¡Por fin ganamos al Madrid en la Liga y en su feudo! La mejor noticia deportiva, la única que puede consolar a los seguidores blancos, es que, tras una larga travesía del desierto, ha renacido el espíritu agonal de los grandes derbis. Solo los que hemos coleccionado los cromos de Primera división, que se vendían a real en los quioscos de provincias, podemos recordar las grandes gestas futboleras de Adelardo y Pirri, Ufarte y Amancio, Collar y Gento.
Si hay un género filosófico por excelencia es la crónica deportiva, especialmente la de fútbol. En ella se cumple la frase de Hegel de que todo lo real es racional. A posteriori (es decir, a criadillas vistas, macho) el periodista reconstruye lo que ocurrió realmente en la cancha… y a vender. Aceptada esta limitación menor, mi versión es la siguiente.
Para mí, el mayor logro del Cholo no fue manejar con éxito tal o cual esquema táctico, sino haber conseguido que sus jugadores salten al césped convencidos de que pueden ganarle al Madrid. La voluntad de poder. Esta convicción necesaria (aunque no suficiente) exige además una vuelta a los principios fundacionales de aquellos derbis de antaño.
El primero, defender en bloque y todos con la misma intensidad. Si presionas con ayudas solventes, si triangulas no las posesiones sino los robos y cierras los espacios cruciales, especialmente las bandas (ni Ronaldo ni Bale la tocaron), es difícil que el contrario te cree ocasiones serias de gol. Que el rival controle la pelota tiene una ventaja única pero de gran valor estratégico: si consigues recuperarla en las zonas calientes del campo, los contragolpes son letales. El control del balón genera espacios a favor y también en contra (los que interesan al Cholo). Su lema es: contra más dominio del otro, mejor para mí. El invento funcionó y el resultado pudo ser más amplio. Quizás el Madrid aun no sepa a qué juega, pero con un par de zapatazos te mata, antes y ahora. Cuando les hemos vencido es porque el guión de la película se cumplió a rajatabla. Lo demás son ganas de emborronar papel con encargos, ocurrencias y remoquetes.
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Todo el equipo hizo un gran partido. El autor del gol, y el jugador más celebrado, fue Diego Costa, un tipo capaz de desmarcarse de su sombra y partirse la cara con quien haga falta incluido el árbitro (como el propio Simeone). Los centrales se estremecen al verlo. No parece una estrella brasileña. Es normal que el entrenador de la selección carioca no lo quiera. Su mayor defecto es que se le va la pinza, que las tarjetas vuelan y como decía Kung-Fu: "Cuando las cosas ocurren es que han sucedido". Mi preferido, no obstante, es Jorge Resurrección Merodio, alias Koke, un centrocampista de futuro y una parte del mérito de Costa y de otros muchos.
Ahí vamos, ¡Aupa Atleti!