Heidegger fue miembro del Partido nacionalsocialista alemán y manifestó su apoyo explícito al ideario del Tercer Reich durante la etapa inicial de su instauración. El discurso que pronunció en la toma de posesión del rectorado de la Universidad de Friburgo (cargo para el fue nombrado directamente por Hitler, no por el claustro) con el título "Autoafirmación de la Universidad alemana" (1933) es una muestra de su adhesión intelectual al fascismo. Su posterior renuncia al rectorado no impidió que al final de la Segunda Guerra Mundial, tras la ocupación de Alemania por los aliados, fuera destituido como profesor en Friburgo.
Walter Benjamin (filósofo y escritor judío como Adorno y miembros destacados de la Escuela de
Frankfurt) se suicidó en Port Bou en 1940 para evitar que las autoridades
franquistas lo entregaran a los nazis. Fue Benjamin quien escribió: ¡Hay que
demoler a Heidegger! Se
atribuye a Heidegger la frase de que la gran filosofía sólo puede ser pensada
en alemán. Los filósofos de la Escuela de Frankfurt consideraron a Ser y tiempo, su obra más
famosa, como la versión ideológica más refinada y hermética del
nacionalsocialismo.
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Theodor W. Adorno, La jerga de la autenticidad
En el Reich de
Hitler, Heidegger rechazó un llamamiento de Berlín, lo cual después de todo
resulta comprensible. Él lo justificó en un artículo titulado ¿Por
qué nos quedamos en la provincia? Con la estrategia del experto deshace la acusación de
provincianismo para convertirla en algo positivo. Suena así: Cuando
en la profunda noche de invierno se desencadena una fuerte cellisca que sacude
la cabaña, cubriendo y envolviéndolo todo, entonces acontece al alto instante
de la filosofía. Sus preguntas tienen que ser entonces sencillas y esenciales. Pero
si la pregunta es esencial sólo se puede decidir por la respuesta; no se puede
afirmar previamente y mucho menos con la escala de una sencillez que imita los
acontecimientos meteorológicos. Una sencillez que no dice nada sobre la verdad
o su contrario. Kant y Hegel fueron tan complicados o sencillos
como exigía el contenido objetivo de la reflexión. Heidegger, en
cambio, introduce una armonía preestablecida entre el contenido esencial y el
murmullo íntimo. De ahí que sus tonos de duende no expresen una amable ternura
sino que están encargados de ensordecer la sospecha de que la filosofía pudiera
ser pensamiento crítico: Y la actividad filosófica no transcurre
como la apartada ocupación de un tipo raro, sino que está en el centro del
trabajo de los campesinos. Uno quisiera al menos conocer la opinión de
estos. Heidegger no la necesita, pues toma asiento por la tarde, durante el
descanso, con los campesinos, ante la estufa… o a la mesa en el rincón; y
entonces, en general, no hablamos nada; fumamos en silencio nuestras pipas. (…) La
pertenencia última del propio trabajo a la Selva negra y a sus hombres provine
de un intransferible sentido autóctono suabo-alamano de siglos. Johann
Peter Hebel, oriundo de la misma comarca y a quien Heidegger quiso colgar en la
campana de la chimenea, jamás se remitió a este “autoctonismo del terruño”; en
lugar de eso envió saludos a los buhoneros Scheitele y Nausel en una de las más
bellas prosas en defensa de los judíos que se han escrito en alemán. El
autoctonismo mientras tanto se esponja: Hace poco recibí un segundo
llamamiento de la Universidad de Berlín. En tales ocasiones me escapo de la
ciudad y vuelvo a la cabaña. Escucho lo que dicen las montañas y los bosques y
las casas de labranza. Voy a ver a mi amigo, un campesino de 75 años. Él se
ha enterado por los periódicos del llamamiento de Berlín. ¿Qué dirá él? Dirige
lentamente la resuelta mirada de sus ojos claros a la mía,
mantiene la boca rígidamente cerrada, me pone sobre el hombro su fiel y
circunspecta mano y mueve la cabeza de un modo apenas perceptible. Esto quiere
decir: ¡inexorablemente ¡no! Mientras
Heidegger niega en otros el reclamo a favor “de la literatura de la sangre y la
tierra” (que podría menoscabar su particular monopolio), su reflexión degenera
en charlatanería que trata de congraciarse con un entorno campesino con el cual
quisiera estar en confiada intimidad. La descripción heideggeriana del viejo
labrador recuerda los clichés más gastados de las novelas del terruño de la
zona de Frenssen y asimismo un elogio de la taciturnidad que el filósofo
certifica no sólo para los campesinos sino también para sí mismo. En tal
descripción se ignora todo lo que ha aportado al conocimiento del mundo rural
una literatura valiosa, no ajustada a los enmohecidos instintos del kitsch alemán
pequeño-burgués, sobre todo la del realismo francés desde el Balzac tardío
hasta Maupassant…
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