miércoles, 21 de diciembre de 2022

El Mundial

El único patriotismo no contaminado, sin mezcla de mal alguno, sin adherencias patológicas, dentro de las limitaciones morales de la especie, es el que suscitan los Juegos Olímpicos organizados por el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA. Ambos acontecimientos se celebran cada cuatro años. En el primero participan (divisa de los perdedores) más de doscientas naciones mientras que en el segundo sólo treinta y dos equipos disputan la fase final, esta vez en Catar 2022. Sin embargo, la temperatura patriótica sube muchos grados durante El Mundial. Es evidente que las masas nos volcamos más en el deporte rey que en la natación, el salto de altura o los cien metros vallas. Excepto los estadunidenses que se inclinan por una versión brutal del fútbol (el soccer o fútbol americano) a medias entre el rugby y la lucha libre. No conozco a nadie que conozca sus reglas.

No voy a comentar las circunstancias extradeportivas del Mundial, habladas, escritas y vistas por los cuatro costados: desde el irresistible empeño de la FIFA para que Catar fuera la sede hasta la túnica honorífica que el jeque del emirato colocó sobre los hombros de Messi como señal de respeto por el guerrero victorioso que, dicho sea de paso, es, junto con Kylian Mbappé, la estrella binaria del Paris Saint Germain, propiedad del emir de Catar. En la final ganaba siempre. Se puede resumir en la sobada frase l’argent fait tout, el dinero lo puede todo y los famosos versos de Quevedo. El resto es evidente. Ya comienzan a iluminarse ciertos rincones oscuros y lo que te rondaré, morena. Esperemos que al final no nos corten la calefacción.  

Rindamos ante todo homenaje a la entrega incondicional de la gran afición. A los seguidores que se han endeudado hasta el juicio final, arruinado el fondo de pensiones, malvendido el adosado de la playa con tal de viajar a los confines del desierto para dar la vida por su selección. Ondean en las gradas las viejas banderas, los colores nacionales pueblan el estadio, resuenan los cantos de batalla y el sonido vibrante de los himnos. Con el pitido inicial comienza la eterna agonía de los contrarios desde el primer toque del balón hasta el último penalti. ¿Qué mejor manera de morir puede tener un hombre que la de enfrentarse a su terrible destino, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?

Pasemos de la poética a la retórica y comencemos por el papel de la selección española en Catar. El término tiki-taka, inventado por el genial comunicador Andrés Montes, que tristemente nos dejó en 2009, está recogido en el diccionario Oxford: Estilo de juego consistente en asegurar pases cortos y en enfatizar la retención de la posesión del balón. Entrenadores tan ilustres como Johan Cruyff, Luis Aragonés, Giuseppe Guardiola (que odiaba la expresión) o Vicente del Bosque lo adoptaron y perfeccionaron hasta el punto de considerarlo el estilo propio del Barça del sextete y de la selección española, campeona de Europa en 2008 y 2012 y del mundo en Sudáfrica 2010. En Catar, Luis Enrique ha optado por dar continuidad al legado de sus mayores. Con trazo grueso, es lo contrario de la defensa numantina y el contrataque relámpago, por ejemplo, de la selección de Marruecos que nos descabalgó en octavos con todo merecimiento. En realidad, superamos la fase de grupos de rebote. El tedio de los mil pases y la falta de puntería anunciaban lo peor. Después de su eliminación, cuando la prensa deportiva española le preguntó a Mario Kempes, el argentino del guante en la zurda, ganador del Mundial 1978 que se celebró en su país en plena dictadura militar, contestó diplomáticamente, pero con guindilla: cualquier sistema es bueno; el problema del tiki-taka es que hace falta una plantilla con mucha calidad para que funcione. Se podría decir, en términos eróticos, que la selección española acaricia una y otra vez el cuerpo del amor, la pelota. Pero no encuentra las zonas erógenas que la llevan en volandas al orgasmo universal, es decir, al gol.

En mi opinión es, además, una forma superada de entender el fútbol. De 62 partidos sólo 23 con posesión se ganaron. El estilo actual debe ser polimorfo y perverso, es decir, recurrir a una multiplicidad de cambios tácticos sin una estrategia rígida y, a la vez, explotar al máximo los errores del contrario. La optimización de resultados exige cambios de marcha polivalentes no esquemas de pizarra fijos. De ahí la discontinuidad en las fases de los mejores partidos. Ha sido el Mundial de la presión en todo el campo hasta que el cuerpo aguante, de ahí la importancia de acertar con las sustituciones, la vuelta a los marcajes individuales y el papel secundario de los dogmas del entrenador, convertido ahora en gestor de recursos humanos sobre la marcha. También la exigencia de cohesión psicológica en torno a un líder: Achraf, Neymar, Modrić, Kane, Mbappé, Messi… El máximo exponente fue la impresionante final asimétrica, imprevisible, entre Francia y Argentina. El triunfo de la voluntad de poder. El fútbol de un Mundial no tiene nada que ver con los planteamientos homogéneos, identitarios, de las ligas nacionales e internacionales. 

La victoria de la selección argentina ha reavivado la respuesta imposible, como los problemas matemáticos que no tienen solución, de quién es el mejor jugador de la historia. Di Stéfano, Cruyff, Pelé, Maradona o Messi. Los que realmente interesa es comparar a los dos últimos. El único parámetro objetivo es el palmarés. En cuestión de números, Messi es el ganador. Pero la ley del corazón nos dice que nadie ha tenido el talento de Diego Armando. Messi es humano, Maradona leyenda. Es imposible dar un paso más para dirimir la cuestión. Personalmente me inclino por el mito.   

sábado, 10 de diciembre de 2022

La estética masculina

Desde que cerraron hace lustros la peluquería del barrio en que vivíamos siempre me he cortado el pelo en la franquicia de El Corte Inglés. Es más caro, pero no sufres las desagradables sorpresas del aprendiz mal pagado que se inicia en el gremio con trasquilones en cabeza ajena, la bronca posterior de la señora y las pullas del resto de las estructuras elementales del parentesco. Detesto incluso las sorpresas agradables, cuando, el artista de turno decide sin preguntar, mientras dormitas o lees el Marca en la silla hidráulica, que tu cabeza se presta a sus fantasías futuristas. Cuando vuelves horrorizado a tu casa en taxi con la capucha bajada (el taxista te mira intrigado por el retrovisor) te vas directamente a la ducha para escaldar el florero y desfacer el entuerto. Durante las largas tardes sin pisar la calle añoras el rapado al tazón de un monje benedictino. Detesto al esquilador chapucero y al creador hortera. Afortunadamente cada vez tengo menos pelo. Hace muchos años que renuncié a dejarme seducir por los cantos de sirena de las lociones mágicas. Ahora están de moda los probióticos crecepelo. Mis sospechas se convirtieron en certeza racional el día que, en plena crisis de los cuarenta, acuciado por la alopecia pisé la mullida alfombra de la consulta privada de una eminencia de la dermatología en el Barrio de Salamanca. Sus honorarios eran equivalentes a los de un embalsamador de la nobleza egipcia. Una enfermera con uniforme, medias y cofia de un blanco impoluto me condujo a un despacho de cuarenta metros cuadrados con vistas al jardín de una embajada. Se podía percibir en casi todo el toque impersonal del interiorista. Me senté en una silla inestable de diseño Bauhaus Walter Gropius. Cuando le conté al doctor lo que me pasaba, bajó el cuello y señaló con el dedo índice de la mano derecha una cabeza más lisa que una bola de billar. Le puedo recetar complicados análisis hormonales de los que no se sigue nada, tratamientos largos y costosos con efectos secundarios, pastillas que te dejan impotente, dietética budista y al final los cabellos se le seguirán cayendo como gotas de lluvia en el mar. No se lo aconsejo. Olvídese de los bisoñés, son ridículos. Cómprense un sombrero de fieltro con una cinta elegante para el invierno y un Panamá para el verano. Siga el ejemplo de James Spader, el protagonista de la excelente serie de Netflix The Blacklist. Después charlamos un rato de golf (era socio de la Moraleja) para justificar el pago en negro. No me creí que fuera hándicap 9 ni sus recetas para mejorar el juego corto. Los calvos somos tendencia, concluyó. Se levantó, me dio la mano, me pasé por caja y la enfermera me regaló su mejor sonrisa tras desplumarme. No di por ruinosa la inversión.

Mientras devoraba durante la pandemia los dos tomos de las memorias de Casanova, una de las cosas que más me llamaron la atención fue el tiempo que los nobles y caballeros dedicaban al arreglo personal: pelucas, afeites, pomadas, perfumes. En parte servían para ocultar la falta de higiene. En la actualidad hay un retorno a la cosmética, al aderezo y al atuendo masculino. El varón de los países desarrollados se ha convertido en protagonista activo del aspecto que transmite a los demás. Algunas feministas templadas lo interpretan como un signo del triunfo de la igualdad de género. Los machistas impenitentes lo consideran más bien como una masiva salida del armario de la extensa lista de los no heteros (según parece hay 32 identidades sexuales). Falso en ambos casos. Se trata más bien del culto actual a la imagen y a las últimas tendencias en todo aquello que suponga mejorar la fachada.

