miércoles, 20 de enero de 2010

Sobre la justicia


Para mí, la mejor solución al tema de definir al hombre justo y, por tanto, al injusto, la he encontrado en la saga (cuatro libros) escrita por el misterioso, acaso apócrifo antropólogo, Carlos Castaneda.
La respuesta se basa en el concepto de impecabilidad, hilo conductor de la obra y causa final de la formación o, mejor, transformación total del antropólogo, elegido por Don Juan, un brujo yaqui del México rural y profundo, como su discípulo. Castaneda asume su destino de forma determinista (bajo el poder inmenso del brujo) y los papeles de ambos se invierten.
La impecabilidad es un concepto iniciático, ajeno a cualquier consideración moral y, en general, de razón práctica (uno de los primeros obstáculos de los que tiene que librarse Castaneda para alcanzar su nueva forma de ver el mundo).
La impecabilidad, en términos de Wittgenstein, no se puede decir sino sólo mostrar. A lo largo de la obra (el aprendizaje de Castaneda de la concepción del mundo yaqui) se presentan innumerables situaciones (siempre situaciones que hay que resolver, nunca exposiciones) que separan la torpeza de la impecabilidad. No existe, créeme, forma alguna de inducir o deducir su concepto, a salvo siempre de cualquier formulación. Cada vez que Castaneda empieza dar explicaciones de lo que hace o debería hacer, Don Juan, en broma, en serio, con ironía, con energía, con habilidad, drásticamente le manda callar; y le enseña a ver las cosas tal y como son para un hombre impecable (al que literalmente llama hombre de conocimiento). El resultado es cautivador.
Sólo un ejemplo para no cansar.
El aprendizaje comienza (libro primero, Las enseñanzas de don Juan) con la propuesta de un problema para probar a Castaneda. El brujo lo conduce a una casa (¿) de una planta, amplia, vacía y sin ventanas, en medio del fascinante desierto de Sonora (cuyas noches a la luz agonizante de una hoguera son el marco incomparable de esta historia). El problema consiste en que, totalmente a oscuras, Carlos tiene que encontrar exactamente su lugar de poder en la habitación. Don Juan le advierte, entre bromas e ironías, que no trate de engañarle con monsergas, porque él sabe cuál es el sitio y lo demás sobra. Cierra la puerta, lo deja solo y Carlos empieza a dar vueltas por todas partes, huele, toca, piensa, llora… y al cabo de las horas, agotado y desesperado, acaba durmiéndose en un rincón. Al amanecer, Don Juan lo despierta entre risas y maternales palmadas.
- ¡Ya veo que lo has encontrado Carlitos, pero que inteligente eres!
- Pero si no he encontrado nada, Don Juan, soy un inútil.

- Pero Carlitos, por qué te tratas así, has dormido como un coyote encima de tu sitio de poder, es todo lo que tenías que hacer…

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