Lo que nos muestra una
observación atenta (y limpia) de la vida: las actitudes morales se heredan,
forman parte del temperamento innato, se reciben a través de misteriosos renglones
genéticos. Ser una persona honesta, una buena persona, una buena voluntad, en sentido kantiano es un don, un privilegio accidental,
sobrevenido, inconsciente… y lo contrario una desdicha. La cultura, la
educación, la familia, los usos sociales o la historia quitan o ponen, de acuerdo, pero en el
fondo nada esencial. Ante la barbarie, los altavoces oficiales pregonan a los
cuatro vientos: hay que ser ético en esto, lo otro y lo de más allá, como si
los futboleros violentos, los políticos corruptos, los periodistas mendaces,
los delincuentes sexuales, los malvados en general tuvieran la oportunidad de
cambiar su forma de ser.
Por cierto, no hay nadie que actúe por imperativos morales categóricos (se debe hacer X sin condiciones, por puro acuerdo de la voluntad con su sentido del deber), todos son hipotéticos en mayor o menor grado (se debe hacer X si quieres conseguir Y).
Por cierto, no hay nadie que actúe por imperativos morales categóricos (se debe hacer X sin condiciones, por puro acuerdo de la voluntad con su sentido del deber), todos son hipotéticos en mayor o menor grado (se debe hacer X si quieres conseguir Y).
No creo en la educación en valores. Suena a adoctrinamiento venga de donde
venga. Es incompatible con que el alumno piense con su propia cabeza. Nunca me
gustó que alguien educara a mis hijos en (sus) valores. Prefiero los términos
“enseñar” o “instruir”. “Orientar” también me parece sospechoso de
manipulación. En cualquier caso, un buen profesor educa a sus alumnos de manera implícita, nunca explícita.
Sobre el sobado término “humanismo”: el único humanismo no contaminado, no
ideológico, todavía respetable, es el de aquellos sabios del Renacimiento que
promovieron los Studia humanitatis y
salvaron el legado clásico para la cultura europea.
Hay dos clases de derechos humanos: Los primeros han supuesto una de las mayores conquistas éticas y políticas de la historia. Los segundos, voceados por políticos que no creen en los primeros, son simplemente el aceite lubricante de los grandes negocios del capital industrial y financiero.
Hay dos clases de derechos humanos: Los primeros han supuesto una de las mayores conquistas éticas y políticas de la historia. Los segundos, voceados por políticos que no creen en los primeros, son simplemente el aceite lubricante de los grandes negocios del capital industrial y financiero.
La virtud de una chica es mucho menos importante en Hollywood que su
peinado, decía Marilyn Monroe. ¡Qué actual suena la frase! Aunque entonces todo el mundo callaba ante la infamia. Pero lo que realmente perdió a Marilyn fue el síndrome terminal de
identidad que sufren muchas estrellas de la industria cinematográfica
norteamericana: una mañana se asoman con resaca al espejo y ya no saben quiénes
son ni lo que han hecho. Sin memoria biográfica, incapaces de reinventarse, se
convierten en un montón de circunstancias sueltas sin un yo que les cobije;
son víctimas de un vaciado en el que sólo queda el molde sonriente que aparece
en los carteles. Y sus escándalos sexuales en la prensa.
Una de las justificaciones de la muerte que me resultan más filisteas es la
de aquellos que sentencian que “morir es algo natural”. Yo creo que la única
muerte que nos parece natural es la de los demás (y no de todos). No deberíamos
pensar en nuestra muerte puesto que carecemos de información fiable. La
muerte de cada uno (no la del otro, la que conocemos) es una experiencia única
y “antinatural”. Cada cual, a solas consigo mismo, conocerá (si es que los
conoce) los pormenores de su postrera hora. Ese acontecimiento final es algo que está reservado a un solo espectador: Tu muerte es tuya, del soneto de Agustín García Calvo.
Un argumento a favor de los contrarios y en contra del diálogo como bálsamo
de Fierabrás: “Las palabras significan -decía Lewis Carroll, el de Alicia- lo
que nosotros decidamos que signifiquen”. Un privilegio y una condena. En cuestiones éticas, políticas (el ejemplo lo tenemos cerca) o religiosas lo normal es la discrepancia insalvable. La ética dialógica o del discurso es un mero ideal académico.
Hay innumerables defensores de la “descarga libre de contenidos en
la red”, o sea, de piratear música, cine, libros imágenes... Por el tono
general (“acceso libre a la cultura”, “educación popular”, etc.) sus argumentos parecen progresistas en lo ético y de izquierdas en lo político.
Aportan a su favor que muchos autores están de acuerdo con esta
“nueva forma de entender el mundo", aunque no los citan; quizás se ganen la vida de otro modo; o tienen tanto dinero que les da igual (aunque el dinero nunca es suficiente). Otro argumento es que “es imposible poner puertas al
campo”, en mi opinión todavía más sesgado. Robar es robar, en el mundo real y
en el virtual.
Una relectura: la estupenda novela
de Sacher Masoch La Venus de las pieles (¡vaya título erótico!) es sexo literario, no es más pero tampoco menos. El
sexo de verdad no es cosa de grandes palabras: o no se habla o se dicen
ternezas o, sobre todo, ordinarieces (o las tres cosas).
Jaime, mi colega de
mesa en la clase de francés, a la mínima echa sapos y culebras del capitalismo.
Antisistema puro. Esta mañana en el examen oral a dos, para facilitarle las
cosas le pregunté en gabacho del fácil: ¿Te gusta el capitalismo? Por supuesto, contestó en un ataque de sinceridad, como a todo el mundo, lo
que pasa es que estoy en el sitio equivocado: trabajador, español, joven y en
paro.
Decía mi mejor profesor
de la facultad: ¿ Gente
decente?, búscala entre aquella que ha sido excluida de la capacidad ilimitada de desear.
“¡No hablo más que de
cambiar el mundo y soy incapaz de cambiarme a mí mismo!” Se recriminaba,
achispado y teatrero, el estudiante de filosofía en el bar de la facultad… Puesto que no podemos cambiar el mundo, cambiemos de conversación, le dijo
ella (otro “idiota interesante” incapaz de echar un buen polvo: un buen ejemplo de
cambiar el mundo y de cambiarte a ti, pensó).
Si a los cazadores les gusta disparar con
armas de fuego a los animales y a los pescadores sacarlos del agua con ganchos
de acero, vale que lo digan y punto. Incluso les aguantamos que nos larguen el
rollo de los instintos atávicos desarrollados durante la hominización y bla,
bla, bla. Pero lo que no soporto es que los caza-pescadores pretendan
convencernos de que son ecologistas a tope, hooligans
de la fauna y protectores incondicionales de la naturaleza. ¡Al carajo!
-¿Es usted feliz?
-Todavía no he caído tan bajo.
Baudelaire
Baudelaire
Buda: El amor al silencio es el único camino que despierta la conciencia.
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