Por supuesto hay una guapeza adolescente y juvenil: peinados altos, piercings y tatuajes. Pero aquí me refiero a los narcisos de treinta en adelante: a la estética masculina del llamado metrosexual, término acuñado por el escritor británico Mark Simpson a finales del siglo XX, que define a un varón mayoritariamente heterosexual que se ocupa en extremo de su aspecto físico al que dedica tiempo y dinero. En función de la percha y la edad los recursos son muy variados. Los cincuentones buscan ante todo tratamientos destinados a retrasar los efectos devastadores del tiempo. El número de hombres que acuden a clínicas privadas para eliminar el abdomen cervecero, los michelines colgantes, el modelado del cuello, la eliminación de las arrugas faciales mediante liposucción aumenta cada año según datos proporcionados por los mismos centros de cirugía estética, aunque también puede ser una invitación encubierta a pedir cita cuanto antes. El corte de pelo del metrosexual incluye complementos en salones exclusivos: manicura, teñido de las canas, esculpido de cejas, estirado de pestañas. Otro elixir de la eterna juventud es el implante capilar mediante micro injertos, un procedimiento quirúrgico costoso y prolongado. Todavía quedan dos pactos fáusticos con el demonio de la seducción: el gimnasio o fitness con monitor para conseguir un buen estado físico (si lo haces por tu cuenta corres el riesgo de crujirte en seco) y la consulta al estilista, un profesional que te asesora sobre peluquería, maquillaje y vestimenta acordes con las preferencias de la parte contratante con el fin de reunir "el buen gusto y la personalidad". Las apariencias no engañan es el lema de los nuevos árbitros de la elegancia. Ser es ser percibido, según la célebre sentencia del filósofo empirista George Berkeley. El problema es que el metrosexual se percibe como un atractivo hombre de mundo, pero puede ser percibido de infinitas formas, entre otra la del cretino que ha convertido la vida social en una feria de las vanidades.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Aprender a enseñar

 

En el sistema educativo español si un licenciado consigue por concurso-oposición una plaza de profesor en la enseñanza pública o firma un contrato laboral en un centro privado o concertado tiene que acreditar unos cursos de formación docente para ejercer su profesión. A lo largo de mi carrera he conocido tres modelos para futuros profesores: los cursos del ICE (el antiguo Instituto de Ciencias de la Educación), el CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica) y el vigente Máster Universitario en Formación del Profesorado. Este último habilita, según el decreto ley, para el ejercicio de las profesiones de Profesor de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanzas de Idiomas. El Máster requiere la realización de 60 créditos ECTS (Sistema Europeo de Transferencia de Créditos). Si tenemos en cuenta que 1 crédito ECTS se desarrolla en 25 horas de trabajo, el Título de Máster supone un total de 1.500 horas. Además de abrumador es esotérico (les remito a la información de una prolija página web de referencia). Si echas una hojeada a los índices del curso puedes hacerte una idea de las recetas que se cocinan. En el fondo es más de lo mismo: didáctica, pedagogía, psico-socio-apología.

Recuerda: nada de lo que allí te cuenten te va a servir para tu práctica diaria en el aula. Se trata de una preparación preventiva, terapéutica, para que confirmes en menos de una semana lo que te espera cuando entres por primera vez en una clase de verdad: un encierro con cuarenta alumnos, una mesa, una pizarra, una tiza y ahora qué. Ni siquiera se trata propiamente de un grupo porque todavía no se ha formado. Con el tiempo despuntarán los líderes, los que simplemente quieren pasar curso, los acosadores y las víctimas, los amores y desamores, los amigos y enemigos, los que miran a la universidad y los que están calentando la silla, los que te aprecian y los que te desprecian. Déjate guiar por tu intuición de observador atento, olvídate del fárrago sobre dinámica de grupos y otras tecnologías de la conducta. Es el momento de que prescindas de la jerga metafísica del curso de formación y pienses con tu propia cabeza: cómo organizar los contenidos de la asignatura, qué actividades de análisis y aplicación serían más útiles, qué sistemas de evaluación más eficaces y cuáles las referencias más directas al entorno social, etc.        

No es cierto que enseñar debe resultar entretenido, divertido para el alumno. El esfuerzo que requiere estudiar es incompatible con una visión lúdica, incluso frívola del aprendizaje que convierte a la clase en un grupo ingobernable cuya función es recluir a los alumnos entre cuatro paredes mientras sus padres trabajan. El profesor se transforma en un animador cultural. A la mayoría de los alumnos nada que les suene a estudiar, hagas lo que hagas, incluso si apareces vestido de torero, les divierte más de diez minutos. Al revés, si te desgañitas indignado con voz tonante para controlar el orden público, los mantienes en un silencio expectante más o menos el mismo tiempo. Adolescentes y jóvenes están acostumbrados a soportar sin inmutarse el aumento de la cantidad del estímulo. Eso en la enseñanza pública. En la privada, donde los alumnos pertenecen a la clase alta, el profesor es tratado como un empleado más del servicio doméstico. Y no protestes porque el cliente siempre lleva la razón.

Tampoco es cierto el dogma de que se debe enseñar para la vida. La enseñanza reglada debe tener una finalidad académica. Además, la expresión enseñar para la vida no significa nada porque el aprendizaje escolar siempre tiene una proyección personal y una función colectiva. Siempre enseñamos para la vida. La división social y técnica del trabajo se basa en la distribución de las titulaciones académicas desde la escuela primaria hasta los estudios superiores. No existe otro procedimiento. Enseñar para la vida es una tautología, una repetición, una redundancia.

También niego el objetivo de que la enseñanza debe trasmitir valores. Desconfío de los denominados temas trasversales (educación vial, sexual, ambiental, para el consumo, para la paz, para la igualdad de género) que imparten algunos expertos, aunque sean voluntarias, complementarias, fuera del horario escolar y no tengan influencia en la evaluación del alumno. En la mayoría de los casos tienen una marcada intención ideológica. Además, hay una asignatura obligatoria en la ESO, Educación en valores cívicos y éticos, a cargo del Departamento de Filosofía que debería englobar los contenidos de los temas trasversales. Debo añadir que mi relación con la antigua asignatura de Ética en Cuarto de la ESO siempre fue conflictiva, hasta el punto de que prefería dar clases de cultura clásica o historia de las civilizaciones. Mi planteamiento de la Ética siempre fue descriptivo. Con un ejemplo se entiende. Si el programa oficial incluía el tema de la interrupción artificial del embarazo, el aborto, explicaba a los alumnos el concepto, la legislación española e internacional, los procedimientos clínicos y los centros autorizados, la enumeración de los argumentos de partidarios y detractores, así como el derecho de los médicos a la objeción de conciencia. Suscitaba luego un debate en el que sólo participaba como moderador y nunca expresaba mi opinión al respecto. En otros temas de ética cívica me limitaba a interpretarlos de la forma más neutral posible en el marco general de los derechos humanos.

Enseñar es instruir, transmitir contenidos, conocimientos científicos, no valores explícitos que corresponden a otros agentes socializadores, en primer lugar, a los padres. En un sistema educativo como el francés (posiblemente el mejor de Europa) o el alemán, los principios de los cursos de formación citados son considerados una jerga inservible y trasnochada propia de pedagogos, psicólogos y sociólogos de la educación que nunca han pisado un aula. Se trata de una ideología burocrática cuya función es blanquear las deficiencias de un sistema educativo no diversificado mediante criterios rigurosos de rendimiento y maquillar las cifras del temido fracaso escolar. Si no apruebas a granel se te echan encima los padres, los alumnos, el tutor, el jefe de estudios, el director, la inspección y la opinión pública en general. El deterioro en las aulas es cada vez mayor. Una enseñanza no selectiva, igualitaria por lo bajo en sentido académico, es una contradicción en los términos. Siempre ganan los malos. Pregunten a los profesores universitarios lo que les llega. Afortunadamente la inteligencia siempre se abre paso.

