martes, 11 de octubre de 2022

Trampas en el ajedrez

 

Desde pequeño me ha interesado el ajedrez. Hace años escribí una entrada sobre mi temprana afición al juego de los escaques. Su origen es todavía un misterio; circulan diversas leyendas, aunque la versión más fiable es que proviene de Oriente, probablemente de Persia hacia el siglo III a.C. Lo considero una de las diez maravillas del mundo. Es una síntesis perfecta de las mejores tradiciones culturales de todos los tiempos: la competición, la ciencia y el arte.

Hace océanos de tiempo compraba libros y reproducía las partidas en el precioso ajedrez Staunton que me regaló mi abuelo (y todavía conservo a salvo de mis nietos). Suelo seguir sin grandes pretensiones las partidas que comenta Leontxo García en El País digital en su sección El rincón de los inmortales. También procuro asistir e incluso participar en las sesiones de partidas simultáneas que organiza en el Club de Campo el gran maestro Pablo San Segundo. Este año nos ha visitado El Rey Enigma, un curioso personaje disfrazado de tablero blanquiazul que viaja por doquier para organizar partidas con los aficionados que quieran retarlo. Ninguno de las veinticinco oponentes de todas las edades conseguimos siquiera unas míseras tablas, por lo que el premio de 300 euros quedó desierto.

En todos los deportes profesionales se practica el juego sucio. También en ajedrez. Las malas prácticas dentro y fuera del tablero vienen de lejos. La más sencilla es dejarse ganar. Imagino que lo más prudente era no darle jaque mate al rey persa Ciro el Grande si no querías caer en desgracia o algo peor. Otra es hacer burdas trampas. Recuerdo que jugaba de niño con un tío soltero que venía con frecuencia a casa de mis padres. Era un aceptable ajedrecista de casino. En cuanto se daba media vuelta uno de sus caballos negros volaba del tablero. No se inmutaba. Cuando repetía el invento y le quitaba un alfil, me decía tranquilamente: creo que me has comido el alfil de casillas blancas sin darte cuenta… Al final, cuando con dos piezas menos me tenía acorralado, se levantaba, sacaba la petaca, liaba un cigarro y concluía: lo más justo son las tablas; has mejorado mucho desde la última vez (será como tramposo, pensaba yo).      

Es conocida la infiltración de analistas espías en el equipo de aspirantes al torneo de candidatos al título mundial. Arturo Pérez Reverte lo narra en su divertida novela El tango de la guardia vieja. En este caso se trata de una joven gran maestra con pretensiones, novia del aspirante, que pasa información a los rusos.

En la final por el título mundial celebrada en Reikiavik (Islandia) en 1972, entre el norteamericano Bobby Fischer y el ruso Boris Spasski, defensor del título, pasó de todo. Para empezar, se celebró en plena Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, con el consiguiente traslado de la tensión política a la deportiva. La URSS extrapolaba su supremacía en el tablero a su hegemonía mundial en un alarde de simbolismo socialista. Parte de los problemas se debieron al carácter conflictivo y ególatra del aspirante. Sus caprichos, desplantes y constantes condiciones descolocaron a Spasski a pesar del séquito de veinte personas que lo asesoraban. Bobby rechazó la habitación de su hotel y exigió trasladarse a un lugar fuera de la ciudad, exigió cambiar la iluminación de la sala de juego y protestó por lo poco espaciosa que era (después se quejaría de que había mucha gente), también por la mala calidad del mobiliario; les recriminó a los organizadores la cercanía del público; reclamó que se prohibiera entrar a menores de 10 años, pidió que se examinara al público y se requisaran las golosinas envueltas en papel de celofán porque hacían ruido al desenvolverse, despotricó por los incómodos relojes de la mesa y el orden de ingreso en la sala de jugadores. Lo que no le impidió llegar siete minutos tarde a la primera partida. A la segunda no se presentó por la presencia de la televisión. Insufrible. Spasski cedió en todo y se comportó como un caballero. Al final perdió el título ante el inmenso talento del gran maestro norteamericano, primus inter pares, posiblemente el más grande entre los grandes, incluido José Raúl Capablanca. Después renunció a defender el título y desapareció en la nada.

