miércoles, 25 de agosto de 2021

La naturaleza. Amenaza

 

Cada época ha tenido su particular concepción de la naturaleza: la materia eterna en constante proceso de cambio, el estado inferior de la realidad creada, natura naturans y natura naturata, Dios o la naturaleza, un libro misterioso escrito en lenguaje matemático, un inmenso mecanismo de relojería, la manifestación externa de lo bello y lo sublime.

Ya avanzado el siglo XXI, la naturaleza es para la tecnociencia objeto de investigación en lo micro y en lo macro, de avances vertiginosos, de multinacionales energéticas, de inversiones milmillonarias. Y si entendemos, por ampliación, el universo entero, entonces el conocimiento de la materia se extiende hasta los límites de lo impensable (en sentido literal) puesto que sabemos por la teoría de la relatividad y la física cuántica que el mundo no es tal como lo observamos por los sentidos, sino como lo describe con asombro el físico George Gamow en su popular libro El país de las maravillas. La máxima del Obispo Berkeley Ser es ser percibido, en general los principios del empirismo epistemológico, ha perdido por completo su vigencia.

Pero llegó la pandemia y se produjeron novedades en la visión de la naturaleza. Una visión ambivalente: como amenaza y como solución. En el primer caso un retorno a los supuestos del apocalipsis. En el segundo una explosión incontrolada de neorruralismo. Aquí nos referimos al primero.

Las catástrofes naturales forman parte de la humanidad. Erupciones volcánicas que sepultaron ciudades, terremotos y tsunamis devastadores, huracanes descontrolados, inundaciones imparables, sequías prolongadas, olas de calor extremas, heladas persistentes, granizadas severas, nevadas profundas, incendios voraces, etc. En nuestro país hemos sufrido últimamente casi todas las plagas de Egipto, siempre relacionadas con el cambio climático. Los destrozos de Filomena, la ola de calor insoportable de la segunda mitad de agosto, los incendios posteriores.

Como advierte Justin Rowlatt, corresponsal de medio ambiente de la BBC: El mundo tiene un tiempo limitado para actuar si quiere evitar los peores efectos del cambio climático. La pandemia de covid-19 fue el gran problema de 2020, sin duda, pero espero que, para fines de 2021, las vacunas se hayan activado y hablemos más sobre el clima que sobre el coronavirus. Este año que comienza será decisivo. El mismo secretario general de la ONU afirma que estamos librando una "guerra suicida" contra la naturaleza. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas ha publicado un diagnóstico demoledor sobre las consecuencias del calentamiento global en las próximas décadas. Se trata de una alerta roja sin paliativos. Según el informe, las emisiones continuas de gases del efecto invernadero podrían quebrar el límite clave de la temperatura global en poco más de una década, después se desataría nuestra némesis. Está en juego aquí y ahora la supervivencia de la especie humana.

También las epidemias y pandemias pueden ser consideradas catástrofes naturales (aunque por el momento no está claro si el virus SARS-CoV-2 es natural o un producto de laboratorio). El Grupo de Trabajo Científico Internacional en Prevención de Pandemias, organizado por el Instituto de Salud Global de Harvard, en un informe publicado este 18 de agosto, analiza el riesgo actual de que surjan nuevas enfermedades como la covid-19: la posibilidad de propagación de enfermedades infecciosas que puedan desencadenar otra pandemia ha aumentado en las últimas cinco décadas debido a una creciente alteración de los ecosistemas causada por la proliferación de explotaciones agrícolas, pesqueras, madereras o mineras no sostenibles. Estas prácticas antinaturales degradan el medio ambiente y provocan el desplazamiento forzoso de especies lejos de sus nichos biológicos… lo que puede provocar zoonosis, es decir, que un patógeno de alto riesgo latente en un animal se transmita a la especie humana y se declare una enfermedad pandémica. La lista de enfermedades zoonóticas es interminable y cada vez más letales.

