miércoles, 31 de agosto de 2022

El coronel Abengoa. La familia se sienta a la mesa

 

La siguiente cita con el coronel Carlos Abengoa fue en la cafetería del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Le recordé (no era necesario) el tema de nuestra anterior conversación en El Ateneo, a saber, los efectos negativos de la tecnociencia en las instituciones sociales. En el fondo una broma dialéctica, una especie de espejo curvo en el que se deforma la idea ilustrada del progreso indefinido del conocimiento experimental y sus consecuencias.

Piense usted, retomó el hilo don Carlos, en la más básica de las instituciones: la familia. Recuerde, por ejemplo, el ritual de la comida. Recurro a la historia por defecto profesional. En la familia clásica de los años sesenta (analógica sugerí y al coronel asintió) el padre se sentaba a las dos en pijama y zapatillas detrás de la prensa, el Ya o el ABC, el ama de casa servía la sopa de Gallina Blanca con fideos gruesos y huevo escalfado o las croquetas de cocido mientras los hijos se daban toñas invisibles y patadas debajo de la mesa. El cabeza de familia doblaba indolente el periódico y se unía al concierto familiar más o menos armónico según el día. Le toca a la pequeña: el niño Jesús que nació en Belén bendiga esta mesa y a nosotros también (risas contenidas). Si eran más de cuatro retoños (lo normal entonces) y se alborotaba el gallinero, el padre repartía estopa sin discriminación de género. De segundo, el filete más grande se lo adjudicaban al varón primogénito y por orden de la señora madre no se encendía la televisión (la única pantalla de la casa excepto las de las lámparas) hasta que comenzaba el telediario. Después se iniciaba una conversación asimétrica a tres o más bandas. Si el abuelo vivía con ellos, canto gregoriano. ¿Vais a misa los domingos, os confesáis, comulgáis a menudo? El padre frunce el ceño porque sabe que también va por él. El perro, el único de la familia no sometido al régimen disciplinario, da la murga alrededor de la mesa petitoria si es que no pone las patas en el hule y saca la lengua a pasear. El que decía “esto no me gusta” repetía en la cena.

A partir de los noventa, con la incorporación de la mujer al mercado de trabajo se impone un modelo familiar radicalmente distinto. Sigamos con el ejemplo, anunció Abengoa. La madre se lleva la comida en un táper hermético y termo o come en la cafetería de la empresa o se premia los viernes con el menú del día de un restaurante del barrio. Los hijos, que ya son dos, se apuntan al comedor del colegio y el padre, que trabaja cerca, vuelve a casa un par de horas para despachar unos macarrones con tomate de lata y una pechuga de pollo a la plancha que le ha preparado la asistenta. Cabezada y al despacho. Por esas fechas, le dije al coronel, Microsoft lanzó su primera versión del entorno Windows. Los primeros paleo ordenadores comenzaron a utilizarlo en todos los rincones del planeta. En 1991 se anunció públicamente la World Wide Web, un año después había un millón de computadoras conectadas a la red. Siete años más tarde nació Google (todavía sin posición dominante); Facebook se creó en 2004. En ese momento Internet contaba con mil millones de usuarios.

La tercera versión de la familia es la digital. Viven en una casa inteligente en la que hasta la cisterna del retrete está conectada a la fibra óptica. Avisos, pitidos y melodías se suceden de la mañana a la noche. Se le ha olvidado conectar la alarma, el besugo está en su punto, ¿Desea que la cadena le ponga música Reggaeton? La comida dominical se parece al silencio sinfónico de la nieve. El padre revisa en el iPhone los correos del trabajo y los contesta mientras se enfrían las chuletas de cordero. La madre con el IPad engulle a la vez las chuletas y los chismes del Hola. El hijo, con el miniportátil Samsung en las rodillas, chatea con sus amigos en tres redes sociales. Por no hablar del teletrabajo y de los tele deberes del cole, intervine. Si el pobre abuelo viviera clamaría con razón: ¡en esta casa sobra el wifi, hablad entre vosotros, tirad esa basura, creced y multiplicaos!

viernes, 26 de agosto de 2022

El coronel Abengoa. Técnica y tecnología

 

