En las etapas intermedias de la experiencia estética se presentan los momentos constituyentes de la obra y su mutua relación por orden de complejidad: biográficos, contextuales, relacionales, formales, narrativos, expresivos, simbólicos y conceptuales.
La etapa final de la consciencia estética, netamente metafísica, es el idealismo estético, es decir, la exposición de la obra de arte desde el concepto, pero no como proceso sino como absoluto (por tanto, como sublimación y detención de su momento de verdad). Este despliegue de la consciencia estética en su etapa final se realiza mediante la formulación de tres síntesis de la razón especulativa: el clasicismo exacerbado (existe la obra de arte perfecta), la hipóstasis del arte (la obra es expresión de ideas subsistentes) y el misticismo hermenéutico (la obra de arte revela el sentido profundo del mundo).
La primera síntesis trascendente procede de la idea de la armonía perfecta y la mutua concordancia entre forma y contenido. Estaría representada por la ópera de Mozart Don Giovanni o por Don Quijote de Cervantes.
La segunda síntesis trascendente procede de la idea de que la obra clasica exige la existencia de un mundo subsistente de ideas o arquetipos del pensar, de los cuales el arte es la expresión más alta y penetrante. Está representada por el Fausto de Goethe o El avaro de Moliére.
La tercera síntesis procede de la idea de que existe un sentido último del mundo que la obra nos desvela. Está representada por la poesía de Rilke o de Hölderlin.
Nos vamos a referir a esta última.
Los estudiosos de la Historia de la Filosofía han subrayado que la dirección de las reflexiones de Heidegger (1889-1976) sobre la verdad del ser cambió de rumbo cuando, a mediados de los años treinta, pronunció una serie de conferencias sobre el origen de la obra de arte y la esencia de la poesía.
El interés del filósofo alemán por el desvelamiento de la verdad se centra ahora en lo que la obra de arte nos muestra a través del lenguaje, del cual el artista es un depositario inconsciente. La verdad permanece y se muestra en la obra de arte, por lo que su advenimiento consiste en permitir que nos hable y se ponga en juego la eterna agonía de la luz y de la sombra. El dialogo auténtico con la obra de arte es iluminación, transferencia y otorgamiento de los atributos cardinales del mundo. Esta fundación del objeto, esa donación de sentido, se manifiesta, según Heidegger, en primer lugar, en la poesía. La poesía es la esencia y la forma más depurada del arte. La palabra poética es la morada del ser. La poesía es un nombrar el ser constituyente de las cosas. En el poetizar, los dioses se manifiestan por el don del artista, el único intermediario entre los dioses y el hombre... La poesía es la consumación del retorno de los dioses al mundo. Heidegger dedicó dos de sus obras a este pensamiento y en ambas elige al poeta alemán como el más apropiado para mostrar la voz de los inmortales.
- Interpretaciones sobre la poesía de Hólderlin, Barcelona, 1983, Ariel filosofía, Introducción de Eugenio Trías, traducción de José María Valverde.
- Hölderlin y la esencia de la poesía, Barcelona, 1989, Anthropos. Edición, traducción y prólogo de Juan David García Bacca.
En esta última escribe:
No se ha elegido a Hölderlin porque en su obra se realice, como en una entre tantas, la esencia general de la poesía, sino única y exclusivamente porque la poesía de Hölderlin mantiene constante la determinación poética de poetizar sobre la esencia de la poesía. Hölderlin es, pues, para nosotros, y en excepcional sentido “el poeta del poeta”.
Sólo desde este supuesto metafísico, que Hölderlin comparte con otros poetas como Heine, Novalis, Rilke o Saint John Perse, puede entenderse la alta edad de las palabras de Heidegger.
En su obra Poemas de la locura, Hölderlin escribe:
Otorgado en su interior es a los hombres el sentido,
hacia lo mejor él ha de guiarlos,
esa es la meta, la verdadera vida,
ante la cual más espiritualmente lo años van contando.