martes, 26 de noviembre de 2019

Elecciones generales


Decididamente la política española ha entrado en un bucle. Por mucho que se repitan las elecciones no hay manera de investir a un presidente del gobierno. Lo cierto es que desde hace años los mismos líderes de los mismos partidos se han dedicado a mirarse el ombligo, enturbiar el panorama e intentar fagocitarse en vez de ponerse a trabajar seriamente. Los únicos que salen a flote son los innumerables tertulianos, politólogos, analistas y periodistas (que también se miran al ombligo, enturbian el panorama e intentan fagocitarse que para eso son el cuarto poder). Acaso lo más positivo de las últimas elecciones en nuestro país (¿Estado, Estado de las autonomías, Estado plurinacional, Estado de la Unión?) sea que la mayoría de los ciudadanos han aprendido que la política no tiene nada que ver con la ética, la teoría política, la historia, el sentido común o la lógica. A cada cual lo suyo:
- La ética es esencialmente individual. En cuanto empiezas a hablar de ética comunitaria el invento hace agua por los cuatro costados. La suma de voluntades, la voluntad general, el “Yo común”, esa entelequia de la teoría democrática de Rousseau solo sirve para la práctica política. Incluso Médicos sin fronteras se han visto envueltos en un escándalo; algunos trabajadores, según la propia ONG, daban medicinas a mujeres a cambio de favores sexuales. Al menos han tenido la decencia de no taparlo. Cuando Kant fundamenta la razón práctica, la ética, habla en singular: lo único que puede ser considerado un bien en sí mismo, sin condiciones ni limitaciones, es una buena voluntad. En otras palabras, una buena persona. La voluntad moral es indivisible. En cuanto se juntan dos ya tenemos lío. Adán y Eva lo montaron. Los derechos humanos son éticos, no políticos (lo cual es evidente). Desde Maquiavelo, la única regla que rige la política es alcanzar, mantener y extender el poder.

- La teoría política, es decir, las ideas de los grandes pensadores sobre la sociedad civil influyen mínimamente en la política real. Como mucho, los políticos de derechas citan refritos de Ortega y los de izquierdas frases lapidarias de Azaña. El resto consta de dos partes: primera, una base programática, un brindis al sol, que firmaría el mismo Papa; segunda, nada concreto (porque ni siquiera ellos lo saben) hasta que los que mandan comienzan los incumplimientos, parches y recetas diarias. Una variante importada de las dictaduras son las falsas noticias (o sea, las mentiras) y la corrupción estructural como algo consustancial a la democracia. Nadie ha leído en serio a Hobbes, Marx o Stuart Mill. Si yo fuera un deus ex machina, un demiurgo mayor de la educación, sustituiría la asignatura de filosofía en los distintos niveles por las de ética social, introducción a la ciencia política e historia de las ideas políticas. Es difícil predecir la influencia a medio plazo del cambio, pero estoy convencido que no se repetiría una situación insoluble y endemoniada como la actual.

- Es sabido que la historia no es una ciencia objetiva como la física. El historiador selecciona, interpreta y, con frecuencia, tergiversa los hechos del pasado por razones ideológicas. Echen una ojeada a los malabarismos que hacen ciertos "investigadores" de la derecha de la Guerra Civil española. Por no hablar de los disparates del Institut Nova Història, según el cual Leonardo Da Vinci, Colón, Cervantes y Santa Teresa de Jesús tenían ocho apellidos catalanes; o el escándalo de la manipulación editorial de los libros de texto en la enseñanza secundaria. En estas condiciones el más paciente relator podría volverse loco al intentar coordinar una mesa de diálogo. Por lo demás, es evidente el peso de la historia. La confrontación entre las dos Españas sigue atada y bien atada. Es una triste refutación de la teoría orteguiana de las generaciones. La solución de la II República a la diversidad cultural y lingüística española mediante la instauración de las tres nacionalidades históricas apenas es hoy viable. No aprendemos las lecciones de la historia.

-  ¿Qué decir del sentido común? Hasta las ardillas de la Casa de Campo tenían claro que un gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos era lo mejor tras las primeras elecciones. Un centro izquierda atemperado, socialdemócrata y liberal, era una combinación razonable para todos… menos para los políticos maximalistas, ambiciosos y figurones. Cuando lo normal fracasó vinieron los dislates. El hilo de la caña de pescar en la vida pública se enredó sin remedio y ahora estamos en un callejón sin salida.    

- Ni siquiera la lógica forma parte del lenguaje político. Antes podías defender una cosa en el gobierno y la contraria en la oposición. Ahora puedes hacer lo mismo estés donde estés. El principio de contradicción es ajeno a la política. Las tormentosas relaciones entre Pedro y Pablo son un buen ejemplo. Tiren de hemeroteca y se les pondrán los pelos como escarpias. Veremos. La mejor definición de la política que conozco es la que protagonizó el Conde de Romanones (1863-1950), político y diputado liberal de entonces, cuando afirmó tajante en el Parlamento que nunca jamás saldría tal ley con su apoyo. Cuando a los siete días salió con su voto, los avispados periodistas le preguntaron por su anterior declaración.
Comprenderán, les respondió con un resuelto tono didáctico, que cuando digo “nunca jamás” me refiero siempre al presente.