Les cuento mi experiencia en los cursos de formación de aquella época. Cuando acabé la carrera a mediados de los setenta en la Universidad Autónoma de Madrid era obligatorio hacer un curso en el ICE de la propia Universidad. No recuerdo el número de horas, aunque se me hicieron interminables porque eran por la tarde, después de las clases. Rancho en el comedor de alumnos y cabezada en un sofá del pasillo. En la primera sesión un profesor y una profesora realizaron una puesta en escena conjunta con preguntas y respuestas mutuas (un peu ridicule) sobre el significado de conceptos pedagógicos que han pasado de un modelo a otro sin más repercusión en la labor docente que la generación de montañas de papel, reuniones interminables y trabajos forzados. Entre otros, diseño curricular, competencias básicas, tormenta de ideas, estrategias metacognitivas, temporización de contenidos, programaciones adaptadas, animación a la lectura… El único aliciente fue el reencuentro con una antigua compañera de segundo (nos sentábamos siempre juntos) a la que me declaré por obligación, me dio calabazas y ahora me hacía ojitos. Volvió a ser mi compañera de sitio en la última fila, pero esta vez no tropecé dos veces en la misma piedra porque un amigo fiel que asistía al curso me contó que tenía novio sólido, un macho alfa con moto, y el resto era coqueteo, postureo y ganas de ganeta. El eterno femenino nos arrastra, le dije, tras darle las gracias por el chivatazo. Sólo nos permitimos miradas tiernas, manitas furtivas y besos robados para matar el tedio. Sobre todo, hablábamos por los codos como antaño y no nos enterábamos de la película. Además, yo salía con una chica, un obstáculo menor en todo caso. Copiamos el trabajo final de unos alumnos del curso anterior y nos consideraron aptos. El curso de formación no me aportó gran cosa, en realidad, nada, pero avancé un trecho en mi educación sentimental.

Luego había que hacer las prácticas en un centro público que tenías que buscarte por tu cuenta. Las hice en un conocido instituto de Madrid gracias a un gran maestro y amigo al que siempre echaré de menos. El catedrático de Filosofía me invitó a dar una clase en su presencia sobre Pascal a un grupo del COU, que me preparé con el Abbagnano, una excelente Historia de la Filosofía. Todavía los alumnos te miraban con curiosidad. Algunos incluso te escuchaban por los comentarios que hicieron al acabar la exposición. Posible peloteo. Entonces, los estudios de letras tenían cierto barniz ilustrado. No eran el destino del pelotón de los torpes, como ahora. Después me encargó corregir un montón de sus exámenes y me despidió a las dos semanas, posiblemente harto de verme, con el visto bueno de la firma. Un final feliz.

domingo, 4 de diciembre de 2022

El coronel Abengoa. La idea de progreso

 

Invité a comer un arroz abanda en el restaurante La Barraca a mi buen amigo el coronel Don Peio Abengoa Garmendia, doctor en Historia Contemporánea y Licenciado en Filosofía, oriundo de Mondragón. Me lo presentó el agregado cultural de la embajada de un país del África Ecuatorial en uno de mis viajes de trabajo. Se había jubilado con la setentena y hacía casi dos meses que no nos veíamos. Siempre lo he considerado mi Sócrates particular, un maestro en el arte de la dialéctica. 

- He leído hace poco, le dije, la novela de Arturo Pérez Reverte, Algunos hombres buenos, literatura de pandemia (añadió), es distraída desde la primera página, bien escrita y con una documentación, real e imaginaria, excelente. Es el típico libro que te engancha y no puedes dejarlo hasta que el mal perece y el bien prevalece. Los buenos y los malos están bien construidos, no como nuestros políticos bipolares que convierten la vida nacional en una mala novela del Oeste. Me gustó volver a esa idea del progreso indefinido de la humanidad que defendían con tanta convicción los grandes filósofos del siglo de las luces (Kant incluido), sobre todo los franceses que forman parte de la intrahistoria de la narración. Es admirable su confianza ilimitada en la eficacia y universalidad de la razón. ¿Qué le parece, coronel, la idea ilustrada de progreso?

- Es una idea metafísica, una síntesis absoluta de la totalidad de la historia. Se trata en el fondo de una utopía determinista, teleológica, que sostiene, como el marxismo de Marx o el positivismo de Compte, la existencia de unas leyes o estadios que rigen el sentido interno de los hechos históricos cuyo sujeto activo o pasivo es el hombre. En todo caso, habría que trocear la historia en sus elementos constituyentes, las instituciones, y aplicarles la idea de progreso. Me refiero a la familia, la moralidad, la religión, la economía, la educación, la política, la medicina, el deporte…

- Aun así, es muy complicado, le dije. Imposible llegar a un acuerdo consistente. Cuando nos conocimos en la embajada española usted era amigo (y consejero) del embajador y yo uno de los expertos de un equipo interdisciplinar encargado de elaborar con los profesores del país ecuatorial los programas de Enseñanza Secundaria y Bachillerato. Mis colegas me comentaron las enormes dificultades que tuvieron con la asignatura de Ética. Al proponer los Derechos Humanos como principal referencia normativa, los profesores nativos se resistieron. Los Derechos Humanos, argumentaban, son un invento europeo. No son universales. Nuestro país se rige por otros valores, a veces contrapuestos, basados en las relaciones de dominio interétnico, el carácter supranacional de las etnias, el patriarcado, la poligamia, la supremacía de los jefes tribales y el liderazgo hereditario. Al final, curiosa paradoja, tuvo que intervenir el líder supremo para imponer nuestro criterio. Necesitamos libros de texto homologables con los planes de estudios europeos sin excepción, fue, en resumen, la conclusión.

- En el fondo, comentó Abengoa, la ley del más fuerte. 

- En tal caso se podría afirmar que en sentido estricto sólo se podría aplicar la idea de progreso a la ciencia. Esta esta era la idea fundacional del pensamiento ilustrado que tuvo su culminación en la Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios.      

- Ni siquiera a la ciencia, dijo Arbeloa. Más que de progreso científico habría que hablar de sustitución de la realidad. El mundo de la física aristotélica es distinto al de Galileo y este al de Descartes que es inconmensurable con el de Newton, a su vez radicalmente distinto al universo relativista que, por otra parte, tiene graves incompatibilidades con la mecánica cuántica. No existen los hechos puros, cada paradigma o marco teórico determina los suyos, cada revolución científica descubre un nuevo universo. La evolución de la ciencia no es acumulativa sino discontinua. La existencia objetiva, la cosa en sí kantiana, es incognoscible. El único vínculo con la cosa en sí, aunque vacío, es el lenguaje matemático. En fin, aceptemos por un momento que existe el progreso científico-técnico. Más bien habría que llamarlo avance o desarrollo parcial; solo cuando suponga una mejora para el resto de las instituciones cabría llamarlo progreso. Las vacunas cumplen este requisito, pero no las tecnologías energéticas o militares. El mayor logro tecnocientífico de la historia contemporánea, internet, es completamente ambivalente. De hecho, la mayoría de las utopías científicas acaban en distopías.  

- ¿Qué podemos decir del resto de las claves de la razón práctica? ¿Hay algún tipo de progreso moral, político, religioso, económico?

- No si lo sometemos al amplio tribunal de las ideologías, la idiosincrasia, el relativismo cultural o el etnocentrismo, sentenció el coronel. Sólo es transitable la vía de la opinión. Los derechos humanos, la democracia participativa, el laicismo tolerante, la paz perpetua son ideas platónicas. Una parte nada desdeñable de la humanidad las ignora, otra las rechaza. Ni siquiera los creyentes las respetan. ¿No sigue el mundial de fútbol? Quedamos usted, yo y algún ingenuo ilustrado. Incluso se cuestiona la utilidad del árbitro asistente por video, el famoso VAR.

- Quizás se trate, en el fondo, de un falso problema, terminé. Habría que definir qué se entiende por progreso. Después de todo la primera acepción del término latino progressus (prefijo y verbo) es ir o caminar hacia adelante, ni más ni menos. 

sábado, 19 de noviembre de 2022

El coronel Abengoa. Comentarios en Facebook

 

Coincidí con el coronel Abengoa, Doctor en Historia contemporánea y profesor titular de la UNED jubilado, en una conferencia sobre Julio Caro Baroja en el Ateneo de Madrid. Desde que lo conocí hace años en un país de África ecuatorial comíamos una vez al mes callos al estilo de Madrid (como el célebre chotis) o rabo de toro a la cordobesa en un restaurante de la calle Montalbán. También manteníamos una fluida relación virtual a través de Facebook, en la que hacía sabrosos comentarios sobre algunos artículos de mi blog (nos cuidábamos) y otros más ácidos sobre sus amigos de la red, algunos comunes.