Hace tiempo sostuve unas conversaciones intermitentes con mi buen amigo el coronel Carlos Abengoa, hombre solitario, soltero profesional, misántropo sin malicia y militar ilustrado hasta donde alcanzo, pues es poco dado a confidencias personales y mi trato con él se reduce a unas breves estancias periódicas en un país de África Ecuatorial al que fui por razones profesionales. Nos presentaron durante una cena de cortesía que ofreció el embajador español en su residencia oficial al equipo de la Agencia de Cooperación Internacional (del que yo formaba parte) junto a otros miembros de la comunidad educativa; entre ellos, el coronel Abengoa, profesor titular de historia contemporánea en la extensión de la UNED de… Nuestra misión era asesorar a nuestros colegas africanos sobre el diseño curricular de las asignaturas de Bachillerato y la elaboración de los correspondientes libros de texto. Durante la cena el embajador se sintió obligado a disertar sobre las diferencias entre los rasgos culturales del país africano y el nuestro adobadas con anécdotas diplomáticas de perfil plano. En lugar de prestar atención y desconectar, algunos pelotaris avivaron con sus preguntas la hoguera de las vanidades. Un bostezo mal reprimido por mi parte, cuando un impecable mayordomo autóctono con uniforme de gala y guantes blancos retiró el segundo plato, fue la señal de nuestra futura amistad. Tras la cena nos dispersamos por la amplia residencia en grupos heterogéneos mientras el anfitrión seguía dando la matraca al representante de la Alta Inspección y al Agregado Cultural de la embajada. Algo achispados esa misma noche discutimos sobre la existencia de leyes históricas según el marxismo y otras teorías escatológicas. Siguiendo instrucciones muy precisas de las autoridades educativas españolas evitamos cualquier alusión crítica al país que solicitaba nuestra colaboración. Sobre todo, políticas. Sólo un detalle. La primera reunión oficial con las autoridades educativas fue peculiar. En la mesa presidencial estaba el gobierno al completo, incluido algún general con sable y colección de medallas. Durante los obligados discursos no dejaron de sonar los móviles de los profesores nativos sin que nadie se inmutara. Un rasgo cultural que el embajador, según parece, se olvidó de comentar. Luego me explicaron que era un símbolo de estatus y con algo más de malicia que era muy probable que se llamaran entre ellos. Quedamos Abengoa y yo con frecuencia en la Casa de España al amor del aire acondicionado y al buen trato del jefe de camareros, un simpático gaditano con buena mano para los cocteles étnicos. En nuestras charlas buscamos un terreno común lo que me dio la oportunidad de conocer sus ideas sobre filosofía de la historia. La primera era que el poder político está subordinado al poder económico, pero ambos, en última instancia, se sustentan en el poder militar. Resumí sus argumentos en una entrada de mi blog titulada C’est la guerre!

Ahora, jubilado, el coronel, nacido en Mondragón, ha vuelto del continente africano a su tierra de adopción, Madrid, donde tuvimos oportunidad de reanudar nuestras charlas sobre ochenta y tres diversas cuestiones, como reza (nunca mejor dicho) el título del opúsculo de San Agustín, casi todas, en la cafetería del Ateneo de Madrid. Un sitio que, por alguna razón, le inspira especialmente. Fui socio antes de mi aventura ecuatorial, ahora me he reenganchado, sentenció sin más. Entre todas, por su continuidad con la tesis antes expuesta, me resultó especialmente lúcida su nueva versión del motor de la historia. Voy a tratar de recordarla lo más fielmente posible.

El término “técnica”, comenzó Don Carlos tras apurar el primer sorbo del gin-tonic, procede, como es sabido del griego tékhne, que significa arte u oficio, industria o habilidad para hacer algo. La especie humana apareció gracias a la técnica y será la técnica la que hará que desaparezcamos de la Tierra, no lo dude (siempre nos tratamos de usted, una de las pocas formas de preservar la amistad entre adultos). Como sabe, el conocimiento técnico es el más antiguo en la evolución biológica y cultural del ser humano. Sin la técnica, sin la utilización, primero, y la posterior fabricación de instrumentos y herramientas no hubieran sido posible los procesos de hominización y humanización. La gran ventaja de la técnica frente a otros estadios iniciales del conocimiento como el mito, la magia, la religión o el arte cavernario fue que se trataba de un saber de control y dominio real de la naturaleza y la sociedad (no imaginario, simbólico, ornamental o propiciatorio). Era un saber efectivo, reglado, público, especializado, predictivo, revisable. La gran revolución neolítica hace nueve mil años fue posible por la implementación de nuevas técnicas aplicadas a la agricultura y la ganadería. Asimismo, el descubrimiento de nuevos materiales hizo posible el paso de la prehistoria a la historia con el surgimiento de las primeras civilizaciones: Asiria, Mesopotamia, Egipto y Persia.

