martes, 26 de octubre de 2021

El intelectual y el héroe

Planeaba dedicar unas líneas a esa vaga figura de la conciencia colectiva que representa el intelectual. Durante mis paseos matinales bastón en ristre, más obligatorios que placenteros, me había hecho un mapa mental de algunas piezas del rompecabezas. Poca cosa. De pronto, al pasar por la antigua casa de don Ramón Menéndez Pidal, hoy Fundación, en la calle que lleva su nombre, tuve la intuición repentina de que los intelectuales, la intelligentsia, la élite cultural, la aristocracia del saber que debiera servir de faro al hombre-masa (otra vaga figura de la conciencia) es algo que pertenece más al siglo XX que al actual.

El término acuñado en Francia durante el llamado “affaire Dreyfus” (finales del siglo XIX), que dividió a la sociedad francesa, fue inicialmente un calificativo peyorativo que los anti-dreyfusistas (Maurice Barrès o Ferdinand Brunetière) utilizaban despectivamente para designar al conjunto de personajes de la ciencia, el arte y la cultura (Émile Zola, Octave Mirbeau, o Anatole France) que apoyaban la inocencia y liberación del capitán judío Alfred Dreyfus acusado injustamente de traición.

Recordé que el breve ensayo de Noam Chomsky La responsabilidad de los intelectuales fue escrito en 1967. Hoy, el término se ha quedado anticuado. Carece de concepto que lo subsuma. Muchos consideran a Sartre, muerto en 1980, el último intelectual comprometido. No obstante, el propio Sartre sentenció que L'intellectuel est quelqu'un qui se mêle de ce qui ne le regarde pas (El intelectual es alguien que se involucra en lo que no le concierne). Por no entrar más a fondo en lo que se entiende por compromiso. El escritor Louis-Ferdinand Céline estaba comprometido con el fascismo y el antisemitismo. Cualquier definición es tan amplia e imprecisa que podría incluir a cualquiera que pronunciase con cierta convicción la frase Pienso, luego existo. El intelectual es un personaje demodé, fuera de los circuitos sociales y, en resumen, una especie en vías de extinción. No tardará mucho en que la gente guapa se disfrace de intelectual para sus fiestas privadas. ¿Quién es propiamente un intelectual? ¿Un pintor conocido, un director de cine, un escritor de novelas, un lector empedernido, un analista de moda? Hace unos años visitaba asiduamente la Biblioteca Nacional. Allí vislumbré los fantasmas de los intelectuales jubilados que sobrevolaban el Salón General de Lectura: profesores universitarios, catedráticos eméritos, autoridades académicas, directores de museos, investigadores de las artes y las letras que dedicaban las mañanas a huronear en libros polvorientos que dejaron en el camino cuando estaban activos. Desactivados por la edad y las circunstancias, dos formas de llamar al tiempo, publican como mucho algún artículo ecléctico cargado de buenas razones que no interesan a nadie. El periodismo de investigación, el tertuliano demóstenes y el torbellino de información han devorado a los intelectuales. También los políticos con su pensamiento eclesiástico. Una ideología de partido es lo más parecido a un sistema teológico acabado y completo. Cualquier cuestión disputada debe ser ensamblada a martillazos en los engranajes teóricos de un complejo sin ventanas. Los políticos han conseguido la inmunidad de rebaño dentro y fuera del partido. Hace tiempo en la mesa de una boda mi compañero de lugar, ferviente defensor de la derecha renacida, tras despotricar largo y tendido sobre los males de la patria, me preguntó, ante mi silencio educado, qué opinaba de la situación del país: no sabría qué decirte, le contesté con diplomacia vaticana (temo los excesos verbales del in vino veritas); sólo respondo a cuestiones puntuales y no siempre. ¿Y qué opinas del sanchismo, contratacó amoscado? Pienso, resolví, demasiadas cosas para hablarlas delante de un solomillo que corre el riesgo de enfriarse; quizás más tarde; te ruego que me disculpes. Mi única definición de un intelectual es la de aquel que piensa puntualmente con su propia cabeza. Por eso, me gustan los desplantes dialécticos de Pérez-Reverte: nunca se puede adivinar lo que va a decir. Ahora lo que se lleva son los artículos válidos por un día, las broncas-pesebre sobre los entuertos del contrario o las frases rencorosas entre famosos. Con honrosas excepciones, el ensayo bien escrito con fondo y forma ha claudicado ante el barullo sectario, el escribir como se habla en la telebasura y, en general, el rebuzno nacional. Odio términos, expresiones y usos como relato, visibilizar, mantra, poner en valor (un galicismo horrible), protocolo, en definitiva, abrir el melón, empoderar, el lenguaje inclusivo...    

