miércoles, 17 de abril de 2013

¡Me gusta!


El juicio estético más simple es el consabido “Me gusta”. ¿Pero qué significa exactamente? Me gusta ese cuadro, edificio, canción, libro o película. Propongo tres aspectos. 

El juicio muestra que lo esencial de la contemplación artística es un sentimiento de agrado o desagrado. Se trata de la vieja teoría de las emociones del empirismo inglés que se resume así: Entre los sentimientos del ser humano ocupan un lugar destacado los de aprobación o desaprobación hacia determinadas acciones (ética) o creaciones (estética). En ambos casos, la evaluación no puede considerarse un asunto de la razón práctica o productiva, sino una inclinación afectiva de aceptación o rechazo. El juicio estético “Me gusta” tiene, por tanto, poco recorrido y son lo mismo el punto de partida y la conclusión de un proceso que, en el fondo, no existe. Las expresiones de muchos jóvenes como ¡Guay!, ¡Mola!, ¡Superbién! ¡A tope!, reflejan está visión del arte como diversión inmediata del fin de semana. En ocasiones, la carencia de interpretación propicia formas de consumo aberrantes: el escuchar desatento de una pieza musical, la lectura autista de una novela, la comprensión anacrónica de un edificio o la percepción epidérmica de un cuadro... También la proliferación de modos de arte falso; por ejemplo, vanguardias efectistas en pintura, esculturas insolubles, matracas musicales o escritores sin oficio que publican versos anodinos o tramas infumables.

La afirmación “Me gusta” condena cualquier manifestación artística al reino de la subjetividad. Vivimos en un mundo donde sólo hay hechos y valores (una división casi religiosa), dos ámbitos de realidad aislados e incompatibles. La ciencia se ocupa de hechos, la ética y la estética de valores. El tópico “sobre gustos no hay nada escrito” (afirmación, por lo demás, falsa) refleja la soledad del juicio estético y la imposibilidad de salvarlo de prejuicios personales. Kant, insatisfecho con la pobreza de la afirmación “Me gusta”, sostiene que el juicio estético es en última instancia subjetivo, aunque contiene una intención latente de generalizar, de compartir la apreciación, de mantener su validez... lo cual es imposible pues el entendimiento no puede demostrarlo. "Me gusta" es, a pesar de Kant, "la noche donde todos los gatos son pardos". 

El juicio puro y duro "Me gusta" (y sus variantes más complejas) refuerza los elementos sensibles de la obra y suprime los conceptuales. La función del arte es "el goce", "la delectación", sin que tales términos muestren sus cartas credenciales y más bien apunten a la negación de su auténtico significado. Esta visión ideológica queda realizada en los productos de la industria cultural: Se lanza al mercado lo que gusta según criterios estadísticos. Es bello lo que logra la mayor felicidad para el mayor número. Las necesidades estéticas se satisfacen mecánicamente con objetos estándar. Puesto que en el arte hay poco que pensar, la cultura de masas lo vende pensado y enlatado. El negocio del espíritu se basa en la fabricación de productos en serie, sumisos, palpables, de encefalograma plano, con los componentes emocionales también digeridos. Un arte destinado al consumo y a la perpetuación de unas relaciones sociales injustas. 

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