domingo, 29 de marzo de 2015

Paul Delvaux en el Thyssen


Una verdadera obra de arte debería enseñarnos que nunca habíamos visto lo que vemos ahora.
Paul Valéry
Copio de la web del Thyssen:
El Museo Thyssen-Bornemisza, en colaboración con el Musée d’Ixelles, presenta la exposición "Paul Delvaux: paseo por el amor y la muerte", un recorrido temático por el insólito universo del pintor belga Paul Delvaux (1897-1994), una de las más destacadas personalidades del surrealismo del siglo xx.
Una muestra que incluye sus temas favoritos: las mujeres, los dobles y espejos, la arquitectura, los esqueletos y los trenes. Se trata de una constelación de imágenes que hunden sus raíces en los escenarios metafísicos de Chirico, la realidad aparte de Magritte o las composiciones sintéticas de Picasso. Es asimismo una iconografía puramente pictórica, elegida por su potencial figurativo, “buena para ser pintada”. Esta autonomía formal se da especialmente en la pintura surrealista (también en el cubismo y el abstracto) y es un principio basado en la libertad del arte y el carácter arbitrario de los temas; hasta el punto de que a este ejercicio de estilo no siempre le corresponde un contenido narrativo manifiesto o latente. Buena parte del carácter enigmático de la pintura de Delvaux procede de su mera plasticidad. También del interés de los surrealistas por la creación de mundos posibles. El afán de singularidad los lleva incluso a encajar en la composición objetos incompatibles o desconocidos.


Se ha afirmado que el núcleo de la pintura de Delvaux es una visión pesimista del eterno femenino, quizás reflejo de su experiencia biográfica. La mujer es representada a solas, en pareja, con su doble, en el prostíbulo y en todas partes. Están ubicadas en entornos en los que no es posible preguntar por el dónde y el cuándo. El rasgo predominante es la apatía, la ausencia de sentimientos. Son criaturas ausentes, melancólicas, desterradas. En el titulado “La soledad” (una obra fuera de la muestra), una muchacha en una estación desierta en medio de la noche, de espaldas, vestida con su mejor traje para no esperar a nadie, sigue con la mirada a un tren de mercancías que pasa a toda velocidad…


El amor lésbico, un motivo recurrente, se muestra con frecuencia en escenas tiernas, inocentes, en las que la primera experiencia amorosa es compartida con la amiga como rito de transición. En otros cuadros desvela una visión esencial del erotismo; también se presenta como deseo intenso y sexualidad.
El doble femenino de Delvaux, un arquetipo universal del dualismo y los opuestos, no incurre en la tensión, elude el conflicto, no busca polos ambivalentes, aparece más bien como rechazo de sí y huida silenciosa del hastío. El doble es alguien que no dirige gestos o palabras al otro. En la famosa Mujer ante el espejo las miradas no llegan a cruzarse.


La poesía de Delvaux consiste en transformar lo apolíneo -la buena figura, la luz diáfana, el orden geométrico- en misterio. Los escenarios arquitectónicos son vastas composiciones inspiradas en modelos de la antigüedad. Edificios que no están hechos a la medida del hombre, inmensas avenidas que alargan el punto de fuga hasta un horizonte mágico de mares o desiertos. A veces representan ruinas calculadas, ajenas a la evocación romántica. Mujeres misteriosas aparecen en primer plano o entre gentes que vagan sin propósito por las calles. El conjunto sirve para crear un ambiente irreal, opresivo, onírico. Parece como si pintor se hubiera despertado en medio de una ciudad fantasma: espacios que sugieren visiones de otros mundos, habitantes que han sido sorprendidos en medio de quehaceres herméticos, calles silenciosas con sombras de personas que no pueden verse.
Los esqueletos, otra de sus obsesiones, no son símbolos de la muerte sino radiografías del cuerpo, armazones animados, individuos. Son ante todo un desafío basado en la dificultad de darles movimiento, gestos y emociones. Mientras que en el resto de los temas Delvaux transforma lo apolíneo en misterio, en los cuadros de esqueletos transforma el misterio en relato. Los esqueletos están más vivos que las mujeres.