Días más tarde, desanimado aún por el pesimismo de mi scriptus interruptus, otra certeza vino a consolarme. Paseaba por la espléndida Plaza de Daoíz y Velarde cuando me asaltó subitánea (diría Ortega) la figura del héroe, uno de los personajes más arcaicos que recorre los confines de la historia. Inversamente al intelectual (un neonato), el héroe, surgido de la noche de los tiempos, se ha vuelto actual durante la pandemia que se esconde cuando amaina.

Según el psicoanalista Carl Gustav Jung, el intelectual (el sabio) y el héroe son dos arquetipos primordiales que conforman el inconsciente colectivo de todas las culturas. El sabio representa la luz del que usa el intelecto para iluminar las sombras de la ignorancia y cuyo camino es el conocimiento que sirve de orientación en los cruces de caminos. El héroe es el protagonista del mito que confía en sí mismo, en sus cualidades únicas y en su superioridad moral; es valiente y está decidido a mostrar sus capacidades tanto a los demás como a sí mismo. El héroe exhibe su coraje y determinación a costa de un gran sacrificio, que incluso le provoca dolor y pérdida; encarna los valores más elevados de la sociedad, ya que es el elegido para encontrar tanto el orden como la justicia en el caos y la desesperación. Mientras que para el intelectual el principio es la palabra, para el héroe es la acción. El intelectual habla, del héroe se habla.  

“Héroe” es un también un término polisémico, cargado de sentidos. Según el Diccionario etimológico de la lengua castellana del filólogo catalán Joan Coromines, máxima autoridad sobre el tema, procede del griego héros, que retoma el latín tardío. Significa originalmente “semidiós”, “jefe militar épico”. Los héroes son la referencia obligada de la mitología y la literatura grecolatina. Una constelación de valores demasiado lejanos en el tiempo. El Nuevo diccionario latino-español etimológico de Raimundo de Miguel, otro clásico, añade el significado de “varón ilustre digno por sus hazañas de memoria y fama inmortal”. Suena a personaje de abolengo con barba y medallas enmarcado en una venerable galería de cuadros de alguna institución civil o militar. El Diccionario de la Real Academia Española recoge los anteriores significados y añade en la primera entrada uno nuevo: “Persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble”.

Mientras los héroes de un pasado legendario apuntalaban con sus armas o ensalzaban con sus hazañas el orden establecido, el héroe actual es una figura que se enfrenta a las adversidades y desafueros del sistema. Héroes hay muchos, incluso los que no lo saben (los padres que han tenido que encerrarse con sus hijos menores en cien metros cuadrados), pero los pandémicos por excelencia son los médicos y sanitarios, las unidades militares de emergencia y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (sin olvidarme de los bomberos), los teleprofesores, especialmente los maestros, los encargados del trasporte público y los miembros de la comunidad científica. En cierto modo, todos hemos sido héroes y como tales hemos pagado un alto precio.

viernes, 15 de octubre de 2021

Debate sobre el estado de la nación

 

Sin preámbulos ni retórica, propongo mi versión del debate sobre el estado de la nación tras haberse superado, según parece, lo peor de la pandemia. Hay, por supuesto, otras versiones más optimistas y otros argumentos menos críticos o al revés. Si lo son (no toda opinión es una versión o un argumento) tienen todo mi respeto porque disentir es aportar soluciones. Es obvio que en esto consiste la democracia. Conviene recordar que tal debate, fundado en la costumbre, se celebra en teoría anualmente en el Congreso de los Diputados para abordar la situación política del país. Ausente, aunque previsible, durante los últimos siete años, este es mi punto de vista:

Comienzo con una experiencia personal. Hace un montón de años, allá por el 2004, colaboré como experto del Ministerio de Educación en una comisión dedicada a la elaboración de los contenidos mínimos estatales de la asignatura de Filosofía en el Bachillerato. Una vez que finalizamos los curricula, las autoridades políticas y educativas del Ministerio se reunieron con sus homólogos de las comunidades autónomas para llegar a un acuerdo final. El asunto prometía toda tipo de matices y zancadillas. Sin embargo, el director de la comisión, que estuvo presente en las sesiones, nos comentó sorprendido que las autonomías que menos trabas habían puesto al decreto habían sido ¡El País Vasco, Cataluña y Galicia! La respuesta al enigma era sencilla: pensaban hacer con sus programaciones lo que estimaran oportuno (por no utilizar otra expresión más contundente). Como así lo hicieron, lo mismo que el resto de las comunidades. La única discrepancia que se produjo fue entre los expertos y el propio Ministerio de Educación por no haber incluido a Ortega y Gasset entre los diez filósofos más relevantes del pensamiento occidental en la asignatura de Historia de la Filosofía. No podían ser nueve ni once. La comisión decidió excluirlo por mayoría simple. Mi voto particular en contra de la decisión se basó en su incomparable prosa y en que sus ideas nos permiten comprender mejor el pasado y el presente de nuestro país. Finalmente, el Ministerio impuso su criterio.   

