martes, 3 de diciembre de 2024

Ironía o iglesia

Ironía o iglesia, decía Santiago González Noriega, maestro admirable en la Universidad Autónoma de Madrid que nos dejó prematuramente en 2003, privando a la filosofía española de una de sus voces más incisivas y difícilmente clasificables. La evolución de su brillante, lúcida y escéptica trayectoria intelectual es un paradigma de la separación insalvable entre el pensamiento libre y las ideologías políticas. Este apego a los dogmas lapidarios es el principal problema que impide a la sociedad española alcanzar una transición definitiva. Dogmas generacionales, educacionales, ancestrales. Todavía no hemos encontrado la salida del laberinto español. Lo cierto es que España no es una democracia normalizada.

Otro de mis mentores y amigo, el doctor Abengoa Garmendia, decía en su tertulia del Ateneo que la política española actual se parece a una película del Oeste donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos (sin señalar quién es cada cual). En realidad, añadía, son todos muy malos; pistoleros de segunda que desenfundan con cualquier pretexto para disparar sus maldades prefabricadas y arrasar al contrario. Recuerdo sus palabras cuando los jovenzanos con ínfulas de leídos le interrogaban sobre sus ideas políticas, morales, religiosas o estéticas: pregúntenme sobre un asunto puntual, concreto, y les diré lo que pienso hoy.

Abstracto y concreto. Abstracto proviene del latín abstractus, compuesto del prefijo abs que denota separación, privación y tractus, participio del verbo trahere, que significa arrastrar. Abstracto es lo que ha sido empujado, alejado de sus límites precisos, como los conceptos políticos universales, tópicos adaptados al arsenal del partido que se esgrimen como armas arrojadizas en cualquier contexto, pero vacíos de contenido objetivo. El término concreto procede del verbo latino concrescere que significa crecer conjuntamente. El pensamiento concreto es la única aproximación posible a la espiral productiva de la dialéctica, al arte del diálogo, al viaje a Siracusa a través de la palabra. La dialéctica es contradicción, negación de la negación… el reverso de las ideologías políticas cerradas y selladas.

Por lo demás, las ideologías políticas son imprescindibles para una democracia representativa, esa forma de politeia, de espacio público que permite leer los periódicos que quieras, separar las voces de los ecos y expresar tus ocurrencias libremente, siempre bajo el control del algoritmo que graba, censura y manipula. En todo caso, es mil veces preferible el coro de grillos que cantan a la luna que la bota del soldado desconocido. Las ideologías políticas forman parte del contrato social que garantiza nuestros derechos y libertades, pero tienen graves inconvenientes. Los hemos analizado en numerosas ocasiones: la delegación del voto en una clase política poco formada e incompetente, la desconfianza en las instituciones, el nihilismo antipolítico o las formas degenerativas del Estado, entre otros.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Alma, universo, Dios

Fue Kant quien puso de manifiesto la inevitable tendencia de la razón a la realización de síntesis cada vez más generales que acaban siempre por ir más allá de los límites de la experiencia. En la Crítica de la razón pura el filósofo de la Ilustración analizó la posibilidad de la metafísica como ciencia, así como el alcance y límites de sus tres ideas absolutas: la síntesis última de la totalidad de la experiencia interior, el alma; la síntesis última de la totalidad de la experiencia exterior, el universo y la síntesis última de la totalidad de la experiencia interior y exterior, Dios. Bajo la influencia de la física matemática newtoniana concluyó, como es sabido, que la metafísica es una ilusión epistemológica y, por tanto, no es posible un conocimiento válido de tales ideas… al menos para la razón teórica.

No obstante, la ineludible querencia, la necesidad del pensamiento de especular sin tregua en el vacío, una especie de ejercicio compulsivo de bicicleta estática sin cadena, se manifiesta de forma recurrente en ámbitos distintos y distantes de la cultura. Incluso entre la comunidad científica contemporánea prosperan profusas variantes de las síntesis kantianas. Se trata de teorías no contrastadas empíricamente que se aceptan porque son la única explicación posible (y provisional) que permite encajar todas las piezas del rompecabezas.

