El acoso escolar o bullying en los centros de enseñanza secundaria tiene su prolongación en las novatadas al comienzo del curso con epicentro en los colegios mayores dependientes de las Universidades. Son un rito de tránsito, según los sociólogos, aunque en realidad es una humillación, una sumisión de jerarquía camuflada de ejercicio de integración en el grupo. Las novatadas universitarias (también se dan en el ejército o el deporte) se perpetran dentro y fuera de los colegios mayores mientras las juntas directivas miran a otro lado por más que un año tras otro se insista en que están legalmente prohibidas. Incluso se hacen en las aulas de las facultades, aunque en general son más benignas: un alumno del último año de carrera se hace pasar por el profesor con su beneplácito y durante media hora trata de aterrorizar a los alumnos de primer curso con las exigencias de la asignatura, las estadísticas de suspensos y las abrumadoras pruebas a que se someterán a partir de mañana. Casi todos saben que es una farsa y se limitan a mirar al vacío mientras el postizo perora en el desierto. Todos los años la misma chorrada. No obstante, algunos deciden pasar de las musas al teatro: un alumno de quinto de medicina en un despiste del conserje se hizo con la llave de la sala de disección, se presentó como el profesor ayudante de anatomía y mostró a un grupo de pipiolos una mesa de mármol, entre otras, con un cadáver descabezado. Descompuestos, se apiñaron en un rincón (¡cero cabeza decía una chica!) mientras el veterano les gritaba: ¡Sois estudiantes de medicina o de periodismo! Hubo quejas de algunos padres médicos al decano de la facultad; finalmente se sancionó al culpable por acceder sin permiso a una dependencia restringida, sin más preguntas. Yo mismo padecí las novatadas. Hace tiempo les dediqué un artículo.
Lo
que me ha dejado estupefacto, no sé qué nombre darle, es la explosión subitánea
y coral de una ristra de gruesos insultos machistas, sexistas y misóginos de
los universitarios de un colegio mayor de Madrid, el Elías
Ahuja, a sus compañeras del colegio de enfrente, el Santa Mónica, ambos
propiedad de la misma orden, los agustinos. El video es impactante. Se trata de
un evento, según parece, repetido y tolerado durante años. Si es así, doy por
hecho que las posibles sanciones académicas o penales quedarán en nada por
razones económicas: los estudiantes de ambos centros pagan un dineral al mes
por lo que con un par de expulsiones se blanquea una simple broma de
mal gusto; sociales: muchos estudiantes proceden de familias de
posibles, influyentes, algunos padres han sido antiguos colegiales;
y también políticas: La Comunidad de Madrid ha considerado que se trata de un
asunto menor y un desvío de la atención de los “verdaderos problemas de la
Universidad”.
Una
minoría de chicos se han desmarcado del tumulto. Incluso han declarado sentirse
avergonzados al día siguiente de hacerse viral el
escándalo. También sabemos que la presión colectiva empuja a los tibios y condena
a los discrepantes. Otros se disculpan por lo que pueda pasar, quizás
sinceramente: se nos fue de las manos, nunca más, etc. Lo cierto es que las
ventanas del Elías Ahuja estaban a reventar. Algunas
residentes confiesan sentir miedo por las posibles conductas de los internos. Del vociferio sexista a la manada en celo solo hay un paso. No queremos ni imaginarlos con unas copas de más en terreno neutral, ¿hasta cuándo
tendremos que aguantar estas provocaciones y amenazas?,
Sin embargo, lo que produce más perplejidad es la justificación que muchas mónicas hacen de sus acosadores, incluso han publicado un manifiesto de apoyo: según ellas, todo es una broma, no nos ofenden ni nos intimidan, es un postureo lúdico, inocente en el fondo; son nuestros amigos, pobrecitos, incluso nos acompañan por la noche al colegio para protegernos. Nosotras hacemos lo mismo, pero sólo hemos visto una grabación en la que unas cuantas colegialas entonan una confusa melopea prácticamente sin público del otro lado. Sólo es posible, afirman las defensoras, comprender lo ocurrido como un pique pactado entre ambos colegios. El video se ha sacado de contexto, dicen. El meollo del asunto es comprender en qué consiste el contexto. Si se trata de una tradición acordada, reiterada y consentida lo único que hace es agravar más el significado de la barbarie. A mí me salen cuatro responsables directos. El quinto, indirecto, es la versión edulcorada, que algunos medios de comunicación han querido vendernos con la teoría (extrapolada de la antropología cultural) de que las reglas de un rito milenario, de un juego simbólico, de una fiesta transgresora solo pueden ser entendidas y juzgadas desde dentro, por lo que carecen de significado objetivo fuera del círculo mágico. Lo preocupante es que ese círculo es cada vez más amplio.