Días atrás, en la sobremesa (de postre cañitas a la gallega) me habló de su escepticismo sobre lo que Heidegger entendía por poetizar a propósito de una antigua entrada Poesía y verdad. El libro de Heidegger Hölderlin y la esencia de la poesía, una jerga telúrica de la autenticidad, afirmó, ha sido el origen de una interpretación esencialista de la poesía, donde todo es acongojantemente profundo. La metapoesía contamina a la poesía. La veneración de Heidegger por Hölderlin resulta más bien un empobrecimiento pues se desentiende de lo verdadero de su obra: el contexto poético. He visto más montañas de las que hay en la Tierra, poetiza Pessoa. Y no hay más. No hay fundación original del ser por parte del poeta, la poesía no es un decir ontológico, sólo creación literaria cuyos dioses y demonios no pueden separarse del poema ni ser rescatados de su exilio mediante un lenguaje mitopoético y un sobresentido adánico. La poesía es un género literario, dicho sea de paso, mucho más exigente y menos flexible que la prosa. Tengo la convicción de que la poesía es muy buena o se diluye sin dejar huellas. Esta es mi tesis, propuso Abengoa: la poesía es un legado cultural destinado a extinguirse. El paso previo a su desaparición será su relevo por sucedáneos filosóficos en verso, la prosa poética troceada será su última morada. La poesía dejará de habitar la Tierra y nadie lamentará su pérdida. Por cierto, el poema de Rafael Cadenas De falsas maniobras (1966) que has enviado a mi muro no está nada mal. Aborda con potencia creadora el tema clásico de la identidad personal perdida y recobrada, plural y unitaria, fenoménica y fenomenológica. Demasiadas palabras. En todo caso, prefiero a Machado cuando conversa con el hombre que siempre le acompaña.  

- Por cierto, Abengoa, nunca te he preguntado, quizás por ser una cuestión menor, qué piensas de una red social como Facebook, nuestro lugar habitual de encuentros e intercambio.

- Como cualquier red social, es algo imposible de definir. Ignoramos qué es una red social. Sus confines son inabarcables. Desde la masiva intervención ideológica, las influencias en los mercados de la moda, las pendencias de los famosos, el video del viaje a Nueva York hasta la fotografía de tu mascota moviendo el rabo. La persona más rica del mundo ha comprado hace menos de una semana una de las redes sociales más famosas, pero no sabe qué hacer con ella. Incluso puede tratarse de un visionario que pretende hacerla desaparecer por obsoleta para crear un gigante tecnológico más rentable. Cada usuario de Facebook sabe de sí mismo y algo de sus amigos cercanos: tú, por ejemplo, lo utilizas para dar publicidad a tu blog, pero no para mostrar tu vida privada.

- Lo que me parece menos aburrido de mi vida está en los artículos del blog. En cambio, tú practicas el voyerismo intelectual hasta que algo te remueve el pretérito imperfecto. Tus notas a pie de página son sinceras hasta el límite de lo que puede ser dicho en Facebook. Otros ni eso: despachan con tres líneas los últimos desmanes de los políticos o reciclan chistes malos en versión Millennials. La mayoría de los jóvenes han emigrado a Instagram, un espacio más cómodo para perder el tiempo. Mi impresión es que se ha impuesto una masiva cultura de la imagen, ajena al lenguaje, de ahí las Historias de Facebook, todo un salvavidas, o la apuesta arriesgada de Meta. Lleva razón Heidegger cuando sostiene que Nosotros, los hombres, somos habla. El ser del hombre se funda en el lenguaje. (…) El lenguaje es un bien en un sentido más originario. Es el bien que sirve como garantía de que el hombre puede ser histórico. El lenguaje no es una herramienta de que se pueda disponer, sino ese acontecimiento que dispone de la más alta posibilidad de ser hombre.   

- Todavía hay en Facebook gentes, entradas e hilos conductores dignos de interés, repliqué. Lenguaje.

- Desde luego, prosiguió, el coronel, el otro día tuve una difícil disputa con una potente activista de la derecha tecnocrática.

- No hablo de prohibir nada, argumentó la activista. Insisto. Solo trato de poner de manifiesto lo que se oculta, aquello de lo que no se puede hablar. Dejemos totalmente al margen, si es que es posible, los aspectos religiosos, morales, jurídicos, sociales, políticos y psicológicos de ciertos temas y centrémonos exclusivamente en su dimensión biológica. Les invito a que lo consulten en las investigaciones de la Clínica Mayo, entre otras. Por ejemplo, de los riesgos y efectos secundarios de la terapia hormonal de masculinización en adolescentes en período de desarrollo físico; las posibles y frecuentes complicaciones de las intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo, los efectos secundarios de la pastilla del día después, los cambios biométricos en la mujer al interrumpir artificialmente un proceso viable de gestación, las disfunciones de la pareja homosexual en la crianza del neonato… Y saquen las pertinentes conclusiones.

- ¿Qué le replicaste?

- Aplacé la contienda antes de tener más información mediante el viejo truco de negar la mayor. Le dije que era imposible tratar los temas a los que se refiere exclusivamente desde su dimensión biológica. De momento pierdo la partida, aunque desconfío de sus evidencias científicas. He quedado en mi casa con un viejo conocido de la familia, investigador del Centro de Biología Molecular del Severo Ochoa para contrastarlas. Después espero tu colaboración, sea cual sea el resultado, para darle una merecida respuesta. No hay prisa. Tengo la impresión de que sí intenta prohibir bastantes cosas, aunque alabo su inteligente celada. 

miércoles, 9 de noviembre de 2022

¡Te quiero Atleti!

 

Este año pintan bastos. Los malos resultados de la Champions nos han dejado últimos del grupo sin el consuelo menor de la Liga Europa. El equipo está tocado mentalmente (lo está desde hace tiempo); el agujero contable se ensancha. La afición se impacienta. No obstante, el sentimiento atlético, incluso cuando hemos penado en el infierno, el purgatorio y el limbo (ahora) es idéntico, inmutable y eterno, como el Dios de los sabios medievales. Lo cual no debe privarnos de un análisis crítico del desastre rojiblanco y sus causas, parodia del título del libro más conocido de mi bisabuelo.

Procederemos del rey abajo. En lo más alto está Miguel Ángel Gil Marín, primer accionista y consejero delegado del club, hijo del inefable Don Jesús, para quien las cuentas de la Alcaldía de Marbella, del Club y la suya eran vasos comunicantes. Después Enrique Cerezo, presidente y accionista, hombre del espectáculo, jovial comunicador, encargado de las relaciones públicas, pero con escaso peso en las decisiones deportivas; le sigue Andrea Berta, un mosaico de luces y sombras, director técnico y mano derecha de Gil Marín; luego, nimbado de gloria, el Cholo Simeone, el entrenador más legendario del Atlético, incluido Luis Aragonés (quien, en mi opinión, hubiera debido dar nombre al nuevo estadio). Por último, el profe Ortega, uruguayo, como Diego Forlán y Luis Suárez, preparador físico del equipo, un misterio dentro de un enigma: trabajos forzados, muchas lesiones de repetición, como las anginas, y poca intensidad en la cancha.  

El problema raíz de estos dos últimos años han sido los fichajes. Es decir, el dinero. La apuesta ha sido traer jugadores de gama media: Nahuel, Reinildo, Witsel o Kondogbia y media-alta: de Paul o Cunha y confiar en que el Cholo los madure y adapte a los esquemas del equipo. Lo cierto es que el único que ha demostrado capacidad de integración y un rendimiento notable ha sido Reinildo. El resto no ha dado la talla. También es verdad que es muy difícil competir con los ingresos ilimitados de los llamados clubs Estado financiados por los magnates del Golfo Pérsico. Qatar es el país anfitrión del Mundial 2022. Pienso en las predicciones de Sumisión, la peor y más realista novela de Michel Houellebecq. El mercado de traspasos se ha disparado. Y los sueldos netos de las estrellas superan los imaginable: Kylian Mbappé cobra 72 millones de euros al año, Leo Messi 42, los mismos que Neymar. No es de extrañar que los grandes clubs europeos no dopados intenten exprimir el limón mediante la (por ahora) fallida Superliga, las giras asiáticas y norteamericanas, la exportación de partidos en la cumbre, la copa de la recopa de la supercopa y otros inventos destinados a engrosar las escuálidas tesorerías. El Barcelona está apalancado y sin blanca. Ni siquiera el Real Madrid, una fábrica de dinero, puede estar a la altura de los petrodólares. El Liverpool está en venta. Tengo la certeza de que el Atlético será finalmente engullido a corto plazo por alguno de estos grupos de inversión. Si no, al tiempo. Un notable del club amigo de mi yerno que me invita de vez en cuando a la tribuna del Metropolitano (es una pasada total) susurra que la idea ronda por la cabeza de Gil Marín.

