sábado, 28 de enero de 2023

El fantasma de la libertad

 

El origen etimológico de la palabra “libertad” lo encontramos en el latín libertas, libertātis. Designa la condición de los individuos que son libres política y jurídicamente por nacimiento (ingenui) o por manumisión (liberti) con plenos derechos de ciudadanía. La Real Academia de la Lengua la define, en su primera acepción, como la Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera u otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Demasiado general y anticuado. La expresión facultad natural que tiene el hombre requiere más aclaraciones y arrastra nuevas preguntas. El fondo del problema es que el término “libertad” es polisémico. Se usa con distintos significados genéricos, individuales y colectivos: libertad física, libertad personal, libertad moral, libertad creadora, libertades civiles, libertad económica… Sin contar con los usos puntuales del lenguaje en incontables contextos semánticos, entre otros el político: por ejemplo, las reiteradas versiones castizas del término “libertad” que intercala la presidenta de la Comunidad de Madrid en todas sus intervenciones; parece que quisiera unificar en una palabra mágica todos los significados. Libertad al estilo de Madrid, como el chotis del Elíseo.   

El término “libertad” es un concepto metafísico, como razón, voluntad, o conciencia moral. El desafío consiste en reducirlo a términos empíricos o científicos. Después de todo, el cerebro no es algo fuera de la naturaleza. Desde un punto de vista fisicalista lo que entendemos por libertad es la imposibilidad de controlar las ilimitadas variables dependientes que intervienen en la conducta humana. Traducido a la teoría del caos: somos libres porque nuestra conducta es un sistema dinámico inestable cuyas consecuencias, incluso a corto plazo, son impredecibles ya que variaciones mínimas en las condiciones iniciales de cualquier acción pueden implicar grandes diferencias en sus consecuencias a corto plazo (no digamos a medio y largo). Recurramos a la paradoja medieval del asno de Buridán: si en una habitación vacía, homogénea y oscura colocamos dos haces de heno exactamente iguales a la misma distancia de un asno, cuando encendamos la luz el animal se moriría de hambre porque no tendría un motivo más fuerte para elegir uno u otro. El asno finalmente se alimenta porque siempre hay variaciones mínimas. La elección del asno es la mejor definición de libertad que conozco.

Nuestro cerebro no está preparado para conocerse a sí mismo. Ni siquiera el de un pollino famélico. El desarrollo de la neurociencia, la inteligencia artificial y la supercomputación nos permitirán conocer mejor el órgano central del conocimiento y el fundamento (no se me ocurre otra palabra) de sus decisiones libres. Sabemos más o menos las preguntas: qué es la mente y los estados mentales (por ejemplo, la sensación de libertad), qué son el inconsciente y los sueños, por qué el cerebro es capaz de jugar al ajedrez o escribir el Quijote, pero no disponemos aun del marco teórico ni de la tecnología para encontrar respuestas medianamente convincentes. Leo en una revista de divulgación científica en la antesala del dentista:

El cerebro es un biosistema o computadora biológica con dos tipos de propiedades: las resultantes (biológicas, neurológicas) que poseen por separado los componentes del sistema (neuronas, árboles de neuronas, áreas cerebrales) y las emergentes (psicológicas y cognitivas) que sólo posee el sistema cuando funciona conjuntamente o como un todo. Una sola neurona, un árbol de neuronas, incluso un área cerebral (como la de la memoria o la del habla) son componentes del cerebro que por sí mismos no tienen propiedades psíquicas, pero los cien mil millones de neuronas del cerebro con más de cien billones de conexiones (10 elevado a 14), interactuando en un sistema único, han conseguido producirlas.

