No solo nos hemos
convertido en adictos a las series televisivas de las plataformas digitales. La
pandemia ha relanzado los programas radiofónicos sobre temas esotéricos,
ocultistas, proféticos, teosóficos, parapsicológicos, ufológicos, etc. que
siguen en alza en todas las cadenas tanto en directo como en diferido (podcasts).
Los índices de audiencia se han disparado según las encuestas del Estudio
General de Medios. Algunos de los más conocidos son La Rosa de los
Vientos, Cuarto Milenio, Espacio en blanco, El
mundo de lo inexplicable, Los iniciados, El Colegio
invisible, El Centinela del Misterio entre otros. Es
curiosa la inversión, la deriva de su función manifiesta y latente durante los
dos últimos años. Llamo a estos programas los arcanos del ocultismo
revelado. ¿A quién no le fascinan las teorías de la conspiración?
Escucharlos fue como
sacar agua del pozo, indolentes, para echarla al rio desbordado de la vida. Los
dramas próximos, los duelos y la memoria de los ausentes nos trasladaron del
sofá a lugares insustanciales, pero menos hollados por la desdicha, a limbos imaginarios
regidos por una lógica más llevadera. El aburrimiento de salón se soportó mejor
en compañía de los grandes enigmas sin resolver, inocuos en el fondo, que
abrumados por los datos oficiales de contagios, ingresos y muertes. Los sitios
sin mapa donde habita el pueblo blanco de Arthur Machen sustituyeron al turismo
rural y a la escapada. Las dietas mágicas de ciertas tribus primitivas para
invocar a los dioses de la longevidad nos empujaron a la espiral de la
repostería. Todo el mundo escribió sus memorias de la pandemia trufadas
de alusiones radiofónicas paranormales, aunque las únicas manifestaciones de la
telepatía y la telequinesis que nos tomamos en serio fueron la teleconferencia
y el teletrabajo.
Los relatos a media
voz de la inexplicable desaparición de florecientes civilizaciones antiguas
como los Mayas, Micenas, los nativos de la Isla de Pascua, Los Nabateos o la
cultura del Valle del Indo nos dejaron indiferentes ante el espectáculo
desolador de las cortinas metálicas de los negocios bajadas para siempre,
vejadas por los grafiteros, o los comercios entrañables del barrio abandonados;
o los candados en los portalones de las cadenas hoteleras con funestos carteles
de apertura; o la ruina de la pequeña y mediana empresa ahogada por las deudas.
La sombra de la suspensión de pagos se cernió incluso sobre las grandes
superficies. La vida cotidiana se trasmutó en inquietud y los sobresaltos
paranormales en formas de pasar el tiempo entre las sábanas a salvo de la docta
ignorancia. La incertidumbre, la esencia de la condición humana, transformó los
relatos teosóficos en fábulas sobre el eterno conflicto entre las luces y las
sombras donde al final el mal perece y el bien prevalece, como en las películas
de Walt Disney. Los engendros antropomorfos de la Inteligencia Artificial,
ajenos a la noción de finitud, estancaron la reflexión sobre la fugacidad de la
vida y avivaron la hoguera de las vanidades.
Oíamos los programas
esotéricos como los cuentos sin tiempo que los padres leen una y otra vez a sus
hijos antes de dormir. Nunca ha habido una separación tan radical entre razón y
fe. Me acuerdo de Peneloux, el corajudo sacerdote de La peste de
Camus, empeñado en defender los designios inescrutables de un Dios que permite
el dolor insoportable y la muerte de los niños. El método científico, incluso a
ciegas, desplazó a la religión en cualquiera de sus variantes. El tirón del
cerebro reptiliano se rindió ante la presencia inmediata de la parca. Cualquier
especulación sobre las visiones de los que volvieron del túnel
luminoso del tránsito o el sexto sentido de algunos escogidos para comunicarse
con los espíritus del más allá quedó desterrada a ese tercer
mundo, ni real ni virtual, que poblamos como especie. La angustia existencial,
la radiación de fondo de la mente, encontró de pronto objeto singular y se
convirtió en pánico. La nada nadea. Las criaturas invisibles de la
noche, los no vivos, vagaban por las calles desiertas, mientras las historias
de fantasmas se convertían en devaneos de almohada con los auriculares puestos.
Es más, las olas sucesivas de la pandemia dieron lugar a hipótesis
alternativas, amplificadas por los programas del arcano, sobre los orígenes del
mal, a conjeturas darwinianas, a sectas negacionistas, a teorías de la
conspiración. ¿Se trata de un virus artificial, de la tercera guerra mundial
(que ahora sí nos amenaza), de un invento de los Poderes Últimos para someter a
la humanidad mediante las vacunas?
Las profecías apocalípticas dejaron de interesarnos, porque los informes científicos eran en sí mismos proféticos. Los arcanos del ocultismo revelado dejaron de ser mensajes del más allá, parábolas sin clave, para convertirse en la prolongación natural de las tertulias nocturnas, políticas o futboleras. Ni te lo crees ni te lo dejas de creer. Aburren o divierten. Las llaves de los misterios se han convertido en un género de ficción serie B, si es que no lo eran. Como en las malas novelas, el andamio es demasiado visible. Siempre se desvelan “hechos” ocurridos en lugares ignotos, inaccesibles, sean exteriores, en las profundidades del bosque prohibido o interiores, en mansiones perdidas en el doble sentido del término. Los iniciados en inteligencias estelares son jueces y parte. Es curioso como los especialistas del arcano utilizan una jerga rigurosamente científica para referirse a fenómenos sobrenaturales. La misma denominación de ciencias ocultas es un oxímoron, una contradicción en los términos. Y como sentencia la lógica clásica: de una contradicción se sigue lo que quieras. Siempre me hago la misma pregunta: ¿Los conductores del arcano se creen algo de lo que cuentan o es un oficio de imposturas a sabiendas? Los testigos nunca son espectadores imparciales sino parte del advenimiento. Las abducciones son narradas por el abducido. Los avistamientos pueden ser cualquier cosa. El único expediente X verosímil fue silenciado por la Organización Mundial de la Salud. O la milagrería: las únicas curaciones imposibles, uno de los temas recurrentes del arcano, han sido las de los que salían por su pie o en silla de ruedas de las unidades de cuidados intensivos. No hicieron falta versiones falseadas o inventadas de la historia sobre el papel crucial de los rosacruces o las biografías apócrifas sobre personajes traspapelados, otro de los temas estrella del ocultismo revelado; la historia real fue y es más insoportable que cualquier versión retorcida que traten de colocarnos.