Un
tertuliano radiofónico pontificaba por la mañana con una fe democrática sin
fisuras: El pueblo es siempre
sabio. En primer lugar sabios o necios solo son los individuos. El
resto de la frase es el dogma roussoniano de Yo Común resultado
del contrato social en versión libre para la radio. Además podemos poner
innumerables ejemplos de cómo la voluntad popular, es decir, la suma de los
votos particulares expresada como mayoría en las urnas, es una insensatez, un
despropósito o un episodio más de la historia universal de la infamia.
Prefiero la democracia representativa porque me permite bajar al
quiosco de la esquina y comprar el periódico que quiero. Es mil veces mejor el
coro de grillos que cantan a la luna que la bota del soldado desconocido. Todo
lo demás de la democracia representativa o lo pongo entre paréntesis o me lo creo
a medias o no me lo creo. Es lúcida la definición que hizo Marx, un pensador
perspicaz, del voto democrático: “Un comentario sentimental y extenuante a los
logros de la etapa anterior de poder”.
Pero no despotriquemos de la democracia más allá de ciertos
límites. Hay países donde no gobierna siquiera una familia, sino una parte de
esa familia porque la otra ha sido defenestrada.
La
libertad de pensamiento y de expresión sin límites ni restricciones filisteas
son los dos principios constituyentes de una democracia participativa. Todos
los demás derechos y libertades fundamentales se siguen de ellos y son su
desarrollo consecuente. Por eso son siempre los primeros que los regímenes
oligárquicos, autoritarios, autocráticos, teocráticos o totalitarios cercenan
brutalmente.
¿Qué
es una democracia participativa como etapa superior de la democracia
representativa? No lo sabemos. Sólo podemos aspirar a descubrirla y
construirla.
Sobre
los regímenes totalitarios: A cierto
nivel de opresión poco importa la forma que toma la verdad, pues finalmente
cuanto mayor es la mentira más muestra el régimen al extensión de su poder.
(Guy Delisle). Por cierto, el mismo Marx es uno de los padres fundadores de tales
regímenes.
La
democracia de la posverdad, las fakes
news, la corrupción, el drama de la emigración, el paro, los salarios
minimalistas, los contratos leoninos, la crisis (en realidad un golpe de estado
global del capitalismo financiero). Lo único evidente es que estamos ante una
involución de la democracia representativa.
Excelente
definición de política. A la
salida de una sesión del Consejo de Ministros, los periodistas le reprocharon
al Conde de Romanones (1863-1950), Grande de España, que hubiera aprobado
una ley que veinticuatro horas antes había rechazado con la frase indignada de
“nunca jamás”. Imperturbable, el Conde les adoctrinó: “tengan ustedes en cuenta
que cuando digo nunca jamás, me refiero siempre al momento
presente”.
“La gente está harta de los políticos”, dicen las encuestas, pero,
después de todo, los políticos sólo son el reflejo de la sociedad civil.
Gente decente: aquella que es capaz de poner límites éticos (no
jurídicos) a la capacidad ilimitada de desear.
En una tribu perdida de África o de las orillas del Amazonas las
normas culturales que debe interiorizar el nativo son pocas y claras. En
nuestra sociedad son muchas y difusas. Ni siquiera hay un núcleo cultural
definido: los usos varían con la clase social, la moral dominante está plagada
de reglas y excepciones, subculturas y contraculturas nos abruman, las
tendencias, las cosmovisiones, las religiones, las ideologías políticas inundan
el mercado de las ideas. Por si fuera poco, la globalización aumenta el
relativismo y el desconcierto: finalmente en la edad del alto capitalismo se ha
cumplido la leyenda de la torre de Babel. Cuantas más puertas y ventanas se
abren al mundo, mayor es nuestro grado de incomunicación. Cuanto más se
multiplican las relaciones sociales, más solos estamos. La sociedad ya no es un
entramado interactivo sino una monadología.
Prefiero leer a Platón, Maquiavelo, Hobbes, Locke o Rousseau
que interesarme seriamente por la política factual. Infinita distancia entre
política y filosofía política.
Por cierto, para entender el problema y la solución a la independencia de Cataluña es preciso releer El laberinto español de Gerald Brenan.