El Cholo, antaño jugador, conoce cuál es la esencia secular del Atleti: defensa rocosa, centro del campo presionante, con capacidad de recuperar y lanzar con rapidez a las puntas letales. El histórico contrataque del glorioso. La estrategia se concreta en el famoso bloque bajo del Cholo. El problema es que los rivales se lo saben de memoria, presionan alto, dificultan la salida, provocan un juego espeso y lento que propicia la celada, se adueñan del centro del campo y se multiplican los riesgos de jugar cerca de tu área. Además, este año la defensa hace agua. Cuando perdimos con el Real Madrid las dos finales de la Champions tuve claro que para ganarle al equipo blanco hay que hacer algo más que una defensa numantina y especular con los errores del contrario. Otro problema es que sin un centro del campo solvente los delanteros no reciben balones al espacio y jugar de espaldas es muy complicado. Todavía otra carencia: el equipo no sabe gestionar el ataque estático, al final se enganchan con las sólidas defensas de cualquier equipo, falta precisión en el último pase y definición contundente. No encajar goles es importante, pero sin meterlos es complicado ganar los tres puntos.

En conclusión: creo que el Cholo debe continuar, pero el sistema es manifiestamente mejorable; habrá que traspasar algunos jugadores, prefiero no decir nombres, pero es ley de vida; y que Joao Felix debe ser titular siempre, como Koke, Griezmann y Oblak. Lo demás es evidente: cuanto mejor trabaja un equipo, más suerte tiene. 

jueves, 3 de noviembre de 2022

El político y el científico

Imagina, como la canción de John Lennon, el país de una supuesta Federación Europea de Naciones en el que tras unas elecciones generales hay dos opciones mayoritarias, el centro derecha y el centro izquierda. Nada de sobresaltos: los extremos son marginales en el nuevo Parlamento. No importa quien haya ganado en las urnas. En primer lugar, el presidente del gobierno nombra a los ministros del gabinete. Supongamos, ¡oh dichosa ventura!, que transcurrida una semana convoca en su recién barnizado despacho al ministro de economía, por ejemplo, y al jefe de la oposición. En una primera toma de contacto, gobierno y oposición argumentan las líneas maestras de sus programas. A la semana siguiente el presidente se reúne con un comité de expertos rigurosamente seleccionados entre los más prestigiosos economistas del país a los que entrega un informe detallado de ambos proyectos, así como de los acuerdos, distancias y discrepancias. Tras un mes de sesudas sesiones, el comité de sabios presenta un trabajo exhaustivo sobre lo que, en su docta exposición, sería el mejor programa económico con vistas al bien común: pactos prudentes sobre el salario mínimo y las ayudas sociales, el justo medio de los impuestos, la regulación equilibrada de los bancos y las contribuciones de los sectores estratégicos, la función social de la propiedad, el legítimo beneficio de las empresas, el fomento de la iniciativa privada, los derechos laborales, etc. El dosier sería entregado en primer lugar al gobierno y después a la oposición, y tras una puesta en común con los autores, iniciaría su andadura legislativa y ejecutiva. Sería poner de acuerdo a Pericles, fundador de la democracia, con Platón, defensor de una forma de gobierno basada en la aristocracia intelectual. Un abrazo fraterno entre democracia y sabiduría, una práctica consensual de los medios y los fines. En resumen, una utópica política del conocimiento, el reverso de la demagogia, el electoralismo, la corrupción, el narcisismo, la desinformación, el populismo y la partitocracia.

La realidad es otra. Dos ejemplos del pasado con sentido universal. Hace años (nunca revelo mis fuentes), La Comunidad de Madrid nombró director de uno de los grandes hospitales públicos de la capital a un reconocido especialista, un médico inteligente, jefe de servicio además de un excelente gestor según sus colegas. Aceptó el cargo. Le dieron un mes para presentar sus propuestas. La primera era que una firma solvente se encargara de realizar una auditoría del hospital. Otra exigía que se elaborara una base de datos (causas, tratamientos, servicios y profesionales implicados) de los pacientes que habían sido derivados a clínicas privadas y viceversa. También que se inspeccionaran a fondo los servicios externalizados: comedor, limpieza, seguridad, informática y mantenimiento. Que fuera un auténtico hospital universitario: atención, investigación y docencia. Además, sugería que en el parte de alta del paciente constara a pie de página la factura de lo que su estancia había costado al Estado. En el plazo previsto se reunió con el consejero de sanidad, abogado militante, y sus asesores, tres políticos de campanario ajenos a la profesión médica y con unos curricula más flacos que el galgo de un feriante. En menos de una de hora presentó su dimisión irrevocable y ese mismo día volvió a la consulta.

Vamos con el segundo caso. Hace tiempo, participé junto con otros expertos en la elaboración de los decretos de mínimos del Estado para las asignaturas de Filosofía e Historia de la Filosofía bajo la coordinación de un veterano especialista del Ministerio de Educación. Cuando los terminamos, una comisión de catedráticos de universidad los revisó minuciosamente y por fin, tras varias reuniones conjuntas para pulir cambios, retoques y matices, fueron aprobados. El último paso fue ponerlos a disposición de las comunidades autónomas para concertar su redacción definitiva. Y así se hizo.

- ¿Qué tal os fue, le pregunté a nuestro coordinador, con los expertos vascos y catalanes?

- La verdad es que no pusieron ninguna pega. Sólo algunas preguntas inocuas para cumplir el trámite. Ni siquiera me parecieron expertos, más bien burócratas. Dijeron que el decreto les parecía un excelente punto de partida. Amén a todo. Me extrañó tanta conformidad, tanto acuerdo plano.

- No seas ingenuo, le contesté. El real decreto se la trae al pairo. Como mucho lo han fotocopiado. Lo que quieren es hacer lo que les dé la real gana. Detrás de los expertos están los comisarios políticos de las consejerías. Tengo la impresión de que ya los conoces de vista. 

En efecto, con el tiempo pude constatar que las unidades de filosofía de las comunidades autónomas se parecían a las del decreto lo mínimo para no parecer de otro planeta. El decreto se adaptó, según manifestaron, a las peculiaridades ineludibles de cada espacio cultural dentro de la diversidad y bla, bla, bla. Para ese viaje no se necesitaban alforjas.

Lo cierto es que es imposible una síntesis entre política y sabiduría por diversos motivos:

- Las reglas del lenguaje político no se ajustan a los parámetros de lo que entendemos por racionalidad práctica. Por ejemplo, puedes proponer una medida cuando estás en la oposición y la contraria cuando estás en el gobierno. Ética y política son agua y aceite.

- Aunque no fuera así, las limitaciones de una argumentación estrictamente racional son insalvables. Estamos hablando de una comunidad ideal de interlocutores, con una competencia argumental irrefutable en cuestiones ideológicas. Es decir, una utopía ilustrada (¿totalitaria?) fuera de nuestras cabezas.

-Aunque no fuera así, las limitaciones del consenso político superan el alcance de la argumentación dialógica. Con tales limitaciones nos referimos a la concepción global de la realidad (personal y colectiva), a las culturas y subculturas, a las heterogéneas intelecciones e interpretaciones de los hechos o a la definición previa de los valores y objetivos. A los ídolos de Francis Bacon.

- Aunque no fuera así, es decir, hubiera un método racional para establecer cooperativamente la verdad de las proposiciones políticas, una teoría posible del consenso ocurre que la mayoría de los problemas políticos son antinómicos. Una antinomia es una argumentación o recorrido de la razón que demuestra con la misma fuerza probatoria una proposición y la contraria, es decir, la tesis y la antítesis. Por ejemplo: que un Estado sea federal o centralizado; que los jueces elijan a los altos cargos judiciales o que sea el Parlamento; que haya más Estado o menos Estado en los presupuestos generales; que se regulen o no los mercados financieros, que se intervengan o no los sectores esenciales de un país… que se prohíban o fomenten las corridas de toros. Misión imposible: es necesario volver a Rousseau, a sus conceptos metafísicos de democracia y voluntad general. Al discutible Yo común y a la perversa interpretación del contrato social (más parecido a la polarización y al golpe de estado institucional). Después de todo, hablamos mal de los políticos, pero también habría que poner entre paréntesis la competencia de la ciudadanía, esa parte de la persona que se compromete, quiera o no, con la cosa pública. Fin del bucle: prefiero la democracia representativa sólo porque me permite bajar al kiosco de la esquina y comprar el periódico que me apetece. Dicho de otro modo: es mil veces mejor el coro de grillos que cantan a la luna que la bota del soldado desconocido.

martes, 25 de octubre de 2022

Novatadas e insultos machistas

 

El acoso escolar o bullying en los centros de enseñanza secundaria tiene su prolongación en las novatadas al comienzo del curso con epicentro en los colegios mayores dependientes de las Universidades. Son un rito de tránsito, según los sociólogos, aunque en realidad es una humillación, una sumisión de jerarquía camuflada de ejercicio de integración en el grupo. Las novatadas universitarias (también se dan en el ejército o el deporte) se perpetran dentro y fuera de los colegios mayores mientras las juntas directivas miran a otro lado por más que un año tras otro se insista en que están legalmente prohibidas. Incluso se hacen en las aulas de las facultades, aunque en general son más benignas: un alumno del último año de carrera se hace pasar por el profesor con su beneplácito y durante media hora trata de aterrorizar a los alumnos de primer curso con las exigencias de la asignatura, las estadísticas de suspensos y las abrumadoras pruebas a que se someterán a partir de mañana. Casi todos saben que es una farsa y se limitan a mirar al vacío mientras el postizo perora en el desierto. Todos los años la misma chorrada. No obstante, algunos deciden pasar de las musas al teatro: un alumno de quinto de medicina en un despiste del conserje se hizo con la llave de la sala de disección, se presentó como el profesor ayudante de anatomía y mostró a un grupo de pipiolos una mesa de mármol, entre otras, con un cadáver descabezado. Descompuestos, se apiñaron en un rincón (¡cero cabeza decía una chica!) mientras el veterano les gritaba: ¡Sois estudiantes de medicina o de periodismo! Hubo quejas de algunos padres médicos al decano de la facultad; finalmente se sancionó al culpable por acceder sin permiso a una dependencia restringida, sin más preguntas. Yo mismo padecí las novatadas. Hace tiempo les dediqué un artículo.

