Durante la pandemia el uso de pantallas con conexión a internet se ha multiplicado en proporción directa al número de contagios, ingresos, UCIS, etc. Gracias a su potencia virtual hemos sobrevivido al tedio del confinamiento, cercos perimetrales y encierros varios. Les cuento.
Mi radio despertador-reproductor
wifi se activa a las nueve de la mañana con alguna de las arias que grabaron
los tres tenores, por ejemplo, Nessun
dorma interpretada por Luciano Pavarotti. En la mini pantalla puedo ver
la hora, la fecha, la temperatura la humedad relativa y la presión atmosférica;
hay más iconos, pero no los entiendo; el manual de instrucciones tiene 300
páginas y no puedo con él ni en el retrete (perdón, inodoro). Cuando acaba el
aria, el dispositivo se conecta con el resumen de noticias de Google que
escucho en este orden: el tiempo, deportes, sucesos, política y pandemia.
Estoy jubilado,
por lo que no tengo que unirme a ninguna plataforma de teletrabajo que, según
dicen los empleados del hogar, te obliga a echar más ladrillos a la carretilla por
el mismo precio. Normal: una oficina de interacción virtual es más lenta que una presencial. Cuando operas en una plataforma de
empresa siempre hay uno que te pone en cola melódica, otro se escaquea y
sugiere que vuelvas mañana, otro no abre el correo o no contesta, otro se ha
ido a desayunar, otro tiene la semana libre, el jefe está reunido… En términos
de la teoría de la comunicación hay demasiado ruido entre emisor y receptor.
Algunos colegas
que han impartido clases on line durante el confinamiento me han
comentado que es una experiencia parecida al bachillerato a distancia. Libro de
texto, apuntes complementarios y actividades; después consultas y correcciones.
Los exámenes son trabajos tipo máster URJC. Mucha apariencia y poca sustancia.
Menos de un tercio cumple (sobresalientes), la mayoría calla y escucha
(notables y bienes), los demás en ignorado paradero (aprobados).
En mis últimos
años de docente tuve la oportunidad de trabajar en el aula con una pizarra
digital. Pantallazo. Al comienzo del curso llegó al centro sin pedirla (si la
pides nunca llega) una partida de diez unidades desde la sección de
equipamiento escolar de la Comunidad de Madrid. Son un complemento excelente
para cualquier asignatura (obviamente para algunas -como idiomas- más que para otras).
Es cierto que retrasan la programación de contenidos, pero permiten introducir
esquemas propios o importados, vistosas presentaciones y todo tipo de
información audiovisual: por ejemplo, abrir en YouTube La aventura del pensamiento y
escuchar las explicaciones de Fernando Savater sobre Nietzsche o la única grabación con audio y video de Ortega y
Gasset (tiene voz de pito).
Mientras
desayuno café con leche, una tostada (antes me tomaba tres) con mantequilla y
mermelada, zumo de naranja y un plátano, me observa la cámara de vigilancia de
la alarma del pasillo acristalado que se conecta a internet mediante una
tarjeta SIM incorporada al panel de control del sistema. Se supone que mientras
no se producen incidencias la cámara está en espera. Otra pantalla: desde una
aplicación de la empresa de seguridad puedo acceder desde cualquier lugar del ancho
mundo al interior de mi casa para ver si algún fantasma ha cogido de mi mesilla
Fortunata y Jacinta. O si puedo grabar alguna psicofonía en mi despacho.
Con tantas medidas descarto que algún okupa se cuele en vacaciones.
Después me
siento en el sofá del salón a leer la prensa digital en mi IPad Air. Hay que
reconocer que los inventos de Apple son buenos, bonitos y caros. Estoy
suscrito a un par de diarios. Me interesan sobre todo las noticias insólitas,
algunas colaboraciones muy concretas, los informes de ambos bandos sobre la
Guerra Civil, informática de divulgación, monedas virtuales, las majaderías de
algunos políticos y la prensa futbolera. Posiblemente será por la edad, pero
los espectaculares desnudos o semis de las famosas de moda, influencers
y modelos me han dejado de interesar. Sexismo a tope. No acabo de entender por
qué ciertas bellezas de moda se empeñan en presumir de feministas. Obviamente
su cuerpo es suyo… y con algo hay que pagar el dúplex de Ibiza. De política solo
me interesan las noticias que apuntan a una refundación del PP, de su fusión
con Ciudadanos para formar un partido liberal de verdad, libre del
pasado, que pacte con un PSOE socialdemócrata libre del lastre que lo
hunde en la miseria… lo cual es más difícil de resolver que la ecuación de
Fermat. Del covid poco, sólo aquellas noticias que vagamente confirman mi
teoría de la conspiración: que el virus (natural o artificial) se escapó de un
laboratorio tras infectar a un investigador que al acabar su turno se fue a comer
fideos a los puestos callejeros de un mercado de animales y se convirtió en la
primera bomba biológica. Me paso una hora más o menos mareando la perdiz.