El enfrentamiento en 1978 por el título mundial en Baguio (Filipinas) entre Anatoli Karpov, representante oficial del Estado soviético, y Viktor Korchnoi, la antítesis de los valores del partido y el primer gran maestro soviético que desertó en 1976 fue un circo. Primero la guerra de las banderas. Pronto, la delegación de Korchnoi se quejó de un yogur de arándanos que se entregó a Karpov durante la primera partida porque podía contener información en clave. Korchnoi se calaba unas gafas de sol reflectantes mientras le tocaba jugar a su rival. Se analizaron las sillas de ambos contendientes con rayos X. No se daban la mano. El equipo de Karpov fue más allá al incluir un "parapsicólogo", el Dr. Zukhar, presente en la sala de juego para hipnotizar a Korchnoi e interferir en sus decisiones. Korchnoi aceptó “la ayuda” de una secta llamada Ananda Marga que creía en las influencias telepáticas: se presentaron en la sala varios extraños personajes con túnicas de color azafrán y miradas penetrantes. El enfrentamiento concluyó con la ajustada victoria de Anatoly Karpov y fue descrito como "una experiencia surrealista" por el Gran Maestro inglés Michael Stean, primer analista de Korchnoi.

Hace doscientos cincuenta años un autómata llamado El Turco construido por Wolfgang von Kempelen en 1769, era capaz de vencer a adversarios de todos los niveles. La máquina asombró a las capitales de toda Europa y el inventor del ingenio se hizo de rico y famoso.

Tenía la forma de una cabina de madera de 1.20 cm × 60 cm × 90 cm, con un maniquí vestido con túnica y turbante sentado. La cabina tenía puertas que una vez abiertas mostraban un mecanismo de relojería y cuando se hallaba activado era capaz de jugar una partida de ajedrez contra cualquier rival a un alto nivel. En realidad, la cabina era una ilusión óptica bien planteada que permitía a un maestro del ajedrez de baja estatura esconderse en su interior y operar el maniquí gracias a que sus ojos enviaban al maestro del ajedrez las posiciones de las piezas del tablero por medio de espejos.

Fulminó en una célebre partida al mismísimo Napoleón Bonaparte en 24 movimientos con el consiguiente manotazo imperial a las piezas. Pero hubo que esperar hasta 1997 para que la supercomputadora Deep Blue diseñada por IBM para jugar al ajedrez derrotase al entonces campeón del mundo Gary Kaspárov, aunque el jugador ruso planteó ciertas dudas sobre la posible intervención humana en el desarrollo de las partidas para que la máquina jugara mejor de lo que sería capaz de hacerlo por sí sola. Las dudas nunca quedaron resueltas. Kaparov exigió la publicación de los registros de los procesos de Deep Blue. IBM se comprometió a hacerlo, pero nunca los entregó. En el fondo es lo mismo que El Turco.

La capacidad de las máquinas para procesar información, los cálculos a prueba de errores, el almacenaje ilimitado de información en su memoria y la ausencia de emociones hacen que nuestros amigos inhumanos, como dice Leontxo García, sean prácticamente imbatibles. En consecuencia, el fraude en el ajedrez actual consiste es utilizar a los inhumanos como medios infalibles para fines inconfesables. El escándalo estalló hace unos meses cuando Magnus Carlsen, campeón del mundo cinco veces consecutivas y el jugador con mayor ELO de la historia decidió retirarse de la Sinquefield Cup de San Luis tras perder con el americano Hans Niemann y acusarle de hacer trampas durante la partida… sin aportar pruebas concretas. Surgieron entonces las hipótesis más pintorescas; la más sonada es que Niemann llevaba insertadas unas bolas anales vibratorias de fabricación china, indetectables para los controles habituales de los torneos. Su cómplice computarizado le transmitía mediante pulsos las jugadas precisas. Niemann reconoció que cuando tenía doce años había hecho trampas en partidas on line; los expertos del principal portal ajedrecístico, Chess.com, han analizado las partidas de Niemann y han constatado en un informe de 72 páginas que sus movimientos serían en demasiados casos los mismos que haría una computadora. Se afirma que probablemente recibió ayuda ilegal en más de 100 partidas on line hasta 2020. Por otra parte, su irresistible ascensión en poco tiempo (se convirtió en gran maestro a la edad de 17 años) es un caso bastante raro por no decir sospechoso. Por supuesto, el presunto tramposo lo niega todo y sigue ganando partidas en el arranque del Campeonato de Estados Unidos 2022 donde participa junto a otros 13 ajedrecistas. La Federación Internacional de Ajedrez tiene un buen marrón entre manos. Por este caso y porque los tramposos suelen ir por delante de los sistemas de vigilancia y control.

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