Lo segundo, prosiguió, el final de la especie humana, un problema especulativo, distópico pero fundado, tiene su punto de partida en la gran Revolución científica del Renacimiento que culmina con la obra de Newton a finales del siglo XVIII cuando la antigua técnica basada en reglas de tanteo y eficacia se transforma en tecnología, es decir, en un saber con soporte científico: la tecnociencia. Se puede afirmar que el resto de las instituciones que configuran el desarrollo de las civilizaciones, la economía, la política, las fuerzas armadas, la familia, el sistema educativo, la moral, la religión, la medicina e incluso el deporte dependen directamente de la tecnociencia como el factor subyacente del proceso histórico. No se trata, prosiguió Abengoa, de un planteamiento reduccionista sino transversal. Podemos afirmar que la tecnociencia atraviesa y da sentido al resto de los factores de la historia. Sería interesante explicar la relación de dependencia de cada una de las instituciones con el factor central que las transforma. Le invito a intentarlo con cualquiera de ellas, por ejemplo, la familia, la economía, las fuerzas armadas o el deporte. En cualquier caso, esta idea surge con la famosa Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (“Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios”) editada entre los años 1751 y 1772 en Francia bajo la dirección de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert. Su adquisición por la Real Academia Española de la Lengua ha sido admirablemente novelada por Arturo Pérez Reverte en su obra Hombres buenos. Se la recomiendo (la conozco le dije). Por cierto, y lo digo como elogio Don Carlos, me recuerda usted mucho al personaje central de la novela, el almirante don Pedro Zárate. Prosiguió sin inmutarse: la tecnociencia como factor central sobre el cual pivotan el resto de los pilares de la evolución histórica puede ser entendida a partes iguales como esperanza de futuro y amenaza de extinción. Como propone el consabido tópico, la tecnología no es en sí misma buena o mala, todo depende del uso que hagamos de ella. Me gustaría que nos fijáramos ahora en la segunda acepción, justamente la contraria al espíritu de la Enciclopedia y a la idea ilustrada de progreso. En tal caso podemos intentar un breve esbozo de la presencia negativa de la tecnociencia en algunas de las instituciones citadas. Es decir, del mal uso y sus consecuencias.

(Continuará)

lunes, 22 de agosto de 2022

El coronel Abengoa. C'est la guerre!

 

A lo largo de mis conversaciones con el coronel Abengoa, buen amigo y profesor asociado de historia en la extensión de la UNED de… al que traté durante mis desplazamientos profesionales a un país africano por encargo de la Agencia de Cooperación Internacional, tuve la oportunidad de conocer sus firmes ideas sobre filosofía de la historia. En las prolongadas tardes tropicales, después de la siesta, sentados en los mullidos sillones de piel de la Casa de España, al amor del aire acondicionado, me las fue desgranando al modo de la dialéctica socrática (yo hacía el papel del sofista perdedor).

La primera era que el poder político está subordinado al poder económico, pero ambos, en última instancia, se sustentan en el poder militar. A pesar de tratarse de una evidencia, de una certeza inmediata que, en el fondo todos compartimos sean cuales sean nuestras creencias éticas, políticas, estéticas o teológicas, nos olvidamos de su abrumadora verdad. Me comentaba el coronel que la historia no es una ciencia en sentido riguroso (por supuesto), tampoco la filosofía y mucho menos la filosofía de la historia. Decía que la historia era poliédrica, otra evidencia, que tenía muchas caras puesto que, después de todo, la historia es, a escala humana, la totalidad de lo real. Un aguerrido historicista con galones. Tras pedir el segundo gin-tonic, me permití completar el argumento: hay una historia biográfica como la Historia de mi vida de Giacomo Casanova, las Memorias de ultratumba de François-René de Chateaubriand o Las Memorias de Winston Churchill; o una intrahistoria, como los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós; o la historia contada desde los grandes dirigentes de la Humanidad, Pericles, César, Carlomagno, Napoleón, Abraham Lincoln… o desde los grandes genios y los descubrimientos cruciales (mi preferido siempre ha sido Alexander Fleming); o la historia desde la economía política, al modo marxista; o desde los “hechos y las fechas”, le tópica lista de los reyes godos, como hace la historia positivista; o una mezcla de todas que recuerda a la miel multifloral. Pero la más convincente, según mi amigo, era la historia militar. Llegados a este punto, dedicamos varias tardes a repasar los principales acontecimientos bélicos que han marcado el devenir de la historia: el probable genocidio de los neandertales a manos de las violentas hordas de cromañones, las Guerras Médicas, las Guerras de Religión, La Revolución Francesa, el Octubre rojo, la inagotable Segunda Guerra Mundial, el atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Nos detuvimos porque seguir suponía pedir el tercer gin-tonic y nos gustaba plantarnos.

