viernes, 15 de enero de 2016

Arte al aire libre. De todo un poco


El arte al aire libre es un género que incluye diversas modalidades. Una de las más conocidas es el arte callejero, entre cuyas formas de expresión se cuentan, por ejemplo, las bandas de las plazas turísticas con un repertorio universal, desde Los Platters a Madonna. O el músico solitario que se pelea con la pequeña serenata nocturna o desafina con el saxofón una pieza de Glenn Miller. O el sufrido hombre-orquesta cargado de artefactos sonoros, más cerca todos de la precariedad que del trabajo profesional; hoy desplazados por una legión de pedigüeños armados de karaokes.

Por cierto (aunque no se trate de arte propiamente), es cada vez más raro toparnos los sábados por la mañana en las ciudades, quizás por el acoso municipal, con el circo ambulante de marca gitana: la consabida trompeta, cabra acróbata, oso o perro inteligente y, a veces, una joven Esmeralda que baila al son del pandero. Han ocupado su lugar las mini-performances de marginados que representan en medio de la calzada un número relámpago de bolos o patines que dura un semáforo; o los mimos, que en los lugares más inesperados sorprenden a los paseantes con sus aspavientos.
Están incluidos en el arte al aire libre el programa estival de la banda municipal que toca en el quiosco del parque piezas arregladas de zarzuela o el concierto a la luz de las velas en un lugar emblemático de un conjunto de música étnica con instrumentos originales que redescubre los arcanos culturales del país; o el célebre recital de Les Luthiers en 2007 celebrado en el cruce de las calles Figueroa Alcorta y Pampa (barrio de Palermo, Ciudad de Buenos Aires) para conmemorar su cuarenta años de carrera, un espectáculo gratuito que convocó a más de sesenta mil personas. Y las veladas de cante jondo en las plazas y escenarios de Andalucía; una muy especial en la noche gaditana: las sesiones de Los jueves flamenco en el patio del Baluarte de la Candelaria organizados por la Peña del cantaor Enrique El Mellizo. O la cita anual de una orquesta sinfónica que interpreta a Sibelius o Ravel en los jardines de un palacio barroco; como los patrocinados en el mes de julio por Patrimonio Nacional en el Patio de Carruajes del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.la representación de Aida en los Festivales de Ópera de la Arena de Verona: camellos de verdad, palmeras y lotos, aceites y perfumes, cien esclavos nubios salidos de un casting y un Nilo desbordante que pasa por el Véneto... O las fiestas cortesanas en los reales sitios de Aranjuez que los borbones celebraban con música acuática a bordo de falúas ricamente engalanadas. Y los incombustibles Festivales de España, una de las pocas concesiones del franquismo a la cultura popular, que aun se celebran todos los veranos en lugares públicos à la belle étoile.
Ciertas manifestaciones escénicas, textuales, mixtas o globales responden al género: así, el concurso de jotas en la plaza principal de la ciudad durante la semana de Ferias y fiestas; o la comedia de un autor clásico representada en las ruinas de un teatro romano y salpicada de alusiones eróticas o políticas de actualidad; o la sesión nocturna en un cine de verano con un público de bota y tartera dispuesto a disfrutar de la película del oeste y la tortilla de patatas. En mi opinión, también es arte el buen teatro de guiñol, con esos héroes sin tiempo que desfacen entuertos a golpes de palmeta ante los gritos alarmados del público menudo. Igual que la cabra y la pandereta, ha desaparecido la farándula o compañía itinerante de teatro, heredera de los cómicos de la legua e incluso de la comedia del arte. ¡Quién no recuerda haber visto en una película española de antaño la llegada a un pueblo perdido de una camioneta destartalada de la que se bajaban unos tipos estrafalarios para anunciar a bombo y platillo una obra titulada Hermelinda o la virtud perdida! Lejos del arte escénico aunque dignos de mención callejera son los funámbulos o equilibristas que tienden su cable de acero entre los puntos más altos de una ciudad ante la mirada estremecida de grandes y chicos. Algunos han salvado rascacielos o han cruzado el Gran Cañón del Colorado con la ayuda de una pértiga. Pero el mayor espectáculo del mundo son los magos. ¡En 1983 el ilusionista David Copperfield con público y televisión en directo hizo desaparecer la Estatua de la libertad!