Lo que me ha dejado estupefacto, no sé qué nombre darle, es la explosión subitánea y coral de una ristra de gruesos insultos machistas, sexistas y misóginos de los universitarios de un colegio mayor de Madrid, el Elías Ahuja, a sus compañeras del colegio de enfrente, el Santa Mónica, ambos propiedad de la misma orden, los agustinos. El video es impactante. Se trata de un evento, según parece, repetido y tolerado durante años. Si es así, doy por hecho que las posibles sanciones académicas o penales quedarán en nada por razones económicas: los estudiantes de ambos centros pagan un dineral al mes por lo que con un par de expulsiones se blanquea una simple broma de mal gusto; sociales: muchos estudiantes proceden de familias de posibles, influyentes, algunos padres han sido antiguos colegiales; y también políticas: La Comunidad de Madrid ha considerado que se trata de un asunto menor y un desvío de la atención de los “verdaderos problemas de la Universidad”.

Una minoría de chicos se han desmarcado del tumulto. Incluso han declarado sentirse avergonzados al día siguiente de hacerse viral el escándalo. También sabemos que la presión colectiva empuja a los tibios y condena a los discrepantes. Otros se disculpan por lo que pueda pasar, quizás sinceramente: se nos fue de las manos, nunca más, etc. Lo cierto es que las ventanas del Elías Ahuja estaban a reventar. Algunas residentes confiesan sentir miedo por las posibles conductas de los internos. Del vociferio sexista a la manada en celo solo hay un paso. No queremos ni imaginarlos con unas copas de más en terreno neutral, ¿hasta cuándo tendremos que aguantar estas provocaciones y amenazas?, claman indignadas. 

Sin embargo, lo que produce más perplejidad es la justificación que muchas mónicas hacen de sus acosadores, incluso han publicado un manifiesto de apoyo: según ellas, todo es una broma, no nos ofenden ni nos intimidan, es un postureo lúdico, inocente en el fondo; son nuestros amigos, pobrecitos, incluso nos acompañan por la noche al colegio para protegernos. Nosotras hacemos lo mismo, pero sólo hemos visto una grabación en la que unas cuantas colegialas entonan una confusa melopea prácticamente sin público del otro lado. Sólo es posible, afirman las defensoras, comprender lo ocurrido como un pique pactado entre ambos colegios. El video se ha sacado de contexto, dicen. El meollo del asunto es comprender en qué consiste el contexto. Si se trata de una tradición acordada, reiterada y consentida lo único que hace es agravar más el significado de la barbarie. A mí me salen cuatro responsables directos. El quinto, indirecto, es la versión edulcorada, que algunos medios de comunicación han querido vendernos con la teoría (extrapolada de la antropología cultural) de que las reglas de un rito milenario, de un juego simbólico, de una fiesta transgresora solo pueden ser entendidas y juzgadas desde dentro, por lo que carecen de significado objetivo fuera del círculo mágico. Lo preocupante es que ese círculo es cada vez más amplio.

jueves, 20 de octubre de 2022

El acoso escolar

 

Cuando estudiaba a finales de los años sesenta en un instituto de enseñanza media de una pequeña ciudad de provincias ya existía el acoso escolar o bullying. El Jefe de Estudios y mis padres vivían puerta con puerta, lo que me convertía en pelota y enchufado. Publiqué, ayudado por mi abuelo, lo confieso, algún artículo en Perfil, la revista del Centro, lo que me convertía en listillo y pedante. Además, sacaba unas notas decentes porque por las tardes me obligaban a estudiar y hacer los deberes, lo que me convertía en empollón y engreído. La típica víctima del acoso escolar. Eran tiempos de hambre y, paradójicamente, eso me salvó. Una mañana durante el recreo se me acercó un compañero de clase, Flores, no me acuerdo del nombre, vecino del barrio de San Antón, un repetidor de raza gitana alto y recio. Miró mi bocadillo de Nocilla y me dijo: me puedes dar un poco, tengo mucha hambre. Se lo di entero y al día siguiente el de foie gras La Piara. Se lo conté a mi madre que previsora me preparaba dos bocadillos que compartía con mi colega. Un día, dos matones de la clase, Óscar y Conejo, que me la tenían jurada desde hacía tiempo, me pararon en el patio con aviesas intenciones. Cuando me dieron el primero empellón, apareció Flores: si alguien se mete con mi amigo, se puede ir con un ojo a la funerala, les dijo con un tono que no dejaba lugar a dudas. No te metas en lo que no te importa, gitano, le dijeron, pero volvieron grupas. Al acabar las clases se me acercó Flores y propuso acompañarme hasta mi casa. Sabía latín, pero del que se conjuga en la calle; en la primera esquina me esperaban los del patio para ajustar las cuentas pendientes. Todo fue muy rápido: el primero, Óscar, dio una vuelta de campana en el aire y cuando pudo levantarse tras recibir un patadón salió al galope entre maldiciones. El segundo recibió una bofetada de tal calibre que giró sobre sí mismo, se tambaleó, y entre gemidos se retiró gemebundo tapándose la nariz. Nunca más volvieron a molestarme. Flores no superó la reválida de cuarto. Amigos para siempre. Los otros tampoco.

Durante bastantes trienios impartí clases en un instituto de enseñanza secundaria de la periferia de Madrid. Allí conocí algunos casos de acoso escolar. En uno de ellos me vi envuelto. En mitad de una insufrible clase de ética en el pabellón de alumnos de la ESO escuchamos de pronto gritos femeninos de auxilio. Se hizo el silencio durante diez segundos. Varios profesores de la planta salimos al pasillo. El conserje, un guardia civil retirado, subía la escalera a grandes trancos. Los chillidos provenían de los servicios de alumnas. Nos encontramos a una adolescente semidesnuda, llorando y a punto de sufrir un ataque de nervios. Según su relato en el despacho del jefe de estudios, en presencia de sus padres, los testigos, la orientadora, la tutora de grupo y un agente de la policía nacional, dos alumnos habían abusado sexualmente de ella sin consumar la violación. Los conocía, aunque eran de otro curso de la ESO. Los buscamos, pero se habían ido del centro en cuanto la cosa se les fue de las manos y se dieron cuenta de que en este caso No era No. Huyeron por la escalera opuesta a la del conserje y debieron de saltar alguna valla porque el instituto estaba cerrado a esa hora. Al final, como es obvio, no tuvieron más remedio que comparecer y dar su versión. La conclusión oficial, admitida vagamente por la víctima, es que el día de autos la chica los había incitado y excitado en los servicios hasta que se dio cuenta de la magnitud de lo que se le venía encima, nunca mejor dicho. Sus compañeras de curso confirmaron que era un tanto lanzada y que su noviete, del mismo grupo que los implicados, hacía poco que la había plantado. Hubo expulsiones de un mes a los chicos y un serio aviso de prudencia a la incauta mocita. Sus padres no daban crédito, se aferraban a la inocencia de su hija y culpaban de lo ocurrido a la falta de previsión de los profesores. Si cree que el asunto va más allá de los acuerdos, ponga una denuncia en el juzgado, le aconsejó la directora. Nunca más se supo.

Me vi metido en otro caso de acoso escolar en un colegio concertado, ahora como viejo amigo del padre de un estudiante de bachillerato al que un grupo de compañeros le hacían la vida imposible dentro y fuera del centro (le quitaban los libros, le tiraban de todo en el patio, ¡a por él, gritaban al salir de clase!). Se lo contó a mi hijo, amigo de pandilla veraniega, que estudiaba en otro centro, pero no a sus padres bajo presión de los acosadores. De inmediato llamé a mi amigo y a su mujer, les puse al tanto del problema y les ofrecí mi ayuda como profesional de la enseñanza. Desolados tras hablar con su hijo, aceptaron. Hacía poco tiempo había colaborado como experto en algunos proyectos del Ministerio bajo la coordinación de la Alta Inspección Educativa. Sabía a qué puertas llamar. Días después, a última hora de la mañana, tras la cita concertada, pasamos al despacho del director de colegio (religioso, por cierto) los padres del chico, el inspector jefe de zona y yo mismo. Tras ponerle el inspector al tanto de los hechos, el director, profesor de Lengua, incómodo, trató de darnos largas.

