El aburrimiento
crónico de la pandemia han sido un terreno abonado a la proliferación de
lectores y escritores. ¡Se podía hacer algo mejor en una tarde de sillón,
chimenea y perro que leer un buen libro o esbozar unas notas en un cuaderno con
anillas mientras la peste vagaba por las calles vacías! Permítanme un inciso.
La mayoría de los amateurs que deciden probar el oficio de escritor
suelen recorrer los mismos géneros: primero se pierden en el laberinto de los
relatos cortos, después naufragan en los excesos verbales de la poesía y,
finalmente, montan el andamio sin tornillos de una trama policíaca. Alguien
debería haberles advertido que rematar un relato corto original es más difícil
que escribir un novelón historicista; que la poesía o es muy buena o no es
nada, que no hay grises intermedios. Por último, que enredar en una trama
policíaca es un mal presagio del oficio de escritor; al contrario, la pasión
por el género es una buena señal del oficio de lector. Cuando el espejismo se
disipa, el aprendiz de brujo vuelve a sus clases donde los afanes académicos
son el mejor consuelo a la fantasía literaria, a los embrollos del bufete que alimentan
sus guiones policiales, a la revista cultural donde es crítico de arte (y ya),
a la consulta donde la gente no es tan compleja como pensaba o a la política
con la esperanza de redactar algún día sus memorias. Yo también comencé a
escribir un relato corto con pretensiones que abandoné tras maquillarlo
de parábola y admitir que no me veía en ese espejo. Las alternativas son
matricularse en un curso de escritura creativa, una pérdida de tiempo (y de
dinero), o recurrir al socorrido blog.
Todo el mundo
sabe más o menos que un blog es un sitio personal o de autor que acumula un
conjunto de entradas (posts) periódicas sobre un tema más o menos
genérico que se ordenan por categorías y se presentan en orden cronológico
inverso (es decir, los últimos serán los primeros). Los seguidores habituales o
los lectores puntuales de un blog pueden comentar las entradas. A su vez, el
autor puede responder, eliminar aportaciones improcedentes (se apartan del tema
para hablar de la vida en general), incluso bloquearlas si estima que no
respetan unas reglas mínimas de cortesía (descalificaciones, insultos, burlas, bulos).
Los primeros blogs surgieron a finales del siglo
pasado (1994). Eran sitios con un marcado carácter autobiográfico, una especie
de diario personal donde el autor contaba su vida en familia, sus preferencias musicales,
sus juegos favoritos, su mascota o el osito con el que durmió hasta los quince
años.... Todo ilustrado con un arsenal de recursos multimedia. La mayoría se
redactaron con la intención de ser un mero intercambio de vivencias entre
amigos. En realidad, eran parecidos a las redes sociales actuales, pero con un
alcance infinitamente menor. Su despegue fue lento y vacilante. Dos años
después de su aparición no sobrepasaban el centenar. Después se produjo la gran
explosión de la blogosfera. En 2010 se registraron 133 millones de blogs.
Actualmente no existen datos contrastados, no sabemos con precisión cuántos
circulan por la red ni su tasa de crecimiento, aunque las estimaciones más
fiables se ponen de acuerdo en que hay alrededor de 300 millones. El
recuento es simplemente imposible. Obviamente, algunos son flor de un mes,
muchos están varados, sin apenas entradas en años, otros a la deriva, es decir,
abandonados en el aire y muchos simplemente eliminados. Ahora hay blogs de casi
todo; recuerdan a los antiguos grupos de noticias y a las listas de
correo.
La expansión de la blogosfera se debe en gran medida a la aparición de plataformas gratuitas de alojamiento que incorporan todos los recursos y herramientas de diseño web. Las más conocidas son Blogger, Wordpress, Wix o Medium… Aunque si tienes suficientes conocimientos de programación puedes construirte uno a la medida. Hay algoritmos que permiten controlar dos grandes parámetros: los blogueros más famosos y los blogs más visitados. Los blogueros más famosos son blogueras guapísimas con intereses unidos a grandes marcas comerciales que las financian generosamente. En realidad, son influencers en formato de blog. A su vez, los más visitados son los de moda, viajes, recetas, música, política, actividad física (fitness), informática, bricolaje, deportes, finanzas y cultura… La prensa, escrita o digital, suele incorporar sus propios blogs suplementarios. Obviamente tienen un toque menos personal y más corporativo. Inversamente, hay blogs profesionales (de bancos y grupos empresariales) que adoptan un estilo informal, amistoso, familiar incluso con el fin de captar la atención del gran público. A mí me interesan sobre todo los literarios y filosóficos. Sigo muy pocos, pero incluso en los de más excelencia, como Bernardinas del escritor turolense Antonio Castellote, creo que la interacción autor-lector es baja y breve… Cuando intervenimos, nos parecemos a esos oponentes socráticos de pega que se limitan a dar la razón al maestro o a cubrirlo de halagos. De los demás tópicos no puedo opinar, nunca he dirigido mi modesto telescopio a esas remotas regiones de la blogosfera, aunque tengo la impresión de que la inmensa mayoría de cibernautas, blogueros incluidos, prefiere dedicar su cuota de ingenio a las redes sociales.