Las preguntas explícitas sobre el sentido permanecen intactas en el arte y las claves que esperamos nunca se alcanzan. No es posible una plena positividad en la contemplación estética; a lo sumo obtenemos una promesa siempre aplazada de plenitud; en palabras de Adorno: La experiencia estética lo es de algo que el espíritu no podría extraer ni del mundo ni de sí mismo, es la posibilidad prometida por la imposibilidad. El arte es promesa de felicidad, pero promesa quebrada. Sólo en la permanente suspensión del juicio sobre el mundo (al revés que la ciencia o la metafísica) salva el arte su momento de verdad, un momento siempre velado de grises. Lo que nos ofrece la obra no es la definición precisa de una idea o la conclusión definitiva de un proceso, sino una inmensa parábola sin clave. Incluso los que creyeron convertir en clave la falta misma de clave erraron, al confundir la tesis abstracta de la obra de Kafka, la oscuridad de la existencia, con el contenido de la obra. Cada frase dice: interprétame, pero nadie quiere hacerlo. Lo que convierte al arte en un misterio sin solución consiste en que es una realidad aparte, autosuficiente, refractaria a la connivencia complaciente con los hechos. El arte sólo existe en el arte, en el cuadro, en la partitura o en las hojas de un libro. El arte y la vida son ámbitos ontológicos irreductibles, sin posibilidad de una comunicación directa y contrastable. No hay ventanas entre el arte y la vida, excepto las impenetrables constelaciones de símbolos. Esta afirmación también es válida para el realismo más estricto y para el naturalismo más crudo.
En el reino de la libertad, dice Adorno, las obras de arte comparten con los enigmas la ambigüedad tensa entre determinación e indeterminación. Son signos de interrogación que no se hacen unívocos por síntesis. La respuesta precisa, aunque oculta, de las obras no se manifiesta a la interpretación de un solo golpe, como una nueva inmediatez, sino a través de todas las mediaciones, tanto las de la misma obra como las del pensamiento, las de la filosofía.
En el reino de la libertad, dice Adorno, las obras de arte comparten con los enigmas la ambigüedad tensa entre determinación e indeterminación. Son signos de interrogación que no se hacen unívocos por síntesis. La respuesta precisa, aunque oculta, de las obras no se manifiesta a la interpretación de un solo golpe, como una nueva inmediatez, sino a través de todas las mediaciones, tanto las de la misma obra como las del pensamiento, las de la filosofía.
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