Asimismo, podemos incluir las esculturas de muy distinta calidad e intención que fueron creadas para ser expuestas de modo permanente en la vía pública o el campo: desde la insípida estatua del prócer de la ciudad de provincias con el dedo señalando al cielo hasta la obra de arte genuina, por ejemplo las figuras volumétricas de Botero, la figura ecuestre del condottiero Gattamelata de Donatello en Padua o el monumento a la madera de Gustavo Torner enclavado en un bello paraje del curso alto de río Escabas (Serranía de Cuenca) para conmemorar el VI Congreso Mundial Forestal
Más de lo mismo: algunos anuncios de carretera se han convertido en iconos del pop art, entre otros la botella de Tío Pepe de Gonzalez Byass, tolerada por la II República siempre que no levantara el brazo, o el toro de Osborne, a punto de desaparecer en 1994 por una orden del Reglamento General de Carreteras anulada tres años después por el Tribunal Supremo. Y las estatuas de bienvenida de algunas ciudades norteamericanas, como el leñador de la película Fargo de los hermanos Coen.

Entre las manifestaciones cercanas a la arquitectura destaca el trampantojo o trompe d’œil que se pinta o pega en ciertos edificios para dar continuidad a una fachada, crear un efecto imposible o simular un chaflán. O los murales sobre fachadas, tapias y paredes. Tienen especial interés los encargados por diversas instituciones (museos, corporaciones, estadios) a reconocidos artistas, como los realizados por Diego Rivera para la bolsa de valores de San Francisco o para los gigantes del sector automovilístico como Ford GM o Chrysler.

Por lo que respecta a la pintura, se ha puesto de moda la exposición en las calles de ciertos barrios populares de copias-carteles en tamaño original de cuadros conocidos de pintores clásicos o modernos cuya conmemoración se celebra. Suelen hacerse a partir de primavera para evitar que el mal tiempo deteriore las muestras de papel que, al final, alguno se llevará a casa. Sin olvidar al pintor dominical de la Plaza Mayor o del Rastro que exhibe en la acera sus paisajes de nubes y ríos que parecen de otro planeta o hace retratos y caricaturas express (lo mejor) a la carta.
Algunas formas del espectáculo al aire libre tienen indudablemente un contenido estético. Como el arte de la tauromaquia, al que José María de Cossío dedicó una enciclopedia considerada “La Biblia de los toros”. O las procesiones de Semana Santa sobre todo en las localidades donde las imágenes son obra de autores reconocidos. Aceptamos también Las Fallas por su parcial intención artística, con sus multicolores composiciones satíricas y sus ninots mofletudos de una rotunda estética kistch. Ambos de tradición valenciana, pasamos del culto al fuego del gremio de los carpinteros al de los pirotécnicos, uno de los oficios más antiguos, autores de los fuegos artificiales que en días señalados pueblan los cielos nocturnos de efectos visuales y sonoros. También son arte al aire libre los concursos florales en viveros y rosaledas para elegir entre los maestros floristas la rosa o la orquídea más bella. Y por supuesto, la jardinería, ese arte del diseño vegetal que desde el Paleolítico Superior se ocupa de imitar o mejorar (nada menos) las leyes de la naturaleza.

Pero el arte callejero por excelencia es el grafitti, al que dedicaremos la próxima entrada.

jueves, 7 de enero de 2016

¡Cuidado con el libro!


Lista informal  a completar (se admiten sugerencias) de lecturas en papel que no valen para nada salvo para estropear el gusto. Comienzo por los más jóvenes y  poco a poco intentaré afinar más.

La lectura rutinaria, edificante, casi religiosa, en los colegios de los relatos del tipo "Jaimito y los delfines", que consideran a los niños más infantiles de lo que son y de los que huyen a grandes trancos en cuanto pueden. Aunque son, en general, inocuos fomentan el peor contravalor de los libros: el aburrimiento.

La obligación de leer completa y en versión original La Celestina o cualquiera de las obras capitales de las letras españolas que el profesor de Literatura, en un alarde de autoengaño, prescribe al sufrido estudiante de Enseñanza Media (bajo pena de cate o calabazas). La consecuencia es, probablemente, la aversión de por vida del joven por todo lo que suene a obra mayor en cualquier lengua y especialmente la suya.

Las novelas de aventuras, ciencia ficción o pseudo históricas, series en varios tomos del tipo Harry Potter, basadas en el aumento recurrente, página tras página, de la intensidad del estímulo, lo que las convierte en un objeto de consumo compulsivo (y adictivo) repleto de acontecimientos cada vez más apabullantes.

Los best sellers de tema plano, tediosos e inverosímiles, véase Los pilares de la tierra, en los que desde la primera página está muy claro quienes son los buenos y los malos, blanco y negro sin grises, justo al revés que la vida, novelones donde se muestra sin resquicio que los malos están perdidos de antemano y no tienen la menor oportunidad por muchos embrollos que tenga el argumento. Su lema a favor del sistema (y nueva inversión de lo real): Vuela certera espada de la verdad, haz que el mal perezca y el bien prevalezca.

