viernes, 11 de enero de 2013

"Demoler a Heidegger"


Heidegger fue miembro del Partido nacionalsocialista alemán y manifestó su apoyo explícito al ideario del Tercer Reich durante la etapa inicial de su instauración. El discurso que pronunció en la toma de posesión del rectorado de la Universidad de Friburgo (cargo para el fue nombrado directamente por Hitler, no por el claustro) con el título "Autoafirmación de la Universidad alemana" (1933) es una muestra de su adhesión intelectual al fascismo. Su posterior renuncia al rectorado no impidió que al final de la Segunda Guerra Mundial, tras la ocupación de Alemania por los aliados, fuera destituido como profesor en Friburgo.
Walter Benjamin (filósofo y escritor judío como Adorno y miembros destacados de la Escuela de Frankfurt) se suicidó en Port Bou en 1940 para evitar que las autoridades franquistas lo entregaran a los nazis. Fue Benjamin quien escribió: ¡Hay que demoler a Heidegger! Se atribuye a Heidegger la frase de que la gran filosofía sólo puede ser pensada en alemán. Los filósofos de la Escuela de Frankfurt consideraron a Ser y tiempo, su obra más famosa, como la versión ideológica más refinada y hermética del nacionalsocialismo.

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Theodor W. Adorno, La jerga de la autenticidad

En el Reich de Hitler, Heidegger rechazó un llamamiento de Berlín, lo cual después de todo resulta comprensible. Él lo justificó en un artículo titulado ¿Por qué nos quedamos en la provincia? Con la estrategia del experto deshace la acusación de provincianismo para convertirla en algo positivo. Suena así: Cuando en la profunda noche de invierno se desencadena una fuerte cellisca que sacude la cabaña, cubriendo y envolviéndolo todo, entonces acontece al alto instante de la filosofía. Sus preguntas tienen que ser entonces sencillas y esenciales. Pero si la pregunta es esencial sólo se puede decidir por la respuesta; no se puede afirmar previamente y mucho menos con la escala de una sencillez que imita los acontecimientos meteorológicos. Una sencillez que no dice nada sobre la verdad o su contrario. Kant y Hegel fueron tan complicados o sencillos como exigía el contenido objetivo de la reflexión. Heidegger, en cambio, introduce una armonía preestablecida entre el contenido esencial y el murmullo íntimo. De ahí que sus tonos de duende no expresen una amable ternura sino que están encargados de ensordecer la sospecha de que la filosofía pudiera ser pensamiento crítico: Y la actividad filosófica no transcurre como la apartada ocupación de un tipo raro, sino que está en el centro del trabajo de los campesinos. Uno quisiera al menos conocer la opinión de estos. Heidegger no la necesita, pues toma asiento por la tarde, durante el descanso, con los campesinos, ante la estufa… o a la mesa en el rincón; y entonces, en general, no hablamos nada; fumamos en silencio nuestras pipas. (…) La pertenencia última del propio trabajo a la Selva negra y a sus hombres provine de un intransferible sentido autóctono suabo-alamano de siglos. Johann Peter Hebel, oriundo de la misma comarca y a quien Heidegger quiso colgar en la campana de la chimenea, jamás se remitió a este “autoctonismo del terruño”; en lugar de eso envió saludos a los buhoneros Scheitele y Nausel en una de las más bellas prosas en defensa de los judíos que se han escrito en alemán. El autoctonismo mientras tanto se esponja: Hace poco recibí un segundo llamamiento de la Universidad de Berlín. En tales ocasiones me escapo de la ciudad y vuelvo a la cabaña. Escucho lo que dicen las montañas y los bosques y las casas de labranza. Voy a ver a mi amigo, un campesino de 75 años. Él se ha enterado por los periódicos del llamamiento de Berlín. ¿Qué dirá él? Dirige lentamente la resuelta mirada de sus ojos claros a la mía, mantiene la boca rígidamente cerrada, me pone sobre el hombro su fiel y circunspecta mano y mueve la cabeza de un modo apenas perceptible. Esto quiere decir: ¡inexorablemente ¡no! Mientras Heidegger niega en otros el reclamo a favor “de la literatura de la sangre y la tierra” (que podría menoscabar su particular monopolio), su reflexión degenera en charlatanería que trata de congraciarse con un entorno campesino con el cual quisiera estar en confiada intimidad. La descripción heideggeriana del viejo labrador recuerda los clichés más gastados de las novelas del terruño de la zona de Frenssen y asimismo un elogio de la taciturnidad que el filósofo certifica no sólo para los campesinos sino también para sí mismo. En tal descripción se ignora todo lo que ha aportado al conocimiento del mundo rural una literatura valiosa, no ajustada a los enmohecidos instintos del kitsch alemán pequeño-burgués, sobre todo la del realismo francés desde el Balzac tardío hasta Maupassant… 

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