Anaxágoras
le dijo a un hombre que se lamentaba porque iba a morir en un país extranjero: “El
descenso al Hades es el mismo desde todas partes”.
Diógenes
el Cínico
La idea del cosmopolitismo, literalmente “que un individuo se sienta ciudadano del mundo”, procede, como todo concepto cultural, de la antigua Grecia, en concreto de las escuelas filosóficas postaristotélicas o helenísticas (s. IV-III a.C), los cínicos y los estoicos entre otras. Estos últimos entendieron el cosmopolitismo como la consecuencia de una Ley Natural compartida por todos los hombres por el mero hecho de serlo y participar así de forma eminente en La Razón Cósmica (Lógos) que rige necesariamente el mundo. Esa ley común innata que descubre la recta razón es independiente de cualquier convención legal y debe ser la medida de las acciones morales y políticas. Zenón de Citio llegó a proponer la necesidad de un Estado universal filantrópico con un solo gobierno y una sola ley. De acuerdo con el testimonio de Plutarco, habría sostenido …que no habitemos en ciudades ni pueblos, separados cada uno por sus propias leyes, sino que consideremos a todos los seres humanos como nuestros compatriotas y conciudadanos, que haya un solo modo de vida y un único orden justo, como si se tratara de un rebaño que pace junto y se alimenta de una ley común. Tal idea surgió como una forma de rechazo al rígido nacionalismo de las ciudades estado griegas que promovían un ethos (costumbres) y un nomos (leyes) autónomos y diferenciados.
También
el cristianismo original, el de San Pablo, tiene un componente cosmopolita
(aunque no político) puesto que todos los hombres son hijos de Dios y por tanto
comparten fraternalmente los mismos principios religiosos y morales. En Gálatas III, 28, afirma: Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Nótese el sorprendente giro "feminista" del Apóstol de las naciones). La caritas o
amor incondicional al prójimo es el valor que traspasa los límites de
fronteras, etnias y naciones para reunir a los humanos en una sola comunidad
espiritual. La famosa oda o himno a la alegría de Schiller que Beethoven
inmortalizó en su Novena Sinfonía es el cosmopolitismo cristiano convertido en
poesía y música. Lo cierto es que la Reforma protestante acabó radicalmente con la unidad de los principios fundacionales. Nada más distante de la teología cristiana católica que la protestante. La teocracia pontificia católica todavía conserva un cierto cosmopolitismo urbi et orbi, mientras la cristología reformada se ha fragmentado en innumerables iglesias, confesiones y sectas con interpretaciones imposibles de reunir en una sola fe conciliar en el doble sentido del término.
Kant, en su obra La paz perpetua, propone una federación de Estados libres o sociedad de todas las naciones fundada en el derecho a la ciudadanía mundial cuyo principal valor es la hospitalidad porque todos los seres humanos están en el planeta Tierra y, sin excepción, tienen el derecho a estar en ella y recorrer sus lugares y los pueblos que lo habitan. La Tierra pertenece comunitariamente a todos. Nadie debería sentirse extraño en un mundo generoso de fronteras abiertas. Entre las condiciones de la hospitalidad entre naciones están la desaparición de los ejércitos permanentes y la prohibición expresa de cualquier declaración de guerra. La ley moral no solo obliga a los individuos, sino también a los pueblos (como conjunto de individuos) a sobreponerse a su tendencia natural al dominio y a la confrontación con el otro. La utopía kantiana, como la estoica o la cristiana, ponen al mundo cabeza abajo.
El universalismo, cuyo punto de partida fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) tras la Segunda Guerra Mundial, es otro ideal cosmopolita. La Declaración establece, por primera vez en la historia, los derechos fundamentales que deben inspirar las Constituciones del mundo entero. La DUDH es reconocida por haber propiciado la formulación de más de setenta tratados de derechos humanos en todos los ámbitos sociopolíticos que tienen vigencia internacional. El universalismo defiende que se debe fomentar el encuentro, la comunicación y el diálogo permanente entre las naciones en un plano de completa igualdad en el que tengan cabida todas los rasgos, complejos e instituciones particulares, pero siempre sobre la base de la aceptación de un pacto intercultural que promueva, proteja y respete los derechos humanos. En teoría, todos los países de la ONU se acogen a esta Declaración… Seguimos en el mundo platónico de las ideas.
¿En
realidad qué sentido actual tiene el cosmopolitismo? Cinco conclusiones.
En
primer lugar, es una etiqueta progresista sin ninguna influencia
práctica, aunque opuesta (que no es poco) al nacionalismo excluyente, al
populismo demagógico, al patriotismo reaccionario y al internacionalismo
comunista (algo que ya no existe).
En
segundo lugar, no hay que identificar el cosmopolitismo con la globalización.
Esta última es, sobre todo, un fenómeno económico que describe la expansión planetaria
del modo de producción capitalista basado en el principio de la libre
competencia y en la circulación de capitales a
través de las transacciones financieras. La tesis de que el liberalismo
económico y la democracia representativa sean el modelo cosmopolita definitivo
(el fin de la historia, como anunció Francis Fukuyama) es
cuestionada por los que consideran que tras la mundialización de la democracia
y de los derechos humanos se esconde el interés de las grandes potencias
occidentales, de las empresas y los monopolios transnacionales por controlar
política, económica y militarmente el planeta. Democracia formal (cuando no falsaria) y derechos nominales son el aceite lubricante de los grandes negocios.
En
tercer lugar, en mi opinión, sólo el europeísmo, el ideal de una Unión Europea
fundada en un auténtico cosmopolitismo, todavía por definir y del que nada
sabemos, es el único horizonte de sucesos ético y político que
mantiene viva la esperanza en una ley común.
En cuarto lugar, en un tono más distendido, el cosmopolitismo ha servido de soporte ideológico a los guiones cinematográficos de las sagas galácticas más conocidas: Star Trek, la historia de la Flota Estelar de La Federación Unida de Planetas de los cuales forma parte la Tierra; y La Guerra de las Galaxias, cuya República Galáctica comprendía decenas de miles de sistemas estelares bajo un mando único. En ambos casos, un cosmopolitismo atacado sin tregua por las fuerzas del mal.
Por último, estoy de acuerdo en que Madrid es una ciudad cosmopolita. Para mí significa que una parte importante de los madrileños no han nacido en Madrid y que nadie les pregunta, a no ser por sana curiosidad, de dónde son sin darle mayor importancia a la respuesta. Al contrario, se empeñan en ver el lado bueno del lugar de procedencia y, como mucho, se toman a guasa los tópicos y tradiciones. O les da lo mismo. Los demás madrileñismos son monsergas de encefalograma plano. Ya saben a qué me refiero.