Al día siguiente, cuando saqué el tema, descartó sin miramientos la pretensión kantiana, expuesta en su obra La paz perpetua, de que “Los Ejércitos permanentes deberán desaparecer por completo con el tiempo”, porque el estado de guerra explícito o implícito, manifiesto o latente es una constante en la cualquier época y civilización. Y la utopía de una confederación planetaria bajo un mando único sólo se da en la saga de La Guerra de las Galaxias o en Star Trek. También en la estupenda novela de ciencia ficción Dune.

Prosiguió el coronel Abengoa: La confrontación violenta es una actividad consustancial al ser humano. Sigmund Freud distinguió dos instintos básicos, Eros o instintos de vida y Tanatos o instintos de muerte. Estos últimos generan pulsiones destructivas hacia el propio sujeto o hacia el exterior. Se ha cuestionado el carácter innato de los instintos tanáticos, que serían más bien adquiridos socialmente; lo cierto es que la agresividad, invocada o no invocada, siempre comparece. Según Rousseau y Abengoa, nacemos perfectos. El único bien, lo único bueno sin condiciones en este mundo es un recién nacido. La verdad absoluta, recuerda Nietzsche, es un niño. Las primeras formas de malestar cultural que imponemos al neonato son tratar de que coma o duerma a ciertas horas. Ambas represiones constituyen el punto cero, el Big Bang, el átomo primigenio de la inexorable guerra. Fascinante.

El coronel recomendaba el libro del historiador británico Ian Morris Guerra ¿Para qué sirve? cuya tesis es que la guerra es la clave principal del progreso humano: que los saltos cualitativos hacia nuevas formas de civilización tienen siempre su origen en la guerra. Eso sin contar que el propio Internet, los avances en navegación marítima y aeronáutica, los ordenadores más potentes y otras tecnologías electrónicas, la inteligencia artificial, la investigación médica se crearon para aumentar la capacidad operativa de los ejércitos. El pacifismo, la interculturalidad o las consideraciones sobre las condiciones de una guerra justa (desde San Agustín a John Rawls) son interpretaciones idealistas, éticas, sobre cómo debería ser el mundo, no sobre cómo es realmente. Discutible, contrataqué: ¿La Guerra Civil española?

Lo cierto, dijo, es que la carrera de armamentos, la carrera por el poder político y económico, solo se ha detenido en los despachos de la diplomacia. Comisiones de burócratas bien pagados (y alimentados) firman acuerdos, resoluciones y tratados de paz que al final son papel mojado. Las grandes potencias fabrican ingenios cada vez más sofisticados: (aviones indetectables, drones de ataque, satélites omniscientes, anti, contra, recontra misiles, robots soldados) y venden los excedentes desmochados al resto del mundo. Sin olvidarnos de las armas biológicas creadas en laboratorios secretos de ingeniería genética. Algunas teorías conspirativas sugieren que la actual pandemia pudiera ser la Tercera guerra mundial. Es cierto que las armas termonucleares han evitado la única madre de todas las batallas, el holocausto y el final de la especie; pero la guerra se ha trasladado a otro escenario: La Red. Por ejemplo, los devastadores ciberataques a sectores estratégicos de un país; asimismo, las agencias nacionales monitorizan, recopilan y procesan infinitos datos para fines de inteligencia y contrainteligencia. O sea, el espionaje a todos los niveles: pero no sólo de las comunicaciones de los líderes o facciones que suponen un peligro real o imaginario para la seguridad del Estado; se ha llegado a intervenir los teléfonos de altos dirigentes de países aliados. Por no hablar del espionaje industrial y financiero. La información es poder; también la desinformación: decía un conocido sociólogo que la nube tóxica es un arma cargada de futuro. Las redes sociales mediante oscuros algoritmos (otra palabra de moda) conocen, orientan y manipulan la opinión pública con fines comerciales y políticos. Brillante.

