He releído un artículo
bastante plúmbeo que escribí hace tiempo contra la inmediatez
no reflexiva del juicio estético “me gusta”, equivalente por su simplicidad al
juicio de hecho esto es un gato sin
más especificaciones de sexo, raza y condición. Hoy, con un ejemplo, voy a
darle la vuelta dialéctica al saber fundado de los puristas a
favor de la sinceridad del consumidor sanote de cultura que proyecta las plácidas sombras
de la curiosidad en la pared de la caverna platónica.
En una
exposición de pintura, el me gusta
brilla con luz propia. Su expresión verbal es el consabido ¡mira, qué bonito! Mejor nos olvidamos de las explicaciones porque
hasta los más “entendidos” dicen chorradas. La pintura es tan compleja como la
música. Hay que ser prudente y modesto y sobre todo sincero con uno mismo… como
aquellos dos novios invitados (obligados a asistir) al concierto del sábado por la tarde por el
padre de la chica porque no podía utilizar su abono conyugal por causas mayores
(en realidad, un Madrid-Barça). Cogidos de la mano miraban extasiados a la
imponente araña de la sala de conciertos mientras el aire se llenaba con la
música de Bruckner, toses sin pañuelo y envoltorios de caramelos de menta. A la
mitad de un allegro moderato, en un arranque de convicción, el joven
susurra a su colega penitente: trescientas
ochenta y seis. A lo que, aliviada al fin, la otra contesta : trescientas ochenta y siete si cuentas
la fundida… ¡Viva el escuchar desatento! Siempre preferible a los comentarios del
intermedio iguales a sí mismos toque lo que toque.
Si quieres
enterarte algo más de la exposición, alquila el audio-guía o apúntate a la
visita guiada. Aquí lo que decae es la atención. Nos interesa pero no tanto. Excepto honrosas excepciones
el cicerone nos abruma con tal cantidad de información que el cerebro se bloquea.
Es parecido al cuelgue del ordenador por tocar demasiadas teclas sin criterio.
Se produce entonces el empane reparador y las travesías del desierto.
Para mí, lo
mejor es ir por libre y tirar de Wikipedia cuando te interese. Mejor recurso es prepararte la exposición el día de antes pero tiene dos inconvenientes: primero, robarle
un tiempo al ocio puro y duro, y segundo, aburrir al personal cuando largas tus
informes. Si algún amigo o conocido los reparte fotocopiados se expone a que lo
borres de tu lista de contactos o que advierta las miradas que lo fusilan. No insistas: tu señora o tu pariente más cercano te van a sugerir que
pares. Mensaje implícito: para calentarte las meninges, cómprate un libro o vete a una conferencia del Ateneo. Si
la exposición es de arte abstracto los comentarios son de lo más sincero: ¿Dónde quedaría bien ese cuadro? Señala
la joven mirando un pequeño lienzo plagado de manchas en blanco, negro y
amarillo. En el retrete, contesta el
chico mientras piensa que la hora de comer se acerca. Ese otro, un Mondrián, insiste la chica, sería excelente para diseñar un mantel de cuadros. Replica el
joven: Mira aquel de enfrente no se
entiende ni el cuadro ni el título, Omphalos IV. Eso lo pinto yo, dice un señor mayor que pasaba por allí.