viernes, 12 de abril de 2019

¡Mira que bonito!


He releído un artículo bastante plúmbeo que escribí hace tiempo contra la inmediatez no reflexiva del juicio estético “me gusta”, equivalente por su simplicidad al juicio de hecho esto es un gato sin más especificaciones de sexo, raza y condición. Hoy, con un ejemplo, voy a darle la vuelta dialéctica al saber fundado de los puristas a favor de la sinceridad del consumidor sanote de cultura que proyecta las plácidas sombras de la curiosidad en la pared de la caverna platónica.
En una exposición de pintura, el me gusta brilla con luz propia. Su expresión verbal es el consabido ¡mira, qué bonito! Mejor nos olvidamos de las explicaciones porque hasta los más “entendidos” dicen chorradas. La pintura es tan compleja como la música. Hay que ser prudente y modesto y sobre todo sincero con uno mismo… como aquellos dos novios invitados (obligados a asistir) al concierto del sábado por la tarde por el padre de la chica porque no podía utilizar su abono conyugal por causas mayores (en realidad, un Madrid-Barça). Cogidos de la mano miraban extasiados a la imponente araña de la sala de conciertos mientras el aire se llenaba con la música de Bruckner, toses sin pañuelo y envoltorios de caramelos de menta. A la mitad de un allegro moderato, en un arranque de convicción, el joven susurra a su colega penitente: trescientas ochenta y seis. A lo que, aliviada al fin, la otra contesta : trescientas ochenta y siete si cuentas la fundida… ¡Viva el escuchar desatento! Siempre preferible a los comentarios del intermedio iguales a sí mismos toque lo que toque.
Si quieres enterarte algo más de la exposición, alquila el audio-guía o apúntate a la visita guiada. Aquí lo que decae es la atención. Nos interesa pero no tanto. Excepto honrosas excepciones el cicerone nos abruma con tal cantidad de información que el cerebro se bloquea. Es parecido al cuelgue del ordenador por tocar demasiadas teclas sin criterio. Se produce entonces el empane reparador y las travesías del desierto.
Para mí, lo mejor es ir por libre y tirar de Wikipedia cuando te interese. Mejor recurso es prepararte la exposición el día de antes pero tiene dos inconvenientes: primero, robarle un tiempo al ocio puro y duro, y segundo, aburrir al personal cuando largas tus informes. Si algún amigo o conocido los reparte fotocopiados se expone a que lo borres de tu lista de contactos o que advierta las miradas que lo fusilan. No insistas: tu señora o tu pariente más cercano te van a sugerir que pares. Mensaje implícito: para calentarte las meninges, cómprate un  libro o vete a una conferencia del Ateneo. Si la exposición es de arte abstracto los comentarios son de lo más sincero: ¿Dónde quedaría bien ese cuadro? Señala la joven mirando un pequeño lienzo plagado de manchas en blanco, negro y amarillo. En el retrete, contesta el chico mientras piensa que la hora de comer se acerca. Ese otro, un Mondrián, insiste la chica, sería excelente para diseñar un mantel de cuadros. Replica el joven: Mira aquel de enfrente no se entiende ni el cuadro ni el título, Omphalos IV. Eso lo pinto yo, dice un señor mayor que pasaba por allí.