Regreso a la historia: El único problema que preocupaba seriamente a Luis XIV, el rey absoluto por excelencia, era el control de la información; disponía de una policía secreta implacable, una red de espías que abarcaba todo el territorio, un número de asesores y consejeros desmedido, confidentes, delatores, soplones, chivatos… Aun así, reprochaba a sus ministros que nunca se enteraba de nada interesante. Un friki, como el coronel Abengoa.

viernes, 19 de agosto de 2022

Comienza la Liga: la ley de la palanca

 

El fútbol es un deporte de masas y un negocio de minorías. Obviamente las cuotas de abonados y las entradas de taquilla sólo cubren una parte discreta de los gastos de un club. Hay que recurrir, por tanto, a otras estrategias de financiación: los derechos de televisión, los patrocinadores, los ingresos por participar en las grandes competiciones nacionales e internacionales (estas últimas las más rentables); los jugosos contratos por las giras de pretemporada, la financiación bancaria o apalancamiento, por ejemplo los préstamos ICO, para cumplir con las restricciones económicas del fair play financiero que impone la UEFA (con criterios muy peculiares) para evitar endeudamientos excesivos y posibles quiebras; la venta de productos del club o merchandising, incluidas las visitas guiadas a las instalaciones deportivas; los acuerdos entre los fondos de inversión y las ligas europeas (utilizo esta denominación genérica) para vender una parte de la tarta con la consiguiente inyección de liquidez para muchos clubs en situación comatosa: por ejemplo, el acuerdo entre CVC Capital Partners y La Liga española; la adquisición de clubs enteros por magnates del petrodólar o por grupos de inversión (los llamados clubs Estado), la salida a bolsa, el pelotazo en el parqué, una vía de financiación avalada por los expertos que garantiza una imagen de marca eficaz y un reclamo emocional para captar accionistas: una cosa es ser de un equipo y otra muy distinta es que el equipo sea tuyo; se trata de una opción todavía no explorada por los equipos españoles, mientras que más de veinte clubs europeos cotizan en sus mercados. Por último, están los fichajes, tema al que nos vamos a referir con algún detalle.

La situación económica de la Liga Santander no es precisamente boyante. Sólo doce equipos entre primera y segunda división acabaron con  beneficios contables. El negocio del fútbol ha sido uno de los más perjudicados por la pandemia. El parón de las competiciones ha supuesto un duro golpe para la tesorería de los clubs. Cada vez se oye más el término “palanca” en las tertulias futboleras, un síntoma de las dificultades que arrastra el fútbol español. La generación de ingresos mediante fichajes se ha complicado. El lema grabado a fuego en el despacho de las juntas directivas (el mismo de las puertas del metro) es antes de entrar, dejen salir. Las tradicionales idas y venidas de los jugadores de un club a otro, los clásicos fichajes de invierno y verano, un mercado fluido que les permitía financiarse económicamente y reforzarse deportivamente se ha bloqueado. Crece la incertidumbre. No deja de ser irregular que la Liga comience sin estar cerrado el mercado de fichajes. Siempre ocurre que, en el último día, incluso en el último segundo, un treintañero de gama alta se marcha a un club forrado de la Liga inglesa que le promete iniciar una nueva edad de oro (en realidad todo estaba hablado hace meses). El entrenador al que le han comido la pieza se rasga las vestiduras. Tiene que rehacer la partida y decir a la prensa que no pasa nada. El equipo de origen se queda descolocado, o colocado, según las circunstancias a menudo impredecibles.

