Hablo de los años setenta. Como siempre, la onda expansiva del Mayo francés llegaba con retraso. Una mañana de finales de abril, tras las vacaciones de Semana Santa, los pasillos de la facultad de filosofía y letras de la Universidad Autónoma de Madrid aparecieron sembrados de octavillas en las que se invitaba a todos los estudiantes que estuvieran a favor de la liberación sexual a participar en el acto fundacional del POE (Partido del Orgasmo Esmerado). La reunión se celebraría el jueves a las doce en el salón de actos presidida por la coordinadora universitaria (como si hubiera otras); en total seis cargos cuyos nombres y apellidos no constaban. Daba igual porque todos eran muy conocidos. En general, tenían fama de tipos bullangueros, inquietos en lo intelectual, vagos crónicos y salaces en las asambleas: por orden, presidente, vicepresidente, secretario, tesorero y dos vocales.
El asunto prometía. En primer lugar, la mayoría estábamos saturados de asambleas, saltos en la vía de acceso al campus y “denuncias espontáneas” por los detenidos de la represión. Lo que tenían en común era la presencia en menos de cinco minutos de un montón de sociales y policías armados que ponían fin a la algarada (palabra muy franquista) de manera fulminante. No era difícil, pues desde la huelga general del setenta estaban instalados de forma permanente en el campus. Montones de jeeps y furgonetas en fila formaban parte del paisaje. Incluso disponían de una casamata prefabricada en la que se habían instalado, según la prensa del Movimiento, los mandos del operativo con sus equipos de transmisión, calabozo provisional y otros medios. Algunos estudiantes ya habían catado aquel lugar de pesadilla.
Era especialmente temible la retirada de carteles en la cafetería a las once, en el descanso de las clases. El sitio estaba a reventar y cuando la fila de grises con casco atravesaba la sala con caras patibularias siempre había algún tipo que los llamaba hijos de puta o les tiraba un vaso. El desalojo con palera era lo menos que podía pasar. Los sociales sacaban la pistola. Un espectáculo lamentable. La policía franquista se comportaba aquí (y en todas partes) como un ejército de ocupación en su propio país.
Tres razones más a favor del acto fundacional del POE (que me pierdo en batallitas): las hormonas juveniles eran en aquel templo del saber la cosa mejor repartida del mundo; el tedio a esas alturas del curso subía bastantes enteros y, finalmente, aunque la cosa no atacaba directamente al régimen, tampoco tenía pinta de estar a favor. Deporte de riesgo y emoción garantizada.
Ni que decir tiene que el decano de la facultad, un aséptico catedrático de geografía que se hacía el gracioso, no cedió el salón de actos al P.O.E. Según las crónicas de primera mano, a los tres miembros del comité que recibió en su despacho les dijo que el asunto olía mal y que, en cualquier caso, no tenía autoridad para permitirlo.
- Si queréis, ir a hablar con el capitán de la policía armada, él es quien manda aquí o todavía no os habéis dado cuenta. Aunque no os lo aconsejo porque tampoco os va a dejar y además tendréis que tocar el piano. ¡Las huellas dactilares muchachos! Después vendrá a pedirme explicaciones con cara de ogro: ¿Es que no conoce usted sus competencias? No, podría contestarle.
El acto se celebró contra viento y marea en la antesala del salón de actos. La coordinadora del POE, desoyendo el consejo del decano, fue a la casamata y le largó al capitán el cuento de que se trataba de un acto cultural para presentar un curso de psicología de la motivación. Ciencia pura. Pero el régimen tampoco se fiaba de la ciencia.
- No me vengan con gilipolleces -los conminó mientras liaba un cuarterón- háganlo en el hall pero sin pasarse. A la primera palabra malsonante entro. Lo cierto es que después de un rato mareando la perdiz, los grises no habían aparecido.
La coordinadora presidía el acto sentada en los pupitres de las aulas. Estábamos unas sesenta personas incluidos los espías disfrazados de progre. Cantaban a un quilómetro. Lo cierto es que allí no había más que tíos. Dos chicas de historia, militantes del partido comunista, hartas de que las miraran con ojos golositos, se largaron. La presentación fue un prodigio de mesura. Habló el presidente del POE sobre la ausencia de una educación secularizada, los patrones de socialización en la familia, la distinción entre instinto sexual y filiación, la teoría del orgón de Reich o las pulsiones polimorfas y perversas de Marcuse… Nadie entendía nada y menos aún los espías de la brigada político social que se lanzaban miradas inquietas. Veinte minutos y el asunto quedó despachado. ¿Alguna pregunta? sugirió el secretario (en este punto finalizó la sesión y comenzó la función).
