sábado, 29 de marzo de 2014

Cuenca: conversaciones en la catedral


Las catedrales góticas son después del mar el mayor espectáculo del mundo. Bosques inmensos de piedra, las llamó Orson Welles; en realidad, son libros abiertos, símbolos de una cristiandad unida por la fe y el arte de los canteros. La biografía de cada cual puede ser contada desde sus avatares en las catedrales. En mi caso, por mis coloquios y soliloquios en el interior de la desmochada catedral de Santa María y San Julián de Cuenca, cuyas agujas se perdieron a principios del siglo XX tras derrumbarse por causas desconocidas. De influencia francesa, es la primera catedral gótica de Castilla; sólida, aunque lejos de la pureza del gótico francés de Amiens, Chartres, Reims o París, cumbres de la arquitectura religiosa del siglo XIII. La catedral de Cuenca está en obras perpetuas de restauración; inacabada por los cuatro costados, su reconstrucción dura ya más de lo que se tardó en levantarla. Los dos últimos trabajos han sido la reparación del claustro renacentista y la reposición de las vidrieras perdidas mediante diseños abstractos (y muy discutidos) del pintor Fernando Zóbel. En realidad, la tardanza que se mide en décadas, se debe a tres causas: la falta crónica de presupuesto, la polémica entre apocalípticos y modernos sobre la conveniencia de  restaurar ciertos monumentos y el desconocimiento de los planos originales.

En verano, cuando vivía en la calle de San Pedro y tenía que bajar a “la parte nueva” de  la ciudad en plena canícula, entraba a la catedral por la puerta derecha de la portada, la única abierta a diario, y recorría completas las dos naves laterales unidas por la girola. Con frecuencia no había nadie en el templo. Cualquiera que haya recorrido a solas una catedral gótica inundada de luz, la de Toledo, Barcelona, Sevilla, Burgos, León, habrá sentido el escalofrío de la mística. Una especie de depuración esencial de la educación religiosa recibida en la familia, la escuela y la calle. Es difícil sustraerse a una experiencia emocional tan intensa; se hacían para eso. Dudo que sea posible comprender el sentido estético de una catedral sin sentir la teología en el alma.

La presencia de la catedral al caer la tarde me resultaba familiar. A su alrededor, en la Plaza Mayor, se encontraban los bares más marchosos de “la parte alta”. Todos los recorridos del barrio húmedo pasaban por sus muros. Mi taberna preferida era Los elefantes, debajo del estudio de Fernando Zóbel. Recuerdo a Félix, el camarero, sirviendo botellines de Mahou cinco estrellas (no daban cañas) y copas de Rioja. El repertorio de tapas variaba cada día. Hace tiempo que no voy y aunque sigue abierta ha cambiado de dueño varias veces y no creo que conserve sus señas de identidad.

Monseñor Guerra Campos, obispo entonces, celebraba los viernes misa de ocho en el altar mayor rodeado de popa y circunstancia y la expectación de la iglesia visible de Cuenca. Tenía aura de intelectual profundo y sus homilías clamaban a las puertas del cielo: su tema favorito era la ponzoña del marxismo y la necesidad de una cruzada permanente contra el materialismo, el evolucionismo, el utilitarismo y el positivismo (el término laicismo aun no estaba de moda). Cada semana demolía un ismo con nuevos anatemas. Afirmaba que en su verbo fluía la verdad del Dios de los sabios y los pensadores. En realidad su catolicismo, desnudo de retórica, era simplemente cristianismo para ricos. En la última fila estábamos Fernando, Oscar y yo, a punto de reventar de risa. La gente nos miraba con gesto torcido. En aquel tiempo se corría el riesgo de ser entregado al brazo del Santo Oficio.

Con veinte años, bajo el óculo de la doble girola, una hermosa tarde de otoño me declaré a Coral con espontánea premeditación. Me acogí a sagrado para ofrecerle amor eterno, pero se rió tiernamente en mis narices. 