El enigma de Delvaux se convierte finalmente en obra abierta, hecho irrepetible o lenguaje privado. Muchos cuadros surrealistas van más allá de la interpretación y son propiamente accidentes puntuales cuyo sentido se pierde en la noche de los tiempos, incluso para el autor. Más aún, algunas composiciones son meros lenguajes privados, cúmulos de signos invertebrados, intraducibles, cuyo único vínculo con el espectador es que cualquier lenguaje privado presupone necesariamente el lenguaje común como sistema final de referencia. Al contemplar los cuadros de Delvaux, al comparar con esfuerzo los dos códigos, podemos afirmar una vez más que la imaginación no es un estado sino la existencia humana en sí misma.  

miércoles, 18 de marzo de 2015

Ganar, ganar y volver a ganar


¡Qué manera de sufrir! Normalmente solo escribo del atleti cuando tocamos copa, pero sería inconcebible no trasladar a las crónicas lo de anoche en el Calderón. ¡Vaya escena! El estadio a reventar, como en segunda. Las bufandas al viento, el ánimo tonante y un nudo en la garganta para entonar el himno. La afición atenta al gesto de su guía, el inefable Cholo ¡Qué distinta es (sin señalar) nuestra hinchada a otras, disciplinantes, frías y cabreízas!
Fue tremendo. Vi el partido en casa con Ana (la voz de la sensatez), disfrazado como siempre, incapaz de cortar la pizza, conectado por WhatsApp con mi hijo que está en Francia y por Samsung con mi hija y el resto de la familia para llorar juntos si ocurría lo peor, como en cierta final que nunca ocurrió. Con el desfibrilador al lado, treinta veces me levanté como un resorte para ir a otro cuarto, cerrar las puertas, aporrear las paredes y rezar en silencio.
Mal empezó la cosa con la lesión de Moya, aunque la entrada de Oblak (tan alto como Courtois) fue providencial. Para mí, el mérito del atleti fue no encajar el gol fatídico que sobrevolaba el estadio. Es evidente que no estamos como el año pasado. Sin entrar en matices masoquistas, además de los ausentes nos faltan ideas en el centro y definición arriba, aunque la defensa es la de siempre y el "pelao" Giménez más que una promesa. Los alemanes estaban como motos, daban cera, manos y codos a la cara, llegaban antes al balón, patadón y contraataque a mil por hora. Las apuestas no daban un real por el atleti. Vino el gol de carambola y nada cambió. Sin embargo, el milagro se produjo al cuarto de hora de la segunda parte. De pronto se les apagó el físico a los teutones mientras que los nuestros seguían igual y además achuchaban con más fe que razón. En la prórroga fuimos mejores, estaban muertos, pero faltaba ese detalle que ya no llega. Por ejemplo, el año pasado Raúl García las enchufaba y este se dedica a protestar.  
Después la ruleta rusa. No pude verla. Tengo que oírla en la radio, prefiero que me anestesien a gritos. A toro pasado, fue épica: los jugadores ensamblados, Arda de rodillas (dio resultado), la gente de los nervios. Entró ajustado el penal de Torres (lo único que hizo bien) y se fue a las nubes el de un desdichado; después el orgasmo universal. Seis millones de espectadores españoles vieron al atleti pasar a cuartos. Esperemos que no nos toquen los de siempre, aunque no creo en los sorteos de la UEFA. La pasta es la pasta. En fin, nunca se sabe, podemos eliminar al Bayern y palmar con el Mónaco.
La fría conclusión: necesitamos que los canteranos crezcan, las figuras resurjan, Mario no sólo juegue bien contra los buenos, y, sobre todo, que aumenten los euros del magnate chino para fichar un delantero, dos defensas y tres medios. Lo demás puede valer.

viernes, 13 de marzo de 2015

Pasar pantalla


Aunque de joven me pasaba la vida metido en el cine, ahora ocurre lo contrario. Tienen la culpa, a partes iguales, la vagancia hogareña y la suscripción a los canales del plus, donde con un retraso razonable puedo ver los últimos estrenos y las cintas que me interesan. Algunas, como Días de vino y rosas, las he grabado diez veces. Además tengo una pequeña colección de Dvds con los títulos que me convierten en estatua de sal, por ejemplo Les enfants du paradis de Marcel Carné, un film que no es de este mundo (no os molestéis, está descatalogado). Miro hacia atrás en el tiempo (el futuro lo vivo partido a partido) para pintar con brocha gorda mi paso por las pantallas de cine.