Lo único que propone este embrollo pseudocientífico es que la mente depende del cerebro. Vale. Lo cierto, es que el futuro de la ciencia parece apuntar a la revisión del intocable principio de causalidad y del dogma determinista de la materia. Se vislumbra un nuevo paradigma que comenzó con el principio de incertidumbre y la física cuántica. Intuimos “una naturaleza más libre”. Por el momento debemos conformarnos con asociar el concepto de libertad a los distintos ámbitos de la razón práctica: a la ética (presupuesto necesario de la moralidad), la política (derechos y libertades públicas), la estética (el arte como el reino de la libertad), la teología (el libre albedrío y el valor de las obras para la salvación personal) e incluso a la retórica (convencernos de que somos libres por tomarnos unas cañas con los amigos en la terraza del barrio). 

martes, 10 de enero de 2023

Berlín

 

En los cinco días que duró nuestro viaje sólo nos dio tiempo a conocer el antiguo Berlín Oriental. En la Isla de los Museos dimos varias vueltas alrededor del busto de la reina Nefertiti, entramos en Babilonia por la espectacular Puerta de Ischtar y contemplamos sobrecogidos las pinturas de Caspar David Friedrich; el altar de Pérgamo sólo se puede ver en los catálogos de la tienda oficial del museo por las obras de acondicionamiento. Recorrimos la Unter den Linden, la avenida más famosa de Berlín y sus tesoros monumentales; inversamente me llamaron la atención los bloques de apartamentos con ventanas simétricas y aspecto sombrío que forman parte de la herencia urbana de la etapa comunista a partir de los años sesenta cuyo resultado fue la industrialización de la construcción mediante bloques e incluso viviendas prefabricadas. Muchas han sido adquiridas por el Gobierno y reconvertidas en oficinas, locales de empresas o firmas de consultoría, aunque todavía quedan pisos con contratos de alquiler de renta antigua ocupados por los antiguos inquilinos o sus herederos subrogados. Junto a estos inmuebles anodinos, incoloros, puedes encontrar edificios señoriales de estilo ecléctico, recargados, propios del clasicismo formal de la arquitectura socialista donde residían los altos dirigentes y miembros del Comité Central del Partido. Colmenas y palacetes en la misma calle donde se igualan las clases sociales (que según la propaganda oficial no existían). Por supuesto recorrimos la Friedrichstraße, la céntrica calle comercial de Berlín con los escaparates de las mejores firmas, admiramos la fachada y la original distribución interior de las Galerías Lafayette, un toque de elegancia mediterránea en el austero paisaje urbano. También nos detuvimos en el Checkpoint Charlie, el paso fronterizo más famoso entre las dos Alemanias: los VoPos disparando contra los que intentaban sortear las alambradas, las novelas de John Le Carré, los intercambios de espías, Berlín y Bonn, la guerra fría… Acabamos en la renombrada Alexanderplatz, ubicada en el centro de Berlín, que recuerda la novela de Alfred Döblin escrita en 1928 y la excepcional adaptación que R.W Fassbinder hizo para la televisión. Había una exposición de carteles sobre cuadros del Museo del Prado.

Un sobrino paterno del coronel Abengoa, mi viejo amigo, vive desde hace quince años casado con una berlinesa. Tienen una casa en Potsdam, una ciudad alemana próxima a Berlín donde se reunieron los jefes de Estado aliados al finalizar la guerra para decidir el futuro de Alemania. Durante nuestra estancia en Berlín los llamé la víspera de la vuelta para invitarlos a degustar el Apfelstrudel con nata y unos cremosos cappuccinos en el reconstruido Hotel Adlon en la Pariser Platz, en las inmediaciones de la Puerta de Brandeburgo. Sin embargo, la charla de sobremesa derivó (hay ciertas confirmaciones del determinismo social) hacia la persistencia en el pueblo alemán de un fuerte sentimiento de culpa por lo ocurrido durante el nazismo, un arquetipo convocado por los sesenta millones de muertos entre los combatientes y las víctimas civiles de ambos bandos, los campos de concentración, el asesinato de seis millones de judíos, la destrucción de las ciudades alemanas por la aviación aliada como venganza, el reparto del territorio alemán por los vencedores en humillantes zonas de ocupación, el muro de la vergüenza.