Es esencial moverse con la máxima cautela en las arenas movedizas de la masa salarial. Los jugadores con fichas desmedidas y bajo rendimiento de los que la entidad quiere desprenderse no se van ni a tiros porque el club de destino les obligaría a bajarse el sueldo a la mitad o menos... en el caso de que alguien los quiera. Los jugadores intransferibles no se avienen a bajarse las fichas o lo hacen tras ofrecer una resistencia numantina y con la promesa de recuperar pronto las pérdidas. Como lo principal es hacer caja, a veces saltan chispas entre la directiva y el cuerpo técnico. Los precios de los traspasos se han disparado, de tal modo que un jugador en alza cuesta lo imposible; las ofertas por las grandes estrellas escasean. Los pocos fichajes sonados (o los fiascos forzados) de figuras de primer nivel se hacen no para cubrir las necesidades de la plantilla sino para potenciar el valor económico del club. El jugador libre de obligaciones contractuales que desea marcharse se ha convertido en una pieza codiciada. Antes de que le caduque el contrato, el club trata de movilizar a sus representantes para venderlo cuanto antes. Al final, mucho ruido y pocas nueces. El objetivo del apalancamiento es cumplir rigurosamente con el estricto control financiero de La Liga. Los clubes se han vuelto conservadores. En cualquier caso, el gran circo se ha puesto en marcha.

P.D La ley de la palanca fue descubierta por el científico griego Arquímedes (287-212 a.C.). Es conocida su frase desafiante: Dadme una palanca lo suficientemente larga y un punto de apoyo para colocarla, y moveré el mundo. Dejo los detalles matemáticos y las aplicaciones técnicas al esforzado lector. Cualquiera que haya empujado una carretilla sabe de qué hablo. También el randa que fuerza el cerrojo con una palanqueta. Es la ley del fútbol actual.

lunes, 1 de agosto de 2022

El periodismo deportivo en la radio

 

Mi bisabuelo Damián fue director del periódico decimonónico La Unión. Mi abuelo Joaquín trabajó durante su estancia en Buenos Aires en distintas secciones del diario La Nación. En mi caso, colaboré hace un montón de años con el Diario de Cuenca en uno de los trabajos más divertidos de mi vida y no tanto por el insípido contenido de las columnas que me solicitaron para cubrir al galope unas jornadas culturales que les desbordaban (no era para tanto), sino por la gente que conocí en las madrugadas alcohólicas del periódico. El redactor jefe me echaba la bronca por sistema, aunque llegara a la hora prevista y con las palabras contadas. Luego me aleccionaba con sus monsergas sobre el oficio. Por suerte nunca reventé de risa en sus narices. Juanjo, el cronista deportivo escribía igual que hablaba. En fin, un diario de provincias con solera es un microcosmos memorable, siempre que tu estancia no sobrepase la semana. Con la edad he sentido la voz de mis abuelos por lo que cada vez me interesan más los artículos periodísticos y menos otros formatos filosóficos o literarios. 

En esta ocasión me refiero al periodismo deportivo radiofónico. Lo cierto es que no oigo la radio para informarme sino para dormirme y despertarme. "Con la radio me acuesto, con la radio me levanto, con la bronca futbolera y el último escándalo". De noche suelo escuchar estrepitarse en una puesta en escena bastante lograda a los colaboradores de El Partidazo de la Cope, programa dirigido por Juanma Castaños y Joseba Larrañaga cuyas estrellas lucientes en su momento le dieron un sonoro portazo a la Cadena Ser. Montan un circo de lo más divertido con tormentas en un vaso de agua sobre las finanzas ruinosas del Barça o el imposible fichaje de Cristiano por el Atleti. Estoy seguro de que a Simeone le pone tenerlo por repetir lo de Suárez hace dos años. Pero la afición manda casi tanto como el Cholo en el Metropolitano, aunque a veces se pase tres pueblos y rompa placas del Paseo de la Fama de jugadores centenarios que tanto nos han dado. De pronto alguien provoca el obligado incendio de las bajas pasiones de merengues y culés con el ventilador en marcha para avivar el fuego. Lama, atlético tapado, aprovecha su labia para dar caña a dos bandas en estilo indirecto. Incluso en temporada alta les encantan los temas recurrentes que cocinan por entregas. Son los folletines de nuestro tiempo. Con el caso Mbappé han construido un prisma de infinitas caras cuando sólo tiene cuatro: una enorme caja cuadrada repleta de petrodólares.

