sábado, 16 de abril de 2011

Satán, héroe romántico


La realidad del infierno y la figura de Satán, el ángel caído, señor de las sombras, funesto hacedor de todos los males… es sin duda, uno de los temas más sugestivos y recurrentes de la pintura romántica. 

Pandemónium, obra maestra del “romanticismo negro”, es un lienzo del pintor inglés John Martin (1789-1854) inspirado en un pasaje de la primera parte de El paraíso perdido de Milton que representa el momento indescriptible del ascenso del palacio de Satanás desde las profundidades del infierno .

Mientras tanto los alados heraldos,
por mandato del poder soberano,
con un ceremonial aparatoso
y al son de las trompetas proclamaban
por todo aquel ejército un consejo
solemne en Pandemonio, el capitolio
supremo de Satán y de sus pares.
Los bandos reclamaban los mejores,
por rango o elección, de cada grupo
y regimiento en formación: al punto
vinieron en tropel acompañados
de cientos y de miles…


El cuadro tiene una suave perspectiva diagonal y muestra un imponente complejo arquitectónico que se extiende a lo largo de un río de fuego. Su solida estructura recuerda los edificios administrativos de un Estado totalitario. El cielo eternamente oscuro, los resplandores de una plasticidad sonora, el centinela imperial en actitud de saludo, las luces de las arcadas inferiores que semejan ardientes ojos…
A las puertas de la fortaleza se extienden las legiones de Satán, los ángeles caídos convocados al cónclave supremo por el príncipe de las tinieblas, cuya decisión irrenunciable será enfrentarse a su creador en un postrero intento por recuperar la grandeza perdida.
Acaso el mayor acierto de Martin sea la apelación directa a la facultad evocadora de la imaginación para completar el misterio tremendo que nos presenta la pintura… La visión de la fachada principal nos traslada de inmediato a su distribución interior, sus estancias de un lujo indescifrable, sus oscuros salones, los repletos anaqueles de la biblioteca, sus títulos impensables, el comedor de Lucifer o las siniestras mazmorras de los condenados.
Comparado con Pandemónium, el castillo transilvano del conde Drácula es la mansión decadente de un servidor del ángel caído, un lugar abandonado de la mano de Dios, con sus habitaciones en ruinas pobladas de telarañas espesas y cadenas oxidadas que rechinan al mover el puente levadizo; tan solo un lugar frecuentado por las ratas y los lobos… Asimismo, es un precedente de la torre de Sauron, el señor oscuro que acecha con su ojo a las razas de la Tierra Media desde el Monte del Destino, del popular libro de Tolkien El señor de los anillos.

Sin embargo los moradores de Pandemónium, en la tradición de la pintura romántica, no son siempre demonios polimorfos y bestiales surgidos del Apocalipsis de San Juan y de los delirantes bestiarios medievales. Tampoco representan los demonios animalizados y deformes que pueblan los lienzos del Juicio Universal de maestros como Hans Memling, Fra Angelico o El Bosco.  
William Blake (1757-1827) los representó en sus cuadros de un modo radicalmente distinto. En sus visiones místicas, los ángeles del infierno son plasmados como criaturas esbeltas, de unas proporciones perfectas, de rostros bellos y agraciados. Se ha dicho con razón que Blake se inspiró en los desnudos de Miguel Ángel y su obsesión por la perfección corporal. En el cuadro titulado Satan going forth from the presence of the Lord (c. 1805-06), como en otros muchos de tema similar, el ángel caído es la criatura más hermosa entre la legión de almas perdidas que le siguen al abismo.

 
Blake, en su libro El matrimonio del cielo y el infierno (1790), expresa con lucidez profética la síntesis necesaria entre el bien y el mal:

VISIÓN MEMORABLE
Mientras paseaba entre las llamas del infierno y me deleitaba con los goces del genio que a los ángeles parecen tormento y locura, recogí algunos de sus proverbios, pensando que, así como los dichos de un pueblo llevan el sello de su carácter, los proverbios del Infierno muestran la naturaleza de la Sabiduría Infernal mejor que cualquier descripción de edificios o vestiduras.
Al regresar a mi casa, sobre el abismo de los cinco sentidos, allá donde un despeñadero de liso muro se desploma sobre el presente mundo, vi, envuelto en negras nubes, un poderoso Demonio que aleteaba contra los lados de la roca; con llamas corrosivas escribió la sentencia siguiente, comprendida por el cerebro de los hombres y leída por ellos en la Tierra:
¿No queréis comprender que cada pájaro que hiende lo aires es un mundo inmenso de delicias cerrado para tus cinco sentidos?
 
En esta obra imprescindible denuncia las toscas mentiras de la cosmovisión religiosa; entre otras, la separación entre el cuerpo y el alma (los cinco sentidos son las antenas del alma), la razón y la vida (la razón no es más que el confín o circunferencia exterior de la energía); la realidad y el deseo (reprimen el deseo sólo quienes lo tienen tan débil como para poderlo ahogar), y finalmente, entre Dios y Satán. Según Blake, sin la armonía o unidad de los contrarios no se revela la verdad: Atracción y Repulsión, Razón y Energía, Amor y Odio, son necesarios al cosmos y al hombre. De la revelación de los seis conflictos emana lo que la religión llama el Bien y el Mal. El Bien es la pasividad que obedece a la Razón, el Mal es la actividad que nace de la Energía. La conciliación de estos dualismos simboliza la unidad de Dios y Satán, síntesis última de la totalidad de lo real, superior a la misma existencia del Ser Supremo y más allá de la cual nada es pensable. No se trata de dos principios antagónicos, en sentido maniqueo, sino de un principio único que se manifiesta eternamente de dos formas: es el mismo absoluto nombrado por dos esencias complementarias. El Pandemonium de Martin es una metáfora de la colosal confrontación de la que surgió la ley suprema del universo: la identidad de los contrarios.

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