jueves, 30 de agosto de 2012

Diccionario filosófico. Estado del bienestar.


El Estado social y democrático de derecho (ESDD) pretendió como proyecto político europeo reunir lo mejor del Estado liberal clásico y del Estado socialista: del primero, un sistema completo de derechos y libertades individuales, del segundo, un interés creciente por la igualdad, solidaridad y justicia social. En consecuencia desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, hasta casi nuestros días, el papel del Estado en la sociedad se fue ampliando respecto a los mínimos del Estado liberal. Se convirtió gradualmente en el llamado “Estado de bienestar”.

Actualmente, el Estado del bienestar, ideal político de la Unión Europea, ha sido liquidado por la Internacional de derechas (los llamados "neoliberales" o "neoconservadores", a veces prescinden del "neo") urdiendo como pretexto las "necesarias reformas económicas" para salir de la crisis que ellos mismos han creado. ¡Como si la economía fuera una ciencia natural y no una práctica colectiva de carácter histórico y político! ¡Como si no existieran otras soluciones menos funestas y sangrantes¡ Ellos son el problema y también la solución, una contradicción política y también lógica.
Vamos a recordar, cual un elogio fúnebre cabe la tumba del finado, los principios y virtudes que le diferenciaron de las escuálidas democracias liberales, ahora convertidas en plutocracias sin disfraz.

En vida, el llorado ESDD sostenía tanto la idea de democracia política como la de democracia social. Esto significaba que el Estado no debía conformarse con el papel pasivo de mero árbitro de las reglas del juego económico, ni con su exclusiva intervención en aquellas áreas que carecían de interés para la iniciativa privada. Por el contrario actuaba como Estado social en los siguientes aspectos.

- Coordinaba activamente los distintos sectores de la economía nacional para evitar los desajustes y las crisis periódicas.

- Promovía la función social de la propiedad mediante leyes destinadas a evitar los abusos derivados de la libertad de mercado.

- Regulaba el sector financiero para controlar las prácticas especulativas contrarias al bien común.

- Intervenía activamente en aquellos casos que la función social de la propiedad reclamaba con justicia, como el ejercicio del derecho de expropiación; o, por solidaridad, inyectando fondos públicos para reflotar las empresas y mantener los niveles de empleo y producción.

- Propiciaba la iniciativa privada y también la propiedad colectiva de los bienes y de los medios de producción. En esta segunda dirección, el Estado social tenía iniciativa económica para la creación de empresas públicas y el mantenimiento de un patrimonio saneado y competitivo.

- Sostenía un conjunto de prestaciones sociales universales, como la educación gratuita y obligatoria, al menos hasta una determinada edad, la asistencia sanitaria, la protección del desempleo, las pensiones de jubilación, la ayuda a la familia y a la tercera edad, así como a los grupos sociales más desfavorecidos, mediante el sostenimiento y el aumento necesario del gasto público

- Buscaba una redistribución justa y solidaria de la riqueza mediante una adecuada política fiscal.

El individuo frente al Estado y el Estado frente al mercado.

Todo se ha perdido como lágrimas en el mar.

Descanse en paz el ESDD.

lunes, 27 de agosto de 2012

Eikasia


Por fin me han publicado el artículo La imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma. Estaba incluido en un número de la revista de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid El cuaderno gris, de larga tradición, con el tema genérico Los AntiModernos. Anti-ilustrados, conservadores, reaccionarios, ultramodernos, pero, por razones de financiación, el proyecto no se pudo realizar. Después de diversos avatares, ha sido publicado (con algunos errores tipográficos por corregir) en la revista digital Eikasía.
Para los que tengan interés en echar un vistazo, incluyo tres enlaces:

- A la revista en la web.


-Al número completo de la revista en pdf.


-Al artículo.

viernes, 3 de agosto de 2012

Cara y cruz de los Juegos Olímpicos


Para Ana fiel seguidora de los dioses olímpicos.

