Ecologismo,
feminismo, pacifismo… Hay términos cuyo significado intuimos de inmediato, sin
mediar razones, aunque sabemos que, al concretarlo, al intentar que su
contenido crezca y captar su concepto, el aura se desvanece como una nube de
verano (y el interés decae). Es evidente que son conceptos polisémicos, que se
dicen de muchas formas en situaciones distintas y distantes y que los
significados que les asignamos son analógicos, es decir, se basan en vínculos
de semejanza entre elementos muy dispares. El uso de tales términos (su
gramática contextual) se parece más a los juegos del lenguaje del Segundo
Wittgenstein que a la exposición de unos planteamientos sólidos.
Si nos centramos
en el primero, hay que separar, de entrada, la ecología como ciencia y el
ecologismo como movimiento ideológico y después explicar la relación entre
ambos. La ecología es una ciencia empírica, una rama de la biología que estudia
los ecosistemas, es decir las relaciones de los diferentes seres
vivos entre sí y las interacciones con su medio ambiente. Como toda
ciencia básica, la ecología es, a la vez, una ciencia aplicada, una
tecnociencia. Y este es el punto donde convergen ecología y ecologismo.
José Miguel
Mulet, catedrático de Biotecnología en la Universidad Politécnica de
Valencia, ha publicado un libro titulado Ecologismo real. Todo lo que la ciencia dice que puedes
hacer para conservar el planeta y los ecologistas no te dirán nunca. “Hablo de ecologismo con base científica. Ese es el ecologismo
real”, sostiene el catedrático. El ecologismo no científico, basado más en
proclamas que en ciencia, es, sin embargo, “el que se ha apropiado de la
etiqueta”. Y añade: “Que haya organizaciones que se hagan llamar ecologistas no
quiere decir que lo que propongan sea bueno para el planeta”. En el libro se
hacen afirmaciones tan jugosas como: “El coche eléctrico hace menos ruido y no
echa humo por el tubo de escape, pero ¿cómo generas la electricidad? Una gran
parte, quemando gas, carbón y petróleo. Así que lo que estás haciendo es
cambiar el humo de sitio”. O sea, pintar verde sobre gris. O esta otra: “Si
te dicen que van a quitar las nucleares, ya sabes que lo más probable es que
las emisiones de CO2 suban (…) No puedes cerrar las nucleares de un día para
otro sin tener un plan B que te permita obtener la misma energía sin emitir más
CO2”. También explica por qué la alimentación ecológica es una industria
nociva para el medio ambiente. Les recomiendo comprar el libro en e-book,
cuesta la mitad.
En otro lado están los ecologistas radicales, los que, según la derecha, son como
las sandías: verdes por fuera y rojos por dentro. En realidad, el ecologismo,
vagamente entendido (“la responsabilidad ambiental”), es un ingrediente más de un
coctel izquierdista en el que se mezclan y agitan la igualdad de género,
el desarrollo sostenible, el anticapitalismo, el freno a la especulación
urbanística, el desarme, la justicia social y otros fines como la
democracia participativa (una entelequia cargada de riesgos). El Grupo de Los
Verdes/Alianza Libre Europea, representante político de estas ideas, es el
sexto grupo en número de escaños en el Parlamento Europeo. Con ciertas
reservas sobre su radicalismo, también se puede incluir a la ONG Greenpeace dentro
de esta órbita.
También hay ecologistas
de derechas, los que, según la izquierda, son como kiwis: verdes por dentro y
pardos por fuera. Hay dos corrientes asociadas al ecologismo de derechas:
la liberal-conservadora que tiene como motivo central el individuo y la
ultraderechista, también llamada ecofascista, cuyo núcleo ideológico es la
idea de patria. (Por cierto, La palabra patria viene del latín, de la forma femenina del adjetivo
patrius-a-um: relativo al padre, también relativo a los "patres" que
son los antepasados. Hablamos de la madre patria. La palabra matria
es un rebuzno lingüístico). Para la derecha liberal-conservadora la defensa del
medio ambiente depende de la educación cívica de los individuos tanto en la
vida cotidiana como en las urnas. Después de todo, afirman, una sociedad es una
suma de individuos no una suma de empresas y corporaciones. El individuo debe
adoptar conductas éticas que favorezcan el equilibrio ecológico: separar la
basura en los contenedores de reciclaje, ahorrar el agua poniendo botellas en
la cisterna, usar el transporte público, no malgastar energía con la
calefacción o el aire acondicionado, evitar el abuso de los plásticos, no hacer
chuletadas en el campo, practicar el ecoturismo, participar en asociaciones
defensoras del medio ambiente (¿los boys scouts?) etc. Finalmente, si queremos que los hábitos se
conviertan en leyes, seremos los individuos quienes votemos a los partidos que
nos propongan cambios institucionales acordes con estas pautas de conducta.
El ecofascismo sostiene que el
auténtico ecologismo es el “patriotismo verde”, que la nación es un ecosistema
humano que tenemos el deber de conservar. “Las fronteras son el gran aliado
del medio ambiente, y a través de ellas salvaremos el planeta”, sostuvo Reagrupamiento
Nacional durante la pasada campaña de las elecciones europeas. Inicialmente se
trata de una forma de localismo que trata de preservar la identidad cultural
del propio territorio, proteger su biodiversidad, consumir los mismos alimentos
que nuestros ancestros… por eso la
globalización liberal es un peligro letal para la salud de la patria. Del
localismo incluyente se sigue el racismo excluyente: la consideración de que
los inmigrantes son grupos invasivos que perturban el equilibrio de la
tierra natal. La interculturalidad es una falacia progresista; es inviable una
alianza entre civilizaciones que tienen principios y valores incompatibles.
La superposición de grupos étnicos puede terminar con el predominio de las
etnias foráneas y la destrucción de la patria. Seréis víctimas de un enemigo
al que habéis dado la bienvenida en vuestra propia casa, en palabras del arzobispo católico de Mosul.
Pero desde hace tiempo, el centro de la polémica ecologista en cualquiera de sus versiones lo constituye el cambio climático. Aquí es donde se muestra con más fuerza la tensión entre ecología científica y globalización del planeta. Lo que está en juego, además del equilibrio del medio ambiente, es la supervivencia a medio plazo de la especie humana. El problema es si a estas alturas podemos parar el tren en doscientos metros.