Hace unas
semanas en la boda de una sobrina, uno de mis cuñados sentado a mi lado en la
mesa redonda del salón del convite nupcial, me preguntó en voz alta, durante
una de las treguas intermitentes que los amigos de los novios conceden para rellenar
las copas, qué opinaba de la situación política en nuestro país. Es la típica
pregunta de amplio espectro cuya principal función es iniciar una conversación
que suelte la lengua a los invitados de la parte contratante de la segunda
parte para conocerlos y calzarles la etiqueta. Estábamos en mitad del primer
plato, una crema caliente de calabaza con lágrimas de nata y todavía el vino no
había hecho efecto, por lo que por el momento nadie, excepto yo, se dio por
aludido.
- No tengo una visión
global, les dije a todos. En todo caso creo que en todas partes cuecen habas
pero aquí las cocemos con jamón. España es diferente, pero matizar esta
afirmación me llevaría doscientas páginas. Tú hazme preguntas lo más concretas
posibles sobre lo que quieras y yo te contesto. Por ejemplo, el recorrido de
Ciudadanos tras las últimas elecciones, por qué ha fracasado el acuerdo entre
PSOE y Unidas podemos, la consistencia del líder del PP o el acierto o no de sacar
a Franco del Valle de los Caídos…
La estrategia
pareció funcionar porque de pronto casi toda la mesa se lanzó al ruedo de la
opinión. Mientras discutes con los de la otra familia, argumentas sobre la cosa
misma mientras pones la etiqueta; cuando discutes con los de tu familia la
etiqueta está puesta y los argumentos se convierten en cuestiones personales. Procuro
hacer de moderador encubierto. Descubres que un marido joven trata de
monopolizar las verdades. Se escucha complacido, mientras una señora mayor, tía
abuela de la novia, guarda un silencio relajante: escucha por interés, por
educación o simplemente no escucha. Lo cierto es que el joven pontífice decía
cosas sensatas en términos gastronómicos (el contexto lo es todo): Ciudadanos
estaba seguro de comerse al PP y va a ser al revés; el PSOE apuesta por pegarle
un suculento bocado a los votos de Unidas Podemos; a Pablo Casado le falta un
hervor y al tema del Valle de los Caídos se le ha pasado el arroz.
Hace una semana vi
la película de Pedro Amenabar Mientras
dure la guerra. El planteamiento histórico es correcto con algunas
licencias cinematográficas. Por cierto, la derecha periodística, la fiel
infantería, como la llama José María Izquierdo, ya ha descubierto 18 errores
históricos según ella. Lo que me interesó sobre todo fue la figura de Don
Miguel de Unamuno que asocié con mi postura en la boda: Tú hazme preguntas lo más concretas posibles sobre lo que quieras y yo
te contesto. Para mí Unamuno es más un literato que un filósofo, si es que
se pueden separar ambas facetas. Lo que realmente me interesa de su pensamiento
es su asistematismo, posiblemente por influencia de Kierkegaard. Cada pregunta
requiere una reflexión puntual, a veces única como cada ser humano, sea la fe
religiosa, la cuestión social, la familia, los totalitarismos de izquierdas y
de derechas o la regeneración de España.
El principio de
contradicción, la negación es el motor de la filosofía unamuniana pero en
sentido inverso a Hegel. Para Unamuno ninguna posición queda englobada y
superada en el sistema del espíritu absoluto. La única totalidad es Dios y resulta
inalcanzable. En eso consiste el sentimiento trágico de la vida: "La vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria
ni esperanza de ella; es contradicción. El no saber es toda tu esperanza
de Agustín García Calvo. La razón es
el reino de la subjetividad. Pero las preguntas que se hacía Unamuno eran metafísicas,
teológicas, morales… Acaso esa fue la razón de que no comprendiera el
significado político de la guerra civil española. Por una parte, los excesos de
la izquierda radical contra la Iglesia; por otra, la tensión existencial,
explosiva, nunca resuelta al modo escolástico, con que Unamuno vivió las
relaciones entre razón y fe, concluyó con su apoyo a la sublevación militar
contra la República en nombre de la defensa de la civilización occidental y de
la tradición cristiana. Aunque para mí, la razón última de su apoyo
inicial, que parece quebrarse tras su sonado enfrentamiento con Millán Astray
en el paraninfo de Universidad de Salamanca, la que más íntimamente sintió, no
fue la defensa retórica de los valores de la cristiandad como eje vertebrador
de la cultura europea, sino la protección de su familia primero y de la
Universidad después frente al terror y la barbarie.