- Todo eso está muy bien, confirmó un autoproclamado ácrata de cuarto de románicas, pero lo cierto es que esto parece una atracción de feria de “solo para hombres”. Cuando se lo propuse a mis amigas dijeron que no me conocían. Incluso las novias se han pirado. Parecemos los curas (sic) de un convento.
- Tendremos que convencerlas, hablarles, ganarlas para la causa, replicó entusiasta el tesorero. Su ausencia forma parte del problema.
- Para eso no necesito un partido, interrumpió un trostko de filosofía pura, aguerrido veterano de las pruebas de septiembre. ¿Crees que es casual que todos los miembros de la coordinadora seáis tíos, valga la redundancia? (sonrisas del público). De qué coño sois la vanguardia (primeras risas abiertas. Los galones de repetidor le hacían crecerse).
- ¡Oye, Jaime, le interpeló el vicepresidente indignado, no seas faltón y cuida tus palabras o duramos cinco minutos! Reserva tus gracias para ligar. ¿No pretenderás reventar el acto?
- Para nada, cedió conciliador, lo único que pretendo saber es la praxis correcta que proponéis aquí y ahora, en estas circunstancias concretas.
- No hay una praxis correcta, como largas en cuanto puedes, si no hay una teoría detrás; o delante. No pretenderás que montemos una orgía el primer día, le espetó el segundo vocal. (No, no, hoy no, se oyeron voces socarronas).
- Bueno, intervino un maoísta de salón, esto tiene toda la pinta de ser una manifestación objetiva de radicalismo pequeño burgués.
- Escucha Rafa, terció, el primer vocal, más por intervenir que por otra cosa, no fastidies o es que la verdad absoluta es el catecismo proletario del Gran Timonel… (No digas nombres, le exigió Rafa, algo superfluo porque lo conocían hasta las piedras).
- Metió baza un joven vestido de negro hasta las cejas partidario de la Federación Universitaria Democrático Española: En resumen, que estáis a favor del amor libre venga de donde venga; o contra la familia, la propiedad privada y el Estado; o sea, vivan las comunas, acostarte con las mujeres de los demás y a la tuya que ni la miren. Es para troncharse Carlitos.
- No somos hippies postizos ni salidos de ocasión, si es lo que sugieres…
- Vale, vale no te mosquees, era una broma. ¡Me aburrooo!
- Tendréis noticias nuestras. Por razones obvias ahora no es momento de vocear los planes, recalcó el presidente con aire de misterio.
- Uno de la última fila: ¿Las noticias serán en el campus? Si se trata de otra cogorza general no contéis conmigo.
- O de cortar el tráfico en la Plaza de Castilla, terció otro. Ya me han sacudido bastante. Casi prefiero quedarme estudiando en casa.
En ese instante entró el capitán de los grises al frente de veinte números con el vergajo en la mano. Con toda seguridad vinieron no por lo que se decía sino por quienes lo decían, viejos conocidos de la inquisición.
- ¡A tomar por saco –aulló-. A casita que llueve y callados. Al primero que grite me lo llevo a la jaula. ¡Aire y rápido!
-----------------------------------------------------
Dos semanas después el POE tuvo su momento de gloria. Fue un viernes a las once, la hora del café. Sobre un tablero con ruedas del que tiraban tres encapuchados iban desnudos un chico y una chica con máscaras venecianas, seguramente alumnos de la escuela de arte dramático (les encantan estos lances exhibicionistas). Estaban medio tumbados en un jergón con sábanas rojas en actitud licenciosa. Detrás iban tres antifaces gritando consignas afrancesadas: cuando desabroches tu bragueta, desabrocha tu imaginación; cuanto más hago el amor más ganas tengo de hacer la revolución; toma tus deseos por realidades, en los exámenes responde con preguntas… No era difícil adivinar quienes eran. Volaron las procaces octavillas del POE, una invitación al desenfreno ya. Todo ocurrió muy deprisa. La procesión báquica apareció por la puerta principal de la facultad, recorrió el pasillo central y desapareció nadie sabe cómo. Aquello tenía mala pinta. Lo mejor era largarse. Pasados los cinco minutos irrumpió la guardia pretoriana con el centurión al frente. El final de la utopía. Después rodaron cabezas por inmoralidad y escándalo público. ¡Qué sarcasmo! En cualquier caso, los guantazos y las multas fueron menores que las que les caían a los culpables de actos subversivos. Ética y política, matices de la democracia orgánica.