Los comics de Guy Delisle
Decididamente, el comic se ama o se ignora, no hay término medio. Hay quienes lo descubren de mayores pero normalmente la pasión se fragua de niño. Con los primeros tebeos aprendemos el ritmo de las tiras: plano general, palabras del globo, vistazo a los monos y vuelta a empezar. Unidad de forma y contenido.
Uno de mis autores favoritos es el canadiense Guy Delisle (1966), un ejemplo más de la incomparable tradición francófona en el campo de les bandes dessinées. Ya lo comenté en otro lugar. Admiro de Guy Delisle tres publicaciones: Pyongyang (2003), Chroniques birmanes (2008) y Chroniques de Jérusalem (2011). Los personajes que dan continuidad a estas historias (“historietas”, como se dice del comic de mamporro y tentetieso) son, además de él, Nadège, su compañera, miembro de Médicos sin Fronteras, y sus dos hijos pequeños, Alice y Louis. Nadège siempre permanece en un discreto segundo plano, aunque se nota su importancia institucional; aparecen más los hijos, unos encantadores niños normales, y ocupa el centro del comic Guy, su yo dibujado, cuyos rasgos, pese al esquematismo gráfico, son asombrosamente parecidos a los de las fotos… por más que haya declarado en sus entrevistas que no se trata exactamente de un sí mismo; es más, aclara que al principio su doble pintado le resultaba bastante raro y que se trata simplemente de un personaje que le va bien para contar sus experiencias.
El Delisle del comic es un entrañable compañero de viaje, un espectador divertido que observa y participa sin interferir en el entorno. Desde la primera página se produce un afanoso intento de inmersión cultural propiciado por la situación del dibujante en su crónica: su mujer es la que trabaja y él se ocupa de buscar casa, cuidar a los niños, comprar un coche, ir al súper, entenderse con los vecinos o el personal de servicio, unos inefables nativos cuyos hábitos son una fuente inagotable de gozos y desdichas.
Dispone de un año para solucionar el crucigrama de la nueva cultura. A lo largo de las crónicas conocemos a un Delisle con muchos registros. A veces nos recuerda el trabajo de campo del antropólogo que descubre los puntos de vista emic y etic de la aldea. En otras es el periodista que reescribe de primera mano los marcos sociales o los acontecimientos que el lector ya conoce. En ocasiones, el yo del comic se convierte en actor de la intrahistoria, hundido sin distancia brechtiana en los sucesos del país. Por último, es alguien que cuenta sus impresiones biográficas en distendidos monólogos, empujando al atardecer el cochecito de su hijo con un helado de pistacho en la mano. En todos los casos utiliza un suave tono irónico, un admirable sentido del humor, una mirada comprensiva, cordial, contenida. No hay opiniones radicales como las de Joe Sacco. Guy el turista curioso, un perspicaz contrapunto del totalitarismo.
Sus crónicas se inscriben en la tradición ilustrada de los libros de viajes del tipo “Delisle en el país de los coreanos, birmanos o palestinos”. Veo mi trabajo como cartas en las que explico mis experiencias en el extranjero, lo que he visto. Aparece entonces la crítica a las costumbres de países exóticos, la planificación urbanística, las prácticas religiosas o las formas de gobierno. Aunque evita el etnocentrismo, se estremece con las duras condiciones de vida de las dictaduras militares de Corea o Birmania para las que el miedo es la gran ventaja económica. También en Jerusalén: Israel es una democracia para los judíos pero una autocracia para los palestinos. Delisle es un europeo tolerante en sitios donde los derechos humanos se consideran una invención nada universal de los países ricos.
Acompaña a su mujer a las fiestas de expatriados que colaboran en las ONG o forman parte del personal diplomático. También van juntos a los lugares más típicos o a los rincones más bellos. Rara vez la acompaña a sus misiones oficiales (aunque se muere por ir) porque no forma parte del personal de MSF, no tiene los permisos en regla y los controles son numerosos y exhaustivos. Cuando se queda solo se dedica a recorrer en bicicleta los centros urbanos, los barrios pobres vigilados por la policía y las zonas residenciales protegidas por el ejército. Instalado en la sana perplejidad, pregunta al nativo, se informa en la oficina siniestra, busca en los bares, come platos atroces, acude a las fiestas populares; incluso participa en sesiones locales de iniciación. En general, evita cualquier roce con el aparato represivo, el cual a su vez lo ignora. Por cierto, sorprende, a pesar de las trabas de los gobiernos, la influencia de Médicos sin Fronteras.
Cuando puede (o le dejan) toma notas, hace esbozos y fotos. Aunque, según dice, su verdadera compañera de viaje es la memoria, un rincón a salvo de la censura. En casa ordena los materiales, los estudia, pero da la impresión de que los termina cuando vuelve a París. Animador y dibujante famoso, organiza cursos gratuitos para sus colegas autóctonos. Otra fuente de placeres y sorpresas. Al finalizar su estancia, durante el último mes, en las últimas páginas, Delisle nunca expresa un sentimiento nostálgico por lo que deja atrás. Al revés, a lo largo del relato crece una niebla cada vez más densa, palpable, que envuelve a las gentes y lugares: primero un horizonte de ansiedad, de opresión después, y al final de oprobio. Nunca más regresaré a los países de mis comics, ha repetido Delisle.
Por cierto, tiene un estupendo blog.
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