El
único problema político que le preocupaba seriamente a Luis XIV, el rey
absoluto por excelencia, era el control de la información: disponía de una
policía secreta implacable, una red de espías que abarcaba el territorio, un
número de asesores y consejeros desmedido, confidentes, delatores, soplones,
chivatos… Aun así reprochaba a sus ministros que no se enteraba de nada
importante. Los hechos se ocultan, se falsean, se pierden. Decía un
místico del Renacimiento que no debemos aferrarnos a lo que no
entendemos. Un ejemplo sería la administración de la información por
el Poder (un tema político crucial). Si hacemos caso al místico (y a las quejas
hipócritas de Luis XIV) deberíamos huir de cualquier preocupación relacionada
con la política, la economía, el cambio climático, la energía nuclear, los
sucesos o el deporte. Cuando discutimos acaloradamente sobre estos temas, el
Ángel de la Sabiduría, desde las altura, se ríe o llora por nosotros
alternativamente.
Recuerda: sólo los hechos. Esta máxima es válida para la
brigada de homicidios pero no para la política. A la
hora de explicar ciertos acontecimientos políticos hay finalmente dos teorías:
la teoría empirista y la teoría de la conspiración. Prefiero la segunda porque
es más divertida, sugerente y además puede tener finales alternativos.
Muchos tertulianos, analistas y politólogos son necios. “Lo que
está ocurriendo", dicen desde su pesebre ideológico. No conocen lo que
pasa dentro de sus cabezas y pretenden convencernos de que saben lo que pasa
fuera.
La independencia política (el principal valor en el tema que nos
ocupa) sirve: para pensar con tu propia cabeza, para saber si estás pensando
con la cabeza de otro, para evitar pensar a fin de ser aceptado por otro o para
evitar pensar a fin de ser recompensado por otro.
Los peores enemigos de los políticos corruptos y mendaces no son los
educadores ni la prensa, sino los miembros de su propio partido. La finalidad
de la política profesional es el arribismo. Aunque no lo dijo así Maquiavelo, debería
haberlo dicho: El Príncipe no debe tener amigos porque cuando dejan de serlo por
ambición, traición o animadversión, largan. Un buen gobernante debe renunciar a
la amistad si no quiere quedarse con sus vergüenzas al aire.
Sobre la separación entre vida privada y pública. De acuerdo, pero
con un matiz: quien no es honesto (es decir ni fiel ni leal ni sincero) en su
vida privada tampoco lo suele ser en la pública. Lo mismo que en la naturaleza,
en la sociedad no hay saltos.
La demagogia: degeneración de la democracia y estado actual
(¿natural?) de la política en España.
Definición de demagogo: el político que
larga rollos ideológicos que sabe que son mentira a una gente que sabe que es
idiota.
“Democracia
representativa" significa por definición lo contrario. Representante
electo: alguien que decide por ti, tiene patente de corso para sus manejos y al
que no puedes pedir explicaciones. El fantasma de la libertad.
El único voto sabio es ni sí
ni no sino todo lo contrario. Y el que quiera aferrarse a una alternativa no se entera de nada. Y lo mismo ocurre
con el resto de los problemas que nos envuelven. Sé curioso, vive perplejo,
admite tu desamparo y ríe. Ironía o iglesia. Canta un espíritu libre: “Tu no
saber es toda tu esperanza”.
¿El europeísmo? Otro fraude liberal. Digo lo mismo que mi amigo Ramón:
“No me creo nada de nadie”. Ni siquiera de Mill, Ortega o Vargas Llosa, las
tablas de salvación en estos casos. Regla triste pero necesaria. La única de la
que puede surgir algo no contaminado ni enfermo. Cuando oigo a ciertos
políticos madrileños decir que son liberales, siempre me ocurre lo mismo: lo
malo que tienen los liberales es que al final no son nada liberales.
Sabiduría popular. Comentario de un taxista, un hombre canoso y
con arrugas que vive en Alcorcón: “El problema no es la política. Hoy día no
encontrarás ni con lupa entre los políticos a las personas realmente
inteligentes, a las valiosas, a las capaces de pensar por todos”.
Desde Maquiavelo sabemos que la política dispone de reglas propias
que no tienen que ver con la ética. De acuerdo, aceptamos “pulpo” como animal
de compañía; pero que tampoco tenga que ver con la lógica es algo que ni
siquiera imaginó el pensador florentino. Lo cierto es que hay innumerables
ejemplos de la no validez política de los principios de identidad,
contradicción y tercero excluido.
La economía no es una ciencia como la física. La ley
oferta-demanda no es la ley de gravitación universal de las relaciones sociales
como trata de convencernos “a cualquier precio” el neoliberalismo global (el
español es un mero apéndice). La economía es siempre economía política... de
ahí que los economistas no sean científicos sino aprendices de brujo (por mucha
jerga que derrochen) incapaces de predecir lo que va a ocurrir mañana, aunque
puedan explicarnos sin vacilar por qué nos han limpiado hoy la cartera. En mi
lista de personas non gratas van los primeros, detrás ciertos políticos y en
tercer lugar bastantes tertulianos.