A escala cósmica, se han multiplicado las predicciones apocalípticas de colisiones de asteroides y cometas con la Tierra. Obviamente, los anuncios de la NASA sobre posibles impactos peligrosos no han variado mucho, pero sí la presencia de estas amenazas en los medios de comunicación. El telón de fondo de este creciente interés por los futuros desastres extraterrestres procede de la convicción, surgida de la pandemia, de la fragilidad de la vida humana y, por extensión de la propia humanidad. Después de todo, la ONU ha alertado de que cada día se extinguen en nuestro planeta 150 especies. Habría que retornar a la mentalidad colectiva de la Edad Media para encontrar una crisis tan profunda del antropocentrismo. Hemos dejado de ser el centro del universo para convertirnos en potenciales víctimas de los más grande y lo más pequeño. El arquetipo jungiano de la Sombra, nuestra parte oscura y reprimida sobrevuela el conjunto de las relaciones sociales. Ni siquiera los avances de la tecnociencia y los desmentidos de la NASA consiguen esconder nuestras miserias. El mito del fin del mundo, constante en todas las civilizaciones, recobra vigencia renovada y nos envuelve con sus peores temores. La Sombra ha sido convocada y comparece.  

lunes, 9 de agosto de 2021

El lado oscuro del deporte

Por fin, tras meses y meses de incertidumbre, han comenzado los Juegos Olímpicos 2021 de Tokio. Un dragón multicolor de doscientos cuatro países ha desfilado en paz, una tregua sagrada acorde con el espíritu olímpico de la Grecia clásica. Desde Barcelona 92 los avances tecnológicos han permitido que las ceremonias de inauguración y clausura sean cada vez más espectaculares. Como el Festival de Eurovisión, donde la ínfima calidad de las canciones es inversamente proporcional al suntuoso despliegue escénico. En Tokio, los drones, la alta definición y la realidad virtual han hecho maravillas con la cultura ancestral del país del sol naciente. Los juegos han comenzado con todas las limitaciones que ha impuesto la pandemia; lo cierto es que estamos de vuelta después de habernos tragado la Liga de fútbol sin público, con continuos sobresaltos por los positivos de las estrellas, las gradas rellenas de monigotes y animación falsa, así como el deterioro económico de los clubs que no han competido dopados de petrodólares… mientras los organismos federativos miraban a otra parte. El fair play financiero es un oxímoron, una contradicción en los términos. Algún día se conocerán las razones de esta ceguera que se convierte en mirada penetrante para asuntos menores. El lanzamiento de los Juegos Olímpicos es un buen motivo para hacer algunas reflexiones sobre el lado oscuro del deporte.

La especie humana, como la mayoría del mundo animal, lleva grabado en su código genético un conjunto de actitudes necesarias para que funcione el principio evolutivo de la selección natural: la rivalidad, la competencia, el reto, la demostración, el enfrentamiento, la dominancia y la territorialidad (léase nacionalismo en la especie humana). Los enfrentamientos, incluso a muerte, entre los machos durante la época de celo por la posesión de las hembras garantiza la mejora de la descendencia y la continuidad de la especie. Son los valores reales del deporte. Lo llevamos en la sangre. Según expertos paleoantropólogos, el paso de la naturaleza a la cultura, de la antropogénesis a la sociogénesis, dio lugar a ciertas manifestaciones incipientes. Al comienzo, no cabe hablar en el hombre primitivo de deporte, sino de ejercicio físico consciente para propiciar los resultados de la caza o mejorar las estrategias de combate. En los últimos estadios de la prehistoria los arqueólogos han encontrado abundante material: tableros de puntuación, dados, palos, aros metálicos, bolas de piedra, artefactos de hueso. Tuvo que haber un primer momento en el que coexistieron dos garrotazos: el del líder en el círculo de fuego y el de vencedor en la arena. Después vinieron Sumeria, Creta, Egipto, China, Persia, Grecia, Roma... La historia del deporte.

Por supuesto, el evolucionismo social exigió la participación de la mujer en las competiciones, pero eso fue muy posterior, en concreto a comienzos del siglo XX. Las primeras olimpiadas con participación femenina fueron las de Sídney en al año 2000. Desde entonces no han dejado de incorporarse nuevas modalidades. En Tokio se han estrenado cinco: béisbol/softbol, karate, skateboarding, escalada y surf. Por cierto: no entiendo por qué el ajedrez no es deporte olímpico y sí el monopatinaje o skateboarding.