Luego, abro mi
portátil HP Pavilion. Me conecto por cable al puerto Ethernet que va del descodificador al router.
Necesito una velocidad de descarga alta para bajarme un montón de videos e
imágenes desde la nube al ordenador. Después borro la carpeta de origen porque
cualquier día me bloquean mi espacio por exceso de datos o intentan que pague para
ampliarlo. Cuando termino, me distraigo escribiendo de todo un poco, para el
blog (sobre la tecnocracia, por ejemplo), para mí (poesía mística), para
mi nieta (cuentos de pastorcillos). Entro finalmente en mi muro de Facebook
para enterarme de qué se cuece entre amigos, conocidos y antiguos alumnos. Mi
participación es totalmente pasiva. Soy bastante asocial en las redes y lo
siento. ¿Por cierto, cuántas pantallas van ya?
A la una me voy
a pasear una hora por el barrio y aledaños con mascarilla, gel, gafas empañadas
y gorra. Es el momento de mi reloj inteligente con tecnología de red. Sólo lo
uso para que me muestre en pantalla la distancia que recorro y el mapa del trayecto. Muy útil para buscar una calle o para jugar a no entrar o salir de
las zonas perimetradas. Cuando juegas al golf, mide la distancia desde donde
reposa la bola hasta la bandera del hoyo. Soy tan malo que sólo lo miro por
curiosidad (¿Qué haría aquí Jon Rahm?).
Luego la nada.
No veo los telediarios, prefiero oír las noticias por la radio. Comida y
siesta. En pandemia las tardes a las tardes son iguales. Dedico una hora a
repasar mis libros y apuntes de la Alliance Française donde estuve matriculado
cinco cursos. Lo completo con una nueva pantalla: el libro electrónico. Lo uso
exclusivamente para leer novelas en francés. Adoro a mi viejo Sony, descatalogado,
pero con las mismas prestaciones que los actuales, conexión a internet incluida
para comprar o bajarte libros; incorpora un diccionario de idiomas (los
actuales sólo incorporan un diccionario de la RAE). Tiene la ventaja impagable
de que cuando quieres saber el significado de una palabra solo tienes que marcarla
con el dedo y a pie de página te aparece su significado con un enlace a sus
usos y expresiones más frecuentes. Ahora estoy leyendo La Peste de
Camus. Es demasiado actual. Lo disfrutas, pero lo sufres.
Sobre las seis
de la tarde me voy con mi mujer (más bien su marido) al Club de Campo a dar una
vuelta rodeados de aire puro y de árboles. Filomena ha hecho estragos. Al
llegar, me fijo en el cuadro de mandos de mi coche: una pantalla multicolor con
un montón de comandos y funciones (la mayoría no las uso o las desconozco); tiene
una conexión wifi, un navegador GPS y un receptor Bluetooth para utilizar tu móvil
en manos libres.
A eso de las
ocho, cuando volvemos del paseo vespertino, mi mujer decide a veces hacer un
bizcocho. Con su flamante Thermomix último modelo con pantalla web incorporada,
se conecta a la página Cookidoo TM6 de recetas donde puede elegir
el bizcocho de su vida y seguir las instrucciones de pesos y medidas con
precisión matemática.
Del smartphone
ni hablo (además ya he hablado). Lo miramos cada cinco minutos. Sugiero título para que el Seminario de Lengua y Literatura de un centro público,
concertado o privado organice un concurso de redacción: un día sin móvil,
diario de un náufrago.
Por último, la
madre de todas las pantallas, la televisión. Tarde de series y fútbol. Por la
noche, después de cenar, película. Y poco más. A no ser que conserves un telesaurio,
todas tienen conexión de internet a las principales plataformas de streaming.
En las televisiones de última generación ultra HD, 4-8K se ve la
realidad mejor que la realidad (o sea, nos presentan un mundo que no existe). Cuando entran en un museo, destrozan. En las próximas generaciones, los primeros planos van a ser tan perfectos que va a desaparecer
el color. Absurdo y kitsch.
Si fuera un
experto en inteligencia artificial seguramente podría llenar un tomo con todo tipo de pantallas. Como no es el caso, me planto.
(En mis frecuentes horas de insomnio pienso que la pantalla en todas sus variantes es el soporte material de la primera fase de la triada del espíritu absoluto sin Hegel: internet, los visitantes de las estrellas y el reencuentro con Dios).