Con diez añitos (las fotos de familia me traen la imagen de un niño que no he visto en mi vida) íbamos los domingos, después del pollo asado, al cinema Palafox. Era propiedad de Caritas Diocesana, administrado con mano firme por un canónico de ancho perímetro adosado a un puro, sotana de raso y nombre Don Simón. Supe más tarde que Don Inocencio, Obispo de Cuenca, lo llamó al orden por los habanos y el balance opaco de las cuentas (nada nuevo bajo el sol). Por un precio infantil adquiríamos un bono mensual para las sesiones dominicales. Entrabamos en manada a las cuatro de la tarde y una vez sentados, algo más complejo de lo que parece, nos embuchábamos el Nodo con las glorias del Real Madrid y la peli de Kit Carson. En el descanso comprábamos en el bar chicle bazooka y gaseosa La Eufrasia y a las siete volvíamos a casa con las pilas cargadas, justo cuando nuestros padres iban a tomarse un café con mojicones en Ruiz. Recuerdo los pateos al llegar la caballería y los berridos de alivio tras la masacre de los sioux. También los disparos con pistolas de pistones en el patio de butacas y el toque de carga con trompetería de plástico. Si los petardos, objetos volantes y el estruendo pedestre se pasaban de la raya, se paraban las máquinas, se encendían las luces y pelotera. Amenazas de los esbirros de Don Simón. Después confesión general y propósito de enmienda para terminar la peli. La semana que viene Marcelino pan y vino.
Mi adolescencia irá siempre unida al Palmeras, un cine de verano junto al parque de San Julián. La noche conquense del viernes era el marco de la fiesta. El pase, con documental patriótico y paisajes, duraba de once a una y media. Por la sábana blanca desfilaban Ulises, Sandokán, el corsario negro y, como novedad, alguna propuesta melodramática censurada en la que los amantes eran amigos, las enaguas mamparas y los besos se suponían. El verdadero aliciente era que podías fumar, comer pipas (pepitillas en conquense) y llevarte la cena que nuestras madres preparaban encantadas: preferían tenernos allí que bebiendo cerveza en los bares de la parte antigua. Tras el descanso, con los créditos, sacábamos la pitanza. Sólo el olor a pies del conductor del Auto-Res Cuenca-Madrid, que no se perdía una, podía perturbar la velada. Se abrían las tarteras con tortillas de patata guisadas, filetes empanados, pimientos fritos, tomates del hocino y plátanos. Circulaba por la fila una bota clandestina de tinto con casera que Andrés le había birlado a su tío. Después, la fumata de Ducados. Los comentarios en voz alta se celebraban con risotadas: ¡La bicha, que viene la bicha, miala que se lo come el muslo de pollo este! Los daños colaterales del festín lunar eran lamparones y manchas de vinazo. Algunos iban en bañador y chanclas. Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. A lo más que podías aspirar era a saludarlas al salir y que alguna de tus gracias fuera oída (y tasada) por tu amor secreto (tanto que ni ella misma lo sabía).
De la juventud dorada recuerdo mi etapa de cinéfilo militante cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras (y todavía eran algo). El cine ocupaba el ochenta por ciento de mis trajines. Atrapo al vuelo mi época de roedor de celuloide. Nos pasábamos el día metidos en la Filmoteca Nacional (tres películas seguidas); en realidad era una forma decente de no estudiar y trabajarnos el ego. Con otros dos amigos tuve la oportunidad de dirigir el cine club del colegio mayor San Agustín, uno de los mejores de Madrid, de lo que todavía me esponjo y me doy besos. Me ocupaba de la librería, la documentación y las reseñas que dábamos al público antes de comenzar la sesión. Durante los años ochenta, tuve oportunidad de tratar con gente entendida, enrollados, enganchados al cine; también de escribir algún artículo para la revista universitaria de tres números Fundidos. Buscando en el baúl de los recuerdos (un mueble real, no imaginario) encontré entre los folios amarillos uno sobre Blow up, que he subido al blog. Lo peor: como no había ordenadores perdí todas las reseñas, aquellos sufridos comentarios de página y media que nadie leía. ¡Daría cualquier cosa por recuperarlas, que filón para mis entradas!
El presente es más modesto. Hace años invitaba a mis hijos y sobrinos a los multicines del barrio (la mayoría han cerrado): ellos elegían, yo pagaba. Me hundía en las profundidades del sillón. Al aumento del estímulo, persecuciones brutales y explosiones, respondía con mis tapones de cera y a los diez minutos me quedaba zeta (obviamente mis ronquidos se perdían como lágrimas en el mar). Los mozos tenían orden de no molestarme si querían palomitas. Ahora, los fines de semana, si me dan todo hecho, voy al cine con Ana, mi hermana Carmen y su marido. Espléndida Mr. Turner, de Mike Leigh. La única condición es que no me lleven a salas del tipo IMAX 3D con pantalla astral y DOLBY envolvente, de las que te dan unas gafas pringosas al entrar y aguantas dos horas de fantasmas cerebrales y sobresaltos. ¡Prefiero la tele! Nada como el sillón de uno… y es que sin darnos cuenta nos vamos haciendo viejos.

