domingo, 28 de abril de 2024

La ética de Kant cumple trescientos años

 


Lo que tiene auténtico mérito moral, según Kant, no son las acciones que están dirigidas por la inclinación natural e incuestionable del ser humano a la consecución de fines o bienes que, en el fondo, pretenden siempre conseguir la felicidad, sino las acciones que tienen como objetivo el cumplimiento del sentido del deber. Por más que la mayoría de los hombres, incluso todos, actuaran de acuerdo con las éticas materiales o felicitarias, desde la Crítica de la razón práctica resulta imposible aceptar que sean el fundamento último de la moralidad. Son éticas de circunstancias.

Ejemplos fáciles. Tiene poco o ningún mérito moral devolver el dinero que uno se encuentra y que ha extraviado su propietario anónimo por temor a las consecuencias que tiene incumplir la ley. Pero sí lo tiene cuando se hace por acuerdo de la conciencia moral con su obligación de respetar los bienes ajenos, aunque el castigo por incumplir la ley jamás pudiera alcanzarlo. Tiene un relativo mérito moral no copiar en un examen por el mero temor a ser descubierto y suspender la asignatura. Pero plenamente lo tiene no copiar para evitar el fraude, incluso cuando el profesor te ha dejado a solas en su despacho con los apuntes y lo has visto por la ventana dirigirse a la cafetería de enfrente.

Es imposible, según Kant, encontrar el fundamento de la moralidad en las éticas materiales: sus normas son imperativos hipotéticos o condicionados; no son leyes morales universales y necesarias sino normas particulares y accidentales. Por ejemplo: “Me conviene en este caso (o conviene en general) cumplir lo acordado porque si no mi credibilidad personal puede disminuir o desaparecer y eso me perjudicaría en muchos aspectos de la vida, entre otros, el trabajo”. Tampoco se trata en sentido estricto de decisiones libres por cuanto la voluntad está sometida a un determinismo causal de carácter fisiológico, psicológico, sociológico, jurídico, educacional, político o religioso... que propician el predominio natural de los motivos más fuertes.

En este punto, Kant se pregunta qué puede ser considerado un bien en sí mismo, es decir, algo bueno sin limitaciones ni condiciones. Descarta los fines o bienes últimos de las éticas materiales puesto que los que parecen incuestionables finalmente no lo son. Por ejemplo, la autorrealización, el placer, la riqueza, incluso la buena salud y el conocimiento, entre otros, pueden (suelen) tener usos y abusos indebidos. Sabemos que alguien puede “realizarse” a costa de perjudicar o hundir a otros o que un placer puede ser costoso para la salud, el dinero y el amor. No es preciso insistir en la posibilidad de hacer un uso inmoral de la fama y la riqueza. Asimismo, la búsqueda de la salvación personal para un creyente puede ser egoísta e hipócrita y el afán de conocimiento nos puede apartar de otras dimensiones vitales o a la construcción de tecnologías destructivas.

Kant responde que lo único que puede ser considerado un bien en sí mismo es una buena voluntad, una voluntad cuya intención es impecable, independientemente de los contenidos concretos y las consecuencias de su acción. Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar en nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las costumbres). 

Según Kant, una voluntad es considerada buena sin restricciones por la razón práctica si decide y actúa exclusivamente por sentido del deber. La voluntad orienta su acción mediante tres tipos de imperativos o normas:

Contrarias al deber (“Engaño a mi esposa con otras porque me apetece divertirme y sólo se vive una vez”).

Conformes al deber (“No engaño a mi esposa con otras porque puede divorciarse y perjudicar a mis hijos, a mi consideración social y a mi profesión”).

Por sentido del deber (“Soy siempre fiel y leal a mi esposa porque como persona casada es una obligación sin excepciones”).

En este último caso, cuando la voluntad actúa por imperativos de deber, la voluntad se somete sin condiciones ni limitaciones a una ley moral no por placer o utilidad sino por respeto a la propia ley. Según Kant, solamente estos imperativos tienen valor o mérito moral sin limitaciones. A una buena volunta no le interesa la materia del acto moral, no establece lo que se debe hacer de acuerdo con el contenido empírico y la consecuencias del bien, sino sólo con la forma en que debe actuar. Se trata de una voluntad para la cual lo importante no es lo que se haga o materia del acto moral, sino que lo que se haga sea por acuerdo completo de la voluntad con su sentido del deber o forma de acto moral. Por contraposición a la multiplicidad de éticas materiales (eudemonismo, hedonismo, utilitarismo, altruismo, naturalismo, humanismo, etc.) la ética kantiana es la única ética formal posible.