Declaro inaugurados los Juegos de Londres en la celebración de la XXX Olimpiada de la era moderna, dijo la reina Isabel II minutos después de medianoche.
Mi primera historia, la cara, se refiere al desfile inaugural de las delegaciones de casi todo el mundo, la parte más "humana" de los juegos olímpicos junto con la ceremonia de clausura.
Cada cuatro años admiramos la riada multicolor de los héroes (titulo del tema de David Bowie que atronó cuando salieron a la cancha los de casa) al son de los redobles del timbal anunciando el destino común de la especie. De nuevo disfrutamos de esa bacanal kitsch de la fama y la alta costura. ¿Recuerdan los trajes de opereta de los anfitriones? Blancos con chorreras doradas; más que aguerridos sajones parecían súbditos en tecnicolor de la emperatriz Sissi. Los norteamericanos, calados con boina, simulaban una unidad de intervención rápida en uniforme de gala. La indumentaria de la delegación española mostraba ciertos ingredientes bufonescos (como presentía Forges): los colores de la enseña estampados a empujones, hebillas amarillas, mocasines a juego (y no por casualidad), lazos y pañuelos barrocos, floripondios rojos y abanicos de boda… sólo faltaban puntas en los sombreros borsalinos y cascabeles por el cuerpo. Muy representativo de la situación actual. Estoy seguro de que el gobierno obligó a la reina a llevar el conjunto rojigualda que lucía. Aun supongo a la nobleza cierto gusto en el vestir.
A mí me gustan los uniformes atávicos (el consabido traje típico o nacional), como los que llevan esas comitivas de cuatro atletas de un país africano, descalzos, con túnicas estridentes, el abanderado con taparrabos, lanza y hueso del enemigo en la nariz. Por eso, antes que lo esencial patrio hubiera preferido para nuestros chicos/as (que nadie se ofenda) un homenaje sentido a la vida de provincias, por ejemplo, un traje tradicional de Teruel en rojo y negro, con jubón, falda adamascada, pasamanería y puntillas. Ya veremos cuantas medallas consiguen (hoy han ligado la primera de plata, con más alivio para todos que la subida de la bolsa).   
El leit motiv del evento fue un recorrido entre apolíneo y dionisíaco por la cultura inglesa (lo mejor, 007 al servicio de su Majestad, lo peor, un Paul McCartney en fase terminal). Aunque se les olvidó repasar, pongo por caso, la colonización de la India, la Guerra de las Malvinas, la intervención en Irak y la ocupación de Gibraltar… Portaron la bandera olímpica, entre otros, Ban Ki Moon, secretario general de Naciones Unidas, la brasileña Marina Silva y el gran pianista y director argentino Daniel Barenboim, este último seguramente horrorizado por la interminable cencerrada a cargo  de “bandas de leyenda” como los Rolling Stones, The Who, Queen o Sex Pistols; lo siento pero tampoco los soportaba con quince años. ¿Vimos el espectro de Cassius Clay? El honor del último relevo, antes de traspasar el estadio la llama de Olimpia (¡pobre Grecia esquilmada por los bárbaros!), correspondió a un distinguido David Beckham que llegó en lancha rápida, aunque no en calzoncillos como anunció por la mañana The Sun. El encendido del pebetero, símbolo del orgasmo universal, fue novedoso, evidente y muy celebrado. Siete jóvenes a la vez llevaron el fuego sagrado hasta el centro del universo. La pregunta del millón era si el último sería hombre o mujer, blanco o negro, rubio o moreno, porque los ingleses, ya se sabe… Pero vean el final en el video de Youtube, no les defraudará la solución que dieron para quedar bien con todos y salirse con la suya. 
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Altius, citius, fortius. Han comenzado las competiciones y con ellas el drama de la selección natural. La cruz. Se acabaron la fraternidad y los abrazos. Renace la guerra entre naciones y las miserias de la alta competición. La primera, la medicina deportiva, el auténtico protagonista del mal entre bambalinas. La segunda, sus secuelas: el cielo y el infierno, sonrisas y lágrimas, vencedores y vencidos. El perdedor da la mano al rival tras escupirse en la palma. ¡Que se jodan! (frase parlamentaria de la derecha dedicada a los parados).
En actitud contemplativa, tal que así en el sofá, contemplaba por la tarde la competición femenina de halterofilia en la modalidad de dos tiempos. Según parece, la competición femenina no entró hasta los Juegos de Sídney 2000. Una levantadora china sale al tapete o como se llame. Las torneadas curvas de la mujer convertidas en masa muscular. Evito los matices. Su cuerpo envuelto en fajas, rodilleras, muñequeras y otras vendas protectoras. No puedo entender como no se rompen por dentro mientras yo estoy dos meses con dolor de espalda por subir la compra a casa. Saluda al estilo oriental. Se embadurna las manos con polvo blanco. Suena el avisillo electrónico. Levanta a pulso la barra hasta los hombros, perfecto; parada y fonda; prosigue la subida de la mole para colocarla encima de la cabeza, instantes tensos… pero su cuerpo, no su alma, se niega en redondo. Vencida por la debilidad de la carne, unos brazos que no son suyos dejan caer a plomo la barra que rebota en el suelo. Murmullos de decepción. Se retira con la desdicha en el rostro. Y ahora viene lo peor: su gruesa entrenadora, una mujerona de rasgos oblicuos y llameantes, la fulmina con la mirada, la coge del brazo, la gruñe con saña y la aparta a empujones… Por lo menos, en los países democráticos la bronca se echa en privado. Se acabaron los colegios caros, las instalaciones de élite, las muñecas de marfil. Años de esfuerzo perdidos, de nada valen los entrenos feroces, las comidas de plástico, la obediencia ciega, la renuncia a la vida familiar y social. Su persona ya no sirve a los fines del Estado. Vaporizada. Flores y sedas para tapar montones de basura. Triste destino. Al menos los futbolistas, cubiertos de oro, hacen lo que les da la gana.