Como lo que me interesa es el fútbol cuando la Cope se pasa al baloncesto, al motor, al atletismo o al tenis recorro a oscuras el dial de la AM en busca de Onda Cero (pérdida irreparable la de Joserra) y de la Ser (resurgida de sus cenizas tras el éxodo masivo de sus figuras). El problema actual de la Ser es la radiación madridista de fondo que sobrevuela El Larguero de Manu Carreño; la salida del gran Manolete con quien mi hijo compartió asiento en San Siro en la tercera final que los rojiblancos hemos perdido sin perder durante los noventa minutos reglamentarios, ha dejado un vacío irremplazable. El viernes en la Cope toca boxeo con Garci y compañía en el Campo del Gas, por lo que vuelvo grupas con todos mis respetos. Por lo poco que los he oído, se dedican a mistificar a las leyendas del ring en un alarde de sabiduría pugilística dirigida a la inmensa minoría. Boxeo, NBA, Béisbol, Fútbol Americano, Hockey Hielo, même combat. Salvamos el golf que es un invento escocés con historia.

Otra cabeza de cartel es Julio Maldonado: si alguien como Maldini se dedica en cuerpo y alma al deporte rey, a seguir las grandes ligas mundiales, a llevar un archivo de los magos del balón comparable a los catálogos de la Biblioteca Nacional, una videoteca monotemática que llenaría un almacén de Fuenlabrada y reproducir no menos de cinco partidos diarios… pues bien, pues bueno, pues vale. El problema que tengo con Julito crack es que no conozco a la mayoría de los jugadores que citan sus oyentes, y sus comentarios son demasiado técnicos e irrelevantes para el trasnochador medio. ¿A quién le importa que un lateral de un equipo sueco pueda ser el complemento perfecto de la plantilla del City? Además, se nota que le han pasado el cuestionario con tiempo para que luzca su erudición. Cuando retrasmite un partido es justo al revés, todo es pedagogía al uso y comentarios demasiado razonables. Prefiero como analistas, por este orden, a Jorge Valdano en La Ser y a Santiago Segurola en Onda Cero. El primero cuenta con el aval de mundialista ganador, compañero de Maradona, entrenador y director técnico del Real Madrid. Sabe de qué habla y lo hace muy bien, con verbo fácil, intuición precisa y matices que iluminan el césped. Forma parte de la nobleza madridista, pero sobre todo ama el fútbol. Segurola, devoto del Athletic Club, se recrea en la espiral creciente de sus sólidos argumentos, siempre certeros y con fundamento. Desmenuza y reconstruye con cirugía cartesiana el partido de la jornada. Mas que charlar, da sustanciosas conferencias. Sienta cátedra. A nadie como a Segurola le cuadra el famoso hexámetro de la Eneida cuando aparece el héroe: Conticuere omnes intentique ora tenebant (Todos callaron y mantenían sus rostros atentos). Ambos son ajenos a la matraca del tertuliano que toca de oídas, con expresiones sacadas de las ruedas de prensa de los entrenadores y los videos de YouTube: bloque bajo, presión alta, desmarque de ruptura, pase filtrado, basculación, atacar el espacio, lateral largo, etc., que aplican profusamente en sus parlamentos para mirarse al ombligo y convocar los bostezos del oyente.   

Soy, en cambio, un admirador de la dialéctica envolvente, interminable de Manolo Lama capaz de defender lo que no dijo que dijo o viceversa con argumentos de una altura tal que nadie se atreve a decir lo contrario (¿de qué?, concluyes al final); siempre quiere tener esa última palabra que los demás le otorgan por extenuación. Otro mérito: tiene un hijo en el filial del Atleti. Pero mi colaborador preferido es Tomás Guasch, un periquito de oro que no se mete con nadie y derrocha ingenio por los cuatro costados. Recuerdan su lamento ¡Y Australia sin Hewitt! en el mundial de 2014. Además, cuando le dejan decir más de cuatro frases sin interrumpirle con chorradas encadena un montón de verdades últimas. En las repuestas de botepronto al oyente es el único que salpimenta las ocurrencias banales. También me gusta el tono ponderado, el argumento ecuánime de Santi Cañizares, incluso cuando repudia a diario a la junta directiva del Valencia. O las entrevistas conjuntas a gente de la farándula futbolera: por ejemplo, Florentino aburre con sus declaraciones espesas, repensadas, con la responsabilidad de quien soporta el mundo sobre sus hombros. Enrique Cerezo es lo contrario: ocurrente, simpático y dicharachero. Larga el primer disparate que se le pasa por la cabeza y le sale bien. En el punto medio está Joan Laporta que tiene cierto encanto cuando se despacha en su lengua materna, pero se convierte en tostón cuando traduce sus opiniones a un castellano con acento. Pues es lo mismo pensamiento y lenguaje.

Cuando llega el celebrado Grupo Risa ya me he dormido.