Una voluntad que actúa por puro sentido del deber orienta su acción mediante la forma del imperativo categórico, cuya propuesta más general es “Se debe hacer X siempre”. El imperativo categórico es una forma universal y necesaria, exclusiva y vacía de contenido, aunque admite distintas formulaciones. Con palabras de Kant: obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal. Otra: Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio. Y una tercera similar: Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí misma mediante su máxima como legisladora universal. La utopía de una república de ciudadanos libres.

De la forma vacía del imperativo categórico se siguen los múltiples ejemplos de imperativos de deber que son leyes morales con contenido específico (“se debe respetar la vida siempre y sin condiciones”, “no se debe jamás engañar a nadie”, “la verdad debe prevalecer en todos los ámbitos de la vida privada y pública”, “bajo cualquier circunstancia se deben respetar las ideas ajenas”, etc.).

Una buena voluntad, en sentido kantiano, es además autónoma y libre. Se considera autónoma una voluntad que se da su propia norma mediante imperativos categóricos ya que tal decisión procede de su respeto interno a la ley moral y no de motivos externos o heterónomos. Una voluntad autónoma es además libre. En las éticas materiales la voluntad está determinada por la causalidad natural. Actúa movida por motivos externos (como los citados) que la impulsan necesariamente en una dirección. Por tanto, como cualquier otro objeto de la naturaleza está sometida al principio de causalidad. Sólo puede considerarse libre una voluntad que no actúa por motivos empíricos, sino que es capaz de actuar al margen, e incluso contra el orden de las causas naturales y darse a sí misma sus propias leyes. En este sentido se ha hablado de la ética formal de Kant como una antinaturaleza.

 

PD. Kant lo reconoció, por supuesto: la inmensa mayoría de los imperativos categóricos (por no decir todos) son imperativos hipotéticos encubiertos, disfrazados. Lo que denominó el ideal de la santidad es, a la vez, el significado profundo de la moralidad y algo inalcanzable para el ser humano. En fin, la ética kantiana es una síntesis genial de racionalidad ilustrada y teología protestante. 

jueves, 18 de abril de 2024

Corrupción

 

En el convite nupcial de una sobrina política nos asignaron por familia la mesa número 12, Balcón de Europa, a cuatro matrimonios jubilados. Boomers. A mi derecha se sentaba Jaime, primo segundo y profesor universitario de economía financiera lejos de Madrid, al que solo trataba de boda en boda. Durante una parte inevitable de la cena me había dedicado a esquivar con diplomacia vaticana las crudas opiniones políticas del resto de mis parientes, gente de orden, mediante términos como “diálogo”, “respeto”, “colaboración”, “acuerdos”, todos sospechosos de sanchismo disfrazado. Imposible con esa gente, primero que se vayan fue la respuesta unánime. Como no me gusta discutir y menos que me sacudan, el resto fue silencio. Es cada vez más difícil ser un viejo y entrañable liberal en esta España nuestra.  

Me había fijado que durante la cena Jaime había empinado el codo con prudente mutismo sin entrar al trapo de disputas vanas y respuestas sobradas. Al levantarnos de la mesa después del reparto de puros me acerqué curioso a mi primo para pedirle su opinión sobre el problema crónico de la corrupción. Mero tanteo posicional en medio de las albricias alcohólicas, servilletas al viento y cantos regionales de los amigos de los novios. Tras llevarnos sendos gin-tonic lejos de la zona del baile me contestó con cierta ironía que en una economía de mercado una cantidad aceptable de corrupción es necesaria para lubricar los engranajes del sistema. Los mercados deben constatar que existe un margen estable de estrategias no declaradas, de atajos no aceptables pero aceptados que les faciliten abrir y cerrar con éxito un número crucial de inversiones, operaciones y contratos. Es más, añadió, los derechos humanos son el soporte ideológico del capitalismo industrial y financiero. Aunque políticamente incorrectas, estoy convencido de que la mayoría de los comensales de la mesa número 12 hubieran sonreído ante ambas afirmaciones. 

Eran tan imprevisibles que le rogué explicarse un poco más. En el fondo son lo mismo, dijo. La ley de la oferta y la demanda, dogma del capitalismo desde Adam Smith, supone que la libre competencia entre privados establece las condiciones óptimas del mercado y la máxima utilidad social. La famosa mano invisible según la cual la suma de los legítimos intereses individuales determina el máximo beneficio colectivo sin la intervención del Estado que debe ser un mero garante de las reglas del juego. Asimismo, el liberalismo económico precisa el soporte constitucional del liberalismo político propio de las democracias representativas cuya inspiración literal es La Declaración Universal de Derechos Humanos. Aunque sería más exacto decir de algunos derechos humanos. Todo esto es muy conocido, concluyó.