- ¿Cuándo dices "para siempre" –preguntó puntillosa- te refieres a este fin de semana? 

Despechado, respondí con frase lapidaria de Wittgenstein: Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita sino la intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presenteDespués cambié de tercio: ¿Sabes quién era San Julián? La cosa aun tenía arreglo, pero insistí torpemente cuando visitamos el tesoro de la catedral: “Tú eres el único tesoro que veo”, le dije con ardor poético infumable... y se cabreó. Tramaba un viaje con ella a Toledo, pero acabé solitario en mi cama. En estos casos siempre nos quedará la sillería del coro.

De soltero hacía de guía de la catedral para mis amigos madrileños. Convertíamos los detalles eruditos en asuntos prosaicos: mercadillo de lance y guapos donceles, decían ellas. Cortesanas placenteras y cordero al espetón, decían ellos. Los clérigos sombríos, el mendigo ciego, decía yo.
Allí se casó mi amigo Alonso, hombre de mundo de familia ilustre, un bodorrio al que asistieron las fuerzas vivas del lugar. Boda en el altar mayor, con hachones, inundación floral y alfombra roja. Sedas y terciopelo, joyas y mantillas, smoking alquilado que me sentaba fatal. Ofició la boda don Evaristo Monedero, deán de la catedral. El tema del sermón: el amor sacro y el amor profano (¿Cuántas veces contaría lo mismo?). Supremacía del amor sacro, hombre y mujer unidos en una sola carne, el fin primario es la procreación y después la satisfacción de la concupiscencia, la sagrada familia. Escuchaban atentos los novios. Si era impresionable, mi amigo no la tocaría durante una semana. Cena de gala en el parador. Cogorza con sordina, contenida por los reproches de mi mujer. Que nadie separe en la tierra lo que Dios ha unido en el cielo. Antes de dos años se divorciaron "por lo civil”. Solicitaron después la anulación por no sé qué embrollo; que un tribunal eclesiástico les concedió tras pagar un montón de millones. Supremacía del amor profano.

La última vez que visité Santa María y San Julián fue con mi familia. Mis hijos se negaron en redondo a escuchar mis historias. Se sentaron a más de veinte metros en la sillería del coro para ver la catedral en el móvil. Ana hacía como que me escuchaba. Domina la técnica del empane pero la conozco: si más atenta, más desconecta. Cuando amostazado le pregunté de qué estaba hablando en ese momento me respondió que de la catedral, ¿no?, y que cerrara el pico de una vez, que aburría a San Julián. El matrimonio es ante todo un conjunto de sobreentendidos. Dignamente, a solas y en celada, me restaba al menos repasar los misterios del bello ábside central de planta poligonal con siete lados que muestra un alzado con un primer piso de arcos apuntados y un segundo nivel de claristorio con ventanales de medio punto. El abovedado se lleva a cabo mediante bóvedas sexpartitas, cobertura típica del denominado “primer gótico”… Más madera.

domingo, 23 de marzo de 2014

El universo conocido


Leo en el País-Ciencia: Un equipo internacional de científicos ha detectado los sutiles temblores del universo un instante después de su origen. Un telescopio estadounidense en el mismísimo Polo Sur ha logrado captar esas huellas en el cielo que suponen un espaldarazo definitivo a la teoría que mejor explica los primeros momentos del cosmos, denominada “de la inflación” y propuesta hace más de tres décadas.

Dice Kant en la CRP que cuando especulamos sobre el universo la razón puede demostrar con igual fuerza una proposición y su contraria: que tiene o no comienzo en el tiempo y límites en el espacio, que la materia es o no es infinitamente divisible, que la causalidad natural es o no la única... Kant concluye que hay una querencia ineludible de la razón a realizar síntesis absolutas; a traspasar los límites de los hechos. Nos encanta perdernos en ciertos laberintos metafísicos. Una especie de nostalgia incurable del infinito, como la llamó Giorgio de Chirico en uno de sus cuadros.

