Según el psicoanálisis, la cultura ha ejercido una triple función antropológica: reprimir los instintos originando con ello un montón de neurosis, actos fallidos y sueños incomprensibles; transformar las pulsiones reprimidas de los instintos en energía socialmente útil, o sea, trabajo; y domesticar los instintos mediante su permanente adaptación al entorno, o sea, inventos. Así, en el último caso, los airbags de los coches o la medicina preventiva serían modificaciones culturales del instinto de supervivencia, los sex-shops del instinto sexual, los preservativos del instinto de reproducción, las armas del instinto de agresión-defensa y los retretes del instinto de eliminación de sobrantes. Hagamos un poco de memoria histórica de estos últimos.
No obstante, fue preciso esperar diez años para que se construyeran unos retretes más asequibles a las mujeres... tras superar la oposición de ciertos grupos feministas que con el pretexto de la igualdad total no aceptaban la separación de las instalaciones y reivindicaban unos “bioilógicos” servicios unisexo. Una célebre representante del movimiento feminista, Colette Duclos, escribió entonces: La mujer es capaz de realizar todas las actividades del hombre excepto hacer pis de pie contra un muro. Por tanto, no había inconveniente en que ellas orinaran de pie sobre un agujero negro.
Posteriormente, conscientes del absurdo de obligarlas a tales posturas, el radicalismo feminista se suavizó aunque siguió con la idea de un retrete único para ambos sexos, ahora con un asiento fijado al piso mediante bulones o taza para sentarse. En círculos positivistas se defendían los progresos de la ciencia: Orinar sentados tiene muchas ventajas para los hombres. Para empezar el lado higiénico de la posición: orinar así es lo más limpio; además, hacerlo, según los fisiólogos, reduce los riesgos de las enfermedades de la próstata y contribuye a una vida sexual más larga y satisfactoria.
Posteriormente, conscientes del absurdo de obligarlas a tales posturas, el radicalismo feminista se suavizó aunque siguió con la idea de un retrete único para ambos sexos, ahora con un asiento fijado al piso mediante bulones o taza para sentarse. En círculos positivistas se defendían los progresos de la ciencia: Orinar sentados tiene muchas ventajas para los hombres. Para empezar el lado higiénico de la posición: orinar así es lo más limpio; además, hacerlo, según los fisiólogos, reduce los riesgos de las enfermedades de la próstata y contribuye a una vida sexual más larga y satisfactoria.
A partir de 1860 las casas de la burguesía, que era la clase dominante desde hacía casi un siglo, estuvieron equipadas con retretes para orinar al gusto: sentados, de pie, haciendo el pino o como eligiera el usuario/a. Solo quedaban en el mundo más de tres mil millones de personas del pueblo llano obligadas a hacer sus necesidades en la madre naturaleza o en la calle.