas (s. IV-III a.C), los cínicos y los estoicos entre otras. Estos últimos entendieron el cosmopolitismo como la consecuencia de una Ley Natural compartida por todos los hombres por el mero hecho de serlo y participar así de forma eminente en La Razón Cósmica (Lógos) que rige necesariamente el mundo. Esa ley común innata que descubre la recta razón es independiente de cualquier convención legal y debe ser la medida de las acciones morales y políticas. Zenón de Citio llegó a proponer la necesidad de un Estado universal filantrópico con un solo gobierno y una sola ley. De acuerdo con el testimonio de Plutarco, habría sostenido …que no habitemos en ciudades ni pueblos, separados cada uno por sus propias leyes, sino que consideremos a todos los seres humanos como nuestros compatriotas y conciudadanos, que haya un solo modo de vida y un único orden justo, como si se tratara de un rebaño que pace junto y se alimenta de una ley común. Tal idea surgió como una forma de rechazo al rígido nacionalismo de las ciudades estado griegas que promovían un ethos (costumbres) y un nomos (leyes) autónomos y diferenciados.

También el cristianismo original, el de San Pablo, tiene un componente cosmopolita (aunque no político) puesto que todos los hombres son hijos de Dios y por tanto comparten fraternalmente los mismos principios religiosos y morales. En Gálatas III, 28, afirma: Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Nótese el sorprendente giro "feminista" del Apóstol de las naciones). La caritas o amor incondicional al prójimo es el valor que traspasa los límites de fronteras, etnias y naciones para reunir a los humanos en una sola comunidad espiritual. La famosa oda o himno a la alegría de Schiller que Beethoven inmortalizó en su Novena Sinfonía es el cosmopolitismo cristiano convertido en poesía y música. Lo cierto es que la Reforma protestante acabó radicalmente con la unidad de los principios fundacionales. Nada más distante de la teología cristiana católica que la protestante. La teocracia pontificia católica todavía conserva un cierto cosmopolitismo urbi et orbi, mientras la cristología reformada se ha fragmentado en innumerables iglesias, confesiones y sectas con interpretaciones imposibles de reunir en una sola fe conciliar en el doble sentido del término.   

Kant, en su obra La paz perpetua, propone una federación de Estados libres o sociedad de todas las naciones fundada en el derecho a la ciudadanía mundial cuyo principal valor es la hospitalidad porque todos los seres humanos están en el planeta Tierra y, sin excepción, tienen el derecho a estar en ella y recorrer sus lugares y los pueblos que lo habitanLa Tierra pertenece comunitariamente a todos. Nadie debería sentirse extraño en un mundo generoso de fronteras abiertas. Entre las condiciones de la hospitalidad entre naciones están la desaparición de los ejércitos permanentes y la prohibición expresa de cualquier declaración de guerra. La ley moral no solo obliga a los individuos, sino también a los pueblos (como conjunto de individuos) a sobreponerse a su tendencia natural al dominio y a la confrontación con el otro. La utopía kantiana, como la estoica o la cristiana, ponen al mundo cabeza abajo.

El universalismo, cuyo punto de partida fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) tras la Segunda Guerra Mundial, es otro ideal cosmopolita. La Declaración establece, por primera vez en la historia, los derechos fundamentales que deben inspirar las Constituciones del mundo entero. La DUDH es reconocida por haber propiciado la formulación de más de setenta tratados de derechos humanos en todos los ámbitos sociopolíticos que tienen vigencia internacional. El universalismo defiende que se debe fomentar el encuentro, la comunicación y el diálogo permanente entre las naciones en un plano de completa igualdad en el que tengan cabida todas los rasgos, complejos e instituciones particulares, pero siempre sobre la base de la aceptación de un pacto intercultural que promueva, proteja y respete los derechos humanos. En teoría, todos los países de la ONU se acogen a esta Declaración… Seguimos en el mundo platónico de las ideas.

¿En realidad qué sentido actual tiene el cosmopolitismo? Cinco conclusiones.

En primer lugar, es una etiqueta progresista sin ninguna influencia práctica, aunque opuesta (que no es poco) al nacionalismo excluyente, al populismo demagógico, al patriotismo reaccionario y al internacionalismo comunista (algo que ya no existe).

En segundo lugar, no hay que identificar el cosmopolitismo con la globalización. Esta última es, sobre todo, un fenómeno económico que describe la expansión planetaria del modo de producción capitalista basado en el principio de la libre competencia y en la circulación de capitales a través de las transacciones financieras. La tesis de que el liberalismo económico y la democracia representativa sean el modelo cosmopolita definitivo (el fin de la historia, como anunció Francis Fukuyama) es cuestionada por los que consideran que tras la mundialización de la democracia y de los derechos humanos se esconde el interés de las grandes potencias occidentales, de las empresas y los monopolios transnacionales por controlar política, económica y militarmente el planeta. Democracia formal (cuando no falsaria) y derechos nominales son el aceite lubricante de los grandes negocios.

En tercer lugar, en mi opinión, sólo el europeísmo, el ideal de una Unión Europea fundada en un auténtico cosmopolitismo, todavía por definir y del que nada sabemos, es el único horizonte de sucesos ético y político que mantiene viva la esperanza en una ley común.

En cuarto lugar, en un tono más distendido, el cosmopolitismo ha servido de soporte ideológico a los guiones cinematográficos de las sagas galácticas más conocidas: Star Trek, la historia de la Flota Estelar de La Federación Unida de Planetas de los cuales forma parte la Tierra; y La Guerra de las Galaxias, cuya República Galáctica comprendía decenas de miles de sistemas estelares bajo un mando único. En ambos casos, un cosmopolitismo atacado sin tregua por las fuerzas del mal.  

Por último, estoy de acuerdo en que Madrid es una ciudad cosmopolita. Para mí significa que una parte importante de los madrileños no han nacido en Madrid y que nadie les pregunta, a no ser por sana curiosidad, de dónde son sin darle mayor importancia a la respuesta. Al contrario, se empeñan en ver el lado bueno del lugar de procedencia y, como mucho, se toman a guasa los tópicos y tradiciones. O les da lo mismo. Los demás madrileñismos son monsergas de encefalograma plano. Ya saben a qué me refiero.