Es la misma nostalgia que me llevó hace tiempo a echarme al coleto y comentar en el Café Comercial con mis colegas algunos libros de moda. Asimov nos ponía los pelos como escarpias con las distancias interestelares. Nada más comprar el libro de Steven Weimberg Los tres primeros minutos del universo lo abríamos por el instante cero para ver si la física confirmaba las vías de Santo Tomás. Carl Sagan suavizaba en Cosmos los cálculos astronómicos con vidas ejemplares y música de las esferas. Stephen Hawking desde su silla robótica nos retaba a pasar de la página veinte de su Historia del tiempo. El cosmos: todo lo que ha sido, es y será, del que forma parte el universo conocido, quizás una cáscara de nuez en el océano del espacio-tiempo.
Saqué algunas conclusiones peregrinas, parecidas a pedalear en una bicicleta sin cadena: la primera que el universo de los científicos es un montón de modelos matemáticos inextricables que esperan a que la materia les dé la razón; la segunda que el cerebro humano, materia hecha consciencia hace cuarenta mil años, no puede descifrar un universo con una antigüedad de miles de millones y menos la eternidad del cosmos. Los científicos de Harvard dicen que saben cómo es el universo, pero también los filósofos jónicos sabían que la Tierra era un disco plano, la ciencia medieval que era el centro del universo o la astronomía renacentista que el centro era el Sol. Al final regalé los libros a uno de mis sobrinos, estudiante de teleco (que aceptó por compromiso) y volví a Galdós y Baroja, también por encima de nuestras cabezas.

Atravesé después la fase panteísta: tuve la certeza de que Dios era la totalidad del cosmos. Leí en Spinoza el infinito mapa de Aquel que es todas sus estrellas. Imaginé a Giordano Bruno en el Campo de fiori, ardiendo en la hoguera de la Inquisición, otra parte de Dios. El hombre y lo absoluto. Un Dios que se ocupa de sí mismo pero no de sus partes. Materialismo espiritualista: humano, demasiado humano.

Decidido a no considerarme un átomo divino, me pasé a la ciencia ficción y al cine como las únicas formas de entrever los secretos del universo que, en el fondo, responden a arquetipos biológicos y culturales de la especie humana. Pasé meses preguntándome qué era el monolito que se ve en 2001 una odisea del espacio. La respuesta, tras leer la novela, era que el propio Arthur Clarke tampoco lo sabía. Nuevo acceso religioso: si fuera inmortal, mi paraíso en el más allá sería un eterno viajar en busca de las maravillas de las civilizaciones que pueblan las galaxias. ¿Se imaginan la música, de una cultura con una antigüedad de mil millones de años?

Como toda tesis genera la contraria, según Hegel, me fui al otro lado: al fisicalismo. Torné a la Tierra, patria y morada, cuyas leyes físicas son las mismas en cualquier parte del universo. El verdadero saber consiste en reducir cualquier acontecimiento al lenguaje de la física, una estrella fugaz, la muerte, una caricia, los recuerdos, la ira de los justos. La materia signata quantitate de la Escolástica, las cualidades primarias de Galileo. El Universo es homogéneo, por más agujeros negros, quásares, conos de luz y supercuerdas que nos abrumen. El positivismo lógico, anglosajón, es tranquilizador pero aburrido. Demasiadas ecuaciones y choques. Se acabaron las bellezas seráficas hechas de pura energía en el planeta Nausica de la Constelación del Unicornio situada en el tercer universo paralelo.

Di otra vuelta de tuerca a la máquina de Newton con ayuda de la epistemología. Imaginemos tres mentes: la infinita de Dios, la de una criatura con una evolución pasmosa y nosotros. Representemos el saber mediante tres segmentos. El segmento de Dios es infinito pues conoce la totalidad. El de E.T. es muy largo pero limitado. El nuestro es corto y abarcable. ¡Pero en la parte que tienen en común conocen lo mismo! La verdad es una y los errores son muchos, por eso la ignorancia es pluralista. Con el método y un tiempo del que no disponemos hallaremos la puerta estelar. Es lo que pensaba Descartes, la razón humana dentro de sus límites es perfecta. Más teología.