martes, 2 de abril de 2019

Dolor y gloria. Apunte

Por supuesto que en Dolor y gloria hay elementos autobiográficos pero son accidentales. La película es ante todo una ficción en la que tales elementos son genéricos, contextuales, incluso generacionales, pero siempre puestos al servicio del lenguaje cinematográfico. El guion no convence pero sí su ejecución. En cada secuencia, escena o plano lo verdaderamente importante, lo que busca Almodóvar es cine en estado puro, no contar su vida. Exagero para poner el punto de mira en lo esencial.
Lo intención de la película reside en la adecuación entre los movimientos de una cámara dominante y un guion cargado de obsesiones negativas que le sirven de pretexto. Expresiones de la crítica especializada como “memoria sentimental” (es más acertado hablar de “memoria colectiva”), “impotencia creativa”, “búsqueda de la redención” “desnudez pública” y muchas otras, son las puertas falsas del laberinto que nos propone el director manchego.
En realidad no sobreactúan los actores sino el director. Como en La piel que habito (para mí su mejor película) da la impresión de que Almodóvar interpreta la partitura de un cuarteto de cuerda. No es de extrañar que saltaran chispas durante el rodaje. Extraordinaria la interpretación de Antonio Banderas, inviable con otro director.
En una primera lectura, los elementos biográficos parecen las claves evidentes del film (por más que en el arte nada es evidente). Lo único cierto es que todos los guiones, todas las novelas incorporan de un modo manifiesto o latente elementos biográficos; incluso “Veinte mil leguas de viaje submarino”. En el proceso de creación la imaginación los destila, los transforma en forma de imitación, deconstrucción, ocultamiento o catarsis pero nunca de identidad inmediata. El realismo en el arte es siempre mágico. Y más en Almodóvar. También en Dolor y gloria lo importante es el tratamiento que los transfigura. Esa es la parte luminosa del film. Una vez que desechamos las salidas en falso del laberinto podemos volver a sentarnos en la butaca y probar desde otra perspectiva. Por esta razón no cala en nosotros la propuesta emocional de Dolor y gloria, no se produce la empatía sino la distancia, incluso los momentos cruciales de la pasión de Salvador Mallo (cuando está sólo consigo mismo) nos dejan indiferentes. Algo falla. Es muy difícil sintonizar con los personajes del director manchego. Son muy raros, extravagantes, marginales… Las chicas y los chicos Almodóvar te pueden gustar, divertir, asombrar o al revés pero son ajenos a tu mundo. Fuera del cine no tienen vida. Sus embrollos políticamente incorrectos son inverosímiles; tanto como la sarta de agradecimientos por la obtención del óscar por Todo sobre mi madre. Los aficionados al cine españoles se dividen dos: los pros y los contra Almodóvar. Los contrarios afirman que los guiones de sus películas son más fáciles de escribir que una mala novela policíaca. De lo extraño y marginal se sigue cualquier cosa. 
En realidad no hay impostura sino la puesta en escena meticulosa de un cineasta en busca de nuevos encajes (desde su primera película) entre forma y contenido. Es ahí donde hay que poner el ojo, lo mismo que Almodóvar en la cámara. Lo más personal de Dolor y gloria son los elementos iconográficos: su piso, los cuadros, carteles, fotos y esculturas de su colección particular… aunque son utilizados para fines muy distintos a la conversión de Salvador Mallo en un trasunto de Almodóvar. Son elementos cinematográficos en sí mismos y, en este caso, sí son el reflejo subjetivo del autor. Son el hogar y el entorno de un cinéfilo. Dicho de otro modo, rueda en su casa no para reforzar la autoficción, sino porque su casa es buena para filmar. El final, aplaudido y denostado a partes iguales, no es un lugar común para cerrar el final en falso, sino la clave o metáfora de la totalidad. Por eso la popular expresión “vamos al cine” tiene un sentido pleno cuando el miércoles (día del espectador a mitad de precio) vamos a ver en los minicines de barrio su última película.
Con palabras del propio realizador:
¿Es "Dolor y gloria" una película basada en mi vida? No, y sí, absolutamente. Todas mis películas me representan. Es cierto que esta me representa más, pero desde el momento en que empiezo a escribir sobre una base conocida -procedente de la realidad, de algo que he leído en el periódico, que me han contado, de lo que he sido testigo o simplemente un episodio de mi propia vivencia- la historia empieza a encontrar su verdadero camino (cinematográfico, en este caso) para convertirse en ficción. (…) Por supuesto, la película habla del cine y de la importancia del cine en mi vida. Podría decir que el cine es mi vida o que mi vida es el cine. La auténtica droga de la película es el cine, no la heroína, la verdadera dependencia de Salvador es la de seguir haciendo películas, el cine le ha vampirizado por completo.