Desde entonces, poco ha cambiado en la política autonómica de una España invertebrada por los procesos de disgregación regionalistas o separatistas a los que Ortega llamaba particularismos. Al contrario, han surgido de manera inesperada pujantes manifestaciones nacionalistas, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid. Asimismo, las reuniones del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud durante las sucesivas olas del covid pusieron de manifiesto la imposibilidad de unificar las competencias de las comunidades autónomas con las decisiones del gobierno. Algo parecido a lo que ocurrió con el decreto de mínimos, pero con bronca. Lo que defendían muchas comunidades era una paradoja insalvable: si el gobierno tomaba medidas era una invasión de sus competencias y si las dejaba en manos de las comunidades era una dejación de funciones. Una torre de Babel que seguimos levantando y veremos cómo acaba.

Polarizada por la incapacidad histórica de superar la maniquea conciencia colectiva de las dos Españas surgida de la guerra civil. Derechas e izquierdas han dejado de ser posiciones ideológicas para convertirse en un arquetipo cruel y sombrío que recuerda el Duelo a garrotazos de Goya. Se trata de una mentalidad ancestral (trasmitida de padres a hijos) que contradice la idea orteguiana de que las sucesivas generaciones renuevan las creencias, valores y objetivos de las precedentes; así, los herederos de los vencedores se empeñan en pasar página definitivamente (o cambiar la historia) y los herederos de los vencidos en recuperar la memoria de una confrontación grabada a fuego y enterrar a sus muertos. La polémica sobre El Valle de los Caídos es un ejemplo. El Congreso de los diputados es un espejo de esta fractura social. Después de todo, cada nación tiene los gobernantes que se merece. El propio Ortega se exilió nada más iniciada la contienda y nunca debió volver.

Desconcertada por las evidentes anomalías de nuestra democracia del rey emérito abajo cuando la comparamos con las democracias europeas más avanzadas. Por la politización del poder judicial que se agrupa en asociaciones conservadoras o progresistas (?) y se aferra a los sillones de las más altas estancias. Y sobre todo por la incompetencia de unos políticos irreconciliables, representantes de lo que Ortega llamaba la vieja política, incapaces de encontrar unos resquicios dialógicos que sirvan para establecer un proyecto estable de convivencia y unos consensos básicos en cuestiones de Estado. Todo ello ha llevado a gran parte de la ciudadanía a desahuciar la política y votar en cualquier dirección por motivos irracionales como los recursos populistas, las noticias falsas o las imágenes narcisistas que venden los políticos en los medios de comunicación y las redes sociales.

Escandalizada por la corrupción crónica de amplios sectores del poder, por ejemplo, altos ejecutivos, funcionarios de la administración local, sindicatos de clase y cuerpos de seguridad del estado que miran a otro lado mientras reciben el sobre. Pero especialmente los políticos, a pesar de que muchos conciudadanos piensan que la corrupción es inevitable (incluso necesaria) en una economía de mercado. Según ellos, es el aceite lubricante que facilita la agilidad del sistema; o que las puertas giratorias entre los altos cargos políticos y las corporaciones son mecanismos que hacen más eficiente la economía productiva y la especulativa. En realidad, la corrupción no nace, se hace: en un primer momento, el empresario invita al político a una fiesta, a su yate o a la montería; después vendrán los regalos de primeras marcas entre compañeros de fatigas; luego, las aproximaciones al negocio mediante terceros y, por último, el intercambio de favores y maletines. Con el tiempo se destapa el gatuperio y comienzan las negaciones de Pedro. Tras décadas, los jueces dictan sentencia recurrible según el palo que toque. Así están las cosas. Es bien sabido que el capitalismo puro y duro se basa en una ética de circunstancias cuyo primer principio es el éxito a cualquier precio.

