sábado, 23 de enero de 2010

Jacob van Ruisdael, Dos molinos de agua y una compuerta abierta


La auténtica pintura paisajista nunca es una mera reproducción fotográfica, de la naturaleza –incluso cuando esta sea la intención subjetiva del artista- sino que trasciende las meras apariencias de la representación y se abre a una interpretación más amplia.
Jacob van Ruisdael (1628-1682) es el máximo representante de la pintura paisajista del Barroco holandés. Pintor de paisajes fluviales, molinos abandonados, torrentes escandinavos, estanques y cascadas, también llevó a sus telas umbríos rincones de invierno y bosques espesos cubiertos de misterio. A partir
de 1660 centró su interés en delicadas marinas, vistas de ciudades y recuerdos de ruinas y camposantos. Esto último, desde una interpretación grandiosa y prerromántica de la naturaleza, con iluminaciones tormentosas y un intenso contenido evocador, que lo sitúan como precursor del paisajismo del siglo XIX. Su obra tuvo una gran aceptación entre sus contemporáneos e influyó en artistas del neoclasicismo o del romanticismo inglés como Gainsborough o el gran Constable.
La composición Dos molinos de agua y una compuerta abierta de 1653 propiedad del J. Paul Getty Museum de Los Ángeles, es una de las más refinadas muestras del arte del pintor. Un estrecho pero caudaloso cauce fluvial, bordeado por un pequeño muro de piedras, divide el cuadro en dos espacios con contenidos simétricos. En primer plano, en la margen izquierda del cauce en la dirección de la corriente, entre la vegetación de la orilla, se adivina la fachada lateral del primero de los molinos. Justo enfrente, en la margen derecha, aparece el segundo, con su sencilla pero atrayente arquitectura de paredes de estuco, deterioradas por el tiempo y las humedades, veteadas de oscuras vigas de madera.
Delante, encerradas, las dos ruedas batidas por la corriente y en el centro de la imagen casi se puede oír el fragor del salto de agua que cae por la esclusa abierta. El cielo ocupa un lugar privilegiado en la composición, creando sutiles efectos de luz mediante la distribución de claros y sombras por todos los rincones del cuadro (en la fachada, en el río, en los árboles). La luminosidad, exquisita, surgida de los filtrados atmosféricos de las nubes, es uno de los efectos más logrados. Se puede sentir en el ambiente el frescor del agua en esa hora única en que el calor de la tarde cede y comienza el tránsito lento hacia el ocaso. A espaldas del segundo molino se extiende un bosque frondoso cuyas lindes hay que imaginar, y, sentada en un lado del sendero que acaba en la casa, se vislumbra una pequeña figura humana, quizás algún encargado de las labores soportables del molino, sentado tranquilamente junto a su perro.

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