El adjetivo latino vanus significa
vacío, vano, hueco. De este adjetivo proviene la palabra vanitas que
significa vanidad, vana apariencia, fraude, jactancia o engreimiento.
Memento
mori es
una expresión latina que significa “recuerda que morirás”. Es sabido que el
Senado Romano estableció la tradición de que un esclavo acompañara a un general
o alto cargo durante su desfile triunfal por las vías de Roma para sostener una
corona de laurel sobre su cabeza y susurrarle al oído su
condición mortal y evitar así la tentación de la vanitas y sus
consecuencias políticas o militares para la República.
Otra crítica a la vanitas, más de carácter
personal que público, procede del cristianismo medieval. Son innumerables las
representaciones pictóricas. Las más antiguas se remontan al memento
mori representado en los muros de las iglesias románicas como alusión
a la fugacidad de la vida, al valor de los valores espirituales frente a los
mundanos y a la inevitabilidad de la muerte. Una concepción que el cristianismo
tomó de la filosofía estoica y alude a la idea de que el ser humano debe tener
presente su destino último como el principal horizonte de sentido. La
iconografía es un desfile interminable de esqueletos, calaveras y
guadañas.
Tanto los textos bíblicos como la doctrina católica le
dan a la vanitas el nombre de soberbia. Para la
Biblia es la forma más directa de apartarse del auténtico significado de la
Palabra y de la renuncia al único Dios verdadero. El segundo
mandamiento de la ley hebrea, No tomarás el nombre de Dios en vano,
advierte sobre las falsas desviaciones de la religión hebraica (idolatría y
politeísmo), los hábitos superficiales (apariencia e hipocresía) y los falsos
juramentos (interés e inconstancia).
Para
la tradición eclesiástica católica los siete pecados capitales son la soberbia,
la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Es
famosa La Mesa de los pecados capitales, un óleo sobre tabla
del Bosco expuesto en el Museo de El Prado. La Soberbia, el orgullo de
estar por encima de los demás, de ser mirado y admirado, se personifica en una
joven vanidosa con un ridículo tocado absorta en el reflejo del espejo sin
darse cuenta de que lo sujetan los demonios.
Decía Tomás de Aquino, el teólogo católico por
excelencia, que Un pecado o vicio capital es aquel que tiene un fin
excesivamente deseable, de manera tal que, en su deseo, un hombre comete muchos
pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente
principal. (…) Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la
naturaleza humana está principalmente inclinada.
El paradigma por antonomasia del pecado de vanidad, la soberbia, lo constituye la rebelión del más bello y perfecto de
los ángeles, Lucifer (literalmente portador de la luz), contra
Dios al que intentó destronar para ser finalmente condenado a los abismos del
infierno. Ahora bien, cuando se afirma que el demonio existe, que fue vencido,
pero no extinto, se alude simbólicamente al imperio creciente de la vanitas en
la sociedad actual: el narcisismo.
Narciso era hijo del dios-río Cefiso y de la ninfa
Leiríope. Fue un muchacho de extraordinaria belleza, de quien el adivino ciego
Tiresias vaticinó que viviría una larga y feliz vida si no llegaba nunca a
contemplar el reflejo de su imagen. Narciso despertó el amor de muchos hombres
y mujeres, pero, vanidoso e incapaz de amar, altanero y lleno de orgullo, nunca
les correspondió. El comportamiento de Narciso acabó por atraer el castigo de
los dioses. Y puesto que sus padres eran criaturas de los ríos, el joven vio
finalmente su imagen en las aguas y se enamoró de sí mismo; desesperado al no
poder alcanzar el objeto de su pasión permaneció junto al arroyo hasta
consumirse de tristeza. Cuenta el mito que el río benévolo convirtió el cuerpo
de Narciso en la flor multicolor que lleva su nombre.
El narcisismo actual varía según la vanitas de
quien contempla su reflejo en el agua. Los ejemplos son incontables. El
profesor erudito que habla para sí mismo y no para sus alumnos, el político que
no piensa en su trabajo sino en promocionar su imagen a cualquier
precio, el empresario que se atribuye en exclusiva el éxito de la balanza
comercial sin contar con los expertos mal pagados que lo hicieron posible, el
escritor que interpreta el mundo con una profundidad sospechosa, encubierta, un
andamio visible que sirve para hablar de sí mismo y su presunto talento, el
médico que pregona su valía y el demérito de sus colegas por la puesta en
escena, el uniforme de sus ayudantes y los elevados honorarios de la consulta,
el futbolista que se vanagloria de su juego incomparable y su lugar en la
historia de los cromos, el periodista que insiste una y otra vez en la
importancia de su profesión y sus niveles de audiencia, el famoso o la famosa
que sueltan el rebuzno del año en los medios de comunicación para que sea
objeto de comentarios millonarios, pues lo que importa es que se hable de uno
aunque sea mal, el asistente a una conferencia sobre filosofía (por ejemplo)
que pregunta no para informarse sobre algo que le interesa, sino para lucirse
con su propia metaconferencia que abruma (y aburre) al respetable, entre otros
al ponente…
Por no hablar de espejos menores, como el que se ve reflejado en su coche, en sus electrodomésticos, en su forma de vestir, en sus lecturas y conciertos, en su cuenta corriente, en sus hijos, en su lugar de veraneo o en sus viajes alrededor del mundo. O el negocio de la imagen en las revistas del corazón y las redes sociales. Se puede afirmar que las sombras vacilantes y recortadas que se proyectan ante los prisioneros encadenados en el mito platónico de la Caverna son en la sociedad actual imágenes narcisistas.
P.D Sería un buen ejercicio de reflexión,
que obviamente desborda este artículo, analizar los elementos de la vanitas
que se han mostrado en los funerales de la Reina Isabel II. Propongo algunos:
los firmes valores de la familia real, el apoyo unánime del pueblo británico a
la monarquía, la alta consideración social del nuevo Rey y su consorte, el
patrimonio de la Casa Real, el inmenso entramado institucional de la Reina,
desde los regimientos de la Guardia Real a los 1.2000 servidores de palacio, el fasto de la
jerarquía eclesiástica anglicana, el gran imperio o la Mancomunidad de Naciones, la
solidez nacional del Reino Unido (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del
Norte), el admirable (y formidable) despliegue ceremonial de las exequias, el
firme futuro de los nuevos reyes, las excelentes relaciones entre los
dirigentes de Inglaterra y la Unión Europea…