En torno al alma, el emergentismo es un modelo explicativo que trata de resolver el problema ancestral de la relación entre la mente y el cerebro. En un reciente libro del escritor Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga La conciencia contada por un sapiens a un neandertal, el científico justifica la definición verbalista de la mente como una propiedad emergente del cerebro: Lo de "propiedad emergente" es una fórmula que usamos los científicos para eludir hablar de algo que no entendemos. Lo más que podemos decir es que cuando los componentes de un sistema alcanzan cierta complejidad y actúan entre sí, pueden surgir propiedades que no estaban por separado en ninguno de sus componentes y que no eran deducibles por tanto de los elementos de ese sistema. Algo parecido a lo que el premio Nóbel de Medicina en 1963 John C. Eccles y el filósofo Karl Popper propusieron en su libro conjunto El cerebro y la mente (1980). Sostienen que los componentes del cerebro (neuronas, árboles dendríticos, conexiones sinápticas, áreas funcionales) son insuficientes para comprender los procesos mentales, algunos de ellos de una gran complejidad como la autoconciencia, la identidad personal, el carácter voluntario de la acción humana, el inconsciente o el pensamiento creador. Tales procesos hacen necesaria la hipótesis de una mente autónoma. En consecuencia, desarrollaron la hipótesis mentalista de que en la corteza cerebral interactúan las dendronas (agrupaciones de dendritas) de carácter neurofisiológico y la psiconas (agrupaciones de unidades de activación mental) de carácter psíquico. La interacción entre ambas se explica mediante una inextricable teoría bioquímica rechazada por la comunidad científica. En realidad, desde los órficos y los pitagóricos no se ha avanzado mucho en la solución del dualismo antropológico; únicamente podemos afirmar que tanto el cerebro como la mente son estructuras demasiado complicadas (y todavía más su interacción) y que, en todo caso, han servido para enriquecer el léxico de los diccionarios académicos. El infierno de la retórica y el paraíso del neologismo, en palabras de Giorgio Agamben.

Si nos referimos al universo, segunda síntesis, los vacíos cosmológicos se multiplican: la teoría del Big Bang, incapaz de explicar en qué consiste esa singularidad infinitamente densa que originó el universo tras la gran explosión; la materia oscura, invisible al no emitir ningún tipo de radiación electromagnética y que, según los físicos, contiene un 85% del universo; las ondas gravitacionales, demostrables con sólo tirar un lápiz e indetectables para la tecnología actual; los agujeros de gusano que sólo convencen a los guionistas de ciencia ficción; la teoría de cuerdas, un constructo matemático que no funciona a menos que el universo tenga diez dimensiones. O el destino del universo: ¿Seguirá expandiéndose como un globo hasta el infinito y más allá como supone la teoría de la inflación cósmica o habrá una gran implosión o Big Crunch que lo comprimirá hasta el estado previo a la gran explosión y vuelta a empezar en un universo cerrado y pulsante?

Del otro lado, el espeluznante mundo de la mecánica cuántica (Einstein dixit) y sus teorías sobre el microcosmos o los sistemas atómicos y subatómicos. Richard Feyman, el genial físico, premio Nobel en 1965, afirmó que Si usted piensa que entiende la mecánica cuántica es que no la ha entendido… sentencia que se aplicaba a sí mismo. Por no hablar de la ecuación formulada por el físico británico Paul Dirac, Premio Nobel en 1933 compartido con Erwin Schrödinger, quien predijo la existencia de la antimateria, sin que nadie se explique por qué sólo se observa en condiciones experimentales o de laboratorio, pero no se detecta en ninguna formación del universo. La NASA envió al espacio en 2011 la sonda Alpha Magnetic Spectrometer para buscar indicios o restos de antimateria, pero sin resultados concluyentes hasta la fecha. Algunos cosmólogos duermen tranquilos tras anunciar su desaparición hace millones de años.   

¿Es posible hablar de Dios desde la ciencia? La variante de la última síntesis kantiana. Es conocida la frase lapidaria de Einstein para refutar la mecánica cuántica y sus principios indeterministas: Dios no juega a los dados con el universo. Se trata de una metáfora. No así la respuesta de Pierre S. Laplace (1749-1827) a Napoleón cuando el emperador, tras conocer la fama del Traité de Mécanique céleste, lo recibió en su biblioteca con la siguiente observación: Monsieur Laplace me dicen que habéis escrito este gran libro sobre el sistema del universo y nunca habéis mencionado a su creador. Laplace inflexible con sus principios se levantó y replicó bruscamente: No tenía necesidad de tal hipótesis.

