jueves, 20 de febrero de 2014

Sevilla tuvo que ser...


Et je serais prince de sang,
rêveur ou bien adolescent,
comme il te pleura de choisir...

Georges Moustaki, Le métèque

Cuando acabé preu, el último curso del bachillerato, los alumnos de letras hicimos el viaje de fin de curso a Andorra, pero antes fuimos a Madrid para visitar el Prado y después a Toledo donde cumplimos con el rito de recorrer los monumentos de la ciudad. Al atardecer, agotados de cuerpo y alma, recalamos en la céntrica plaza del Zoco Dover. Miguel y yo nos sentamos en la mesa de mármol de un café.

De improviso, se detuvo un autobús del que bajaron un grupo de chicas vestidas con el uniforme del colegio, falda escocesa y chaqueta gris. A las primeras que se acercaron (nos fiamos de su brújula) las invitamos a sentarse.

- Esperad un momento, tenemos que decir a la tutora que estamos aquí.

Se llamaban Mali y Macarena. Hablamos media hora con ellas. Eran muy graciosas y tenían acento andaluz. Antes de irse les pedimos su dirección. Vivían en Sevilla e iban al Pilar de Zaragoza. En el último instante Mali me dio su teléfono.

Mantuve con ella una correspondencia de seis años. Nos mandábamos una carta cada dos meses pero nunca la llamé. Contábamos lo que hacíamos y lo que no, los estudios y las vacaciones, las alegrías y las penas, los éxitos y los fracasos, los amores y desamores. A ella le gustaba lo que escribía y a mí imaginármela con la carta entre las manos. Cuando le envié la primera teníamos diecisiete años. Seis años más tarde, en la última, decía que se iba a casar en menos de tres meses. No recuerdo los detalles.

Al final de la primavera, un mes después de conocer su compromiso, viajé a Andalucía (y no por azar) con mi tío Gustavo que iba todos los años a contratar las partidas de aceituna para su almazara de Cuenca. Salía entonces con una amiga, a la que consideraba mi novia, aunque pronto lo dejamos. Un jueves llegamos a Sevilla ya entrada la noche. Al día siguiente, el intermediario nos invitó a comer en una tasca de la calle Sierpes e intentó vender a mi tío la cosecha a base de fino y jamón. Animado por el vino generoso llamé a Mali. Cuando cogió el teléfono no sabía qué decir, pero noté que se alegraba. Quedamos por la mañana en la puerta de la catedral, "a la vera verita de la Giralda", me dijo. Y cuando la vi, Amalia, esbelta como una palmera, morena como una princesa árabe, hermosa como una rosa de abril, los ojos negros llenos de luz y misterio, me pareció la mujer más adorable del mundo…

domingo, 16 de febrero de 2014

Notas sobre Génesis de Sebastião Salgado


Tiene usted toda la razón al hablar del gris, el único color que domina en la naturaleza; pero es terriblemente difícil captarlo.
Carta de Cézanne a Camille Pisarro.  

Hay otros mundos pero están en este. Si asistimos a la exposición fotográfica Génesis de Sebastián Salgado en Caixa Forum Madrid, tendremos ocasión de conocer esos parajes del planeta que nunca veremos por muy aficionados que seamos a los viajes exóticos. Hallaremos los espacios abiertos donde sobra la presencia del hombre; paisajes donde la exclamación ¡qué bello! perturba la fiesta de la naturaleza. Lugares donde la naturaleza imita al arte.

Salgado ha recorrido las selvas, los desiertos, los cañones, los grandes espacios blancos, verdes y azules del planeta para captar la vida de los seres que los pueblan. Esas sociedades sin historia, "primitivas", donde aun no se ha quebrado la unidad entre biología y cultura, en las que se ha dado sin saltos la transición de la hominización a la humanización y las costumbres se funden y confunden con el entorno. Para entender esta armonía primordial y disfrutar del mundo abierto por Génesis es preciso renunciar durante dos horas a ciertos presupuestos ideológicos que nutren la idea de naturaleza. Por ejemplo, el ecologismo.

