viernes, 17 de abril de 2015

Tres tabúes

Una misma conducta tiene dos significados complementarios: uno subjetivo (psicológico o moral) y otro objetivo (sociológico o cultural). Cuando nos referimos al primero hablamos de acciones o actitudes, cuando nos referimos al segundo de hechos sociales. Las acciones se comprenden,  los hechos se explican. Estar enamorado, por ejemplo, tiene un componente interno, personal, consciente y, a la vez, un componente externo, social, inconsciente. En sentido sociológico, el enamoramiento es la forma universal de acceso a la familia, la sexualidad, la procreación, la crianza, la propiedad y la herencia. De ahí que sea “normal” enamorarse y formar una familia, y no hacerlo se considera desviado de la norma, disfuncional, y, a la larga, "complicado" para el individuo. 
La noción de hecho social, con todos los matices del positivismo, el funcionalismo y el estructuralismo, es el fundamento de la antropología cultural. La aplicamos al análisis de tres conocidos tabúes: el incesto, el canibalismo y la homosexualidad.
El incesto es antinatural en cuanto la sexualidad consanguínea propicia la aparición de taras genéticas, pero sobre todo es antisocial. El rechazo psicológico y moral del incesto, es decir, las relaciones carnales entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio, tiene un significado sociológico. En cualquier cultura, sea “primitiva” o avanzada, antigua o actual, la función del incesto es impedir la endogamia. El progreso social se basa en el aumento constante de la circulación de bienes (otra cosa es su distribución) y el medio para conseguirlo es el establecimiento de vínculos exogámicos mediante las mujeres, consideradas un bien más. La circulación de hembras fuera de sus grupos de origen permite establecer nuevas y sólidas relaciones económicas. Familias, clanes, tribus, pueblos, evitan el aislamiento intrasocial mediante estructuras de parentesco que les permitan salir de sí mismas y ampliar constantemente sus relaciones productivas. Por el contrario, cuando un estrato dirigente como la antigua nobleza ha querido cerrar su patrimonio y no compartir privilegios ha favorecido las relaciones carnales en primer grado. El matrimonio en ciertas castas hindúes es a la vez endo y exogámico. La mujer sólo se puede contraer matrimonio con un varón de su casta; pero son los padres de ambos quienes se ponen de acuerdo para concertar la boda y propiciar así el beneficio de los cónyuges, las familias y la casta. Después de haberse casado, ella debe enamorarse de su marido y lograr que él se enamore a su vez. Deben demostrar que la decisión de sus mayores ha sido correcta. El proceso del enamoramiento es inverso al nuestro.
En sentido opuesto, el canibalismo ha sido funcional en determinadas culturas. Sirve, en primer lugar, para infringir una deshonra final a los vencidos; y no tanto por el hecho de ser devorados sino por no recibir adecuada sepultura, lo cual supone un atentado a la dignidad y una exclusión de su destino transmundano. La función latente consiste en atemorizar a los enemigos ante la posibilidad de nuevos combates. También sirve para adquirir durante el banquete ritual las virtudes corporales y espirituales de los rivales más valiosos: el coraje, la valentía, la sabiduría o la astucia. Los casos de misioneros devorados por tribus caníbales de África o América Central hay que explicarlos en este contexto: los indígenas pretendían recibir los dones del dios a través de su representante. Son más raros los casos del llamado “canibalismo gastronómico”. Algunas tribus de la Amazonia profunda, acostumbradas al consumo de monos antropoides, han extendido esta inclinación a sus congéneres, a los que no consideran enemigos sino piezas de caza. Aunque esta práctica se da sobre todo en tribus cuya dieta es vegetariana por estar ubicadas en entornos donde la carne escasea; en tales circunstancias el aporte de proteínas se valora especialmente.
El rechazo estadístico de la homosexualidad se explica por la colisión entre dos grandes instintos (a menudo mezclados por las grandes religiones): la sexualidad, cuyo fin es el placer individual, y la filiación, dirigida a la reproducción de la especie. Mientras que las pulsiones sexuales buscan una satisfacción polimorfa, las pulsiones reproductoras, inscritas en nuestro código genético desde la filogénesis, son obviamente opuestas a la unión de individuos del mismo sexo. El instinto sexual admite la esterilidad, la filiación no. Se podría decir que la homosexualidad es natural por el primer instinto y antinatural por el segundo. Algunas tribus africanas permiten al hombre casado buscar un amante joven para “socializarlo”, para enseñarle las tradiciones de sus ancestros, pero no toleran el matrimonio entre varones. En la antigua Grecia la homosexualidad se entendía como paideia, como educación de los amantes en los ideales de la cultura helena. En ambos casos, socializar, educar, son extrapolaciones sublimadas del instinto filial para ocultar su transgresión. La homosexualidad muestra, como cualquier conducta, un doble significado: las interpretaciones psicológicas, fisiológicas o morales por un lado, la explicación sociológica por otro. Las interpretaciones de la homosexualidad son racionalizaciones de la disfunción estructural de un hecho social; la explicación sociológica analiza su significado objetivo... En todo caso, como descubrió Freud, la función global de la cultura es transformar (o hacer compatibles) las tendencias instintivas y convertirlas en energía socialmente útil. De ahí la lucha de las parejas homosexuales por contraer matrimonio, formar una familia y adoptar hijos.