Con las primeras canas recalé en la concepción ética del cosmos. Dejemos la observación de los cielos a los sonámbulos profesionales. Olvidemos lo accidental y permanezcamos fieles al sentido de la tierra. Como Sartre en Mayo del 68, vendiendo en la boca de metro de Odeón La cause de peuple, panfleto maoísta, delante de la prensa. “El marxismo -dijo- es la única filosofía posible en un mundo como el nuestro y un momento como este". De acuerdo, hasta que descubres el otro significado de la barbarie con rostro humano. Capaces de convertir las lunas de Júpiter en archipiélagos Gulag. Transitemos entonces, como la filosofía griega, de la cosmología a la antropología. El hombre es la medida de todas las cosas, una antesala más que el suelo natal. Los derechos humanos son la vaselina de los negocios. El espíritu de la pesantez sobrevuela las humanidades. Desengáñense: el único humanismo no contaminado, todavía respetable, lúcido, es el de aquellos sabios del Renacimiento que promovieron los Studia humanitatis para transmitirnos el legado clásico. El resto son piezas clericales y cantos de sirena. 

Ahora me inclino por una concepción estética del universo. ¡Cuánta razón tenían los griegos al entender el cosmos como armonía! Si tienes la costumbre de mirar al cielo, encontrarás auténticas joyas, cúpulas, bóvedas, artesonados, frescos incluso.
Visito el sitio de la NASA para renovar la reflexión de Ibn al-Haytham, Alhacen: Uno de los fines de la naturaleza es la ciega producción de formas bellas (una propiedad de la materia indiferente a la existencia o no del hombre). Está ahí y forma parte de un misterio inaccesible al entendimiento.

Cuatro ejemplos a los que he puesto título:
Natura naturans.
“Espectacular imagen de la nebulosa del Caballo situada a unos 1.500 años luz de la Tierra en la constelación de Orión, captada en infrarrojos por la cámara de alta resolución Wide Field Camera 3 del telescopio espacial Hubble”.

Lux in tenebris.
“El cometa Ison, fotografiado por el telescopio espacial Hubble de la NASA”.

Splendet dum frangitur. 
“Explosión  de una supernova gigante situada en una región HII llamada DEM L241 en la gran Nube de Magallanes, detectada por un equipo de astrónomos que utilizan el Observatorio de rayos-X de la NASA Chandra”.

Harmonices mundi.
 “Cúmulo de dos mil galaxias en la constelación de Virgo. Conseguida imagen de la región central de la agrupación hecha con gran tiempo de exposición”.

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La armonía del cosmosLa música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.

domingo, 16 de marzo de 2014

Historia de la filosofía. Los dualismos de la filosofía platónica


El pensamiento de Platón, como el de los presocráticos, los sofistas o Sócrates, se sitúa en ese momento crucial para la historia de Occidente en que se produce el tránsito de las etapas iniciales del saber (el mito, la magia, la religión y el arte) a las avanzadas (la filosofía y la ciencia).

Estamos en el comienzo del pensamiento racional. En todo caso, el saber filosófico, tal y como lo entiende Platón, es algo muy distinto y en el fondo contrapuesto a la ciencia moderna: se trata de un saber puramente teórico o especulativo con una proyección práctica ética o política.

Toda la obra platónica, especialmente los principales diálogos, es un magma donde se mezclan elementos de los estadios iniciales y avanzados del saber.

