Lo
que tiene auténtico mérito moral, según Kant, no son las acciones que están
dirigidas por la inclinación natural e incuestionable del ser humano a la consecución
de fines o bienes que, en el fondo, pretenden siempre conseguir la felicidad, sino
las acciones que tienen como objetivo el cumplimiento del sentido del deber. Por
más que la mayoría de los hombres, incluso todos, actuaran de acuerdo con las
éticas materiales o felicitarias, desde la Crítica de la razón
práctica resulta imposible aceptar que sean el fundamento último de la
moralidad. Son éticas de circunstancias.
Ejemplos fáciles. Tiene poco o ningún mérito moral devolver el dinero que uno se encuentra y que ha extraviado su propietario anónimo por temor a las consecuencias que tiene incumplir la ley. Pero sí lo tiene cuando se hace por acuerdo de la conciencia moral con su obligación de respetar los bienes ajenos, aunque el castigo por incumplir la ley jamás pudiera alcanzarlo. Tiene un relativo mérito moral no copiar en un examen por el mero temor a ser descubierto y suspender la asignatura. Pero plenamente lo tiene no copiar para evitar el fraude, incluso cuando el profesor te ha dejado a solas en su despacho con los apuntes y lo has visto por la ventana dirigirse a la cafetería de enfrente.
Es imposible, según Kant, encontrar el fundamento de
la moralidad en las éticas materiales: sus normas son imperativos hipotéticos o condicionados;
no son leyes morales universales y necesarias sino normas particulares
y accidentales. Por ejemplo: “Me conviene en este caso (o conviene en general)
cumplir lo acordado porque si no mi credibilidad personal puede disminuir o
desaparecer y eso me perjudicaría en muchos aspectos de la vida, entre otros,
el trabajo”. Tampoco se trata en sentido estricto de decisiones libres por
cuanto la voluntad está sometida a un determinismo causal de carácter
fisiológico, psicológico, sociológico, jurídico, educacional, político o
religioso... que propician el predominio natural de los motivos más fuertes.
En
este punto, Kant se pregunta qué puede ser considerado un bien en sí mismo, es
decir, algo bueno sin limitaciones ni
condiciones. Descarta los fines o bienes últimos de las éticas
materiales puesto que los que parecen incuestionables finalmente no
lo son. Por ejemplo, la autorrealización, el placer, la riqueza, incluso la
buena salud y el conocimiento, entre otros, pueden (suelen) tener usos y abusos
indebidos. Sabemos que alguien puede “realizarse” a costa de perjudicar o
hundir a otros o que un placer puede ser costoso para la salud, el dinero y el
amor. No es preciso insistir en la posibilidad de hacer un uso inmoral de la
fama y la riqueza. Asimismo, la búsqueda de la salvación personal para
un creyente puede ser egoísta e hipócrita y el afán de conocimiento nos puede
apartar de otras dimensiones vitales o a la construcción de tecnologías destructivas.
Kant responde que lo único que puede ser considerado un bien en sí mismo es una buena voluntad, una voluntad cuya intención es impecable, independientemente de los contenidos concretos y las consecuencias de su acción. Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar en nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las costumbres).
Según
Kant, una voluntad es considerada buena sin restricciones por la razón práctica
si decide y actúa exclusivamente por
sentido del deber. La voluntad orienta su acción mediante tres tipos de imperativos
o normas:
Contrarias al deber (“Engaño a mi esposa con otras porque me apetece
divertirme y sólo se vive una vez”).
Conformes al deber (“No engaño a mi esposa con otras porque puede
divorciarse y perjudicar a mis hijos, a mi consideración social y a mi profesión”).
Por sentido del deber (“Soy siempre fiel y leal a mi esposa porque como
persona casada es una obligación sin excepciones”).
En este último caso, cuando la voluntad actúa por imperativos de deber, la voluntad se somete sin condiciones ni limitaciones a una ley moral no por placer o utilidad sino por respeto a la propia ley. Según Kant, solamente estos imperativos tienen valor o mérito moral sin limitaciones. A una buena volunta no le interesa la materia del acto moral, no establece lo que se debe hacer de acuerdo con el contenido empírico y la consecuencias del bien, sino sólo con la forma en que debe actuar. Se trata de una voluntad para la cual lo importante no es lo que se haga o materia del acto moral, sino que lo que se haga sea por acuerdo completo de la voluntad con su sentido del deber o forma de acto moral. Por contraposición a la multiplicidad de éticas materiales (eudemonismo, hedonismo, utilitarismo, altruismo, naturalismo, humanismo, etc.) la ética kantiana es la única ética formal posible.
Una
voluntad que actúa por puro sentido del deber orienta su acción mediante la forma del imperativo categórico, cuya propuesta más general es “Se debe hacer X siempre”. El imperativo categórico es una forma
universal y necesaria, exclusiva y vacía de contenido, aunque admite distintas
formulaciones. Con palabras de Kant: obra según una máxima tal que puedas
querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal. Otra: Obra
de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio. Y una
tercera similar: Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí
misma mediante su máxima como legisladora universal. La utopía de una
república de ciudadanos libres.
De
la forma vacía del imperativo categórico se siguen los múltiples ejemplos de imperativos
de deber que son leyes morales con contenido específico (“se debe respetar
la vida siempre y sin condiciones”, “no se debe jamás engañar a nadie”, “la
verdad debe prevalecer en todos los ámbitos de la vida privada y pública”, “bajo
cualquier circunstancia se deben respetar las ideas ajenas”, etc.).
Una
buena voluntad, en sentido kantiano, es además autónoma y libre. Se considera autónoma
una voluntad que se da su propia norma mediante imperativos categóricos ya que tal decisión procede de su respeto interno a la ley
moral y no de motivos externos
o heterónomos. Una voluntad autónoma es además libre. En las éticas materiales la voluntad está determinada por
la causalidad natural. Actúa movida por motivos externos (como los citados) que
la impulsan necesariamente en una dirección. Por tanto, como
cualquier otro objeto de la naturaleza está sometida al principio de causalidad.
Sólo puede considerarse libre una
voluntad que no actúa por motivos empíricos, sino que es capaz de actuar al
margen, e incluso contra el orden de las causas naturales y darse
a sí misma sus propias leyes. En este sentido se ha hablado de la ética
formal de Kant como una antinaturaleza.
PD.
Kant lo reconoció, por supuesto: la inmensa mayoría de los imperativos
categóricos (por no decir todos) son imperativos hipotéticos encubiertos,
disfrazados. Lo que denominó el ideal de la santidad es, a la vez, el significado
profundo de la moralidad y algo inalcanzable para el ser humano. En fin, la
ética kantiana es una síntesis genial de racionalidad ilustrada y teología protestante.