El problema es que la ley natural de la oferta y la demanda es falsa. La única ley que rige los mercados es la acumulación de capital, no la competencia responsable. El capital industrial y financiero sabe que el librecambio y la no intervención estatal, es decir, la propuesta fundacional de dejar hacer, dejar pasar, el mundo va por sí mismo no sirve para aumentar los beneficios, mejorar la balanza de pagos y alcanzar una posición dominante. Al revés, para lograr tales objetivos es preciso buscar estrategias de competencia irregulares con la complicidad de la clase política, es decir, del Estado. Del rey abajo todos valen.

Hablemos, pues, de la corrupción de los políticos, prosiguió Jaime tras darle un tiento a la copa. La prevaricación, la malversación, los sobres, los sobornos, el tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, las puertas giratorias. Muy conocido también. Lo que me interesa es el proceso que lleva a un político a dejarse corromper. Primer paso: la corporación, la empresa o la entidad bancaria tientan al representante electo que podría ocuparse de lo suyo con maletines, cuentas en Suiza o jugosas canonjías. Una vez que el implicado está presto al intercambio se suceden tres figuras jurídicas de la conciencia corrupta: la legal, la alegal y la ilegal. En todas, el político se rodea de una corte de abogados de confianza que le asesoran. Es decir, le dicen lo que quiere oír a cambio de un buen precio o de una participación en el premio gordo.

En la legal le aseguran que sus componendas caben dentro de dos estrechas líneas paralelas que delimitan lo que el código penal considera permisible. Adelante con los faroles. Lo cierto es que mientras sean paralelas el embrollo funciona, pero en la primera curva descarrila con estruendo en medio de las portadas de según que prensa.

En la alegal lo persuaden, tras largas deliberaciones en restaurantes de moda y encuentros exclusivos, que el tejemaneje que se trae entre manos permanece en un limbo legal. No hay, según ellos, legislación vigente que lo prohíba y lo que no está prohibido está permitido. Brillante sofisma que no tarda mucho en esfumarse. Las tertulias del bando contrario se frotan las manos por las mañanas temprano.     

En la ilegal, le sugieren que el momio no es del todo transparente y podría haber tropiezos legales. Aunque no hay que preocuparse. El desliz es tan leve que el juicio sería de primero de derecho. Además, al tratarse de alguien tan influyente, es prácticamente intocable. Error de lesa codicia. En la época del periodismo político de investigación el tropiezo se convierte en una caída desde un quinto piso y el desliz en un escándalo que promete una futura serie de varias temporadas.    

Los tres casos suelen acabar igual: un desfile de imputados, investigados, encausados y procesados. Jaime volvió la mirada hacia los recién casados que bailaban felices. La pregunta que nos quema la lengua, dijo, es cuantos se salen con la suya. 

sábado, 6 de abril de 2024

Interrupción voluntaria del embarazo

 

Francia es el primer país del mundo que incluye actualmente el derecho al aborto en su Constitución para que no se promulguen en el futuro leyes que impidan u obstaculicen su pleno ejercicio. La Asamblea Nacional ha inscrito en el artículo 34 de la Constitución el siguiente apartado: La ley determina las condiciones por las cuales se ejerce la libertad garantizada a la mujer de recurrir a una interrupción voluntaria del embarazo.

Los supuestos están recogidos en nuestro país en la ley orgánica 1/2023 de 28 de Febrero: violación (supuesto criminológico), riesgo grave para la salud física o mental de la madre (supuesto terapéutico), malformaciones y patologías genéticas del feto (supuesto eugenésico). En general, es legal la interrupción libre del embarazo hasta la semana catorce de la gestación a partir de los dieciséis años sin que sea obligatoria la autorización parental. Según datos estadísticos de la Dirección General de Salud Pública los motivos más frecuentes que se alegan en el “cuarto supuesto” son las dificultades económicas, la marginación de las madres solteras, la crisis de la pareja, la pérdida del puesto de trabajo, la edad avanzada, la incompatibilidad profesional o diversas disfunciones psicológicas reales o imaginarias. El año pasado se realizaron 98.136 abortos en España, según datos del Registro Estatal de Interrupciones Voluntarias del Embarazo publicado por el Ministerio de Sanidad a finales de septiembre, lo que supone una tasa de 12 mujeres de cada 1.000 entre 15 y 44 años.