La mayoría de los científicos consideran que la existencia de Dios es un tema que está fuera de la ciencia. En sentido kantiano: Dios no es un problema de la razón teórica, sino de la razón práctica. Aunque algunos no están de acuerdo y defienden la hipótesis de Dios en el sistema del universo. La cuestión es si se trata de ciencia o de teología camuflada mediante un selecto repertorio de términos científicos; el mismo recurso que utilizan los programas de misterio, enigmas sobrenaturales y platillos volantes. Hay publicaciones recientes: Dios y la ciencia, hacia el metarrealismo de Jean Guitton y otros; Dios, la ciencia, las pruebas, el albor de una revolución de Oliver Bonnassies y Michel-Yves Bolloré. Todo muy francés y católico (ver las biografías). No se trata, en ambos casos, de defender un panteísmo que identifica el universo y Dios en una unidad en el fondo materialista. Según parece, postulan la existencia de un Dios creador y ordenador del universo. Me recuerda al primer motor inmóvil de Aristóteles o a la primera causa incausada de Tomás de Aquino. Pero como no he leído ninguno de los dos libros no puedo opinar sobre estas nuevas teorías del Punto Omega y otras entelequias.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Historia de las ideas políticas

 

Cuando se filtraron los últimos borradores de los curricula de la LOMLOE aconsejé a algunos veteranos asesores del Ministerio de Educación, a los que todavía trataba, que sopesaran la posibilidad de ofrecer en Segundo de Bachillerato con el mismo rango académico una Historia de las ideas políticas como opcional a la asignatura de Historia de la filosofía, obligatoria en todas las modalidades. Ambas serían impartidas por el departamento de filosofía. Obviamente, la propuesta de mantel blanco y huevos rotos no prosperó; seguramente ni siquiera llegó a la burocracia del castillo. Cuando la hice (y la mantengo) no pretendía presumir de aurúspice ni de consejero áulico retirado, sino mostrar el alarmante desinterés de los jóvenes preuniversitarios por las teorías de los maestros pensadores, por más que los aguerridos docentes traten de enseñarles su vigencia. Algo, en el fondo, anacrónico, aunque aprovechable con matices. Lo cierto es que estamos rodeados de filosofía por todas partes, pero nadie se da por aludido. Tenía razón Antonio Gramsci cuando afirmaba que todos los hombres son filósofos, en tanto que la filosofía es una concepción del mundo ineludible, que está contenida en el lenguaje, las ideas, el sentido común o las creencias religiosas.

Es evidente que sobrevolaba en las aulas un creciente desapego por la asignatura de Historia de la filosofía; que la mayoría de los alumnos elegían Historia de España en las pruebas de acceso a la universidad; que se estaba produciendo entre los jóvenes una alarmante deriva hacia el nihilismo en todos los ámbitos de la razón práctica, incluso una manifiesta aversión hacia la política y los políticos. Tampoco en las altas esferas ministeriales había una especial estima por la materia en cuestión. Es algo parecido a lo que ocurrió con las lenguas clásicas. La diferencia es que los filósofos constituyen un eficaz grupo de presión temido por el gobierno de turno porque saben transmutar las legítimas causas gremiales en argumentos humanísticos que comportan incómodas críticas y arrastran votos. 

En todo caso, lo más preocupante era y es la distancia cada vez mayor entre la política real y la filosofía social y política. Y la razón por la que una asignatura sobre las ideologías modernas y contemporáneas podría resultar atractiva a los alumnos tanto por su actualidad, su interés circunstancial y generacional, como por la posibilidad de acortar la escisión entre ambos mundos mediante la comprensión de los principios teóricos que los unen. Un ejemplo a favor de esta propuesta sería la exposición resumida de las tres concepciones de la democracia liberal. Algo que nos concierne más que el hilemorfismo aristotélico, el yo pienso cartesiano o las categorías de Kant.

El original y genuino pensamiento liberal es el liberalismo progresista de Bentham y, sobre todo, de Stuart Mill (del cual he escrito una breve monografía con fines didácticos). Además de preservar las libertades civiles de pensamiento, conciencia y expresión, defiende la autonomía creadora del individuo y la supeditación del legítimo interés individual a la utilidad general; la mejor decisión política es la que produce la mayor felicidad para el mayor número. Mill calificó su pensamiento de liberalismo social (algo muy próximo a la socialdemocracia), sostuvo que el Estado debe intervenir cuando es preciso proteger a la sociedad de la desigualdad y los abusos de la iniciativa privada; incluso fue partidario de una economía mixta, privada y pública por este orden.

El liberalismo conservador o liberalismo económico de Adam Smith, Ricardo y Malthus se fundamenta en una economía de mercado donde el Estado es un mero árbitro de las leyes naturales de la libre competencia que por sí mismas producen la mayor felicidad para el mayor número. La nueva figura antropológica, el homo economicus, busca por una inclinación universal, inherente a la condición humana, el interés individual o egoísta e identifica la felicidad con el bienestar material, es decir con la posesión y disfrute de bienes que dependen, en última instancia, de la cantidad de riqueza acumulada o capital. La felicidad puede, por tanto, ser cuantificada.