La lucha por preservar la flora, la fauna, las culturas ancestrales, no es, en mi opinión, la idea más adecuada para penetrar la verdad de Génesis (por más que el propio Salgado haya promocionado su obra con entrevistas cocinadas). Algunas son decididamente absurdas. ¿Qué debemos hacer para conservar el medio ambiente? pregunta la periodista. Salgado marea la perdiz con monsergas (¿deben los chinos renunciar a los coches y los europeos a la luz eléctrica?) porque la única solución sincera es que el hombre desaparezca de la Tierra y deje en paz a los tres reinos de la naturaleza (si es que antes no se los lleva por delante). La mirada de Salgado no es crítica. Mantiene siempre una intención contemplativa, admirativa, muchas veces puntual, siempre ajena a la noción pragmática de cambio. Cualquier interpretación ética o política de la exposición está condenada al fracaso. El principio estético que la rige es similar a la mejor definición de filosofía que he oído en mi vida (y que debo a mi profesor en el IES Alfonso VIII de Cuenca cuando estudiaba el Bachillerato): Es la filosofía aquel tipo de saber con el cual y sin el cual todo sigue siendo tal cual. El principal logro de Génesis es dejar las cosas como están, no alterar las apariencias, elegir la visión que no interfiere, no ser un observador participante, preferir la distancia, eludir la perspectiva, mostrar la realidad sin compromiso.

Tampoco es válida una interpretación mitológica, “animista y mágica” de la muestra. No se trata de retomar la moda xenocéntrica de la autenticidad del buen salvaje y de las tierras vírgenes. Ni reavivar ciertos valores arcaicos, “liberadores”, opuestos dialécticamente a los tecnocientíficos de control y dominio de la naturaleza. Génesis, como ha señalado el autor, es el resultado de aplicar al arte las tecnologías más avanzadas. De entrada las digitales que le han permitido hacer miles de fotos y seleccionar las mejores. También los potentes programas de edición gráfica cuyos efectos son perceptibles en muchas. Incluso las técnicas de diseño estructural usadas en la composición fotográfica. Es muy probable que la elección del formato en blanco y negro sea un contrapeso del soporte digital. Por no hablar de los medios aéreos, como los globos de investigación, los materiales de supervivencia o la omnipresente videocámara con fines comerciales.

Son muchos los conceptos de naturaleza. La materia eterna para los filósofos griegos, el último grado de la creación para la teología medieval, las proporciones matemáticas para el sabio renacentista, el mecanismo movido por las leyes de la manzana, la fuente de riqueza para la burguesía, el misterio insondable de la micro y la macro física.
El concepto que nos propone Salgado es el de una naturaleza intacta, no hollada por el hombre, no pensada, sin determinaciones, como si un dios menor la contemplara desde arriba y después se alejase para siempre.

¡Rechaza los ídolos del teatro y descubre la belleza de las cosas mismas!

miércoles, 12 de febrero de 2014

Historia de la filosofía. El determinismo de Marx


Según la filosofía marxista existen unas leyes económicas que determinan la evolución histórica de los modos de producción. Tal evolución no es arbitraria ni azarosa sino inevitable. Mediante el uso de las categorías sociales y económicas del materialismo histórico podemos conocer las causas de la transición de unos modos de producción a otros y predecir el paso necesario del modo de producción capitalista al socialista. Se trata de una conjetura metafísica que formula la existencia de una ley interna de la historia de carácter económico que rige el cambio de las sucesivas sociedades.

El problema consiste en que la predicción empírica o anticipación de la experiencia, etapa esencial del método científico, se convierte en el materialismo histórico en mera profecía o adivinación del futuro (que, por otra parte, no ha sucedido tal y como Marx supuso), lo que constituye una de las debilidades teóricas e incluso uno de los mitos más evidentes de la interpretación marxista de la historia (como denunció Karl Popper en su libro La miseria del historicismo).

La doble “predicción” marxista de la llegada de la revolución social en los países capitalistas y la implantación internacional del modo de producción socialista son, en consecuencia, teorías insostenibles desde un punto de vista científico (aunque pueden tener otros fundamentos de carácter ético o político).

La concepción especulativa y necesitaria de la historia del materialismo histórico hay que entenderla como una de las influencias más arraigadas de la filosofía hegeliana en el marxismo: lo que en Hegel era concebido como el desarrollo del espíritu, de sus momentos y figuras, hasta su culminación en el espíritu absoluto, en Marx es pensado como la superación de unos modos de producción por otros hasta alcanzar el reino de la libertad o paraíso socialista.

domingo, 9 de febrero de 2014

El correo de las siete


A mi tía Mercedes

Recuerdo un viaje de Cuenca a Madrid para visitar a mis abuelos con los que pasaba las vacaciones de Semana Santa. Tenía quince años y aun me reconozco en aquellas impresiones. Algo muy raro y valioso. Mis padres se quedaron en casa con mis hermanos y me acompañó la tía Mercedes, hermana de mi padre, que iba a una revisión en la Fundación Jiménez Díaz. Mi tía prefería el tren correo al autobús de línea aunque tardara el doble por razones que sólo ella entendía.