Las lecturas kistch “resumidas, adaptadas o actualizadas” de los clásicos. ¿Quién no ha padecido en la adolescencia la edición, echada a perder, del Conde de Montecristo o del Quijote?

Las biografías que se venden en los quioscos durante seis meses y te regalan la primera entrega con la prensa dominical. Vidas ejemplares de Napoleón, Gandhi, Lutero o Einstein. Son aluviones de historia, anecdotarios y frases para la posteridad. Parte de lo más sabroso es inventado o no verificado. Muchas son visiones idealizadas de personajes que no eran tan admirables en su vida pública o privada. Traducciones a granel del inglés. No vas a terminar el libro, la información que te interesa la puedes encontrar resumida en internet, en Wikipedia por ejemplo, y si te lo acabas ten la certeza de que podría haber empleado el tiempo en lecturas de más enjundia; o el efecto secundario de que conviertas al genio en un fetiche. ¡Atención, una buena biografía, como la de Chesterton sobre Dickens o la de Stefan Zweig sobre Balzac, es uno de los libros más raros que existen! Y para mayores de cincuenta años.

Los manuales titulados “Cómo triunfar en la vida” o "Cómo tener éxito con las chicas/os”. Son recetarios que valen para todos en general y nadie en particular. Luego no valen para nada. Una persona tiene que descubrir por sí misma desde su más tierna infancia cómo aprovechar sus oportunidades o como relacionarse con el otro sexo. A su manera. Existen ilimitadas posibilidades para un individuo de triunfar o fracasar en cada circunstancia irrepetible de su vida. Lo que vale para este no sirve para ese y mucho menos para aquel. Cada cual es cada cual y sus cadacualidades. Ya me contarán qué pintan aquí las normas universales. Ni se molesten. 

Continuará...

martes, 5 de enero de 2016

¿Es o no es?


¿Qué es y qué no es arte? ¿Cuáles son los límites del arte? ¿Con qué criterios se pueden establecer tales límites? Estas son las preguntas esenciales. Pero como en esos problemas matemáticos sin resolver que todavía flotan en la comunidad científica, nadie les ha dado una respuesta concluyente. Acaso la única posibilidad sea evitar el fraude (lo cual no siempre resulta fácil). Es decir, utilizar la famosa vía negativa de Tomás de Aquino (negar de Dios todo aquello que encontramos en los seres creados que contiene imperfección) para descartar lo que decididamente no es arte.
El Land Art, por ejemplo, fue una concepción original y válida. Pero no lo son todas las tendencias de última hora (y menos aun ciertas vanguardias de lo nunca visto). Un caso de experiencia estética fallida por el uso fácil de la performance nos ayudará a comprenderlo mejor.

Una importante galería berlinesa instaló en el centro de una sala una habitación de 15x10 metros de paredes lisas color "blanco-humo" y acristalada por un frente. Una suave música incidental propiciaba una atmósfera de duelo, silencio y actitud reverencial. En una pantalla colgante se proyectaban imágenes mudas de la barbarie nazi. Por una puerta lateral se accedía a una habitación que había sido rellenada aleatoriamente por tierra y “materiales naturales” extraídos, según el cartel informativo, del Campo de Concentración de Mauthausen. Un haz de luz muy tenue enfocaba por orden los rincones. No había objetos emblemáticos o aterradores y se pretendía “desviar la atención hacia una intuición más arcaica, más espiritual de la historia”. Se invitaba a los espectadores a que entrasen en el espacio escénico, "pisaran el mismo suelo y tocaran la misma tierra", compartieran sus sentimientos y reflexiones. Una especie de dinámica de grupo cambiante sobre el holocausto. En cada uno de los tres muros había colgados unos paneles donde podías escribir tus “impresiones” o bien acordar, discrepar o completar otros fragmentos. Esto último recordaba la mesa para recoger firmas de un funeral.

Se trata de una falsa experiencia interactiva en la que se busca el contenido fácil, establecido de antemano, prefabricado, fijado por una idea demasiado evidente, ajena a cualquier constelación de reflexiones serias sobre el drama que pretende evocar. En el fondo es una farsa ideológica basada en conceptos gastados. Forma parte del consumo efectista del que abusan ciertas galerías "ultramodernas". La falacia inicial consiste en aceptar dogmáticamente que es arte todo lo que está dentro de un contexto que lo legitima. Quizás sea esta la única frase que alguien tendría que haber dejado en los paneles (Adorno in memoriam): "Desmontad la habitación, no se puede escribir poesía después de Auschwitz".