Los antecedentes del neoliberalismo hay que buscarlos en el darwinismo social de Herbert Spencer, las políticas económicas de Keynes y, posteriormente, de Milton Friedman y la Escuela de Chicago. En la actualidad es el resultado de la globalización, el flujo de capitales, la deslocalización de las grandes corporaciones, el impacto imprevisible de las nuevas tecnologías y el progreso indefinido de la tecnociencia. Para el neoliberalismo radical -un fantasma que recorre el mundo- la política debe ser sustituida por la economía; dicho de otro modo, o los políticos son meros gestores del capital industrial y financiero o no son nada, de ahí el debilitamiento del liberalismo social en las democracias representativas y el papel secundario o el descrédito de los políticos profesionales, víctimas en demasiadas ocasiones de su identificación con los poderes fácticos que representan. El fin último y el único criterio ético-político del neoliberalismo es alcanzar el éxito económico. Para el neoliberalismo radical el fin justifica los medios (frase que Maquiavelo nunca pronunció); la diferencia es que mientras el Príncipe buscaba el bien común y la cohesión social, los medios legítimos que utiliza el neoliberalismo pueden ser irracionales y falaces. En el neoliberalismo conviven tres formas paralelas de organización social que siempre llegan a encontrarse: la real, la virtual y la posfactual. La posfactual maneja un eficaz repertorio de estrategias: la cancelación, la posverdad, los bulos, las falsas noticias, el populismo y el relato. Toda una constelación de influencers se dedican a promover el delirio colectivo. Ahora los hechos no se constatan ni se interpretan, se fabrican. Se trata de promover un nuevo orden antipolítico cuyo nombre, una vez que se quitan los andamios, los europeos conocemos de sobra

martes, 29 de octubre de 2024

Pantallas digitales

 

Comienza el martes de un ejecutivo medio, soltero empedernido, de una gran empresa. Tiene cuarenta años y vive solo. La radio reloj despertador digital se activa a las ocho de la mañana con un aria de los tres tenores, por ejemplo, Nessun dorma. En la mini pantalla se puede ver la fecha y hora, la temperatura, la humedad relativa del aire y la presión atmosférica; hay más iconos, pero los ignora porque sólo hojea el manual de instrucciones en el retrete. Cuando acaba el aria el dispositivo se conecta con la cadena radiofónica seleccionada o el resumen de noticias de la tecnológica preferida. Después un poco de ejercicio tonificante en una bicicleta estática con un monitor que muestra en una cuadrícula doce parámetros biométricos. Por supuesto, los memoriza desde el día que la probó en la tienda. Finalmente, cepillo dental eléctrico con indicador de tiempo y modo, afeitado y ducha (¡al fin solo!).

Enciende el móvil de empresa para descargar los primeros mensajes y wasaps del día; la mayoría son imperativos amables de arriba para que unos flecos estén resueltos anteayer. Ha sustituido el móvil personal por un reloj inteligente que, además de todas las funciones, te notifica en su esfera multicolor la frecuencia cardiaca, la capacidad aeróbica, el oxígeno en sangre, las calorías gastadas y las horas de sueño. Además, mide la distancia de la bola a la bandera en el campo de golf. Desde anoche hay muy poco en la bandeja de entrada, un Tik Tok ultra, dos intentos de estafa y los buenos días del pelmazo de siempre. Un colega del trabajo, crítico consigo mismo, le ha contado que su nieto de dos años le pone el móvil en las manos en cuanto lo encuentra aparcado en cualquier rincón de la casa. Un día sin móvil, diario de un náufrago, piensa el soltero que escribe relatos cortos los fines de semana.   

Los martes y jueves, teletrabajo. Abre el portátil de empresa vinculado al departamento al que está adscrito, producción y contabilidad. Según las conclusiones sociológicas, el teletrabajo obliga, si se quiere rematar la faena, a echar más ladrillos a la carretilla por el mismo precio. Normal: una oficina de interacción virtual es más lenta que una presencial. En una plataforma de empresa siempre hay alguien que te pone en cola melódica, otro se escaquea y sugiere que todavía no han llegado los informes, otro no abre el correo, otro se ha ido a desayunar, otro está de baja, el jefe en un congreso… En términos de la teoría de la comunicación hay demasiado ruido entre emisor y receptor.