La hija de unos vecinos de toda la vida se quedó embarazada antes de cumplir catorce años sin haber terminado cuarto de la ESO. Su novio, mayor de edad, estaba empleado en una superficie comercial. Las circunstancias son de sobra conocidas: dinero fresco, salida a las tantas de una discoteca coladero cargados de copas, aparcamiento del coche en un solitario lugar de las afueras o habitación prestada de un piso de colegas que están en ignorado paradero, la emoción de hacer el amor sin tomar precauciones, aquí te pillo y aquí te mato… En fin, constatar el comentario que hizo aparte a los desolados padres la ginecóloga al comunicarles el embarazo indeseado: una adolescente o una joven entre los catorce y veinte años se queda embarazada con solo mirarla. Este frase me parece más pertinente que los cursos sobre educación sexual que se prodigan en los Centros de Apoyo a la Familia e Institutos de Secundaria. Me lo cuenta una profesora de francés recién jubilada que tuvo que asistir por obligación de tutora a una de estas charlas sobre identidad de género impartida por una jovial pareja que se presentaba como masters en educación sexual. Obviamente hubo que cazar a los alumnos a lazo. Tampoco está claro que no se pida permiso por escrito a los padres para autorizar la asistencia de sus hijos a estas actividades extraescolares. Muchas no son orientativas y “transversales”, como se anuncian, sino ideológicas. Tendenciosas. Crean problemas donde no los hay. Por ejemplo, propician el embarazo no deseado. Atrapados varios grupos de la ESO en la jaula, comenzó la sucesión interminable de presentaciones, imágenes de los genitales y alusiones a zonas erógenas que, según la profesora, nunca había oído. De pronto, el ruido de fondo cósmico del tedio se desgarró por el aullido orgásmico de un alumno de la última fila. Su amiguita del alma, quizás movidos por la charla, se había dedicado a complacerlo desde hacía rato y el final fue un enhiesto surtidor de sombra y sueño que a las estrellas casi alcanza. Por fortuna se impuso la risa inextinguible de los dioses. Mi amiga se troncha cada vez que lo cuenta. Recuerda la palidez mortal de los expertos que antes de salir por la puerta falsa susurraron: libertad a la madrileña. Obviamente la Asociación de Padres de Alumnos (APA) tuvo noticias del caso.  

En la adolescente las consecuencias de dar a luz serán inmediatas: los apoyos incondicionales de los miembros de las asociaciones provida, los fárragos burocráticos de las casas de acogida, las soflamas de los grupos parroquiales; amigos, conocidos y parientes de circunstancias una vez que se produce el parto desaparecen como por ensalmo. Serán los abuelos quienes se ocuparán de criar al nieto sin tener edad ni estar en condiciones de representar el papel de padres. Los verdaderos todavía menos. La condición de madre soltera a esa edad es un estigma social. Los estudios, la socialización y el desarrollo de la educación afectiva se verán alterados y frustrados. Eso sin contar con la impredecible reacción del padre del recién nacido; la norma es que se desentienden del problema; en todo caso conviene obviar las fogosas promesas matrimoniales. En fin, algunas pautas para interrumpir el embarazo como aconsejó la doctora: al no haber violación, hacerlo cuanto antes, físicamente es más fácil y el trauma menor. Además, los cambios físicos y psicológicos que experimenta la mujer encinta serán más leves. Inconveniente: los ginecólogos de la Seguridad Social no practican este tipo de intervenciones. Se suelen acoger en bloque al derecho a la objeción de conciencia (lo cual es otro tema del cual habría mucho que hablar). Aducen, además, que el servicio se sobrecargaría si atendieran los abortos. La misma Sanidad Pública te deriva a ciertas clínicas privadas. Si no te convencen y te lo puedes permitir, coge un vuelo con presupuesto y cita. Allí te encontrarás con un ambiente más normalizado, menos denostado socialmente y no tendrás que sufrir el acoso callejero ilegal de grupos ultras con preces, pancartas y furgonetas del último recurso. Tras la intervención lo mejor es que nadie fuera del círculo íntimo lo sepa. Difícil. Imposible en ciudades de provincias. En todo caso, una vida por delante descarta de raíz las habladurías. Y asunto no concluido, porque un aborto es algo que ninguna mujer, tenga la edad que tenga, podrá olvidar en su vida. Es una tragedia materna que requiere duelo y consuelo. Incluso conviene buscar ayuda profesional para restaurar la confianza entre los padres y la hija y la hija consigo misma. El embarazo se gesta en el cuerpo y en la mente de la mujer. Ambos son suyos, pero también de la vida que lleva dentro, de los que la necesitan, la quieren y la esperan. Algunos desalmados y desalmadas confunden un drama indeleble con una fiesta.