miércoles, 14 de noviembre de 2018

Música en el tiempo


Narran las crónicas en papel de pergamino que el primer aparato de reproducción de sonidos grabados fue el fonógrafo inventado por Thomas Edison a finales del siglo XIX. El aparato no utilizaba discos sino un cilindro giratorio de cera denominado “registro”. Si la curiosidad les puede, infórmense. La Universidad de California ha digitalizado 10.000 canciones grabadas con este sistema. Lo que se puede encontrar en estos registros de finales del siglo XIX y principios del XX son polkas, valses, jazz y arias de ópera, entre otros géneros más ligeros. Cuando Edison presentó al mundo su invento, la primera pieza interpretada fue “Mary had a little lamb ("María tenía un corderito") el 21 de noviembre de 1877. El sonido se parece más al canto de una chicharra que a una balada campestre.
El fonógrafo quedó obsoleto a partir de 1910 con la aparición del gramófono. No soy tan viejo como para haberlo conocido, con su altavoz monoaural, el disco plano a 75 revoluciones por minuto y puesta en marcha con manivela. Como objeto de adorno lo pueden encontrar a precios asequibles en Internet. ¿Recuerdan el logo de la firma discográfica La voz de su amo con el perrito melómano? Nunca he oído un gramófono en vivo y en directo. Eso sí, he escuchado como todo el mundo sus melodías con ruidos de fritura en las escenas de amor de las películas en blanco y negro con beso del galán en el mentón de la chica. Al final solo se oía el sonido de la aguja girar en el vacío hasta que se acababa la cuerda… mientras nos imaginábamos la escena del sofá.
Los primeros reproductores que forman parte de mi vida fueron los antiguos magnetófonos de bobina abierta que permitían grabar en una cinta plástica todo tipo de sonidos con la ayuda de un micrófono. Se comenzaron a utilizar en los años treinta y se han ido perfeccionando hasta nuestros días. Según dicen, los magnetófonos actuales reproducen con una calidad superior al vinilo. En mi casa había uno de la marca Philips que mis padres allá por los años sesenta utilizaban para grabar música de la radio. Algunas cintas aún  están almacenadas en el baúl de los recuerdos aunque no tengo soporte para escucharlas. Por las etiquetas puedo saber que había grabaciones de copla, zarzuela y algunas piezas sueltas de música clásica. También canciones populares grabadas del programa Peticiones del oyente como El chachachá del tren, A lo loco, a lo loco, Dos gardenias, Se va el caimán, La raspa, Una casita en Canadá, Alma, corazón y vida y Qué será, será… Deduzco que no les interesaba el flamenco ni el jazz ni los géneros pop que estaban surgiendo en esos momentos: rock and roll, rhythm and blues, country y sus intérpretes más sonados: Chuck Berry, Little Richard, Buddy Holly, Jerry Lee Lewis, Fats Domino, Roy Orbison y The Everly Brothers. ROLL OVER BEETHOVEN. Mis vagos recuerdos del magnetofón se asocian a una frondosa maraña de cinta marrón con vida propia surgida de los carretes e imposible de volverla a su estado original… seguido de una bronca monumental y la prohibición terminante de enredar (nunca mejor dicho). La curiosidad mató al gato. Muchos años después me pasó lo mismo con las cintas de las cassettes. Tropezar dos veces en la misma piedra. Al final, tras dos horas de trasteo inútil con el bolígrafo BIC, mano a las tijeras y tajo al nudo gordiano para descubrir el punto exacto en que la razón erró. También asocio el magnetofón a la grabación de mi voz: curioso fenómeno, podía reconocer la voz de los demás pero no la mía. ¡Ese no soy yo decía! Claro que no, respondía mi padre, es una reproducción de tu voz, en versión familiar del conocido cuadro de Magritte, Esto no es una pipa.
Después vino el tocadiscos de maleta destinado originalmente a los discos sencillos de vinilo o singles en formato de dieciocho centímetros y un tema en cada cara. Años más tarde nacieron los long play o discos de larga duración de 30,5 centímetros de diámetro y mayor duración (hasta media hora por cara). Se velocidad de reproducción era normalmente de 33 revoluciones por minuto y fueron los herederos de los antiguos fonógrafos a los que aventajaban en calidad de sonido, reproducción eléctrica y control de volumen. Se comercializaron a partir de 1948. Son coetáneos de los magnetófonos de bobina abierta. El primer tocadiscos de maleta lo trajeron los Reyes para toda la familia. Recuerdo especialmente la canción del tamborilero interpretada por Raphael que yo mismo cantaba con un sentimiento que hacía partirse de risa a las visitas Es imposible enumerar la cantidad de discos que rayé con mi tocata a lo largo de mi adolescencia a pesar de que cambiaba religiosamente la aguja de reproducción cada tres meses (nada baratas por cierto). Estaban de moda los conjuntos de cuatro músicos melenudos: bajo, guitarra de punteo, guitarra de acompañamiento y batería. El mundo se dividía en dos: los que preferían a los Beatles o a los Rolling Stones. Yo era de los segundos antes de la muerte de Brian Jones en circunstancias oscuras. A partir de estos dos modelos se multiplicaron los seguidores, imitadores y fotocopias. Fue un vecino y amigo mío, muy metido en la pomada, quien me inició en la adicción a la música electrónica. Tocaba el bajo en un conjunto local, The Boix, que lanzaba andanadas de decibelios los sábados por la noche en una discoteca. Décadas después, compré casi todos los Cds remasterizados de los Beatles a mis hijos cuando estaban en cuarto de la ESO, pero para mi sorpresa absurda los rechazaron de plano. Mi
primer equipo de alta fidelidad lo tuve a los veinte años. Hasta ese momento no había sentido el más mínimo interés por la música clásica o la ópera; tampoco es que lo haya tenido (o lo tenga ahora). Una forma de engañarme con una imagen narcisista en versión cultureta. Estoy empachado hasta del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Me conformo con poner RNE-CLAS como música de fondo para leer, estudiar idiomas, escribir o dormir la siesta. Practico, por tanto, el relajante escuchar desatento cuyo único inconveniente es que te crea un reflejo pauloviano que te impide realizar tales actividades si no pones la radio. Pienso que la mayoría de los melómanos militantes forma parte de la feria de las vanidades. Lo cierto es que con ocasión del equipo estéreo comenzó otra etapa de mi vida. Pero esa es otra historia.

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