A las diez de la mañana suena el telefonillo del portal; desde el videoportero contesta al casco de un repartidor que se ha equivocado de piso. Cuando regresa a la plataforma tiene un e-mail: el director ejecutivo avisa que esta tarde a las cuatro hay una reunión con el departamento de ventas para una puesta en común. El ponente, experto en mercadotecnia, utiliza una pizarra digital interactiva Smart para analizar las diferencias estratégicas con la competencia a partir de las tendencias y demandas de los distintos segmentos del consumo. Sigue una tormenta de ideas, opiniones sutiles, propuestas innovadoras que acabarán en la papelera de reciclaje. Unas breves palabras por videoconferencia del consejero delegado desde el piso catorce (donde se toman las decisiones) ponen fin al evento. En ningún país avanzado de Europa los empleados vuelven a su casa a las ocho o más de la tarde. A las cinco dejan caer el lápiz y estampida.

Cuando sube al coche para volver a casa, la interfaz del panel de control le indica mediante imágenes y sonidos la línea de salida de la plaza de garaje. Algunos coches de gama alta incorporan en la parte trasera una pantalla de entretenimiento multimedia para reproducir audio y video. Al abrir la puerta de su casa desactiva la alarma que dispone de una cobertura angular de videocámaras conectadas a la central de seguridad. Se prepara una cena sencilla. Deja para los domingos, cuando invita a los amigos, el robot de cocina con visor web incorporado que abre la página de recetas donde puede elegir el plato principal y seguir las instrucciones de pesos y medidas con precisión matemática. Después se relaja en el sofá del salón y hojea rápidamente en su tablet los titulares de la prensa. Dedica más tiempo a la cobertura de las fuentes seleccionadas por las tecnológicas. Le interesan sobre todo las noticias insólitas, los buques de guerra, los escándalos de la gente guapa, la informática de divulgación, las monedas virtuales, las majaderías de los políticos y el incurable sectarismo futbolero. Termina con los espectaculares semidesnudos de las influencers y la belleza rotunda de las novias (o esposas) de los deportistas multimillonarios. Es el momento de encender la Smart TV 4K QLED de 65 pulgadas para seguir un nuevo episodio de su serie favorita en una plataforma de streaming. Su ultra definición permite ver la realidad mejor que la realidad (cuando entran en un museo lo destrozan). Después, llega el momento de irse a la cama. Retoma su e-book Kindle por la página donde se había quedado, un estudio sobre la Inglaterra Victoriana que le produce un sopor invencible antes de un cuarto de hora. ¡Qué soledad sin colores! Apaga la luz y se duerme con la radio puesta hasta las tres de la madrugada. La apaga, se da media vuelta y mañana será otro día. ¿Son los sueños también una pantalla? 

P.D.1 Recuerdo las excelentes gachas con torreznos de la única taberna de un pueblo de la Serranía de Cuenca (venden con santo y seña un feroz aguardiente de fabricación casera). Pero, sobre todo, recuerdo un admirable letrero bien visible al entrar: No tenemos Wifi. Hablen entre ustedes.

P.D.2 (En mis frecuentes horas de insomnio pienso que la pantalla digital en todas sus variantes es el primer soporte de la triada del espíritu absoluto sin Hegel: la inteligencia artificial, los visitantes de las estrellas y el reencuentro con Dios).

domingo, 20 de octubre de 2024

Sobre la posverdad

 

El descrédito actual de la política proviene de la conspiración constante contra la verdad, la certeza, la opinión y la duda, sustituidas por la falsedad, el error, la ignorancia y la mentira. En esto consiste la posverdad. Es como si en un caso de Sherlock Holmes lo que realmente importara fueran los rumores tabernarios por la ausencia de pistas, las conjeturas apresuradas de la prensa, el cierre en falso del obtuso Lestrade que no se entera de nada o las raquíticas teorías de Watson que apenas rascan la superficie de los hechos.

La posverdad surge por la desinformación intencional y la desmemoria crónica de los presuntos implicados; o al revés, por la negación de la evidencia en casos de corrupción que se ocultan tras las interminables garantías procesales de un poder judicial polarizado. También la favorecen los pesebres ideológicos de los tertulianos, las fabulaciones de los ignorantes mediáticos (el famoso “relato”) que se abren paso a codazos para medrar, las cortinas de humo de las noticias calientes que se venden (en el doble sentido de la expresión) y las declaraciones de encefalograma plano de los políticos profesionales. Lo que aparenta ser la verdad es más decisivo que la verdad. Un retorno a la caverna de Platón: lo que cuenta son las sombras vacilantes que se proyectan sobre la pared y los ecos confusos de las voces que resuenan en la gruta.

