En el tiempo de la
reproducción técnica y las nuevas tecnologías los soportes superpuestos del
arte se han multiplicado. El libro de Taschen, las imágenes JPG, el disco óptico, el DVD, el ebook, Youtube, la cámara
digital, el ordenador, las tabletas, los smartphones. En todos los
casos la pregunta es la misma: ¿Tales soportes comportan una perspectiva
sumativa, un consumo debilitado o una contemplación frustrante de la obra?
¿Al cambiar de medio pierde la obra su aura, marco e intención o se mantienen, como el colesterol, en niveles aceptables? Eclécticos,
puristas y apocalípticos han dado sus repuestas. Aquí sólo queremos mostrar los trazos gruesos de esta vieja disputa.
Es evidente que los
frescos de la Capilla Sixtina o del Juicio final de Lucas Signorelli en la
Catedral de Orvieto se “ven mejor” en un libro de gran formato o en una página de
Internet con tecnología flash que “en la realidad”. Por no decir las pinturas rupestres de los
abrigos de Albarracín. De mismo modo se “sigue mejor” la ópera Il
Trovatore en una pantalla de alta definición blu-ray que en las sillas de
paraíso con visibilidad reducida del Teatro Real. Por eso compramos libros,
descargamos imágenes o coleccionamos discos ópticos de última
generación. Son medios complementarios, aprobaría un ecléctico razonable. De acuerdo, siempre que se admita que son experiencias totalmente heterogéneas.
Para los amantes de la música culta: Herbert von Karajan realizó cerca de
mil registros con el sello Deutsche Grammophon y vendió más de 300 millones de copias. Un crítico de Der
Spiegel sugirió que el maestro austriaco tomó posesión de la Orquesta
Filarmónica de Berlín como Zeus de Dánae: en forma de lluvia de oro. El
director Zubin Metha dijo de Karajan tras su muerte: Su problema era que no se conformaba sólo con la música. Por el contrario, Sergiu Celebidache, otra leyenda del atril, se negó a realizar grabaciones de sus conciertos porque consideraba que desvirtúan el sentido de la partitura y eliminan los efectos sonoros que se captan en la sala. En sus charlas en la Residencia de
Estudiantes recorría tonante toda la gama de matices que van desde la distorsión
hasta la aberración. Las copias
que hoy circulan de sus conciertos son piratas o comercializadas con la autorización de los herederos. ¿Cuál nos convence más? Se impone un eclecticismo de amplias miras, si tenemos claro que ningún equipo de alta fidelidad suena como una orquesta sinfónica.
Sobre los coleccionistas de imágenes. Son curiosos cuando
menos los sitios web especializados en pintura, algunos de pago: Art Renewal Center, Web
Gallery of Art, La ciudad de la pintura. De un autor, por ejemplo Gauguin o Le douanier Rousseau, la
paleta cambia de modo inconsistente de unos sitios a otros; la gama del mismo cuadro va del rosa al
amarillo como la película de Summers. Es imposible saber cómo es el cuadro
original. Algo parecido ocurre con muchos libros de arte. ¡Si puristas como John Ruskin o Marcel Proust levantaran la cabeza,
sus lamentos se oirían en la Plaza de San Marcos!
Un ejemplo
paradójico: la complejidad argumental de una película de culto como Memento de
Christopher Nolan sólo puede ser descifrada si se ve en DVD con las opciones
(como la acción del film) de parar, volver o repetir. Con el primer pase apenas
te enteras del argumento. Parece pensada para “un consumo mediante técnicas de
reproducción asistida”. La obra no funciona en el medio para el que se creó. Le
pasa lo mismo a un clásico del cine negro de los años cuarenta, El
sueño eterno, dirigida por Howard Hawks, aunque también puede ser por el pésimo doblaje. La otra posibilidad es ir a una filmoteca diez veces
seguidas. El enredo haría las delicias de un apocalíptico como Adorno que, por lo demás, detestaba el cine.
La tesis de un
purista radical: resulta más fácil leer Au bonheur des dames de
Émile Zola en un lector digital con
diccionario táctil que enfrentarnos a pecho descubierto con la edición de
Gallimard y el Petit Robert al lado. Pero la mayoría de las
obras clásicas fueron escritas para libros publicados con los tipos móviles de
la galaxia Gutenberg. Tom Jones, Eugene Oneguin, El
castillo, no pueden ser leídos en ebook sin violentar su
significado cultural y valor estético. El cambio de medio supone la condena de la obra a un
consumo extraño, a la presencia de una nueva forma de alienación
literaria. Aunque, por supuesto, concedería el suspicaz, numerosas producciones son compatibles con el libro electrónico.
¿Es posible contemplar la inmensa arquitectura y el significado teológico de la catedral de Chartres
en un Youtube de la serie Des racines et des ailes? Ciertamente no somos campesinos medievales obligados a medir con la vista las afiladas torres, escuchar el
viento en los arbotantes o palpar los gruesos muros para sentir la emoción religiosa; pero sólo la presencia, la experiencia viva de la peregrinación puede respetar el aura, el marco y la intención de estos bosques de piedra... mantendría un ecléctico sublime y entreverado.
La fotografía
artística de los grandes maestros, Eugene Atget, Ansel Adams, Berenice
Abbott, Edward Weston y tantos otros se hacía con cámara analógica, revelado
tradicional y en blanco y negro. Un apocalíptico renegaría de la fotografía
digital a todo color, con capas, trucos de magia y retoques Photoshop; mientras
que un honrado purista pondría mala cara al procedimiento y entre paréntesis a los resultados.
Ricemos el rizo: Las
Meninas fueron pintadas por Velázquez para ser colocadas en el cuarto de verano
del Real Alcázar de Madrid, un despacho del rey Felipe IV. El cuadro
estaba colgado junto a una puerta, y a la derecha se hallaba un ventanal. Se ha
deducido que el pintor diseñó el cuadro expresamente para dicha ubicación, con
la fuente de luz a la derecha, e incluso se ha especulado con que fuese un
truco visual: como si el salón de Las Meninas pareciese una
prolongación del espacio real del despacho del rey. (…) Cuando el
cuadro fue trasladado al Prado, se colocó en la sala XV, al lado de un ventanal
que le proporcionaba luz natural por la derecha, como en la ubicación original,
efecto que se perdió con su cambio a la sala XII. Velázquez no pintó
su obra maestra para ser expuesta en un museo, ni para ser vista por el gran
público y menos aun en un marco inadecuado. Pero ni siquiera un apocalíptico de salón se
atrevería a despotricar del Prado.
Me dejo otros
soportes en el tintero, por ejemplo la fruición a marchas forzadas de archivos en la nube; mucha gente en el metro pasa imágenes de museo con el servicio de alojamiento Dropbox. O la lectura de comics en tabletas. Las viñetas se ven y se manejan mejor en el ipad que en papel. O la pasión por las plataformas de libre publicación del tipo Lulu, Booktango o Kobo Writing Life que ofrecen al lector las últimas tendencias narrativas o los delirios poéticos de creadores aficionados o profesionales. Y, por fin, la blogosfera, una revolución copernicana en la lectoescritura cuyo alcance todavía desconocemos.
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