¿Por qué los bombones o las flores
son femeninas y los cables y enchufes masculinos? Desconfío de las burdas
interpretaciones psicoanalíticas que les atribuyen un simbolismo sexual: las
clavijas macho-hembra, los empalmes, las
alargaderas, los polos contrarios, las descargas eléctricas… y otras
vulgaridades.
Cables y enchufes son un arquetipo masculino
porque es un hecho que desde el
paleolítico superior las mujeres se han ocupado de ciertas labores
domésticas, como los vestidos, la
crianza y la preparación de alimentos, mientras los varones se dedicaban a las
tareas de acondicionamiento y reparación de la cueva.
¡A que les suena esta imagen! Un
viernes por la tarde marido y mujer pasean del brazo por una calle comercial del
centro. Viven en un piso adosado de la periferia y han venido a ver tiendas y
cenar. Ella se detiene ante un escaparate de moda; entra decidida, mientras el
marido espera en la calle con cara de palo. A los veinte minutos sale sin haber
comprado nada (algo que al otro le parece inaudito). Unos pasos más allá ocurre
al revés: él se detiene en estado de trance delante de una ferretería, mientras que su mujer le tira
del brazo; la última vez que vio esa expresión en su rostro acabó con la compra
inaplazable de unas tijeras para podar los cinco metros cuadrados del jardín.
Total, doscientos euros.
A veces, el marido vuelve de la compra con una bolsa en cada mano: la derecha con los encargos de la lista; la izquierda repleta de cables y enfuches. Al cabo, el marido sale a hurtadillas del cuarto trastero con un fardo misterioso.
- ¿Dónde vas?, le pregunta su mujer
que pasa por el pasillo.
- No, nada, tengo que
hacer una cosa (mientras huye sin dar explicaciones)...
Pero no engaña a nadie; su mujer
sabe que en cuanto la pierda de vista se dedicará a pelar cables, aparejar
enchufes o ambas cosas. Cuando vuelva de merendar con sus amigas el invento estará listo.
De niño, mi juego favorito consistía
en abrir el coche teledirigido o la máquina del tren eléctrico y sacarle las
tripas para después reconstruirlo cable a cable. Por supuesto, nada volvía a
encajar. Mi madre clamaba al cielo y mi padre aparentaba enojarse (su farsa me
sorprendía). Después se pasaba el fin de semana tratando de reparar el desguace. Curiosamente salía
del despacho con los ojos húmedos y la sonrisa en los labios; y mi paga semanal
no se resentía (paradojas de la vida)…
Durante mi adolescencia me fabricaba
las tardofranquistas radios de galena, que duraban una semana, y altavoces
caseros que se oían peor que los del tocadiscos (compraba los componentes en el almacén de Ángel Colmena,
pescador de truchas y amigo de mi padre), hasta que un día toqué algo que no
debía y me dio tal calambre que no precisé una curva completa de ensayos y
errores para modificar de por vida mi conducta instrumental.
Nunca compré libros del tipo Hágalo usted mismo. Sólo en una ocasión
consulté en la Casa de la Cultura uno sobre "cómo hacer tu propia alarma
personal”. Pensaba instalarla en la puerta de mi habitación (una fantasía
indescifrable entonces y ahora). Pero cuando intenté conseguir los accesorios Colmena me mandó a paseo; comprendí que era mucho más barato comprarla en una tienda de
seguridad (que no había en Cuenca, ¿Existen en alguna parte?). La única alarma que
saltó fue la preocupación de mis padres por mi salud mental cuando se enteraron
del asunto (sin duda me traicionó mi agente comercial). Les dije que sólo era
un juego (más leña a la hoguera). Decidí volver a la tranquilidad de los cables.
Tras el fallecimiento de nuestro
padre, mi hermana hizo algunas reformas en la casa (ahora es suya). Me contó
que cuando llegaron los electricistas se quedaron alucinados del embrollo de
cables y enchufes que había.
- En esta casa vivían -dijeron
cortésmente con los ojos como platos- dos personas que les gustaba la
electricidad. Una sabía y la otra no.
- A mi padre no se le daban bien esas
cosas -informé convencido-.
- Según parece, el experto era él,
matizó mi hermana partida de la risa. Estuve abochornado un mes. Pero lo superé
pronto.
Al casarme volví a las andadas: interruptores
superfluos, enchufes que van al enchufe, ladrones en serie, regletas de diez
entradas y alargaderas de veinte metros (o veinte centímetros). El salón parecía un garaje. Al final
mi mujer explotó:
- ¡Van a salir todos los cables por
la ventana (estuvo a punto de decir: y tú detrás, majadero)! Con el tiempo hemos
hecho obras y se ha ocupado de eliminar cualquier vestigio de mis artes.
Capítulo aparte son los
electrodomésticos. Me refiero a los que fascinan al varón: la televisión, el
video, la grabadora, la cadena musical, el ordenador, la tablet, la cámara
digital, la videoconsola, el libro electrónico o el Iphone (todos unisexo, por supuesto).
Pero la cosa sigue: los aparatos se conectan entre sí. Más clavijas y supletorios. La imaginación al poder, las posibilidades son infinitas. La televisión se conecta a la cadena, el ordenador a la tele, la cámara al ordenador, el Iphone a la videoconsola, la videoconsola a internet. Nuevas masas de cobre detrás de los muebles, debajo del sofá, metidas en canaletas que recorren las paredes como si viviéramos en un submarino.
¿No sería mejor utilizar la imaginación para planificar viajes exóticos, no dar ni golpe en el trabajo o gastarte el dinero en caprichos principescos que no sean aparatos? También para regalarle a tu chica una joya el día de su no cumpleaños, por ejemplo unos pendientes de esmeraldas (me chiflan), ¡no una plancha, idiota!
Afortunadamente, hay que agradecer a
la nueva generación de inalámbricos la disminución del número de divorcios. Por contra, vivimos en un mundo saturado de ondas (WiFi, teléfonos
móviles, auriculares, teclados y ratones, mandos a distancia) que nos
bombardean constantemente sin que se conozcan (o no se quieran decir) sus
efectos nocivos. Aumenta el número de tumores malignos, otra poderosa razón a favor de los cables.
Además, digo yo: ¿Por qué no podemos
disfrutar con lo que nos gusta y ellas sí pueden comprarse todas las cremas que
les da la gana?
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