- MitológicosMito de la CavernaMito del Carro AladoMito del nacimiento de ErosMito de Er...
- Religiosos: la religión politeísta griega, el dualismo cuerpo-alma y la inmortalidad del alma que provienen de los órficos, la preexistencia y reencarnación del alma que proceden de los pitagóricos.
- Poéticos: tomados de los poemas homéricos y de la cosmogonía de Hesíodo.
- Filosóficos: influencias de los presocráticos (Heráclito, Parménides, Pitagóricos), sofistas y Sócrates.
- Científicos: sobre todo matemáticos y astronómicos, propios de los estudios de la Academia platónica.

Platón, influido por la forma literaria que utilizó, el diálogo, no construyó propiamente un sistema, sino que su pensamiento se desarrolló en el orden en que los problemas fueron tratados, retomados y modificados. No obstante, toda su obra se articula en torno a un conjunto de dualismos que constituyen el núcleo de su filosofía. Un dualismo consiste en la oposición de dos principios explicativos copertinentes (se necesitan uno del otro para completar su significado). En orden jerárquico o descendente:

- Realidad. Dualismo ontológico: contrapone el mundo sensible o naturaleza al mundo inteligible o mundo de las ideas.

- Hombre. Dualismo antropológico: contrapone el cuerpo material y perecedero al alma espiritual e inmortal.

- Conocimiento. Dualismo epistemológico: contrapone los sentidos como órganos del conocimiento sensible a la razón como facultad del conocimiento intelectual.

- Acción. Dualismo ético: contrapone el hombre ignorante o vulgar al hombre de conocimiento, el sabio o filósofo.

- Sociedad. Dualismo político: contrapone el Estado real o histórico, la etapa final de la corrupta democracia ateniense, al Estado ideal o utópico propuesto por Platón en La República.

Algunos ejemplos actuales de conceptos dualistas relacionados con la filosofía son los de naturaleza y cultura, cerebro y mente, lengua y habla, gramática superficial y profunda, innato y adquirido, determinismo y libertad, felicidad y deber, unidad y pluralismo político...

miércoles, 12 de marzo de 2014

Historia de la filosofía. El cristianismo según Nietzsche


Para Nietzsche, el cristianismo primitivo, la religión de las clases más bajas y de los esclavos durante el Imperio Romano, consiguió imponer en occidente una concepción moral basada en tres principios:

El resentimiento, entendido como hostilidad inmediata contra toda manifestación individual o social de lo noble y elevado.

La igualdad
, entendida como moral de la mayoría, democrática, propia de los valores comunes que igualan a los hombres, como tendencia permanente a la nivelación y negación del individuo superior.

La mediocridad, entendida como vulgaridad, como moral del vulgo, de “la chusma” y sus costumbres decadentes. Moral del rebaño.

El contenido de estos valores se origina en la interpretación funesta, según Nietzsche, que San Pablo (el verdadero fundador del cristianismo) hizo de la antropología neoplatónica. El cristianismo paulino es platonismo para el pueblo. Es el resultado de una moral concebida como “antinaturaleza”, una moral que se enfrenta a la vida y legisla contra los sentidos, los instintos, la corporalidad. Según Nietzsche, la vida acaba donde comienza el reino de Dios.

El cristianismo inventó, afirma Nietzsche, un más allá trascendente para depreciar el valor supremo de la fidelidad al sentido de la tierra. Imaginó un tiempo escatológico para eliminar la idea griega del eterno retorno. Creó los valores degradados del amor al prójimo, la compasión, la humildad, la abnegación, la obediencia y el sacrificio para debilitar la voluntad de poderDionisos contra el crucificado es el lema de Nietzsche.