El correo venía de Valencia y en teoría llegaba a la estación a las siete de la mañana. Allí estábamos con tiempo la señora mayor y el joven sonámbulo (titulo para un cuadro de Delvaux). La idea era llegar a Madrid a la hora de comer. El madrugón marcaba para el resto del día. Con más de media hora de retraso el tren asomó silbando. Salí del duermevela y subimos. Atravesamos un vagón de tercera con asientos de tabla; en la penumbra se adivinaban los rostros de Sorolla y de Daumier. Dos pasillos más allá encontramos el compartimento. Sólo quedaban libres nuestras plazas. Mi tía saludó en voz baja, colocamos el equipaje en la red del maletero, nos quitamos los abrigos y nos sentamos. El asiento, en ángulo casi recto, era rígido pero soportable. Una sensación de mareo me subía cuando miraba los ceniceros y los paisajes de la pared. La gente que venía de Valencia parecía en coma. Al vernos, unos levantaron la cabeza hundida, otros abrieron los ojos, todos se quedaron quietos como bustos. Resuellos sordos respondieron al saludo. Aunque nos tocaba ventanilla, mi tía no reclamó. Pasados diez minutos, el tren arrancó perezosamente; olía a tiznes y carbonilla; resonaron los goznes del mundo.

Primera parada en Chillarón, a siete quilómetros de Cuenca. Nada más misterioso que un tren lanzado en plena noche. Nada más confortable que la cabina de un coche cama. La imagen de Nabokov se refiere a los grandes expresos europeos, no al correo de las siete. Trasiego de viajeros. Órdenes, toses y portazos. Prohibido mirar las fotos de la pared. Hablamos en voz baja para no molestar: enfrente, (lo supimos después) un matrimonio que viene de visitar a su hija en Valencia. Boina y pañoleta, una caja de galletas atada con bramante, bolsa de anillas y maleta de madera. A su lado, dos soldados que vuelven al redil con los petates. A nuestro lado, una joven de Requena que va a Madrid a servir en casa de un notario. En el borde, un tipo trajeado sin afeitar, sombrío, sombrero en mano, que a veces abre las puertas correderas para ventilar. Se suceden las paradas, interminables. Reparto de las sacas del correo en cada estación.  

A las nueve entra el revisor acompañado de la pareja de civiles con mosquetones al hombro. Salimos de nuestra existencia latente. A las diez el matrimonio almuerza. Sacan de la red dos tarteras y una bota. Tortilla de patatas, filetes empanados y pimientos verdes. Quizás en el campo. Nos ofrecen amables pero rehusamos. La joven saca un termo de la bolsa y dos emparedados. Los soldados la petaca. El hombre acepta un taponcillo de coñac, enciende un purito  y sale al pasillo.
Mi tía, lenguaraz, aprovecha la ocasión. Quiénes somos, de dónde venimos a dónde vamos. El hombre es un animal social: lo prueba el lenguaje. La señora del pueblo se empeña en contarnos la boda de su hija. Fotos incluidas. Los soldados pegan la hebra con la muchacha que se muestra educada y distante. El caballero sonríe y calla.

Llegamos a Tarancón a las once. Pasa por el pasillo una señora con una gallina que pierde plumas atada por las patas. Parada de veinte minutos. Mucha gente baja al andén y entra en la cantina. Anís del mono, carajillo y tortas del pueblo. Son pringosas y contundentes. Mi tía compra por la ventanilla una docena  para los abuelos.

Reanudamos la marcha. El caballero se ha quedado en Tarancón. Salgo al pasillo y miro por la ventana. Prohibido abrirla. Se atasca. El paisaje hasta Madrid es de los más feos que conozco. Páramos grises, colinas yermas, cielos bajos y tierras en barbecho. Campos de Castilla. Oímos los reclamos de una rifa. Aparece un hombre cargado con ristras de caramelos y tiras de papel. Mi tía dice que compra los números por mí y los demás me miran. Sabe de sobra que no me gustan. Al cabo de un rato, el feriante anuncia que ha tocado en el tercer vagón y agradece la colaboración de todos, nos desea un buen viaje y se va. Su eco se pierde a lo lejos.