Son varios los elementos que intervienen en la proliferación de la posverdad. De entrada, la psicología de masas: en “posmodernidad” o “posindustrial", el prefijo post se refiere a algo que, aunque ha ocurrido, está superado; alude a ciertos hechos brumosos no del todo negados, pero ahora irrelevantes, desbordados por los nuevos escenarios nacionales o internacionales. Es algo que la memoria colectiva debe dar por concluido, condenado al olvido porque ha sido desplazado por nuevas realidades inmediatas y más urgentes: de ahí que se hable de verdad posfactual. La sustancia de la verdad posfactual es precisamente que la verdad no importa. Es agua pasada y el cauce está seco.  Ex nihilo nihil. De la nada no proviene nada. Por tanto, se refutan los no hechos y se crean otros nuevos para adecuarlos a los intereses partidistas del momento. 

El abuso de la posverdad ha propiciado la indiferencia colectiva, cuando no el desapego a la política. Las escenas a las que asistimos en los debates parlamentarios del Congreso con un hemiciclo descontrolado y sin rumbo es un prueba de la eficacia del modelo. Su objetivo es el desprestigio de cualquier boceto de democracia normalizada. Estamos ante el caldo de cultivo de ideologías prefacistas. El primer paso es utilizar de forma torticera las libertades del Estado de derecho, en especial la libertad de expresión: demagogia populista, vacíos flagrantes, desmentidos infumables, teorías de la conspiración, desvergüenzas maquilladas. También el aluvión en las redes sociales de bulos y farsas, intrigas inventadas y, sobre todo, las campañas de manipulación emocional perpetradas al milímetro por los laboratorios de ingeniería de la conducta al servicio de la posverdad.

Llevan razón los que afirman que la política actual tiene cada vez más un carácter orwelliano. Se trata de fabricar una posverdad para cada problema político. Se cambia la noción misma de “hecho”. Los hechos ya no se interpretan, sino que se construyen. Como en la célebre novela de Orwell el pasado puede ser simplemente eliminado de la historia y sustituido por otro. Los protagonistas de lo que no ocurrió por decreto posfactual son “vaporizados”. La pantalla que vigila a todas horas, el ojo del Gran Hermano, es una modesta bisabuela de los modernos métodos telemáticos de control y distribución de la información. Cabe temblar ante las posibilidades distópicas de la inteligencia artificial. Nunca el totalitarismo ha estado tan cerca de las democracias occidentales. Ha caducado el principio fundacional del utilitarismo liberal-progresista (Bentham-Stuart Mill) o liberal-conservador (Adam Smith-Ricardo) que sentó las bases de las democracias representativas: Es bueno lo que sirve para proporcionar la mayor felicidad al mayor número. Se ha impuesto la ley del interés del “pensamiento único” y el darwinismo social. El ascenso profesional, el beneficio económico y la hegemonía política se consideran la ley natural desde la antropogėnesis y algo inherente a la condición humana. Hay un principio de la lógica clásica que afirma que de lo falso se sigue cualquier cosa. La conclusión es que nadie tiene la menor idea de lo que nos espera ni siquiera a corto plazo. ¿Tiene la política nuevas reglas que Maquiavelo no pudo imaginar? Es evidente que sí: la posverdad.

domingo, 13 de octubre de 2024

Teorías pragmáticas de la verdad 2. Bentham

 

La segunda teoría pragmática que abordamos es el utilitarismo ético de Jeremías Bentham (1748-1832). En su principal obra, Introducción a los principios de la moral y la legislación, afirma que La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo el gobierno de dos regidores soberanos, el dolor y el placer. Sólo a ellos les corresponde señalar y determinar lo que debemos hacer. Por un lado, la norma de lo correcto e incorrecto, el estandarte del bien y el mal, por el otro, la cadena de causas y efectos sujetos a su trono. Ambos nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos.