martes, 3 de marzo de 2015

El simbolismo del Requiem



Independientemente de las clasificaciones y géneros, toda obra de arte está formada por un conjunto variable de elementos formales, compositivos, simbólicos, narrativos, expresivos, contextuales, entre otros… Es evidente que en las artes auditivas, es decir, en todas las artes asociadas al sonido que utilizan la música y los diferentes géneros musicales (sinfónicos, polifónicos o de cámara), predominan los elementos formales y compositivos, aunque también son relevantes los simbólicos. En el Requiem in D minor, KV 626 de W. A. Mozart todos los elementos simbólicos, internos y externos, giran en torno al tema de la muerte.
La misma misa de Requiem, su sentido litúrgico y religioso, símbolo de la solemnidad de la muerte.
La llegada a la casa del compositor de un carruaje con un extraño mensajero, símbolo del carácter inesperado de la muerte. Según parece, se trataba de un sirviente enmascarado que de modo conciso trasladó a Mozart el encargo de una misa de requiem para una persona distinguida que deseaba permanecer en el anonimato, símbolo del sentido igualador de la muerte.
El comitente había perdido recientemente a una persona muy querida y deseaba recordarla con recogimiento pero con dignidad, a cuyo objeto realizaba el encargo a Mozart, símbolo de la pervivencia tras la muerte. Se trataba del conde von Walsegg quien vio como la parca le arrebataba a su amada esposa en la flor de la vida, símbolo de la injusticia de la muerte.
La confesión de Mozart a su esposa Constanze del íntimo convencimiento de que estaba componiendo una misa de difuntos para su propio funeral, símbolo de la muerte como obsesión insuperable.
El ensimismamiento de Mozart, su diligencia por acabar el réquiem con un interés tan creciente que pasaba las noches y los días componiendo hasta el punto de poner en riesgo su precaria salud, símbolo de la primacía del espíritu sobre el cuerpo.
La muerte de Mozart el 5 de Diciembre de 1791 con sólo treinta y cinco años como consecuencia de una encefalopatía urémica y una anemia, suficientes para justificar la sensación subjetiva de envenenamiento y la patología afectiva bipolar a las que se refiere Constanze, símbolo del triunfo del cuerpo sobre el espíritu.
El funeral, al que solo unos pocos allegados asistieron y el entierro de sus restos en una fosa común (nunca se han recuperado), símbolo de la muerte como anonadamiento y olvido.
El carácter inacabado de la misa, símbolo de la finitud y las limitaciones de la vida humana. Y, sobre todo, la incomparable perfección de las distintas partes del Requiem, su inspiración casi sobrenatural que culmina con los sublimes compases del Lacrimosa dies illa que imitan la respiración de un moribundo, símbolo del triunfo del arte sobre la muerte.