En la siguiente parada entra un cura en el compartimento. Dios bendiga a los presentes. Sotana ancha y capa negra en el brazo. Saca de su cartera un libro de oraciones que lee moviendo los labios. Mi tía le pregunta si va a Madrid. No, soy de Villarejo de Salvanés, contesta, voy a comprar en las tiendas de objetos sacros de la calle Mayor un folio de cuero rojo para encuadernar el misal de la parroquia que se ha roto con el uso. ¿Vas a misa los domingos?, me pregunta de sopetón. Todos, contesta mi tía; a la iglesia de San Francisco con sus padres. Sólo es verdad lo de mis padres. Me intimida. El año pasado me operaron de apendicitis en el sanatorio de San Julián. Antes de bajarme al quirófano entró un cura a confesarme. ¿Creía que era apendicitis? le dije. Se rió: lo hacemos siempre. No tengo pecados, le dije sinceramente. Al día siguiente, en los ejercicios espirituales del instituto (a los que no asistía) el mismo cura me puso como ejemplo de fe, esperanza y caridad. Mis amigos no daban crédito. Me costó años convencerlos. Me dio un caramelo envuelto en un papel de celofán que me guardé en el bolsillo. Al día siguiente lo encontré al sacar el pañuelo y se lo di a mi tía.

Antes de llegar a Madrid, voy al retrete a desaguar. Salgo, me estiro, miro las vías en la curva y avanzo pidiendo permiso. En el baño hay que sortear los charcos y evitar mojarte a ti mismo; resuenan las traviesas. El cha, cha, cha del tren. Huele a orines. Presiento una arcada y salgo deprisa.  
Entramos en la estación de Atocha a la una. Despedidas breves. El cura nos bendice a la carrera. Estoy aterido, entumecidos los remos, las defensas bajas, acechan las anginas. Bajamos. Rumores entrelazados, saludos, abrazos, palmadas en los hombros, mozos de carga y ofertas de pensión… Mis abuelos nos esperan con el taxi en la puerta. Rumbo a la vieja casa de Tutor. Con suerte este fin de semana me llevará al Calderón.

martes, 4 de febrero de 2014

Diccionario filosófico. Verdad


Los dos términos de la verdad son el pensar y el ser. El sujeto y el objeto: de la distinta consideración y correlación entre ambos han surgido las diferentes concepciones epistemológicas, así como los diferentes criterios de verdad tanto científicos como filosóficos.

Desde el ángulo del pensar podemos establecer diferentes estados positivos o negativos sobre la verdad. Unos son de carácter lógico y el resto de carácter psicológico.

Los de carácter psicológico describen o se refieren a estados mentales subjetivos o ideas.

Los de carácter lógico se refieren a la formulación lingüística, extramental y objetivable de las ideas, es decir, a proposiciones o enunciados sujetos a los procedimientos de control lógico de la lógica formal o teoría de la deducción, de la lógica informal o teoría de la argumentación y de la lógica aplicada o metodología del conocimiento científico.

Estados positivos.

- Verdad. Estado en que el pensamiento tiene conocimiento y fundamento lógico para afirmar la verdad de una proposición (o expresión lingüística de una idea). Se trata de la verdad científica u objetiva.

- Certeza. Estado en que el pensar tiene conocimiento y fundamento psicológico para afirmar la verdad de una idea. Se trata de la certeza subjetiva.

- Opinión. Estado en el que el pensamiento acepta una idea como cierta, aunque admite la posibilidad del error.

- Duda. Estado en el que el pensar aunque tiene conocimiento no tiene fundamento para afirmar la verdad o falsedad de una idea.


Estados negativos.

- Falsedad. Estado en que el pensamiento admite lógicamente como verdadero lo que no es y viceversa.  Es lo contrario de la verdad objetiva.

- Error. Estado en que el pensamiento admite psicológicamente como verdadero lo que no es y viceversa. Es lo contrario de la certeza subjetiva.

- Ignorancia. Estado en que el pensar admite su no saber radical o desconocimiento en torno a una idea.

- Mentira. Estado en el que el pensamiento propone como verdadero lo que subjetivamente considera falso y viceversa con ánimo de engañar. No tiene propiamente un significado epistemológico sino ético.

domingo, 2 de febrero de 2014

Luis Aragonés


Luis Aragonés ya forma parte de la leyenda rojiblanca. Antes que entrenador de otros clubes o de la selección española ha sido el jugador y el entrenador emblemático del Atlético de Madrid. Alias zapatones y el sabio de Hortaleza, fue sobre todo un hombre de la casa.
Salvo los allegados, muy pocos conocían su enfermedad. En la cena de Navidad que celebran los veteranos del club, Collar y compañía, se le echó de menos pero poco más. El propio Cerezo ha admitido que no sabía nada. Luis, rudo en las formas pero tímido en el fondo, se ha despedido a la francesa de la familia atlética, acaso por no hacer ese ruido mediático que tanto le molestaba o por no causar más dolor del necesario. Lo cortés no quita que tuviera su carácter; fue el único que se atrevió a coger al patriarca Gil por las solapas y gritarle tras una bronca en los despachos del Calderón:

- No me toques los huevos Jesús, que te muerdo la nuez.