Es una reflexión crucial porque nos señala, por una parte, lo que debe ser (las normas y los valores éticos) y, por otra, el ser (las causas y las consecuencias empíricas de la conducta). El punto de unión o síntesis entre los valores morales (ética) y los motivos empíricos de la acción (psicología) es el principio de utilidad cuya propuesta es que se debe en cualquier circunstancia maximizar el placer y minimizar el dolor. El utilitarismo identifica lo bueno en sentido ético con lo útil en sentido pragmático: son moralmente buenas las acciones cuyas consecuencias contribuyen a aumentar el placer y disminuir el dolor. La felicidad o infelicidad personal es la diferencia matemática entre ambos. En su obra describe las fuentes del placer y del dolor: físicas, materiales, públicas, morales, intelectuales, espirituales; también sus factores o propiedades: intensidad, duración, certeza, proximidad, pureza… El problema de una ética de las consecuencias es que aquello que en principio nos produce placer puede acabar por producirnos dolor y viceversa, lo que hace difícil predecir el final de la cadena. Bentham, consciente del conflicto, apeló al cálculo preciso de los eslabones intermedios que nos permita anticipar la felicidad a largo plazo.

Obviamente el utilitarismo no puede tener un significado meramente egoísta pues la búsqueda exclusiva del placer individual supondría un conflicto entre intereses particulares que haría inviable la felicidad de todos al poner en peligro la convivencia y la existencia misma de la sociedad civil. La institución que permite hacer compatible la felicidad individual y la colectiva es el derecho. Bentham transita de la psicología a la ética y de esta a la política. El utilitarismo consiste, finalmente, en alcanzar la mayor felicidad posible para el mayor número de personas. Es decir: la felicidad colectiva depende del buen funcionamiento social. No hay que olvidar que Bentham era ante todo un destacado jurista formado en el Queen’s College de la Universidad de Oxford. No obstante, nunca se interesó por el ejercicio profesional de la abogacía pese a las importantes ofertas públicas y privadas que recibió. Sus obras son ante todo tratados reformistas de amplio alcance para la filosofía del derecho. También en su principal obra proponía que todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en la mayoría de las personas. Bentham, igual que Marx, no era el prototipo del filósofo clásico; no pretendía construir un sistema teórico, sino influir directamente en la organización social mediante la formulación de normas jurídicas aplicables a las leyes de una nación. Su objetivo último, la parte más especulativa de su obra, era crear un código completo de derecho utilitario que abarcara todos los ámbitos de la sociedad. Hay que resaltar la considerable influencia que tuvo en toda una generación de políticos, economistas e intelectuales de su época. Su propia casa se convirtió en el lugar de reunión y debate de las teorías utilitaristas.

De las tres grandes tendencias que han abarcado la filosofía del derecho, naturalismo, positivismo y eticismo, hay que incluir a Bentham en la última. Criticaba la ley natural como una superstición religiosa (como Marx era ateo) y al derecho natural como una justificación del absolutismo monárquico; consideraba absurdo el iusnaturalismo de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Constituyente francesa en 1789, según el cual las normas jurídicas se siguen de un conjunto de principios morales, universales e inmutables que la razón descubre mediante el análisis de la condición humana. No son derechos naturales sino históricos (coincide también con Marx), pero mientras para Marx el derecho es una ideología burguesa al servicio de la clase dominante, en Bentham es la garantía de un Estado constitucional y representativo. Asimismo, enfrentado al positivismo conservador de la legislación inglesa de su época, que rechazó casi todas sus reformas legales, no admitía que el derecho fuera una mera técnica o práctica especializada en sí misma ni justa ni injusta cuya finalidad sería regular eficazmente la vida social sin más consideraciones.

Según Bentham, el derecho debe estar fundado en una aritmética moral que permita calcular racionalmente la cantidad de placer y dolor que nos proporcionan las acciones, proyecto que nunca concretó. El utilitarismo ético está estrechamente unido a la versión más noble de liberalismo político que culminará en la obra de su discípulo Stuart Mill. Bentham fue un firme defensor de los derechos y libertades individuales, en especial de la libertad de expresión, la economía de mercado, la redistribución de la riqueza, la separación de la Iglesia del Estado, la igualdad entre el hombre y la mujer, el derecho al divorcio, la despenalización de la homosexualidad, la abolición de la pena de muerte y cualquier forma de castigo físico; fue, incluso, uno de los primeros defensores de los derechos de los animales. Su ideario, como el de Stuart Mill, es más parecido al de una socialdemocracia avanzada que al de los liberales clásicos que, al final, son muy poco liberales.  

lunes, 7 de octubre de 2024

Teorías pragmáticas de la verdad 1. Marx

 

A lo largo de la historia de la filosofía se han expuesto diversas teorías de la verdad: correspondencia, verificación, desvelamiento, proceso, perspectiva, intuición, comprensión, consenso, realización práctica. Esta última es la denominada teoría pragmática de la verdad; analizaremos tres: el marxismo, el utilitarismo y la posverdad.