- El ascenso irresistible del nacionalsocialismo, opinó el marido, más beligerante, no hubiera sido posible sin la implicación masiva del pueblo alemán; no se trató de la pesadilla de una clase política emergente dirigida por unos líderes fanáticos, sino de un proyecto nacional cuyo propósito fue levantar un imperio paneuropeo bajo las banderas del fascismo (y aquí el término no es un insulto). Al acabar la guerra, prosiguió, se cambiaron los nombres de muchas calles, plazas, parques, estatuas y edificios, pero la mayoría de los poderes estaban infiltrados cuando no controlados por antiguos nazis. Jueces, policías, clérigos, políticos, militares, empresarios, directores de bancos… Resultó imposible depurarlos. Muchos acusados de primera, segunda y tercera fila utilizaron las llamadas rutas de escape a España y Argentina donde se reorganizaron para mantener vivas las antorchas del Tercer Reich. Incluso se integraron en los servicios de inteligencia del franquismo y del peronismo, como narra Almudena Grandes en sus galdosianos Episodios de una guerra interminable. Las autoridades alemanas no colaboraron, incluso interfirieron, en la detención de antiguos jerarcas nazis hasta el punto de que para capturar al criminal de guerra Otto Adolf Eichmann (“el arquitecto del Holocausto”), Fritz Bauer, el fiscal general del Estado de Hesse en Alemania Occidental, que era judío, recurrió al servicio de inteligencia israelí (El Mossad) para evitar la intromisión de la policía y los jueces alemanes. La película Operación final (2018) de Chris Weitz describe con detalle la operación completa desde la localización y el secuestro de Eichmann en Buenos Aires hasta su juicio en Israel, donde fue condenado a la horca. El proceso de desnazificación que comenzó con los Juicios de Nuremberg ha ido siempre a contracorriente y quizás no ha terminado, como han puesto de manifiesto ciertos hechos recientes. Me refiero a la fallida conspiración de grupos neonazis armados para asaltar el Parlamento. La conquista de la democracia en Alemania ha sido y es un proceso lento y difícil.

- Hay países europeos, intervino ella más indulgente, con una memoria histórica excesiva y otros recortada, afirmó. Por supuesto, Alemania se cuenta entre los primeros, España entre los segundos. Actualmente Alemania es una de las democracias más completas de la Unión Europea y la primera potencia económica. El sentimiento de culpa que ha interiorizado al pueblo alemán se debe a la revisión permanente de los crímenes nazis en libros, películas, documentales, congresos y exposiciones, lo que ha propiciado la formación de una mentalidad culpable en unas generaciones que deben sentirse definitivamente absueltas de los horrores que otros perpetraron. Al revés, en España ha habido una corta memoria histórica. Sobre todo, de la posguerra. Se ha producido una reconciliación incompleta con fecha de caducidad entre las dos Españas enfrentadas en la Guerra Civil. El proyecto de una transición consensuada para restaurar los derechos y libertades civiles mediante una constitución plenamente democrática fue una necesidad histórica. Y se hizo. Pero la memoria emocional, recurrente, se trasmite de generación en generación, de padres a hijos, de forma consciente e inconsciente y las heridas siguen abiertas. El resultado es un abismo entre dos visiones incompatibles, refractarias al diálogo y a los argumentos. Cualquier discrepancia política deja de centrarse en la cosa, se personaliza y termina en bronca. El Congreso de los diputados es un reflejo de esa patología social. De ahí la penosa polarización actual entre esas dos Españas que se acusan mutuamente de intentar un golpe de Estado institucional.

Al salir del hotel los cuatro visitamos el monumento del holocausto formado por 2.711 bloques de hormigón de diferentes alturas en memoria de los judíos asesinados en Europa; y el Reichstag, sede del Parlamento alemán: subimos por las rampas en espiral hasta el vértice de la impresionante cúpula de vidrio diseñada por Norman Foster. La luz solar que la envuelve con una vista espectacular de 360 grados rompe con los fantasmas tenebrosos del edificio neobarroco, tanto del totalitarismo hitleriano como del estalinista; una construcción de futuro símbolo de la reunificación alemana y de la trasparencia institucional (los debates parlamentarios pueden ser vistos debajo de la cúpula) de uno de los grandes foros democráticos del mundo. Con lágrimas en los ojos contemplamos la ciudad y nos abrazamos.