sábado, 10 de marzo de 2018

Las series televisivas y otras series



Están de moda las series televisivas. Hay muchas y se reproducen una temporada tras otra. La más famosa es Juego de tronos. He visto un par de episodios y me parece una versión barroca y aún más digital y truculenta que la excelente trilogía de El Señor de los anillos. Series archiconocidas como The Walking Dead, Friends (divertida a tope, todo un clásico y una de las mejores); Prison Break, Outlander o Sherlock, sobre el inmortal detective, una causa perdida, aunque muchos jóvenes que no han leído las aventuras originales la defienden como imprescindible. También Twin Peaks dirigida por David Lynch durante los años 90 y renovada por él mismo en 2017. Soy un incondicional del cine de Lynch por lo que es probable que me apunte a la última versión del satánico final de Laura Palmer. Sólo he visto completas dos: La peste, donde la ambientación es muy buena pero el guion no tanto, y la miniserie documental Muerte en León, dirigida por Justin Webster, que reconstruye con todo detalle el crimen y las posteriores acciones judiciales de la presidenta de la Diputación de León: “engancha”, una categoría estética, como “distraído”, más que respetable y un buen antídoto contra los pedantes que denigraron Parque jurásico (recuerden la polémica de Savater contra sus detractores) ni disfrutarán con La forma del Agua, una excelente cinta a la vez original y clásica. Si quieren saber más les recomiendo la página de filmaffinity dedicada a las series.
Lo cierto es que siempre ha habido series. Por ejemplo los folletines del siglo XIX que se publicaban por entregas en la prensa y en revistas literarias como un reclamo para el público culto amante de la lectura: obras de Alejandro Dumas, Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo, Víctor Hugo, Los miserables, Balzac, La comedia humana y Flaubert, Madame Bovary. Casi todas las grandes novelas de la Francia del XIX fueron publicadas en formato feuilleton. Por supuesto, no es un género exclusivamente francés; Robert Louis Stevenson publica por entregas su novela La flecha negra, Dickens, Los papeles póstumos del club Pickwick, Fiódor Dostoievski, Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, Tolstoy, Guerra y paz. En España, Baroja entregó el manuscrito de su trilogía La lucha por la vida para su impresión como folletín en El Globo, diario fundado por Emilio Castelar y que se publicó en Madrid desde 1875 hasta 1932. Benito Pérez Galdós, menos proclive, publica por entregas su novela La sombra (1871) en La revista de España… Como contrapartida al lector "ilustrado" proliferaron los folletines populares, un subgénero de baja calidad dirigido a un público poco exigente, ávido de argumentos escapistas, tremebundos y fáciles. La prensa se pobló de cenicientas rebuscadas, amores trágicos, crímenes horrendos y finales infumables.
Al tiempo que aparecían los primeros televisores en España (uno por cada mil habitantes) los años 50 fue la mejor época de los seriales radiofónicos, cuyo éxito radicó en las alambicadas tramas de pasiones efectistas que al final de cada capítulo dejaban al oyente con la miel en los labios. Se transmitían 8 horas al día e iban dirigidos sobre todo a las amas de casa. Llevan razón las feministas cuando desempolvan un pasado impresentable. Los seriales formaban el quinteto de oro de la radio junto con las retransmisiones de fútbol, toros, concursos y, por supuesto, el parte de Radio Nacional de España con el que conectaban obligatoriamente todas las emisoras del país.
Recuerdo como mi tía Mercedes y yo no nos perdíamos ni un capítulo del serial radiofónico Matilde, Perico y Periquín. Lo escuchábamos pegados a una enorme radio Philips de madera marrón, botones negros y el dial protegido por una pantalla trasparente.  
“Matilde, Perico y Periquín” fue un serial radiofónico enmarcado en el estilo de comedia costumbrista producido por la cadena SER. La serie, comenzó el 26 de febrero de 1958 y no terminó hasta la muerte de uno de sus protagonistas, Pedro Pablo Ayuso, en 1971, estaba patrocinada por Cola-Cao, algo relativamente novedoso en aquel momento. El autor de la serie fue Eduardo Vázquez, y dieron voz a los personajes principales Matilde Conesa (Matilde), Matilde Vilariño (Periquín) y Pedro Pablo Ayuso (Perico), mientras que Carmen Martínez, Juana Ginzo y Agustín Ibáñez interpretaron a personajes secundarios.
Ama Rosa, quizás el serial de más éxito, se lanzó a las ondas en 1959 en Radio Madrid, con guion del prolífico Guillermo Sautier Casaseca, en el que la protagonista era la madre abnegada, sufriente, sacrificada que se veía obligada a renunciar a su hijo pero que lograba emplearse como criada en la casa de los padres adoptivos, para cuidar de su retoño. Emoción y lágrimas a raudales en la más pura tradición del folletín melodramático. La hora del serial solía ser la de la tarde, a eso de las 4.30 o las 5.00. En 1964 solían emitirse en la SER una novela por la mañana y tres por la tarde. En 1966, el número de novelas ascendía ya a media docena, de ellas cinco por la tarde. (…) Posteriormente y con el declinar del serial fue disminuyendo el número de novelas hasta prácticamente desaparecer en la época de la transición democrática.
La tercera gran radionovela fue Simplemente María. Con guion de Guillermo Sautier Casaseca basado en la obra de Celia Alcántara, dirigida por Teófilo Martínez y protagonizada por la joven actriz María Salerno; la radionovela continuaba y culminaba la tradición del serial en España, iniciada 20 años antes con obras como “Lo que no muere” o “Ama Rosa”. Puede, además, ser considerado, como el último gran exponente de un género radiofónico dirigido esencialmente al público femenino. La incorporación de la mujer al mercado laboral y el auge de la televisión provocaron el declive de un fenómeno que, durante décadas, paralizaba la sociedad española a la hora de emisión. Renuncio a resumir el farragoso argumento.

Tras los seriales radiofónicos vinieron las telenovelas. Simplemente María fue llevada al cine por Ignacio Sada Madero para Televisa tras adaptar la serie radiofónica basada en la obra de Celia Alcántara. Entre 1971 y 1974 alcanzó los 501 capítulos diarios de una hora. Las telenovelas eran y son culebrones de largo recorrido, amplia audiencia y horario variable, la mayoría producidas en Hispanoamérica, donde prácticamente podías engancharte a cualquier episodio y ponerte más o menos al tanto del embrollo lacrimoso que se cocía a fuego lento. “Los buenos muy buenos y los malos muy malos”, la fórmula mágica del éxito fácil. Obviamente los malos van ganando hasta el último minuto cuando les meten un gol y palman. Como el atleti. Durante los tres meses que abandoné mi casa por obras, solía tragármelas con mi suegra entre comentarios y ronquidos. Para más información les remito a la página Las 14 telenovelas que arrasaron en España.
Sin embargo la telenovela que tuvo más audiencia internacional, sobre todo en España, fue la norteamericana Falcon Crest (1980) producida por Lorimar.
Narraba las vicisitudes de los Gioberti, una familia de viticultores californianos enfrentados por el dominio de la finca Falcon Crest que da título a la serie, y su enfrentamiento contra los Agretti dueños de viñedos en el ficticio Valle de Tuscany trasunto del real Valle de Napa próximo a San Francisco, por el control de la industria del vino en la comarca. (…) La serie focalizaba su acción en personajes y tramas de individuos de clase alta de la sociedad estadounidense. Este aspecto se relacionó con la nueva moral del éxito personal con la que el presidente Reagan acompañó sus medidas de desregulación económica.
Con lo cual volvemos, trazando un círculo de tres siglos, al principio de este breve artículo.

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