Recuerdo a Luis cuando llegó al atleti en 1964 junto con el lateral Colo, que ahora tiene 76 años, y el malogrado Miguel Martínez "el panocha", un robusto pelirrojo que se desvaneció en el césped por causa desconocida y murió tras ocho años en coma. Los tres procedían del Betis. Cuando se encuentren en el más allá se darán un abrazo y hablarán de los viejos tiempos. ¡Cómo pasan, por cierto! Esto no hay quien lo pare, decía mi abuelo, socio pata negra del atleti. Y añadía, cenando con mi abuela, mi madre y yo en la vieja casa de Tutor:

- ¡Este chico, Luis se llama (y me miraba), tiene más fútbol en sus zancas que la delantera del Madrid junta!   

Mi abuela, inmune a sus arranques pasionales, le atajaba mientras servía la sopa:

- ¡Joaquín, no te excites que te sube la tensión! Y miraba con una sonrisa mordaz la insignia del atleti prendida en mi camisa.

Era Luis quien tiraba los penaltis y no fallaba uno. En los entrenamientos apostaba con Ufarte, Rivilla o Jayo si conseguía golpear con el cuero cualquiera de los postes desde los once metros y siempre les ganaba. También tiraba las faltas. Es historia del fútbol aquel gol en parábola que le enchufó al Bayern en la final de la Copa de Europa del 15 de mayo de 1974. Pero hay que hablar del Atleti en términos de destino: en el último minuto, el tiro de un defensa alemán desde el centro del campo se coló bajo la panza de Reina padre; en el partido de desempate (no había prórroga) palmamos a lo grande. Adelardo se retiró del campo echando espuma por la boca. Vi la final conmigo mismo, en el estudio de un amigo que se había ido a Cuenca y me dejó las llaves. Volví llorando desde Gaztambide (uno del atleti, decía la gente) y nadie me consoló porque mi abuelo se había ido a verla a casa de otro socio de la vieja guardia y se había acostado sin cenar tan pronto como llegó, después de mandar a freír espárragos a mi madre y a la abuela. Estuvo intratable una semana… ¡Por qué eres del atleti, me decía gimiendo, tengo yo la culpa! Volvió a fumar Mencey y ya no lo dejó.
Pero el tiempo lo cura todo. El Atleti con Luis como flamante entrenador ganó el año siguiente la Copa Intercontinental al Independiente y al otro la Copa del Rey y después la Liga.

La prueba de su raza atlética y el amor a sus colores fue tomar las riendas del equipo en la temporada 2001-02 cuando ardía en el infierno de la segunda división y además subirlo. Recuerdo un partido que ganamos al Eibar por dos a uno en un Calderón a reventar. En la puerta el Mono Burgos. Había más socios que ahora. Luis indignado gritaba ronco desde el banquillo a sus jugadores que, jaleados por el público y con un gol de ventaja, se engolfaron el último cuarto de hora en un suicidio de ida y vuelta. En la sala de prensa (donde Luis ha dado tantas alegrías a la afición), tras una charla movida en el vestuario, decía cabreado:

- ¡No quieren entender que el público juega su partido y nosotros el nuestro!

O cuando el periodista de provincias le preguntó, tras un gol encajado de falta, por qué la barrera no se había colocado cubriendo el palo largo.

- ¿Palo largo? Creía que los dos eran iguales…

Hay muchas y sabrosas anécdotas: las flores y el pelo de la gamba, la motivación racista, su amigo el sexador de pollos, ganar, ganar y volver a ganar, la polémica sobre Raúl al que apartó de la selección… Están todas en los videos de Youtube.
En una comida de antiguos socios a la que asistió mi abuelo, José Eulogio Gárate, el delantero centro, habló de Luis:

- Detrás de su aparente dureza es un jugador especialmente fino. Sólo ha habido en el equipo uno con más clase: el portugués Jorge Mendoza; pero a Jorge le pasa lo que a Curro Romero: que las grandes faenas no se prodigan.

Símbolo de la causa, muchos atléticos esperamos que el club le devuelva lo mucho que le debe y el nuevo estadio lleve con honor su nombre. Hasta siempre Luis, te queremos.