Marx sostiene que el hombre es ante todo un ser práctico y la praxis, es decir, el trabajo o la producción material, su principal actividad. La actividad productiva es el fundamento objetivo del conocimiento y la condición misma del hombre; es más, la ciencia o la filosofía no existen ni puede ser entendidas como algo abstracto sino como saberes de control y dominio. Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. (Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach XI).

Marx atribuyó la primacía errónea del hombre teórico sobre el práctico en la filosofía clásica a la omisión del trabajo como principal categoría antropológica y a una visión equivocada de la historia. No existe, según Marx, una naturaleza humana universal. El hombre es un ser cuya naturaleza consiste en las relaciones sociales y económicas que contrae a lo largo de la historia: el esclavo griego, el siervo feudal, el artesano de los gremios de las primeras urbes, el proletario de las fábricas de la revolución industrial no tienen nada esencial en común... Asimismo, la historia no puede ser interpretada como una sucesión de fechas, hechos y protagonistas (positivismo), ni la acción imaginaria de unos sujetos imaginarios, una especie de gigantomaquia de los conceptos (idealismo), sino como el desarrollo y superación necesaria de los modos históricos de producción (idea extrapolada del finalismo racionalista o teleología de la historia de Hegel).

En las primeras civilizaciones, Asiria, Mesopotamia, Egipto, Persia, y en la antigüedad grecorromana el trabajo se tenía por una actividad propia de esclavos; en la sociedad feudal como una ocupación propia de siervos y en el capitalismo inicial del siglo XIII, en el ocaso de la Edad Media, como un quehacer característico de los estamentos inferiores. Por el contrario, la actividad contemplativa o teórica era una ocupación elevada propia de las clases superiores y de los hombres libres... La dialéctica del amo y el esclavo como figura de la autoconciencia en la Fenomenología del espíritu de Hegel fue decisiva en esta revolución historicista y economicista del pensamiento de Marx. La evolución de los momentos y figuras del espíritu en el sistema hegeliano se invierte en Marx en la superación de los modos históricos de producción. La conclusión de la historia en Hegel, el espíritu absoluto, se convierte en Marx en el paraíso socialista puesto que la contradicción entre las fuerzas productivas (clase obrera y ley de la miseria creciente) y el modo de producción capitalista conducirá inevitablemente al estadio final de la auténtica sociedad humana.

Por tanto, el problema de la verdad encuentra su solución definitiva en la praxis. No es posible resolverlo mediante disquisiciones abstractas, sino en la práctica social. El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico sino práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. La discusión sobre la realidad o irrealidad del pensamiento aislado de la práctica es un problema puramente escolástico. (Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach II). En la praxis, en la producción de bienes mediante la transformación de la naturaleza y de las condiciones materiales de la existencia, quedan resueltos los desafíos teóricos de la ciencia y la filosofía además de superados los enredos contemplativos de la metafísica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica. (Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach VIII).

También la realización ética del hombre depende de la praxis. Mediante la praxis se establecen las condiciones del trabajo, de la producción material de la vida colectiva de la que depende la felicidad o el infortunio del individuo. Momento en el que Marx pasa del concepto de praxis al de alienación, puesto que las relaciones sociales y económicas que los hombres contraen en un determinado estadio de la historia pueden resultar reificadas o desrealizadoras. El concepto de alienación (y el de conciencia infeliz) también proceden de Hegel. Alienación significa escisión, extrañamiento en lo otro, exteriorización del sujeto o enajenación como perdida de la propia vida. En todas las formas de alienación (económica, política, religiosa, ideológica, social), el hombre como existencia (autoconciencia en Hegel) deja de ser sujeto de sus propios actos, que ya no le pertenecen ni le hacen feliz, para ser controlado por fuerzas externas ante las que se siente extraño a sí mismo. La principal forma de alienación, además del origen de las demás, es la económica: en ella el sujeto se contrapone a las leyes generales de la economía capitalista, las cuales actúan frente a él como fuerzas superiores e incontrolables, con unas leyes propias que desposeen a la praxis de su dimensión ética, creadora, consciente y realizadora de la vida humana.

En el posfacio a la segunda edición alemana de El capital Marx define su método como dialéctico. Al hacerlo, reconoce explícitamente a Hegel como el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Pero, a la vez, deja claro que mi método dialéctico no sólo es completamente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo su antítesis […] Lo que ocurre es que la dialéctica aparece en él invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y en seguida se descubre bajo la corteza mística el fundamento racional.