Por otra parte, siempre tuvo presente en su crítica al cristianismo la versión protestante, una religión de la subjetividad cuyo fundamento es la interiorización de los valores religiosos y teológicos, espirituales. El protestantismo es una religión de la totalidad: el protestante es cristiano siempre, cada hora de su vida, mientras el católico sólo lo es a tiempo parcial y en contadas ocasiones. Por oposición al protestante, el cristianismo católico es para Nietzsche una religión de la exterioridad, de los aspectos externos a la conciencia, como la liturgia y el culto, las imágenes, el ornamento, el arte sacro y los templos. En su obra El Anticristo manifiesta su entusiasmo por el carácter aristocrático de la Iglesia Romana durante el Renacimiento. César Borgia papa.

viernes, 7 de marzo de 2014

Notas sobre Kafka


La obra de Kafka surge del mito hebreo del pecado original y es la metáfora de una culpabilidad universal sin objeto ni redención. Una culpa tan antigua que se mide en eras y tan ancestral que los hombres han olvidado sus huellas (si es que alguna vez las siguieron); por eso sus libros parecen inmensas parábolas sin clave.
Cada frase invita a revelar su sentido… pero no nos atrevemos a hacerlo. Lo que se ofrece no es la solución de una fábula sino la suspensión permanente del juicio. La tesis de Kafka es la oscuridad de la existencia. En una celebrada ocasión, su amigo Max Brod le preguntó:

- ¿Existe, entonces, esperanza fuera de esta manifestación del mundo que conocemos?

- Kafka sonrió más allá de la insulsa cuestión: Sí, bastante esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros.

Sus escritos apuntan al sentimiento de la infinita distancia que nos separa de cualquier orilla, incluso de la más inhóspita. Los intentos de interpretar su obra –dice Adorno- la han rebajado a la condición de oficina de información sobre la condición del hombre (eterna o actual según los casos) y que, satisfecha o sabihonda, elimina precisamente el escándalo deseado.

¿Qué representan el castillo y la aldea, los funcionarios y los habitantes, el descenso de ciertos funcionarios a la aldea y viceversa? Sugieren significados que proceden del inconsciente colectivo, familiares, atávicos, pero cuanto más los pensamos más impenetrables se vuelven. Lo mismo ocurre en El proceso con el mundo de las causas judiciales, los expedientes, las densas estancias de los tribunales, la existencia crepuscular de los acusados y las catervas de abogados inútiles. Pero el enigma más famoso es el insecto en que se convierte Gregorio Samsa al despertar una mañana, tras un sueño intranquilo, en La Metamorfosis. Se ha interpretado como un alegato contra la crueldad de la familia burguesa. Pero en cuanto aceptamos cualquier versión, el aura se desvanece. La traslación del simbolismo a la vida social sólo sirve para cubrirla de grises. La verdad de la narración en Kafka sólo acontece en una lectura que acepta un misterio que permanece para siempre. En su obra se cumple más que en otras la máxima de que nada resulta evidente en el arte.

Walter Benjamin comienza su ensayo Kafka, en el décimo aniversario de su muerte con una anécdota.