En realidad, el juego limpio, el respeto al adversario, el saber perder, lo importante es participar o el afán de superación son ideales del deporte. Lo que cuenta, como sentenciaba Luis Aragonés, es ganar, ganar y volver a ganar. Los únicos momentos en que se muestra lo que algunos denominan ética deportiva son la magia del escenario, la salida de los contendientes, la presentación de los equipos, el intercambio de saludos, los himnos nacionales, la pasión de los hinchas. El resto es el drama de la selección natural trasladado al juego: el nacionalismo montaraz, ¡A por ellos!, el cielo y el infierno, sonrisas y lágrimas, vencedores y vencidos. La esencia del deporte consiste en fulminar al contrario. Lo demás es pantomima y teatro. A esto se refería Borges cuando afirmaba que "La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece".

Por supuesto (como en la contienda política), en el deporte el fin justifica los medios. Entre otros, esa lacra imposible de erradicar de la alta competición: la medicina deportiva. Las técnicas de control del dopaje van siempre un paso por detrás de las futuras sustancias prohibidas. Se sospecha que se usan pociones mágicas hasta en el golf. Según parece, el último tipo de fraude son los artilugios mecánicos en el ciclismo. Hay antiguos videos del Tour de Francia en las que un toque detrás del sillín daba alas a un ciclista conocido por sus prácticas ilegales. En el último Tour, algunos bravos del pelotón se quejaban de los extraños chasquidos que se oían en mitad de la carrera. ¿Habrá que someter a las bicicletas a un chequeo diario? Por no hablar de tanganas, escupitajos, lesiones graves, gritos racistas, hinchadas violentas, tenistas destrozando la raqueta contra el suelo, atletas (especialmente mujeres) sometidas a tratos inhumanos y degradantes…        

Pero el lado oscuro afecta a todos los niveles del deporte. Los aficionados imitan a los profesionales también en lo malo. Lo he vivido personalmente en el fútbol y en el tenis. En la categoría de alevines (cuando mi hijo comenzaba la ESO), algunos padres creían que sus hijos eran los magos del balón. Consideraban que el equipo tenía que ganar sí o sí, y si se torcía el resultado buscaban culpables: los “malos” del equipo (niños, compañeros de clase, a los que no dudaban en marcar delante de sus atónitos padres), el entrenador, el árbitro y, en última instancia, la dirección del colegio. He visto a padres encantadores, amigos míos, transformarse en Mr. Hyde cuando el entrenador, un joven profesor de educación física, mandaba al banquillo a sus hijos para hacer rotaciones y que todos los niños pudieran saltar al campo. Llegaron a insultarlo, amenazarlo e incluso zarandearlo. Por supuesto, el entrenador dimitió, muchos padres sacaron a sus hijos del equipo y otros tuvieron una desagradable entrevista con el director del centro.

En el fútbol juvenil (cuando mi hijo terminaba el Bachillerato) he visto entradas salvajes alentadas por un público encrespado. Y lo que es peor, los jugadores, al final del partido, no solo le negaban la mano al rival, sino que acababan a empujones y trompadas. El vestuario era un polvorín. He visto llegar a una ambulancia y sacar a un chaval en camilla, o acudir la policía nacional con luces y sirena al rescate del árbitro, incluso una furgoneta de antidisturbios para ponerse en medio de dos hordas de padres enfurecidas.

Recuerdo los campeonatos de tenis en el Club de Campo de Madrid (cuando mi hijo estudiaba en la Universidad) que organizaban los profesores del club. En las fases de clasificación, todas las pistas estaban ocupadas por lo que, dejaban que los jugadores se arbitraran a sí mismos. Muchos, bajo la mirada atenta de su padre, no sabían perder y cantaban como malas, bolas buenas del contrario y al revés. Al final el perjudicado (o su padre) se hartaban y se armaba la trifulca. El profesor acababa aplazando el partido hasta nueva orden tras tomar nota de las tormentas en un vaso de agua. Según la fase de la competición se repetía el partido con árbitro o ambos quedaban descalificados, es decir, pagaban justos por pecadores.

En conclusión, creo que el deporte es una actividad en la que simplemente se gana o se pierde porque en el mundo puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento ¿Pero a quién le interesa esto?