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martes, 27 de noviembre de 2018
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sábado, 3 de noviembre de 2018
Deus sive natura
La solución al problema teológico
(no religioso, no hablo aquí de creencias basadas en la fe) de la existencia y
esencia de Dios que más me ha convencido con bastantes cabezas sobre los demás
colocados ha sido la del filósofo holandés de origen sefardí hispanoportugués Baruch Spinoza (1632-1667). Una solución realmente comprometida con la razón y la
intención de verdad, al contrario que la apuesta de Pascal sobre la existencia
de Dios, ventajista y con aroma de sofisma.
Resumimos su argumentación
filosófica: dice Spinoza, dentro de la clásica distinción del pensamiento
cartesiano: por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe
por sí; esto es, aquello cuyo concepto, para formarse no precisa del concepto
de otra cosa. Es, por tanto, autosuficiente. Con arreglo a esta definición,
en sentido estricto existe una sola sustancia: la sustancia infinita, es decir,
Dios. Dios, tiene infinitos atributos, de los cuales el hombre sólo puede
conocer dos: el pensamiento y la extensión (los principios fisicomatemáticos de
la materia como principal atributo de la naturaleza). El pensamiento es la
manifestación espiritual de Dios. El universo, el cuerpo como parte de la
naturaleza, es su manifestación material. Dios no es trascendente sino
inmanente al universo y al hombre como partes de Sí mismo. De este modo,
pensamiento y materia son sólo dos modos o expresiones cognoscibles de la
sustancia infinita. A la pregunta de si la razón absoluta es un
atributo de Dios, Spinoza diría que no lo podemos saber,
aunque se manifieste como pensamiento en el hombre. La afirmación “Dios piensa”
puede ser una trivialidad (quizás un modo secundario sub especie
aeternitatis) o un modo exclusivo del Dios en el hombre. Podemos afirmar
que el hombre, un modo de la sustancia infinita, puede pensar a Dios, pero nada
más…
En tanto que natura
naturans, Dios es y da origen a infinitos modos o atributos (natura
naturata). Para Spinoza Dios es todo y fuera de él nada existe. Se trata de
una teología panteísta. El panteísmo identifica a Dios con la totalidad de
lo real. Dios está en todo. Todos los seres del Universo son parte de Dios. El
universo, la naturaleza, es una manifestación o despliegue ontológicamente
diferenciado de Dios. Estas ideas, incluso en la tolerante Holanda, le valieron
la expulsión de la comunidad judía y el destierro, así como la censura o
prohibición de sus escritos. Al menos no acabó en la hoguera como Giordano
Bruno por sostener ideas similares.
Sin embargo, sus escritos y obras
permanecieron y fueron apreciadas por una gran cantidad de creyentes y sabios a
lo largo de la historia. Uno de ellos fue Albert Einstein. El autor de la
teoría de la relatividad en algunas entrevistas manifestó su dificultad para
contestar a la pregunta de si creía en la existencia de Dios. Si bien no
compartía la idea de un Dios personal, providente y finalista manifestó que la
razón no es capaz de comprender la totalidad del universo, a pesar de ser capaz
de describir matemáticamente la existencia de una armonía y un orden
admirables. Cuarenta mil años de evolución del cerebro humano no son
suficientes para descifrar un enigma dentro de un misterio que es el universo
conocido, surgido de una inimaginable explosión hace catorce mil millones de
años; acaso una cáscara de nuez flotando en un océano de infinitos universos
paralelos con distintas dimensiones. Quizá podemos especular que inteligencias
más antiguas y avanzadas del cosmos profundo alcancen a conocer otros atributos
del Dios de Spinoza. Si el artesano pulidor de lentes, profesión a la que
se dedicó Spinoza tras su expulsión de la comunidad hebrea, hubiera conocido los telescopios actuales, habría afirmado que la talla
de tan potentes instrumentos nos permite vislumbrar pinceladas fugaces del gran
retablo de Dios.
Aunque a
menudo se le consideró un ateo convencido, la experiencia religiosa de Albert
Einstein estaba más cerca de un sofisticado panteísmo. El ganador del
premio Nobel de Física manifestó que la concepción teológica más sugerente era
la de Spinoza: un Dios que constituye el todo y se manifiesta a través de sí
mismo. Para Einstein, las leyes naturales, hasta donde conocemos, existen y
constituyen un orden irrefutable, necesario y perfecto: Dios no juega a
los dados con el universo, sentenció metafóricamente. Como Spinoza,
Einstein no dio un paso más. Deus sive natura; Dios o la naturaleza. Esta
es la cuestión en la que detiene cualquier afirmación racional sobre el tema,
desde Tomás de Aquino hasta la más avanzada física teórica. Incluso la
afirmación de otro gran físico Stephen Hawking: El Universo no necesitó
ayuda de Dios para existir puede ser interpretada desde una perspectiva
panteísta.
Acaso la forma
más pura de religiosidad (cambiamos de perspectiva) sea la de
aquel que cree firmemente que Dios existe pero que a partir de esta convicción
no expresa nada más (ni a nadie) ni interior ni exteriormente porque sabe que
Dios no se ocupa del hombre y lo contrario es mera superstición desmentida por
el mundo.
Concluimos esta interpretación
del pensamiento e influjo de Spinoza con el maravilloso soneto que le dedicó
Jorge Luis Borges.
Las manos y el espacio de jacinto