Se cuenta que Potemkin sufría de depresiones recurrentes durante las cuales nadie se le podía acercar y la entrada a su estancia estaba severamente prohibida. En la corte no se hablaba nunca de esta enfermedad, porque se sabía que cualquier comentario desagradaba sobremanera a la emperatriz Catalina (amante del gran estadista).
Una de las depresiones del canciller fue particularmente larga. Provocó serios inconvenientes. En los despachos se acumulaban documentos oficiales que no podían seguir su curso sin la firma de Potemkin y sobre los cuales la zarina exigía decisiones inmediatas. Los altos funcionarios no sabían qué hacer. En estas circunstancias, el pequeño e insignificante copista Shuvalkin llegó por azar a las antecámaras ministeriales donde los consejeros se hallaban reunidos como de costumbre para protestar y quejarse. “¿Qué ocurre, excelencias? ¿En qué puedo servir a vuestras excelencias?”, preguntó el solícito Shuvalkin. Le explicaron la situación, lamentándose de no poder utilizar sus servicios. “Si es sólo eso, mis señores –respondió Shuvalkin- les ruego que me den los documentos". Los consejeros, que no tenían nada que perder, accedieron y Shuvalkin con el fajo de papeles bajo el brazo se dirigió a través de las galerías y corredores hasta el dormitorio de Potemkin. Sin llamar a la puerta ni detenerse en el umbral, puso la mano en el picaporte. El cuarto no estaba cerrado. En la penumbra, Potemkin se hallaba sentado en la cama, desaseado, envuelto en una bata grande, royéndose las uñas; Shuvalkin se acercó al escritorio, mojó la pluma en el tintero y, sin decir palabras, tomó un documento al azar, lo colocó sobre las rodillas de Potemkin y le puso la pluma en la mano. Tras echar una mirada ausente al intruso, Potemkin firmó como en un sueño; luego, firmó otro documento y otro y luego todos. Cuando tuvo en la mano el último, Shuvalkin se alejó sin ceremonias, tal como había llegado, con su dossier bajo el brazo. Con los documentos en alto, en un gesto de triunfo, Shuvalkin entró en la antecámara. Los consejeros se precipitaron a su encuentro, quitándole los papeles de las manos. Con la respiración contenida se inclinaron sobre los documentos; ninguno dijo una palabra; permanecieron como petrificados. Nuevamente Shuvalkin se acercó a ellos y nuevamente se informo de la causa de su consternación. Entonces sus ojos también vieron la firma, Un documento tras otro estaban firmados: Shuvalkin, Shuvalkin, Shuvalkin

miércoles, 5 de marzo de 2014

El guardián entre el centeno


Leí por primera vez El guardián entre el centeno de J.D. Salinger cuando estudiaba la carrera y me gustó como a todo el mundo. Su personaje era una contrafigura existencial, no politizada, que nos permitía evadirnos del ambiente sobrecargado de ideologías de izquierdas en la universidad franquista. Desplazábamos la indignación a otro terreno. Lo he vuelto a leer y no es lo mismo. Una prueba más de que la identidad personal es un mito.
Ciertos entusiastas han presentado a Caulfied, el guardián, como un aspirante al superhombre: aristocrático, trágico, negador, creador de valores. Otros lo tienen por un continuador de los efluvios alcohólicos, los excesos sociales y la conciencia moral de la generación perdida.

Para mí, Caulfield es un niñato. Todo le parece falso, pero él representa la negación de la negación. Confunde el nihilismo con no saber lo que quiere. Su rebeldía es hastío por perder los papeles. La vida es el lugar donde se cumplen las fantasías burguesas del varón adolescente. Pero es un necio que provoca y se deja partir la cara por un compañero de habitación que ha cortejado en el asiento trasero del coche a una colegiala, Jane, de la que Caufield cree estar enamorado. La ama porque a ella no le convence su imagen. A otra joven, Sally, que lo besa sin condiciones en la noche neoyorquina la insulta. Sus amigos, jóvenes y viejos, son tipos siniestros. El centro de su mundo afectivo es su hermana menor, Phoebe, una niña precoz que no ha tenido tiempo de crecer y convertirse en una arpía. Su viaje iniciático es, en fin, una fenomenología de la inmadurez y la desidia. El mejor valor de Caufield es que lo sabe y se atormenta. Al final, su padre, tras una bronca ritual, le buscará otro colegio caro del que le volverán a echar por vago, como le ocurrió en Pencey. Los directores soportan todo menos el fracaso: con el futuro de las minorías dirigentes no se juega. Lo devuelvo a la estantería para siempre.

sábado, 1 de marzo de 2014

El gomero


En Cuenca al tirachinas lo llaman gomero. El gomero de Victoriano es el único objeto de mi infancia que me gustaría encontrar en la buhardilla de mis padres. No hablo de un artefacto fabricado en serie, con una horquilla de aluminio, unos elásticos amarillos y un soporte de plástico, sino de un auténtico gomero artesanal, hecho a medida en madera de pino, con gomas de caucho vulcanizado y badana de cuero curtido.

Esta es su historia.

