Los conocí hace años en mi piso en el barrio de Chamberí. Goyo y Sergio
eran vecinos de planta. Llegaron en agosto y tras una mudanza que me perdí
porque estábamos de vacaciones en un pueblo de Cádiz se instalaron puerta con
puerta. Tienen nuevos vecinos, me comentó Antonio, conserje y pregonero de la
comunidad. Son jóvenes y algo raritos, ya sabe, e hizo un gesto amanerado con
las manos.
Pensé que necesariamente mejorarían a mis vecinos anteriores, un
matrimonio que salía a bronca diaria con megafonía, churumbeles que movían los
muebles a la hora de la siesta, jugaban al frontón en el tabique compartido y tenían
un caniche enano que no sabía quedarse solo y ladraba y gemía hasta que caía
exhausto, supongo, en la cama de sus dueños.
A los dos días de volver de vacaciones Goyo y Sergio llamaron al
timbre y se presentaron.
- Somos los nuevos vecinos. Sergio, mi pareja, es periodista y yo
profesor (¡crece el lobbie gay en el gremio, pensé!). Para cualquier cosa
podéis contar con nosotros. Seguro que a tu señora le gusta este pequeño detalle:
y puso en mis manos un paquete envuelto que resultó ser una caja de bombones
Godiva.
- Muchas gracias y encantado de conoceros, balbuceé algo descolocado
por su cortesía. Ahora mismo estoy solo. ¿Os apetece pasar y tomar una copa?
(no sabía qué decir). Rehusaron amablemente y se despidieron. Un buen comienzo.
Pronto corrió la voz en la comunidad; aunque cada vez que un
cretino me venía con el cuento de que mis vecinos perdían aceite y que pegaba
el trasero a la pared del ascensor cuando coincidía con alguno, siempre le
contestaba lo mismo: me llevo muy bien con ellos, son buena gente y, sobre todo
educados (haciendo hincapié en el adjetivo); ¿te han molestado alguna vez?, con lo cual yo les parecía más raro todavía. Las señoras eran más discretas,
sobre todo las jóvenes. ¿Será verdad que les encanta tener amigos homosexuales?
Con el tiempo se impuso el sentido común de la convivencia y la mayoría se
desprendió al menos del barniz de sus ídolos baconianos de la caverna, o sea,
de sus prejuicios ancestrales.
Les devolvimos la visita con un pequeño obsequio, una maceta de
cerámica con planta de interior. Me sorprendió el desorden de las habitaciones.
Sin motivo porque el desorden carece de referencia sexual. Nos tomamos con ellos unas cuantas cañas en
los bares del barrio. Les gustaba la cocina cosmopolita, restaurantes marroquíes,
tailandeses, japoneses, mexicanos... Compartimos mesa y mantel algunos fines de
semana. Incluso asistimos a su boda en la Casa de la Panadería en la Plaza
Mayor de Madrid. Las bodas homo duran el triple que las hetero. Hubo
interminables discursos de casi todos los invitados y se leyeron un sinfín de epitalamios. Fue gloriosa la salida de los novios entre pétalos de rosa
y rociada de arroz vestidos con trajes blancos y pajarita hasta un reluciente
Citroën de época con chófer que les esperaba en la puerta para llevarlos a
Barajas y volar a la isla griega de Mykonos. Al revés que la norma, decidieron
celebrar el enlace a su regreso sólo con un grupo reducido de los íntimos. Nada
de contribuir al creciente negocio de los convites de boda.
Admitían que los gays masculinos son una subcultura con
unos marcados rasgos diferenciales: gastronómicos (comida queer; las afirmaciones
del libro de Simon Doonan Los gays no engordan son divertidas pero
falsas), informáticos (prefieren los ordenadores Mac de Apple, una marca cool),
sexuales (según ellos, sólo la mitad de los varones practica la penetración
anal), muebles (les encantan los lacados, los biombos y las mesas pink
market), la ropa de diseño trendy con simbología propia o los
gimnasios fitness para repulir el tipo y lucir las prendas de moda (no
siempre ceñidas).
En otra ocasión charlamos sobre del día del orgullo gay. Les dije
que nunca había ido a verlo pero que me hacía una idea por los videos en las
redes sociales y los documentales. Ellos habían estado el año pasado. Opiniones
hay para los colores de la bandera arcoíris, dijeron, pero que a ellos,
excepto las reivindicaciones en defensa de los derechos civiles y le
solidaridad con las salidas del armario de políticos, famosos de la farándula y
futbolistas, les parecía un desfile bastante chocarrero; en ocasiones de un
erotismo pasado de rosca y un exhibicionismo que se acercaba a lo grotesco.
Demasiados gritos obscenos y gestos de dudoso gusto. O la parafernalia de las
carrozas kitsch. Un escandalazo, dije. Más o menos, aceptaron. Sergio insistió en el tema. Decididamente no me
convence el término “colectivo”. Un colectivo es un agregado estadístico con
una propiedad social que los agrupa aunque, en realidad, cada uno es,
como se dice castizamente, “de su padre y de su madre". El término “colectivo”
tiene en todo caso un significado abstracto; útil para la sociología pero
inservible para el mundo de la vida. Como escribió en sus memorias aquel
ilustre veneciano que fue Giacomo Casanova todo ser del que no se podía
tener más que una idea abstracta sólo podía existir en abstracto. Sería
como decir que Casanova perteneció al colectivo de los libertinos y el resto de
su apasionante biografía pudiera ser resumida con ese estereotipo. Ni siquiera
el colectivo homosexual (ellos y ellas) es homogéneo como prueba su compleja varianza,
añadió Goyo.
Somos gays “convencionales”, me confesaron antes de marcharse a pasar las vacaciones de Pascua con sus familias. No hemos frecuentado los bares homo de Malasaña, ni siquiera antes de conocernos. Tenemos la certeza de que hay algo morboso y artificial en esos ambientes. Por cierto, ¿te parece la homosexualidad una práctica antinatural? Como me esperaba la pregunta trampa tenía preparada la respuesta. El problema reside, diserté, en definir el término “natural”. Es obvio que hay hombres y mujeres por asignación de cromosomas, pero de ahí no se sigue nada. No existe ningún estudio que relacione la homosexualidad con una base genética sólida. Investigadores de la Universidad de Harvard y el Massachusetts Institute of Technology (MIT) escanearon el genoma completo de casi medio millón de personas y se encontraron con que miles de variantes genéticas tenían relación con el quince por ciento del comportamiento homosexual. Lo cierto es que la mayoría de las conductas humanas no son naturales sino culturales. Antes nos referíamos a la compleja tipología homosexual. Todo parece indicar que la homosexualidad y sus variantes son meramente adquiridas. ¿Y qué? Cada cual escoge la sexualidad que más le gusta y, en mi opinión, ahí acaba la polémica.

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