Independientemente de las clasificaciones y géneros, toda obra de arte está formada por un conjunto variable de elementos formales, compositivos, simbólicos, narrativos, expresivos, contextuales, entre otros… Es evidente que en las artes auditivas, es decir, en todas las artes asociadas al sonido que utilizan la música y los diferentes géneros musicales (sinfónicos, polifónicos o de cámara), predominan los elementos formales y compositivos, aunque también son relevantes los simbólicos. En el Requiem in D minor, KV 626 de W. A. Mozart todos los elementos simbólicos, internos y externos, giran en torno al tema de la muerte.
La misma misa de Requiem, su sentido litúrgico y religioso, símbolo de la solemnidad de la muerte.
La llegada a la casa del compositor de un carruaje con un extraño mensajero, símbolo del carácter inesperado de la muerte. Según parece, se trataba de un sirviente enmascarado que de modo conciso trasladó a Mozart el encargo de una misa de requiem para una persona distinguida que deseaba permanecer en el anonimato, símbolo del sentido igualador de la muerte.
El comitente había perdido recientemente a una persona muy querida y deseaba recordarla con recogimiento pero con dignidad, a cuyo objeto realizaba el encargo a Mozart, símbolo de la pervivencia tras la muerte. Se trataba del conde von Walsegg quien vio como la parca le arrebataba a su amada esposa en la flor de la vida, símbolo de la injusticia de la muerte.
La confesión de Mozart a su esposa Constanze del íntimo convencimiento de que estaba componiendo una misa de difuntos para su propio funeral, símbolo de la muerte como obsesión insuperable.
El ensimismamiento de Mozart, su diligencia por acabar el réquiem con un interés tan creciente que pasaba las noches y los días componiendo hasta el punto de poner en riesgo su precaria salud, símbolo de la primacía del espíritu sobre el cuerpo.
La muerte de Mozart el 5 de Diciembre de 1791 con sólo treinta y cinco años como consecuencia de una encefalopatía urémica y una anemia, suficientes para justificar la sensación subjetiva de envenenamiento y la patología afectiva bipolar a las que se refiere Constanze, símbolo del triunfo del cuerpo sobre el espíritu.
El funeral, al que solo unos pocos allegados asistieron y el entierro de sus restos en una fosa común (nunca se han recuperado), símbolo de la muerte como anonadamiento y olvido.
El carácter inacabado de la misa, símbolo de la finitud y las limitaciones de la vida humana. Y, sobre todo, la incomparable perfección de las distintas partes del Requiem, su inspiración casi sobrenatural que culmina con los sublimes compases del Lacrimosa dies illa que imitan la respiración de un moribundo, símbolo del triunfo del arte sobre la muerte.
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