Cuando tenía nueve años pasé las vacaciones de verano en casa de mi tío Gustavo en Valverde del Júcar, un pueblo de la provincia de Cuenca. Mi tío llevaba una fábrica de aceite propiedad de los hermanos. Allí conocí a Victoriano, el hijo del dueño del almacén de coloniales. Teníamos la misma edad y había vivido siempre en Valverde. Sentados en el patio de la almazara, escuchaba hipnotizado: el colegio, los vestidos, las comidas, las calles, los escaparates de Madrid. Nunca preguntaba nada. Victoriano me enseñó los secretos de la vida en el campo: pescar con caña en el río Gritos, montar en la trilla para separar el grano de la paja, encontrar nidos de pájaros, coger arzollas, hacer jaulas de junco para los grillos, encender una hoguera, tirar con el gomero… Tenía una puntería increíble. No había botella ni lata que se le resistiera. ¡Tiraba a los gorriones al vuelo!

Mi iniciación con el gomero fue muy parecida a esas escenas de las películas del oeste en las que el pistolero le enseña al novato cómo coger el revólver, apuntar y disparar. Se asombraba de mis modos de paleto madrileño. Tras dos semanas de paciencia hice algunos progresos. Conseguí darle al tronco de una morera a unos quince metros. Victoriano acertaba a las hojas de la copa. Donde ponía el ojo ponía la piedra. Un artista.

Nos hicimos amigos inseparables. Al terminar el desayuno me esperaba cerca de mi casa. Le dije a mi tía que le invitara a pasar pero prefería quedarse fuera, en un banco de la calle. Siempre tenía algún plan. Un día me probé el traje blanco con turbante que se ponía en las fiestas de moros y cristianos. Salimos a la plaza con trabuco y estandarte musulmán, en olor de multitud, hasta que los guindillas avisaron a su madre. Mi tío se partía de risa cuando se lo contó el alcalde, pero a Victoriano le zurraron. Para congraciarnos con sus padres subimos al palomar de mi familia, sacamos dos pichones de los nichos y se los llevamos. Por la noche los pájaros volvieron al nido. Esta vez me zurraron a mí.

A veces nos acompañaban sus primas Alba y Consuelo, más pequeñas que nosotros. Presumían de haber hecho la primera comunión. Nos convencieron para que comulgáramos sin decir nada a nadie. "Solo lo sabrá Jesús", cantaron a coro. Ante mis dudas, Alba me dijo que si quería ponerme un traje de marinero y hacer un convite también podía con la segunda comunión. Consuelo añadió que el padre de Victoriano no pisaba la iglesia y no tenía por qué enfadarse. Lo intentamos en la misa del domingo pero el cura nos reconoció y pasó de largo. Al salir, las primas se rieron de nosotros. Siempre nos sacaban dos cuerpos. Don Augusto, el párroco, se lo contó a mi tío y me advirtieron que no volvería a ver a Victoriano si se repetían las gracias.

¡Nunca olvidaré aquel mes de Julio! Aire, agua, tierra y fuego en proporciones mágicas. A lo largo de mi vida he conocido la felicidad con mayúsculas diez veces. La segunda es esta. Cuando se acabaron las vacaciones, la víspera de mi partida, Victoriano me hizo un regalo muy especial: su gomero. No me atrevía a cogerlo. Hasta que me lo metió en el bolsillo y se marchó. Mi tío frunció el entrecejo pero no dijo nada.

Durante aquel invierno el gomero desapareció tras una queja del profesor de mates a mis padres. Por más que estudié y supliqué no pude recobrarlo. Creo que lo perdieron y no sabían qué decir. Desde entonces las matemáticas han sido para mí un drama. Lo busco por todos los rincones, por las tiendas de antigüedades, por el rastro y por los pueblos de la provincia de Cuenca cuando voy en verano. Tengo una pequeña colección, aunque ninguno es igual. Nunca he vuelto a ver a Victoriano, pero no pasa una semana sin que me acuerde de mi amigo.