- Tengo clase dentro de diez minutos, si me disculpan podemos continuar mañana si les parece.

- Envíe a un profesor de guardia a su grupo, le dijo el inspector en tono educado pero imperativo. Estaremos aquí hasta que yo lo indique y solucionemos este caso de maltrato escolar. Ante la incipiente protesta del director, el inspector le recordó que desde que él entraba en el centro, como debía saber, asumía legalmente la máxima autoridad académica. Nada que añadir.

 Tuvo el inspector jefe, a mi entender, el acierto de apuntar directamente a la cúpula del colegio como responsable de ciertas conductas inadmisibles que podían comportar la apertura de expedientes sancionadores. Dio por hecho, posiblemente con razón, que había denuncias no atendidas. Se abrió una investigación a fondo cuyo resultado fue el trasladado forzoso de los acosadores a otros colegios de la zona con aviso de posible pérdida de la escolaridad en caso de reincidencia. Punto final.          

Trascribo del Diario de Mallorca la denuncia de un caso de acoso escolar a un niño de 11 años hace un mes:

Lleva cuatro años aguantando insultos, peleas y escupitajos, mientras los profesores hacen la vista gorda. Las palabras desesperadas del hermano de un menor, víctima de bullying en el colegio Es Puigen Lloseta (Mallorca) han llegado a varias decenas de miles de personas que las han compartido y comentado en las redes sociales. Al parecer, y según explica, el niño cumplió 11 años este miércoles y para celebrarlo acudió al colegio con una tarta. Sin embargo, sus compañeros, en vez que cantarle el cumpleaños feliz, le han cantado “gordo”, “foca”. (…) El niño ha dicho que la vida es una mierda y que no quiere vivir más.

martes, 11 de octubre de 2022

Trampas en el ajedrez

 

Desde pequeño me ha interesado el ajedrez. Hace años escribí una entrada sobre mi temprana afición al juego de los escaques. Su origen es todavía un misterio; circulan diversas leyendas, aunque la versión más fiable es que proviene de Oriente, probablemente de Persia hacia el siglo III a.C. Lo considero una de las diez maravillas del mundo. Es una síntesis perfecta de las mejores tradiciones culturales de todos los tiempos: la competición, la ciencia y el arte.

Hace océanos de tiempo compraba libros y reproducía las partidas en el precioso ajedrez Staunton que me regaló mi abuelo (y todavía conservo a salvo de mis nietos). Suelo seguir sin grandes pretensiones las partidas que comenta Leontxo García en El País digital en su sección El rincón de los inmortales. También procuro asistir e incluso participar en las sesiones de partidas simultáneas que organiza en el Club de Campo el gran maestro Pablo San Segundo. Este año nos ha visitado El Rey Enigma, un curioso personaje disfrazado de tablero blanquiazul que viaja por doquier para organizar partidas con los aficionados que quieran retarlo. Ninguno de las veinticinco oponentes de todas las edades conseguimos siquiera unas míseras tablas, por lo que el premio de 300 euros quedó desierto.

En todos los deportes profesionales se practica el juego sucio. También en ajedrez. Las malas prácticas dentro y fuera del tablero vienen de lejos. La más sencilla es dejarse ganar. Imagino que lo más prudente era no darle jaque mate al rey persa Ciro el Grande si no querías caer en desgracia o algo peor. Otra es hacer burdas trampas. Recuerdo que jugaba de niño con un tío soltero que venía con frecuencia a casa de mis padres. Era un aceptable ajedrecista de casino. En cuanto se daba media vuelta uno de sus caballos negros volaba del tablero. No se inmutaba. Cuando repetía el invento y le quitaba un alfil, me decía tranquilamente: creo que me has comido el alfil de casillas blancas sin darte cuenta… Al final, cuando con dos piezas menos me tenía acorralado, se levantaba, sacaba la petaca, liaba un cigarro y concluía: lo más justo son las tablas; has mejorado mucho desde la última vez (será como tramposo, pensaba yo).      

Es conocida la infiltración de analistas espías en el equipo de aspirantes al torneo de candidatos al título mundial. Arturo Pérez Reverte lo narra en su divertida novela El tango de la guardia vieja. En este caso se trata de una joven gran maestra con pretensiones, novia del aspirante, que pasa información a los rusos.

En la final por el título mundial celebrada en Reikiavik (Islandia) en 1972, entre el norteamericano Bobby Fischer y el ruso Boris Spasski, defensor del título, pasó de todo. Para empezar, se celebró en plena Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, con el consiguiente traslado de la tensión política a la deportiva. La URSS extrapolaba su supremacía en el tablero a su hegemonía mundial en un alarde de simbolismo socialista. Parte de los problemas se debieron al carácter conflictivo y ególatra del aspirante. Sus caprichos, desplantes y constantes condiciones descolocaron a Spasski a pesar del séquito de veinte personas que lo asesoraban. Bobby rechazó la habitación de su hotel y exigió trasladarse a un lugar fuera de la ciudad, exigió cambiar la iluminación de la sala de juego y protestó por lo poco espaciosa que era (después se quejaría de que había mucha gente), también por la mala calidad del mobiliario; les recriminó a los organizadores la cercanía del público; reclamó que se prohibiera entrar a menores de 10 años, pidió que se examinara al público y se requisaran las golosinas envueltas en papel de celofán porque hacían ruido al desenvolverse, despotricó por los incómodos relojes de la mesa y el orden de ingreso en la sala de jugadores. Lo que no le impidió llegar siete minutos tarde a la primera partida. A la segunda no se presentó por la presencia de la televisión. Insufrible. Spasski cedió en todo y se comportó como un caballero. Al final perdió el título ante el inmenso talento del gran maestro norteamericano, primus inter pares, posiblemente el más grande entre los grandes, incluido José Raúl Capablanca. Después renunció a defender el título y desapareció en la nada.

El enfrentamiento en 1978 por el título mundial en Baguio (Filipinas) entre Anatoli Karpov, representante oficial del Estado soviético, y Viktor Korchnoi, la antítesis de los valores del partido y el primer gran maestro soviético que desertó en 1976 fue un circo. Primero la guerra de las banderas. Pronto, la delegación de Korchnoi se quejó de un yogur de arándanos que se entregó a Karpov durante la primera partida porque podía contener información en clave. Korchnoi se calaba unas gafas de sol reflectantes mientras le tocaba jugar a su rival. Se analizaron las sillas de ambos contendientes con rayos X. No se daban la mano. El equipo de Karpov fue más allá al incluir un "parapsicólogo", el Dr. Zukhar, presente en la sala de juego para hipnotizar a Korchnoi e interferir en sus decisiones. Korchnoi aceptó “la ayuda” de una secta llamada Ananda Marga que creía en las influencias telepáticas: se presentaron en la sala varios extraños personajes con túnicas de color azafrán y miradas penetrantes. El enfrentamiento concluyó con la ajustada victoria de Anatoly Karpov y fue descrito como "una experiencia surrealista" por el Gran Maestro inglés Michael Stean, primer analista de Korchnoi.

Hace doscientos cincuenta años un autómata llamado El Turco construido por Wolfgang von Kempelen en 1769, era capaz de vencer a adversarios de todos los niveles. La máquina asombró a las capitales de toda Europa y el inventor del ingenio se hizo de rico y famoso.

Tenía la forma de una cabina de madera de 1.20 cm × 60 cm × 90 cm, con un maniquí vestido con túnica y turbante sentado. La cabina tenía puertas que una vez abiertas mostraban un mecanismo de relojería y cuando se hallaba activado era capaz de jugar una partida de ajedrez contra cualquier rival a un alto nivel. En realidad, la cabina era una ilusión óptica bien planteada que permitía a un maestro del ajedrez de baja estatura esconderse en su interior y operar el maniquí gracias a que sus ojos enviaban al maestro del ajedrez las posiciones de las piezas del tablero por medio de espejos.

Fulminó en una célebre partida al mismísimo Napoleón Bonaparte en 24 movimientos con el consiguiente manotazo imperial a las piezas. Pero hubo que esperar hasta 1997 para que la supercomputadora Deep Blue diseñada por IBM para jugar al ajedrez derrotase al entonces campeón del mundo Gary Kaspárov, aunque el jugador ruso planteó ciertas dudas sobre la posible intervención humana en el desarrollo de las partidas para que la máquina jugara mejor de lo que sería capaz de hacerlo por sí sola. Las dudas nunca quedaron resueltas. Kaparov exigió la publicación de los registros de los procesos de Deep Blue. IBM se comprometió a hacerlo, pero nunca los entregó. En el fondo es lo mismo que El Turco.