Inerme por la quiebra de los hechos y la verdad objetiva. Ante los desmanes probados de pensamiento, palabra y obra de un representante de los tres poderes, la respuesta del implicado es ignorarlo, vaporizarlo (nunca existió), convertirlo en una falacia ad hominem (si lo dice fulano no puede ser cierto) o remover la basura para taparlo y, a ser posible, darle la vuelta (el consabido y tu más). Las intervenciones parlamentarias han transformado la interlocución, su lugar natural, en un monólogo prefabricado sin relación con los problemas. El representante electo, al que votamos pase lo que pase, ha sido sustituido por una legión de asesores especializados en los ámbitos más sorprendentes de la vida pública como la demoscopia, la telegenia, la percepción subliminal o las técnicas de redes. Sería de gran interés, en el mejor sentido de la expresión, que Vargas Llosa desarrollara a fondo el tema que sugirió del votar bien o mal y sus causas.

La solución a todos estos graves problemas del estado de la nación, otra vez acierta Ortega, es el europeísmo, pero primero habría que arreglar Europa.

viernes, 1 de octubre de 2021

Sentencias de los políticos. Primera parte

 


Francis Bacon denominaba Idola Fori o ídolos del Foro (o del mercado) a los términos, expresiones y, en general usos colectivos del lenguaje que se forman por la interacción entre los hombres cuando hacen comercio, se relacionan e intercambian ideas. Porque es por medio del discurso que el hombre va haciendo asociaciones, y en muchos casos las palabras se imponen en la mente de acuerdo con criterios vulgares. Estos errores que asedian la mente ejercen violencia sobre el entendimiento, perturban todo, y extravían a los hombres en disputas y ficciones innumerables y vacías. Aquí nos ocuparemos de algunos ídolos del mercado político donde compiten las propuestas más variopintas. Vamos a proponer algunos ejemplos destacados del patinazo nacional desde todos los rincones del mapa político salpimentados con algunos comentarios (como hizo Tomás de Aquino con las sentencias de Pedro Lombardo). Es, en el fondo, un homenaje al gran socarrón que fue Luis Carandell que publicaba su Celtiberia Show en la heroica revista Triunfo.

Las perlas están sacadas de diarios digitales de todos los pelajes por lo que no existen plenas garantías de que no se hayan colado algunas fakes dada la profusa oferta electoral de dichos lapidarios (siempre estamos en campaña y con el ventilador en marcha).

Empezamos con una tautología de la lideresa nacional por excelencia (aunque le ha salido una dura competidora a cuya estela ha revivido): En Madrid estará permitido todo lo que no esté prohibido. Parece el pasquín de un sheriff del Oeste pinchado en la puerta del Saloon para forasteros lentos de mollera y gatillo ágil. No parece que ella misma se haya tomado muy en serio la proclama. En cierta ocasión, según la versión de la policía municipal, Aguirre aparcó en el carril bus, abroncó a los agentes por acosarla, tiró al suelo una de sus motos y salió pitando sin más explicaciones que la consabida no sabe usted con quien está hablando. Luego dijo que había ido un momento al cajero automático. El resto de los avatares reposa en los juzgados (un embrollo jurídico de miles de folios y que a estas alturas aburre incluso a Àngels Barceló).

O esta afirmación ambigua de Pablo Iglesias que puso las bolas de billar al tripartito de derechas como se las ponían a Fernando VII: A nosotros nos dicen que queremos correr mucho, pero nosotros no tenemos problemas para llenar la nevera. Y otra de alcance universal que secretamente comparten sus más enconados rivales: Mi generación prefiere follar. El problema del ex dirigente de UP es que ha sido su ortodoxia marxista lo que le ha llevado a dimitir de la política. El marxismo es una ética social desde la que se puede argumentar con la convicción del orador creyente pero no una ideología eficaz. Lo cierto es que políticamente no funciona, como es sabido por la historia y por los regímenes comunistas actuales. China, por su parte, practica un capitalismo de Estado más liberal incluso que el de Estados Unidos. El casoplón de Iglesias, su mujer ministra, sus guiños a países y personajes satélites son episodios que han propiciado su caída, pero no son la causa eficiente. Una cosa es la indignación callejera por los efectos de la crisis y otra regular el mercado financiero desde las instituciones europeas. Por eso, su labor de analista y tertuliano será sin duda mucho más valiosa que su trayectoria política. Por cierto, tuvo la oportunidad de hacer un gran servicio a su país permitiendo el pacto del PSOE con Ciudadanos para formar gobierno, pero su dogmatismo se lo impidió, rompió su partido y comenzó el ocaso. Lo que antes era dispersión ahora es desbandada.