domingo, 5 de abril de 2015

Le sens du monde


Le monde a commencé sans l’homme et il s’achèvera sans lui. Les institutions, les mœurs et les coutumes, que j’aurai passé ma vie à inventorier et à comprendre, sont une efflorescence passagère d’une création par rapport à laquelle elles ne possèdent aucun sens, sinon peut-être celui de permettre à l’humanité d’y jouer son rôle. Loin que ce rôle lui marque une place indépendante et que l’effort de l’homme -même condamné- soit de s’opposer vainement à une déchéance universelle, il apparaît lui même comme une machine, peut être plus perfectionnée que les autres, travaillant à la désagrégation d’un ordre originel et précipitant une matière puissamment organisée vers une inertie toujours plus grande et qui sera un jour définitive. Depuis qu’il a commencé à respirer et à se nourrir jusqu’a l’invention des engins atomiques et thermonucléaires, en passant par la découverte du feu -et sauf quand il se reproduit lui même-, l’homme n’a rien fait d’autre qu’allègrement dissocier des milliards de structures pour les réduire à un état où elles ne sont plus susceptibles d’intégration. Sans doute a-t-il construit des villes et cultivé des champs, mais quand on y songe, ces objets sont eux mêmes des machines destinées à produire de l’inertie à un rythme et dans une proportion infiniment plus élevées que la quantité d’organisation qu'ils impliquent. Quant aux créations de l’esprit humain, leur sens n’existe que par rapport à lui, et elles se confondront au désordre dés qu’il aura disparu. Si bien que la civilisation, prise dans son ensemble, peut être décrite comme un mécanisme prodigieusement complexe où nous serions tentés de voir la chance qu’a notre univers de survivre, si sa fonction n’était de fabriquer ce que les physiciens appellent entropie, c’est-á dire de l’inertie. Chaque parole échangée, chaque ligne imprimée établissent une communication entre les deux interlocuteurs, rendant étale un niveau qui se caractérisait auparavant par un écart d’information, donc d’une organisation plus grande. Plutôt qu’anthropologie, il faudrait écrire “entropologie”.

Claude Lévi-Straus, Tristes tropiques                    

jueves, 2 de abril de 2015

Historia de la filosofía. El significado de la historia en Ortega


El auténtico horizonte de sentido de la vida humana es siempre histórico. La historia es la apertura al sentido de la vida. El hombre está siempre delimitado por la época histórica que le ha tocado vivir. Cualquier existencia está siempre situada a una altura determinada de los tiempos. La circunstancia del yo es siempre y en última instancia de carácter histórico. La vida que funciona como razón es siempre histórica. Todo conocimiento efectivo de la vida está penetrado por la historia. Por tanto, la razón vital es necesariamente razón histórica.
El hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia; porque historia es el modo de ser de un ente que es constitutivamente, radicalmente movilidad y cambio. Y por eso no es la razón pura, elástica y naturalista, quien podrá jamás entender al hombre. Por eso, hasta ahora, el hombre ha sido un desconocido. Pues la historia es el modo de ser de un ente radicalmente variable y sin identificar. (Sobre la razón histórica)
El hombre está situado inevitablemente en un segmento concreto de la historia. La vida como la vivimos día a día está impregnada del peculiar tejido de su tiempo. Somos herederos, sabedores o ignorantes, de esta circunstancia histórica que gravita sobre nuestros pensamientos y otorga significado a las acciones. La envoltura histórica de nuestra vida nos orienta teórica y prácticamente en todo momento. La vida individual es ya histórica.
La temporalidad, el tiempo como categoría general del ser, es en el caso del hombre historicidad. La historicidad, la vivencia del tiempo como historia de forma consciente o inconsciente, pertenece necesariamente a la vida, a la biografía de cada uno de nosotros. En su obra La historia como sistema (1935) Ortega afirma: El individuo humano no estrena la humanidad. Encuentra desde luego en su circunstancia otros hombres y la sociedad que entre ellos se produce. De aquí que su humanidad, la que en él comienza a desarrollarse, parte de otra que ya se desarrolló y llegó a su culminación; en suma, que no tiene él que inventar, sino simplemente instalarse en él, partir de él para su individual desarrollo.
La historia tiene, según Ortega, una estructura precisa que consiste en el desenvolvimiento o evolución de las generaciones. Cada hombre, cuando se instala en el mundo, encuentra una circunstancia histórica conformada por un repertorio de conocimientos, creencias, ideas, usos, normas y valores de su tiempo. Esta concepción del mundo, esta visión coherente de las cosas, mantiene una cierta estabilidad y dura un tiempo determinado. Ortega matiza que tal comunidad de supuestos es tan decisiva y totalizadora que aunque los individuos de una generación se esfuerzan siempre por poner de manifiesto sus diferencias, en realidad las semejanzas que los unen son todavía más importantes.
Una generación es una zona de quince años durante la cual una cierta forma de vida fue vigente. La generación sería, pues, la unidad concreta de la auténtica cronología histórica, o dicho en otra forma, que la historia camina y procede por generaciones. Ahora se comprende en qué consiste la afinidad verdadera entre los hombres de una generación. La afinidad no procede tanto de ellos como de verse obligados a vivir en un mundo que tiene una forma determinada y única.
Son precisamente las generaciones decisivas, en terminología del autor, las que propician con sus ideas los cambios cruciales o saltos cualitativos de la historia y determinan la articulación de las épocas. El denominado método de las generaciones se convierte para Ortega en el más esclarecedor instrumento de análisis histórico. A pesar de la lucidez innegable de este método y el uso deslumbrante que Ortega hizo del mismo al reflexionar en sus escritos sobre los acontecimientos políticos y culturales de su tiempo, es preciso reconocer que no tiene un significado científico sino ensayístico; por lo que es criticable y está cuestionado desde una historia entendida como ciencia social.