La capacidad de las máquinas para procesar información, los cálculos a prueba de errores, el almacenaje ilimitado de información en su memoria y la ausencia de emociones hacen que nuestros amigos inhumanos, como dice Leontxo García, sean prácticamente imbatibles. En consecuencia, el fraude en el ajedrez actual consiste es utilizar a los inhumanos como medios infalibles para fines inconfesables. El escándalo estalló hace unos meses cuando Magnus Carlsen, campeón del mundo cinco veces consecutivas y el jugador con mayor ELO de la historia decidió retirarse de la Sinquefield Cup de San Luis tras perder con el americano Hans Niemann y acusarle de hacer trampas durante la partida… sin aportar pruebas concretas. Surgieron entonces las hipótesis más pintorescas; la más sonada es que Niemann llevaba insertadas unas bolas anales vibratorias de fabricación china, indetectables para los controles habituales de los torneos. Su cómplice computarizado le transmitía mediante pulsos las jugadas precisas. Niemann reconoció que cuando tenía doce años había hecho trampas en partidas on line; los expertos del principal portal ajedrecístico, Chess.com, han analizado las partidas de Niemann y han constatado en un informe de 72 páginas que sus movimientos serían en demasiados casos los mismos que haría una computadora. Se afirma que probablemente recibió ayuda ilegal en más de 100 partidas on line hasta 2020. Por otra parte, su irresistible ascensión en poco tiempo (se convirtió en gran maestro a la edad de 17 años) es un caso bastante raro por no decir sospechoso. Por supuesto, el presunto tramposo lo niega todo y sigue ganando partidas en el arranque del Campeonato de Estados Unidos 2022 donde participa junto a otros 13 ajedrecistas. La Federación Internacional de Ajedrez tiene un buen marrón entre manos. Por este caso y porque los tramposos suelen ir por delante de los sistemas de vigilancia y control.

miércoles, 5 de octubre de 2022

Galicia y Levante

 

Reconozco que formo parte de los urbanitas del interior. Puedo pasar un mes de vacaciones en la costa, pero después necesito volver y sentir con alivio la distancia del mar. Lo contrario que una amiga, malagueña salerosa: no veo el mar desde mi casa, dice, ni voy al atardecer al paseo marítimo, pero sé que está ahí y no podría vivir sin saberlo.

Veraneaba hace un montón años, cuando mis hijos eran pequeños, en las Rías Baixas, en una finca compartida con otro matrimonio, que me alquilaba un paisano de Nigrán. Era propietario de un piso céntrico en Vigo y conducía un mercedes seminuevo. Según decía vagamente, trabajaba de empleado en una empresa de limpieza de cristales… pero en Galicia las cosas son como son y pasa lo que pasa. Lo mejor es no preguntar. Los paseos marítimos están cada vez mejor embaldosados y las farolas nuevas. Su hijo menor, Peio, lector infatigable, estudiaba Derecho en Santiago de Compostela y los fines de semana faenaba la sardina con su tío en un pesquero de bajura. Amaba el mar y se ganaba la vida. También era aficionado a rimar versos que me solía enseñar para pedirme mi opinión, siempre benévola. Todavía conservo algunos que me regaló y que reparto con cariño por el texto.     

¡Mar, abismo, abrigo!

En apegos de un algo me llamas

sin saber ese algo que sea.

Y a tu lado mi alma se inflama

de un no sé, que Dios quiera que sepa. 

Buscado o no buscado, un remedo becqueriano. Este romántico rapaz, que conocía mis discrepancias con el mar, me dio la clave del problema. Una tarde que volvía del pantalán de Bayona de pescar caballas, me lo encontré en la puerta de la Lonja cuando iba a buscar a su novia.

- ¿Cuántas has pescado, me preguntó risueño?

- Una o ninguna le dije, y se sonrió.

Miró con curiosidad dentro de mi menguada nasa (algo de morralla para disfrute del gato) y me dijo antes de emprender la marcha: Tú confundes el mar con la playa llena de gente. Y añadió unos versos que imitaban a Espronceda.

Del mar en las playas

su nombre sagrado

con sordos afanes

las olas murmuran.

El sol ya declina

con fuego rosado

y oscuros celajes

tan solo fulguran. 

Llevaba razón. Los días de sol íbamos a Playa América o a la de Patos; el primer contratiempo era aparcar el coche en un solar polvoriento y el último, al volver, diez minutos de sofoquina en un horno con ruedas. Las playas gallegas tienen algunos inconvenientes. Se puede pasar una semana lloviendo a modo o soplar durante días una nortada gélida o entrar una niebla que te cala hasta los huesos y no ves a cinco metros; hay que usar sandalias fanequeras si no quieres acabar rabiando en el puesto de la playa con el pie rebozado en pomada; también puedes disfrutar de un día perfecto con bandera azul, pero el agua está a diecinueve grados o menos. Me compré un termómetro de agua en una tienda playera, una mini boya curiosa, y las medidas eran de bañador de neopreno. Los niños huyen en cuanto tientan el agua. Después se esfuman con sus amigos en busca de aventuras piratas y cuando vuelven hay que hacer el recuento. ¿Dónde se habrá metido Edu? Se oye el altavoz: se ruega a los padres del niño… El resto es perfecto: la comida y la bebida, la dormida, la brisa de la noche, las rías, el paisaje agreste y verde todo el año, la gente tan especial, las tradiciones celtas, las meigas y los conjuros con aguardiente. Las bodas que duran tres días: percebes, nécoras, camarones, almejas, navajas, vieiras, langostas, erizos y las incomparables centollas salvajes. Sin olvidar el pulpo y los mejillones. No soy demasiado marisquero. En cualquier caso, mi plato favorito son las caldeiradas de rape, merluza y mero.

Algunas malas lenguas dicen que en Galicia todo es bueno menos la temperatura del agua, al revés que en la costa de Levante. Que allí, excepto los arroces, la comida no es gran cosa. Dicho así, de modo faltón, no es cierto. La gran diferencia es el turismo masivo, extranjero, ávido de secarse al sol: chiringuitos saturados, precios disparados y cartas de media página con pollo, sepia y gambas congeladas como estrellas del menú; de postre, helados industriales.

Si con baja mar encallo

en playas de mucho abrigo,

me vuelvo tarumba, amigo,

en menos que canta un gallo. 

Dos excepciones: el zumo de naranjas recién cortadas y la horchata de chufa comprada en la fábrica. O la exquisita gamba roja de Denia. Por supuesto, hay restaurantes de alta cocina… pero hay que pagarlos. También es radicalmente distinto el entorno urbanístico mediterráneo del que tanto y tan mal se ha hablado y del que nada tengo que añadir excepto que le debemos gran parte del PIB. En las playas más concurridas había, al menos hasta ahora, la pícara costumbre de dejar toda la noche las sombrillas y toallas en primera línea de playa para ocupar por la mañana los mejores sitios. Temprano, algún corredor solitario estrena la arena rastrillada y alisada por las máquinas. A lo lejos, un abuelo madrugador se pasea con su perro suelto. Después del desayuno empieza la gente a llegar. Las doce en el reloj. No hay mayor sensación de soledad que estar debajo de una sombrilla en una playa abarrotada. A intervalos regulares te cueces al sol y tienes que ir al agua con chanclas si no quieres abrasarte los pies. Primero hay que sortear a los que van y vienen a paso ligero por la orilla. Después procurar que una pelota de los palistas no se incruste en tu cabeza. Cuando por fin consigues meterte en el agua, tras salvar el escalón, una legión de bañistas, padres, hijos, abuelos y nietos se divierten con toda suerte de canoas hinchables, escafandras de plástico, cocodrilos flotantes y neumáticos de tractor. Como el agua está a treinta grados, los vecinos de las urbanizaciones hacen corro y tertulia. La única salvación es nadar mar adentro. En cualquier caso, lo que más me asombra es la gente que se lleva la comida a la playa con nevera y tarteras. También los negros cargados de alfombras, relojes y pareos que te acosan si los miras.

En una tienda, señores,

de Doña Esperanza Martos

encontré por cuatro cuartos

mil géneros superiores.

Allí adquirí el tratado

de vivir sin trabajar

y el método de pasar

por personaje encumbrado. 

Lo mejor: el baño a última hora de la tarde, en esa hora mágica que no es día ni noche, cuando la playa se vacía y se encienden las primeras luces de la costa.

Al vago resplandor del viejo día

arenosas las playas en lugar desierto,

sonoro y apacible el mar batía

formando un mágico concierto