Mariano Rajoy hizo gala de su hermetismo galleguista cuando en los corrillos del Congreso le espetó a un pelmazo de la prensa canallesca que insistía en que fuera más concreto (no sé cómo no se hartan): Las decisiones se toman en el momento de tomarse. El trasfondo vacío de la frase muestra el segundo problema del entonces presidente (el primero le costó el puesto): el inmovilismo. Pero no porque Rajoy no quisiera tomar decisiones para dejar que las cosas se arreglaran por sí mismas, sino porque no sabía cómo coger el dilema por los cuernos: o volver a los rígidos principios del aznarismo o llevar al partido a una profunda (e incierta) refundación en la que él mismo podía ser defenestrado. En esos momentos acechaba Ciudadanos con el sorpasso y al fondo Vox marcaba territorio... Mientras, se lo llevó la riada de los casos. O esta otra, todo un alarde de patriotismo con patadón gramatical. España es una gran nación y los españoles muy españoles, mucho españoles. La frase muestra el tercer gran problema de Don Mariano: no quiso entender que el 12 de octubre, día de la fiesta nacional de España, no es igual que el 14 de Julio, día nacional de Francia, en el que todos los franceses salen a la calle con la bandera tricolor a cantar la Marsellesa. El cuarto problema, en mi discutible opinión, es haber enviado a más de 12.000 policías antidisturbios para impedir la celebración del referéndum por la independencia de Cataluña. Los palos, carreras y enfrentamientos dieron la vuelta al mundo. Hubiera sido más fácil decir: haced lo que os parezca, siempre que tengáis claro que el referéndum es anticonstitucional, no lo consideramos una consulta legal y, por tanto, no es vinculante. Sabed que la declaración unilateral de independencia comporta la aplicación del artículo 155 con todas sus consecuencias. El resto hubiera sido igual pero distinto.

Rodríguez Zapatero, a su vez, vivía en su columna imaginaria en la que pensamiento y realidad discurrían por caminos divergentes. Estoy muy a gusto y muy tranquilo porque tenemos un rey bastante republicano. Ni siquiera la gran crisis lo sacó de sus proyecciones personales. Hubiera sido más correcto pensar: mis convicciones socialistas me impiden realizar los ajustes económicos que nos exigen las altas instancias de la Unión; por tanto, convoco elecciones para que gane la derecha y haga lo que mejor sabe hacer. Lo cierto es que el rey “republicano” al que se refería era campechano, sostén de la democracia, útil en su papel, pero no llegaba a tanto. Más bien lo contrario: era cabalmente un rey a la antigua usanza. Sigo sin entenderlo. Mientras que algunos de sus antecesores dinásticos salían por el pasadizo secreto disfrazados de plebeyos a solazarse y nadie se enteraba, hoy los medios de monitoreo, vigilancia y recopilación de datos son tan eficaces que el mismo día de la juerga se conocen hasta los detalles más nimios. Lo mismo sirve para los viejos enjuagues palaciegos con el tesoro público o las grandes hazañas de la banca y la cristiandad. Ahora, con alguna demora por razones ajenas a la técnica, casi todos los negocios turbios terminan por salir a la luz.        

O la inextricable reflexión de Ayuso sobre la tierra prometida (¿De qué carajo habla?): Madrid es España. Madrid es España dentro de España. ¿Madrid qué es, si no es España? No es de nadie porque es de todos. Heidegger firmaría este barullo. Hay que reconocer que la presidenta tiene un indudable gancho electoral y es inmune a las sesudas reflexiones de un Gabilondo plano. Ayuso basa su relato (otra monserga de moda) en tres pilares: el primero, la “libertad” que aplica de un modo omnipresente a cualquier actividad: Si voy a misa o a los toros, o me voy a la última discoteca, lo hago porque me da la gana. Y elegimos dónde, a qué hora y con quién. Vivo así. Vivo en Madrid y por eso soy libre. En realidad, son libertades menores garantizadas por la Constitución. El segundo, “el estilo de vida madrileño”: Nos podemos ir a una terraza a tomarnos una cerveza y vernos con los nuestros; con nuestros amigos, con nuestra familia, a la madrileña. Los que hemos vivido el cosmopolitismo de la sociedad madrileña no podemos compartir estas manifestaciones de rancio nacionalismo centrípeto. El tercero “el comunismo”. Todo lo que se sale de su ultraliberalismo económico es comunista o tonto útil. El calificativo asusta al votante indeciso en un entorno transnacional donde el comunismo simplemente no tiene cabida. ¿Recuerdan la crisis de la deuda soberana en Grecia? Las declaraciones excéntricas, los viajes, las aspiraciones de la reina del vermú han empezado a inquietar a la cúpula del Partido Popular. Veremos.