Estamos
rodeados de filosofía por los cuatro costados por más que esté cuestionada por la
pregunta permanente de para qué sirve. Este acoso es el motivo
más fuerte para insistir con empeño en la enseñanza de la filosofía tanto académica
como mundana. En cierto que el formato disciplinar de las pruebas de acceso a
la universidad supone una cierta limitación para este enfoque holístico. Nada
que objetar. Por suerte la mayoría de los alumnos escoge la opción de Historia
de España lo que concede al profesor un valioso margen para que, sin
descuidar el programa oficial, intente una visión más integradora y divergente.
Por ejemplo, la Lógica, esa parte de la filosofía que
se puso de moda en muchas facultades españolas durante los años setenta por
influencia anglosajona, es una referencia didáctica y
un modelo comparativo para entender la antipolítica que actualmente
nos envuelve. Lo intentamos.
La
tradicional definición aristotélica del hombre como “animal racional” (zoon
logikon) no es del todo precisa; debería traducirse más bien como “animal
dotado de la facultad de la palabra”. Y quien tiene tal facultad puede
utilizarla de un modo racional o irracional. Aristóteles trató de enseñarnos los
diferentes modos de utilizarla correctamente. Llamó Organon a
los tratados de Lógica y consideró que la silogística era el
instrumento propio del razonamiento formalmente válido. En un silogismo, si el contenido empírico de las premisas es verdadero, la
conclusión, el juicio, lo será necesariamente. Del juicio o proposición, pasamos
al argumento y del argumento a la tesis o propuesta (detesto la manida palabra “relato”).
Pero en la antipolítica las premisas del silogismo están
contaminadas: su punto de partida no son hechos verificados, sino interpretaciones
incompatibles con los hechos o farsas prefabricadas de los hechos. En la
antipolítica el lema festivo y creador de la imaginación al poder se
ha convertido en su perverso contrario.
La
consecuencia de esta degeneración del razonamiento deductivo supone la quiebra
de los tres grandes principios de la Lógica formal: identidad, contradicción y tercero
excluido.
Del principio de identidad, en cuanto los mismos hechos, exactos e iguales, pierden su carácter unívoco y se desvanecen en una gama de grises en la palabra intempestiva de nuestros representantes electos. El Parlamento se convierte en una Torre de Babel ingobernable, en un conjunto de lenguajes privados donde cada concepto se asocia según la bancada a uno o más anticonceptos, como en la física de partículas. No hay que olvidar que la Torre, un desafío irracional al Logos supremo, acabó, según algunas exégesis bíblicas, por ser quemada, tragada por la tierra y arruinada por el tiempo.
Sus
señorías tampoco se atienen el principio de contradicción. Pueden defender a
corto plazo una posición o la contraria según los intereses circunstanciales de
cada partido. Es legítimo pactar con los irreconciliables o defenestrar al
primero de la lista porque ha dicho la verdad; o pasar del duelo a garrotazos
al abrazo de Vergara en función de las encuestas internas o de un puñado de
votos. Lo cierto es que de una contradicción se sigue cualquier cosa. Así nos
va.
El
principio del tercero excluido afirma que una proposición sólo puede ser o
verdadera o falsa y no cabe otra. Pero para los partidarios de la antipolítica
existe un inagotable repertorio de verdades intermedias o medias verdades según
una lógica polivalente que busca la eliminación del contrario. Lo característico
de los llamados “hechos alternativos”, según la lógica, es que tienen múltiples
sentidos y la misma referencia.
No
menos frecuentes son las falacias en que incurren sus señorías sin empacho ni sonrojo.
En Tópicos y Refutaciones sofísticas, otros escritos del Organon,
Aristóteles clasificó y analizó estos falsos silogismos. Aquí explicamos
las falacias más esgrimidas en las cámaras desde la lógica actual. Seguramente
las reconocen. Además pueden ponerles nombres y apellidos.
Falacia ad
hominem: En lugar de analizar una idea
y criticar las razones que la sostienen, la consideramos falsa tras
desautorizar, desprestigiar y ningunear a la persona que la propone.
Falacia tu quoque (tú también, o tú más): Es
una variante de la anterior. Se alega que una crítica o una objeción se aplican
igual o más a la persona que la defiende para descartarla sin entrar en la cosa
misma.
Falacia ad
verecundiam: Una tesis o idea es
verdadera por la supuesta autoridad intelectual, política, moral o religiosa de
quien la mantiene.
Falacia ad
baculum: La aceptación de una propuesta
no se debe a las razones que la sustentan sino a las amenazas explícitas o
implícitas que se presentan como razones incontestables.
Falacia ex
populo: Se defiende una propuesta tras
aducir que por unanimidad o mayoría imaginarias todo el mundo está de acuerdo y,
por tanto, hay que aceptarla sin discusión.
Falacia de la ambigüedad: El uso en una argumentación de
términos poco rigurosos semánticamente proporcionan un margen de maniobra tan
amplio que nos permiten sostener cualquier cosa.
Falacia de la generalización precipitada. La cometemos cuando
a partir de unos datos claramente incompletos establecemos un estereotipo o una
generalización que damos por buena.
Falacia
de los términos aseguradores. Son expresiones cuya intención dialógica es
presentar una idea como cierta e indudable para evitar así la controversia mediante
un falso escudo de seguridad y certidumbre.
Falacia de los términos sesgados: Algunas palabras y expresiones incorporan connotaciones positivas o negativas. Creencias religiosas y morales, dogmas ideológicos, prejuicios raciales o sexuales, tópicos sociales... están cargados de un significado bipolar (peyorativo-apreciativo) que infecta el argumento de un modo irreparable.
P.D. 1 Definición del demagogo populista o manipulador de la palabra: el político que larga rollos sectarios que sabe que son mentira a un público que sabe que es idiota. El parlamento que debería ser un lugar para resolver problemas con la eficacia del señor Lobo se ha convertido en un corralito de apuestas con gallos de afilados espolones y diputados lenguaraces. Es evidente que no hemos superado los impulsos fratricidas de la Guerra Civil. Los franceses estallan periódicamente en convulsos conflictos y callejones sin salida, pero al final salen juntos bandera en mano cantando La Marsellesa en los Campos Elíseos.
P.D. 2 Es imprescindible una reflexión a fondo sobre el concepto de
patriotismo.
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